
Profeta es quien dice al pueblo de Dios lo que Dios quiere que se le diga. Profeta no es simplemente quien habla de Dios; es, más bien, quien habla en nombre de Dios y bajo su inspiración. El profeta es a la vez receptor y transmisor: recibe la palabra de Dios y la transmite. Se dice que el profeta es “boca de Dios”, pues el profeta habla con su boca la palabra de Dios.
Como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que pretenden hacer llegar la explicación del Evangelio de este domingo 4º del Tiempo Ordinario, ciclo B, a los feligreses de este y el otro lado del Charco.
Asombrados de su doctrina

La autoridad de la palabra y persona de Jesús se manifiesta, además de en la novedad de la doctrina y en el modo de comunicarla, en su eficacia: Jesús cura o, como queda patente en el evangelio de hoy, somete a las fuerzas del mal.


Esta fe confiada hace reales posibilidades inéditas de vida nueva. Las palabras de Pablo en la segunda lectura de hoy son una buena ilustración a este respecto. Percibimos en ellas una exhortación a un género de vida que en nuestros días no goza de buena prensa. Son muchos los “espíritus inmundos” que gritan desafiantes contra él declarándolo imposible e inhumano. Lo más curioso (y triste) es que esos gritos se escuchan con frecuencia dentro de la misma Iglesia (aunque después de leer el evangelio de hoy no debe extrañarnos). Pablo, que en ningún momento rechaza o cuestiona el matrimonio, antes bien, lo ensalza como una vocación cristiana de extraordinario valor, señala también el camino de la plena consagración a Dios, en una vida célibe, la que él mismo ha elegido para sí. Es un ideal realmente inaudito, que requiere una libre elección (cf. 1Cor 7, 25), y que, por muy imposible que le pueda parecer al espíritu del mundo, es una posibilidad abierta por el mismo Cristo, que vivió con un corazón indiviso, completamente entregado a las cosas del Padre. Para poder hacer propio ese género de vida es preciso abrirse a la eficacia y la autoridad de la Palabra que nos libra de nuestros espíritus inmundos, que nos habilita para lo que a nosotros mismos nos parece fuera de nuestro alcance, cada uno en su vocación: el casado en entrega fiel a su cónyuge y sus hijos, el llamado a la virginidad consagrada en un género de vida célibe, preocupado de los asuntos del Señor; unos y otros abiertos en fe a la admiración y el asombro ante esta Palabra nueva, cercana, eficaz, llena de autoridad y de vida.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,21-28):

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
CURADOR

Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseña oficialmente al pueblo las tradiciones religiosas de Israel.
La gente queda sorprendida al escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos a un Dios Bueno.
De pronto un hombre «se pone a gritar: ¿Has venido a acabar con nosotros?». Al escuchar el mensaje de Jesús, se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios.

El narrador describe la curación de manera dramática. En un último esfuerzo por destruirlo, el espíritu «lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió». Jesús ha logrado liberar al hombre de su violencia interior. Ha puesto fin a las tinieblas y al miedo a Dios. En adelante podrá escuchar la Buena Noticia de Jesús.
No pocas personas viven en su interior de imágenes falsas de Dios que les hacen vivir sin dignidad y sin verdad. Lo sienten, no como una presencia amistosa que invita a vivir de manera creativa, sino como una sombra amenazadora que controla su existencia. Jesús siempre empieza a curar liberando de un Dios opresor.
Sus palabras despiertan la confianza y hacen desaparecer los miedos. Sus parábolas atraen hacia el amor a Dios, no hacia el sometimiento ciego a la ley. Su presencia hace crecer la libertad, no las servidumbres; suscita el amor a la vida, no el resentimiento. Jesús cura porque enseña a vivir sólo de la bondad, el perdón y el amor que no excluye a nadie. Sana porque libera del poder de las cosas, del autoengaño y de la egolatría.
LOS MÁS DESVALIDOS ANTE EL MAL

Unos están recluidos definitivamente en un centro. Otros deambulan por nuestras calles. La inmensa mayoría vive con su familia. Están entre nosotros, pero apenas suscitan el interés de nadie. Son los enfermos mentales.
No resulta fácil penetrar en su mundo de dolor y soledad. Privados, en algún grado, de vida consciente y afectiva sana, no les resulta fácil convivir. Muchos de ellos son seres débiles y vulnerables, o viven atormentados por el miedo en una sociedad que los teme o se desentiende de ellos.
Desde tiempo inmemorial, un conjunto de prejuicios, miedos y recelos ha ido levantando una especie de muro invisible entre ese mundo de oscuridad y dolor, y la vida de quienes nos consideramos «sanos». El enfermo psíquico crea inseguridad, y su presencia parece siempre peligrosa. Lo más prudente es defender nuestra «normalidad», recluyéndolos o distanciándolos de nuestro entorno.
Hoy se habla de la inserción social de estos enfermos y del apoyo terapéutico que puede significar su integración en la convivencia. Pero todo ello no deja de ser una bella teoría si no se produce un cambio de actitud ante el enfermo psíquico y no se ayuda de forma más eficaz a tantas familias que se sienten solas o con poco apoyo para hacer frente a los problemas que se les vienen encima con la enfermedad de uno de sus miembros.
Hay familias que saben cuidar a su ser querido con amor y paciencia, colaborando positivamente con los médicos. Pero también hay hogares en los que el enfermo resulta una carga difícil de sobrellevar. Poco a poco, la convivencia se deteriora y toda la familia va quedando afectada negativamente, favoreciendo a su vez el empeoramiento del enfermo.
Es una ironía entonces seguir defendiendo teóricamente la mejor calidad de vida para el enfermo psíquico, su integración social o el derecho a una atención adecuada a sus necesidades afectivas, familiares y sociales. Todo esto ha de ser así, pero para ello es necesaria una ayuda más real a las familias y una colaboración más estrecha entre los médicos que atienden al enfermo y personas que sepan estar junto a él desde una relación humana y amistosa.
¿Qué lugar ocupan estos enfermos en nuestras comunidades cristianas? ¿No son los grandes olvidados? El evangelio de Marcos subraya de manera especial la atención de Jesús a «los poseídos por espíritus malignos». Su cercanía a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal siempre será para nosotros una llamada interpoladora.
NECESITAMOS MAESTROS DE VIDA

No es un discurso lo que sale de labios de Jesús. Tampoco una instrucción. Su palabra es una llamada, un mensaje vivo que provoca impacto y se abre camino en lo más hondo de los corazones.
El pueblo queda asombrado «porque no enseña como los letrados, sino con autoridad». Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder social. No proviene de la doctrina que enseña. La fuerza de su palabra es él mismo, su persona, su espíritu, su libertad.
Jesús no es «un vendedor de ideologías» ni un repetidor de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al ser humano ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un profeta que enseña a vivir.
Es duro reconocer que, con frecuencia, las nuevas generaciones no encuentran «maestros de vida» a quienes poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden tener las palabras de los dirigentes civiles o religiosos si no están acompañadas de un testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?
Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de la existencia. Maestros que, con su testimonio personal, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los interrogantes más hondos del ser humano.
Hacen pensar las palabras del escritor anarquista A. Robín, por lo que pueden presagiar para nuestra sociedad:
«Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz.
Se suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la razón.
Se suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá la justicia.
Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico; después se suprimirá el espíritu crítico».
El evangelio de Jesús no es algo superfluo e inútil para una sociedad que corre el riesgo de seguir tales derroteros.
Fuentes:
Iluminación Divina
José Maria Vegas
José A, Pagola
Ángel Corbalán
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