Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano,
porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la
Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de
que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...»,
«atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás
de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta
invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de
nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo
que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde,
tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en
las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es
el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan
que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente
multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían:
«Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían
sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).
Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa.
Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso
necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San
Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y
piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para
tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma
—siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de
vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos
acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario...
Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos
por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción
de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a
los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos
peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió
y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron
todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Palabra del Señor
COMENTARIO
Jesucristo murió, resucitó y subió a los Cielos, y está
sentado a la derecha de Dios Padre. Pero también permanece en la hostia
consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su
Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual. Este es el
gran misterio que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.
Pero el milagro del Cuerpo de Cristo va mucho más lejos:
estar en Misa es estar también en el Calvario y en el Cielo. En efecto,
la Santa Misa es el milagro más grande de tiempo y espacio que podemos vivir.
La Santa Misa no es una repetición del sacrificio de Cristo
en el Calvario, sino que es exactamente el mismo Sacrificio del Calvario: como
si los asistentes a la Misa estuviéramos allá a los pies de la Cruz en aquel
primer Viernes Santo.
Esta conexión queda bellamente sugerida en la película La
Pasión de Mel Gibson. En este film hay recuerdos llenos de un contenido
teológico-bíblico maravilloso y exquisito.
Al llegar Jesús al Gólgota, soltando la cruz, mira al
cielo. Para hacer la conexión con la Eucaristía, la imagen cambia a la
Última Cena cuando le son presentados a Jesús los panes cubiertos con un
paño. De inmediato volvemos al Calvario y vemos a Cristo siendo despojado
de sus vestiduras. El Cuerpo desnudo del Calvario es el mismo Cuerpo del
Pan de la Cena: Corpus Christi.
Ya crucificado, antes de ser levantada la Cruz, la película
nos traslada al preciso momento de la institución de la Eucaristía. Jesús
toma el pan en la mano, lo parte y dice: “Tomen y coman todos de él,
porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su Cuerpo, el
mismo que nos había ofrecido en la Última Cena –el mismo que nos ofrece en cada
Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.
Luego, mientras la Cruz es levantada, vemos mucha sangre
manar del cuerpo de Cristo, y enseguida aparece el flashback de Jesús con el
cáliz de vino entre sus manos. Toma un sorbo y dice: “Tomen y
beban. Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y
Eterna, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los
pecados. Hagan esto en memoria mía”. Y en ese momento se ve a
Juan tomando el vino. Luego se vuelve a la crucifixión, y Jesús sangra
aún más.
Tal como lo anunció al presentar el Cáliz en la Última Cena:
Su Sangre es derramada por nosotros para perdonar nuestros pecados; Su Cuerpo
es entregado por nosotros. Y ese Cuerpo y esa Sangre -los mismos de la Cruz- son
el Pan y el Vino consagrados, cuando el Sacerdote pronuncia las mismas palabras
de Cristo en la Última Cena.
La Consagración es el Calvario. Pero en la Comunión
recibimos a Jesús Resucitado, vivo, para Él comunicarnos su Vida.
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”,
dice el Sacerdote al presentarnos la Hostia Consagrada antes de la
Comunión.
Y ¿dónde está el Cordero de Dios también? Nos lo dice
el Apocalipsis. Está en el Cielo. Cristo es el “Cordero
que está de pie, a pesar de haber sido sacrificado” en pleno centro del
Trono Celestial. Y es por Él y a Él que cantan y alaban todos los Ángeles
y Santos del Cielo (Ap 5, 6-14).
De tal forma que cuando estamos en Misa, estamos allí, pero
estamos también en el Calvario y en el Cielo. Estamos en Misa, pero
estamos presenciando la muerte de Cristo en la cruz… y también estamos
participando de la Liturgia Celestial que nos narra el Apocalipsis.
¡Qué gran milagro es la Santa Misa y la Comunión! Es
el milagro más grande de tiempo y espacio que podamos vivir. ¿Nos damos
cuenta? Y ¿nos damos cuenta de cuánto hace Dios para darse a nosotros?
En la cueva de Belén era un bebé, que necesitaba ser cuidado
y amamantado. En la Cruz parecía un criminal. En la Eucaristía es
aún más humilde; ni siquiera parece humano: sólo parece pan y vino. ¡Y es
Dios!
“¡Qué sublime humildad: Que el Señor de todo el universo,
Dios e Hijo de Dios, se humille así bajo la forma de un trocito de pan para
nuestra salvación!”, nos dice San Francisco de Asís.
“Reconoced en el Pan de la Eucaristía a Aquél que colgó de
la Cruz”, nos dice San Agustín.
Cierto que en este mundo no podemos ver a Dios con nuestros
propios ojos… Pero sí podemos verlo hecho pan y vino. Y podemos
alimentarnos de Él.
¡Cuántos no desearíamos poder ver a Jesús cara a cara!
Pero nos dice San Juan Crisóstomo que sí lo vemos, que lo tocamos. ¡Que
hasta lo comemos! “Él se da a ti, no sólo para verlo, sino también para
ser alimento y nutrición para ti”.
¿Nos damos cuenta, entonces, cuánto nos ama Dios? ¿Nos
damos cuenta cuánto hace para estar con nosotros? La Madre Teresa de
Calcuta expresa muy bien la muestra de Amor de Dios que es la Eucaristía:
“Cuando vemos el Crucifijo, podemos comprender cuánto nos
amó Jesús entonces. Cuando vemos la Sagrada Hostia comprendemos cuándo
nos ama Jesús ahora.”
El misterio del Corpus Christi es el Regalo más grande que
Jesús nos ha dejado: Es Su Cuerpo y su Sangre entregados en la Cruz para ser su
Presencia Real y Viva en medio de nosotros cuando Lo reconocemos y Lo adoramos
en la Hostia Consagrada. Pero, sobre todo, para ser alimento de nuestra
vida espiritual cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión.
Fuentes:
Sagradas
Escrituras
Evangeli.org
Homilia.org
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