Hoy, Jesús en oración nos enseña a orar. Fijémonos bien en
lo que su actitud nos enseña. Jesucristo experimenta en muchas ocasiones la
necesidad de encontrarse cara a cara con su Padre. Lucas, en su Evangelio,
insiste sobre este punto.
¿De qué hablaban aquel día? No lo sabemos. En cambio, en otra ocasión, nos ha
llegado un fragmento de la conversación entre su Padre y Él. En el momento en
que fue bautizado en el Jordán, cuando estaba orando, «y vino una voz del
cielo: ‘Tú eres mi hijo; mi amado, en quien he puesto mi complacencia’» (Lc
3,22). Es el paréntesis de un diálogo tiernamente afectuoso.
Cuando, en el Evangelio de hoy, uno de los discípulos, al observar su
recogimiento, le ruega que les enseñe a hablar con Dios, Jesús responde:
«Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre…’» (Lc 11,2). La
oración consiste en una conversación filial con ese Padre que nos ama con
locura. ¿No definía Teresa de Ávila la oración como “una íntima relación de
amistad”: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos
ama»?
Benedicto XVI encuentra «significativo que Lucas sitúe el Padrenuestro en el
contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, Él nos hace
participar de su oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor
trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas hasta el corazón
de Dios».
Es significativo que, en el lenguaje corriente, la oración que Jesucristo nos
ha enseñado se resuma en estas dos únicas palabras: «Padre Nuestro». La oración
cristiana es eminentemente filial.
La liturgia católica pone esta oración en nuestros labios en el momento en que
nos preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Las siete
peticiones que comporta y el orden en el que están formuladas nos dan una idea
de la conducta que hemos de mantener cuando recibamos la Comunión Eucarística.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (11,1-13):
UNA
vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos
cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y
le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados;
no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da
por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se
os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama
se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en
lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto
más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las lecturas de hoy nos hablan de la oración… nos hablan de
varios tipos de oración.
En la Primera Lectura (Gn 18, 20-32) vemos a
Abraham intercediendo por los habitantes de Sodoma y Gomorra, tratando de
impedir la destrucción de estas dos ciudades, al presentarle a Dios, aunque
sea diez hombres justos, para que, en atención a esos diez hombres
buenos y santos, Dios no destruyera estas dos ciudades.
Sabemos lo que sucedió: Dios terminó destruyéndolas
con fuego y azufre. Se salvaron solamente Lot y su familia,
seguramente porque era tan generalizada la perversión, que no había en ellas ni
siquiera esos diez hombres justos, que Abraham ofreció presentar al Señor.
Notemos cómo comenzó ofreciendo cincuenta justos y terminó
su oración ofreciendo sólo diez. Y ni diez hubo. Abraham hacía en
este caso oración de intercesión por los habitantes de Sodoma y
Gomorra.
En el Salmo (Sal 137) damos gracias a Dios por
haber escuchado nuestras oraciones: Te damos gracias, Señor, de todo
corazón. Es decir, en el Salmo hemos hecho una oración de
acción de gracias.
En la Segunda Lectura (Col 2, 12-14) sí aparece un justo: Jesucristo, el Justo entre los justos, que salva -no a dos ciudades- sino a la humanidad entera, con su Pasión y su Muerte en cruz. “Ustedes estaban muertos por sus pecados... Pero Él les dio una nueva vida con Cristo, perdonándoles todos los pecados”. Si bien “el documento cuyas cláusulas nos condenaban” ha sido eliminado con la muerte de Cristo, sin embargo, para poder aprovechar la condonación de esta deuda, cada uno de nosotros deberá colaborar respondiendo a la gracia divina.
El Evangelio (Lc 11, 1-13) contiene varias partes:
Una primera parte contiene esa oración que Cristo nos enseñó
-el Padrenuestro.
Una segunda parte en la que el Señor nos recomienda que
pidamos para recibir: “Pidan y se les dará”.
Una tercera parte, que es muy importante, en la que
Jesucristo nos dice que el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a
quienes se lo pidan.
Fijémonos, primeramente, en el Padrenuestro. En esa
oración que Jesús nos dejó están contenidas varias formas de oración:
Oración de Alabanza: Padre Nuestro, que estás en el
Cielo, santificado sea tu nombre.
Oración de Contrición: Es la oración para pedir perdón
por nuestras faltas. Perdona nuestras ofensas.
Oración de Petición: Venga tu Reino. Danos hoy
nuestro pan de cada día. No nos dejes caer en tentación.
Fijémonos ahora en la frase del Señor: “Pidan y se les
dará”. Y vamos a detenernos un poco más en esto, para poder
entender el verdadero sentido de esta recomendación, y evitar cualquier
confusión al respecto.
Sucede que tendemos a concentrar nuestra atención y -más que
todo- nuestro interés en el “Pidan y se les dará”. Pero pasamos
por alto, tanto el comienzo del texto que contiene el Padrenuestro, como el
final que dice que el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a
quienes se lo pidan. Y al no tomar mucho en cuenta el comienzo y el final perdemos,
entonces, el verdadero sentido de este importante llamado a la oración de
petición que nos hace el Señor.
El texto que toca para la Liturgia de hoy viene del
Evangelio de San Lucas. Pero este mismo texto ha sido narrado también en
forma casi exacta por San Mateo. Fijémonos cómo concluye Mateo esta
recomendación del Señor: “... el Padre Celestial, Padre de ustedes, dará
cosas buenas a los que se las pidan” (Mt 7, 11).
Todo el texto es igual en ambos Evangelistas: sólo cambia
una palabrita al final: uno dice “dará el Espíritu Santo” y otro
dice “dará cosas buenas... a los que se lo pidan”. Son
diferentes las palabras, pero veremos al final que significan lo mismo. Y
veremos también que el pedir para recibir no puede ser separado
del final: es decir de que Dios dará Espíritu Santo y cosas
buenas a los que se lo pidan.
Siempre que hacemos oración de petición es porque tenemos un
anhelo que deseamos se cumpla o porque tenemos un plan que deseamos se realice,
o porque tenemos una necesidad que deseamos sea satisfecha.
Y más de una vez podría parecer que nuestra oración no ha
sido escuchada.
Pero sucede que son muchas las veces que pedimos cosas que
no nos convienen y que no coinciden con lo que Dios, nuestro Padre, desea para
nosotros sus hijos.
Veamos lo que dicen sobre este mismo tema otras citas de la Sagrada Escritura. “Piden y no reciben, porque piden mal” (Stgo 4, 2), nos advierte el Apóstol Santiago en su Carta. Y San Pablo también insiste en esta idea: “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).
Más aún: ¿Cómo podemos olvidar las palabras tan importantes
del Padre Nuestro: “Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el
Cielo”? Recordemos que Jesús nos enseña esta oración justamente
antes de decirnos “Pidan y se les dará”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, que dedica una buena
parte de sus páginas a lo que es la oración y cómo debemos orar, nos dice que
es necesario orar para poder conocer la Voluntad de Dios. Es decir que
necesitamos orar, para poder nosotros pedir lo que está conforme a los planes
de Dios, para poder pedir esas “cosas buenas”, a las que se refiere
San Mateo, para poder recibir esas gracias de santificación a las que se
refiere San Lucas cuando dice que el Señor “dará el Espíritu Santo a los
que se lo pidan”.
Por eso el Apóstol San Juan refiriéndose al mismo tema de la
oración de petición escribe así: “Estamos plenamente seguros: si le pedimos
algo conforme a su Voluntad, Él nos escuchará” (1 Jn 5, 9).
Resumiendo, entonces: nuestra oración de petición debe
siempre estar sujeta a la Voluntad de Dios, como rezamos en el Padre
Nuestro: “Hágase tu Voluntad”. Y como rezaba Jesucristo: “No se
haga mi voluntad sino la tuya, Padre” (Lc 22, 42 - Mc 14, 26).
Adicionalmente, debemos tener en cuenta que en los ambientes
“New Age” y del esoterismo se tergiversa esta recomendación del Señor de pedir
para recibir.
En efecto, en el mundo del llamado “poder mental” o de la
“metafísica” se insiste en que el hombre exija a Dios la satisfacción de sus
deseos. Se tiende a confundir “bienestar” con el Bien que es Dios y su
Voluntad.
Además, se pretende dar órdenes a Dios, que es nuestro
Creador y nuestro Padre -nuestro Dueño- para tratar de lograr la propia
satisfacción, lo que nos interesa, lo que deseamos ... y no precisamente
las “cosas buenas” que Dios nos quiere conceder.
Esas “cosas buenas” que Dios nos quiere dar no
siempre coinciden con nuestros deseos, con nuestros planes, con las cosas que
nos interesan, o con las cosas que creemos que son muy importantes y muy
necesarias para nuestra vida.
Y, aunque parezca otra la intención, en esa peligrosa
corriente del “New Age” que es el poder mental y el control mental, a la larga
lo que se obtiene con esa búsqueda de los propios deseos, es la independencia
del hombre de su Padre del Cielo. Y esto es todo lo contrario a lo que
conocemos por fe a través de la Sagrada Escritura y de la enseñanza de la
Iglesia.
Realmente, la Voluntad de Dios se conoce a través de la
misma oración. Por eso es importante establecer ese diálogo con el Señor,
en el que tratamos de descubrir el misterio de su Voluntad.
Sea que en nuestra oración adoremos a Dios o le demos
gracias o le pidamos algo, sea cual fuere la modalidad de oración que usemos,
si la oración es un diálogo sincero para comunicarnos con Dios, para conocer
sus deseos y sus planes, para amarlo y para complacerlo, Dios nos va dando esas “cosas
buenas” que Él, como Padre infinitamente bueno que es, desea darnos
para nuestro bien.
En resumen: Dios no siempre nos da lo que queremos,
pero siempre nos da lo que necesitamos.
Sagradas Escrituras
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