domingo, 21 de julio de 2019

«Hay necesidad (...) de una sola [cosa]» (Evangelio Dominical)



                                             
           

Hoy vemos a un Jesús tan divino como humano: está cansado del viaje y se deja acoger por esta familia que tanto ama, en Betania. Aprovechará la ocasión para hacernos saber qué es “lo más importante”.

En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.


                                         



A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.

Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.

Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de san Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).





Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):


                  



EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor





COMENTARIO.


                              



En la Primera Lectura del día de hoy vemos a Abraham siendo visitado por el Señor.  Nos dice así la Escritura: “En aquellos días el Señor se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda ...”   Y Abraham de inmediato comienza a atender al Señor.

Algo similar vemos en el Evangelio:  el Señor va a visitar a sus amigos, Lázaro, Marta y María, quienes eran hermanos.  Y Marta se afana por atender a Jesús, al punto que reclama al Señor que María no la ayuda.  Y el Señor le da a una respuesta un tanto desconcertante ... como a veces son las respuestas del Señor.

Si bien estas Lecturas nos muestran el servicio a Dios en forma de atenciones domésticas, ante la visita de alguien tan importante como el Señor, debemos tener en cuenta que servir a Dios es sobre todo hacer su Voluntad, es complacerlo en todo.  Servir a Dios es estar a sus órdenes:  dejar que El sea quien nos dirija.  Servir al Señor es buscar complacerlo en todo.

Para poder ver esto, observemos, entonces, la actuación de estos personajes que nos presentan las Lecturas de hoy.

Abraham es nuestro padre en la fe.  Su característica principal fue una fe indubitable ... una fe inconmovible ... una fe a toda prueba ... y una confianza absoluta en la Voluntad de Dios.  Por eso se le conoce como el padre de todos los creyentes.

                                         



A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo:  Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre.  Y sale sin saber a dónde va.  Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente.  Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama.  

Deja todo, renuncia a todo:  patria, casa, estabilidad, etc.  Da un salto en el vacío en obediencia a Dios.  Confía absolutamente en Dios. 

Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será padre de un gran pueblo.

Y Abraham cree, a pesar de que todas las circunstancias parecen contrarias a esta promesa.  Por un lado, su esposa Sara es estéril y él ya cuenta con la edad de 75 años para el momento de la promesa.  

Pero Abraham cree por encima de las circunstancias humanas. 




Pasa el tiempo ... pasa ¡bastante tiempo!, desde que Dios le hizo su promesa a Abraham ... pasan ¡24 años! ... Ya Abraham tiene 99 años ... y Sara sigue estéril.

En esas condiciones y en ese momento tiene lugar la visita del Señor a la tienda de Abraham que hemos visto en el Primera Lectura.

Recordemos que al final de la visita le dice: “Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.

Y así fue:  al año siguiente, a un hombre de 100 años y a una mujer estéril de 90, les nace un hijo (Isaac), el hijo por el cual la descendencia de Abraham será tan numerosa como las estrellas del cielo, el hijo por el cual será Abraham padre de un gran pueblo, padre de todos los creyentes.

Han sido 24 años de larga espera.  Y cuando lo que era difícil parecía ya imposible, Dios cumple su promesa.  La lógica de Dios es distinta a la lógica humana.  Los planes de Dios son diferentes a los planes de los hombres.  Los planes de Dios no se realizan como el hombre quiere, sino como Dios quiere.  Los planes de Dios no se realizan tampoco cuando el hombre quiere o cree, sino cuando Dios quiere.


             



A veces nos es más fácil hacer lo que Dios quiere, que hacer las cosas cuando Dios quiere.  A veces nos es más fácil cumplir la Voluntad de Dios, que tener la paciencia para esperar el momento en que Dios quiere hacer su Voluntad.

Comienza a crecer el hijo de la promesa.  Cuando ya todo parece estar estabilizado, Dios interviene nuevamente para hacer una exigencia “ilógica” a Abraham:  le pide que tome a Isaac y que se lo ofrezca en sacrificio.  Este tal vez sea uno de los episodios más conmovedores de la Biblia.  Dios vuelve a exigirle todo.  Ahora le pide la entrega de lo que Dios mismo le había dado como cumplimiento de su promesa:  Isaac debe ser sacrificado.   Abraham obedece ciegamente, sin siquiera preguntar por qué.  Sube el monte del sacrificio para cumplir el más duro de los requerimientos del Señor. 

Y en el momento que se dispone a sacrificar a su hijo, Dios lo hace detener.

Abraham creyó y esperó:  creyó contra toda apariencia, esperó contra toda esperanza ... y también esperó el momento del Señor.
Veamos ahora a Marta y María en el Evangelio de hoy.  Marta se encontraba muy atareada con los quehaceres domésticos.  Y su hermana María se encontraba a los pies del Señor escuchando su Palabra.

                                            



Marta le reclama a Jesús la aparente inactividad de su hermana y su injusticia al no ayudarla.  Y decíamos que la respuesta del Señor era desconcertante: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por muchas cosas.  En realidad, una sola cosa es necesaria y María escogió la mejor parte”.

Fíjense lo que le dice el Señor a Marta:  el estarse en la oración a la escucha de la Palabra del Señor (es decir:  el estarse a los pies del Señor), no sólo es la mejor parte, sino que es lo único necesario.

Si Marta representa el prototipo de la actividad y María el de la oración ... podríamos preguntarnos: ¿qué significa esta respuesta del Señor? ... ¿Cómo puede ser ésta la respuesta del Señor? ... ¿Dónde queda mi deseo de hacer, mi deseo de ayudar, mi deseo de actuar?  ...  ¡Dónde queda mi responsabilidad!

La dificultad en no comprender la respuesta del Señor está en que los hombres de hoy nos consideramos los protagonistas principales de nuestra vida.  Olvidamos que Dios todo lo dispone.  En eso no nos parecemos en nada a Abraham, que sabía que era Dios quien regía su vida.  Recordemos cómo esperaba contra toda apariencia. 

                                                  



Los hombres de hoy no nos damos cuenta que nuestra vida es la historia de las acciones que Dios realiza en nosotros y a través de nosotros.  Nosotros nos creemos los principales protagonistas de nuestra vida ... y no vemos la acción de Dios en nosotros ...  ¡No vemos que Dios es el principal protagonista de la vida de cada uno de nosotros!

Para no quedar desconcertados con la respuesta que el Señor dio a Marta, para no quedar desconcertados porque el Señor nos dice lo mismo: que nos preocupamos por muchas cosas que realmente no son necesarias y nos perdemos de la mejor parte, necesitamos darnos cuenta de que no somos nosotros quienes llevamos las riendas de nuestra vida:   es Dios quien las lleva.

Pero el problema es que andamos como Marta, sólo ocupados en la actividad, y se nos hace imposible llevar una relación íntima con el Señor, se nos hace imposible estar atentos a su Voz en la oración.  Si andamos ocupados y preocupados sólo en la actividad, no tenemos tiempo para la oración.

“La mejor parte” a la que se refiere Jesús es justamente esa “aparente” inactividad de María.  “La mejor parte, la única necesaria” es justamente la “aparente” inactividad de la oración.

En la oración, en la oración verdadera -esa oración en la que se busca al Señor para servirle en lo que El desea, esa oración que es asidua, que es diaria...  en esa oración, Dios nos muestra su Voluntad.  Y en esa oración podemos saber qué desea El de nosotros.

                                              



Además, en la oración, Dios nos da la fortaleza para cumplir su Voluntad, nos da también la entrega para aceptarla ... y, además, nos da la paciencia para saber esperar el momento de su Voluntad.

Es así, como la oración nos lleva a la verdadera acción: es decir, la acción que desea el Señor de nosotros; no la que nosotros nos buscamos o nos inventamos, que casi nunca coincide con la que Dios quiere de nosotros.

Se da, entonces, el balance entre María y Marta; es decir, el balance entre la oración y la acción.  Se da, entonces, la acción como fruto de la oración.  Y se da, sobre todo, esa entrega absoluta a la Voluntad de Dios que vemos en Abraham y esa fe inconmovible -a toda prueba- que tenía nuestro padre en la fe.

De no ser así, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la actividad apostólica podemos equivocarnos, confundiendo nuestros propios caminos con los Caminos del Señor, pensando que ya sabemos cuál es el Camino, sin antes haber pasado, como María, la hermana de Marta, muchas horas “a los pies del Señor”, para que El nos indique qué desea de nosotros, cuál es Su Camino, cuál es Su Voluntad.

                                



Si para nuestra actividad diaria y nuestra actividad apostólica requerimos de la oración verdadera, ¿qué decir de la importancia de la oración para poder seguir el ejemplo de San Pablo sobre el sufrimiento?

La Segunda Lectura (Col. 1, 224-28) nos trae la famosa frase del Apóstol: “Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su Cuerpo que es la Iglesia”.

¿Cómo poder tener esa actitud de aceptación del sufrimiento por el bien de los demás y de la Iglesia si no recibimos esa gracia de oblación, de inmolación precisamente en la oración, estándonos muchos ratos a los pies del Señor,para que El mismo nos enseñe a imitarle?

Recordemos al Papa Juan Pablo II.  El, que fue un ejemplo de ese deseado balance entre silencio y actividad, nos dijo: 
“El hombre de hoy necesita recuperar momentos de silencio que permitan que Dios pueda hacer oír Su Voz y a la persona comprender y aceptar lo que Dios desee comunicarle” (JP II, 30-4-96).


                                                     



Con el Salmo 14 nos hemos preguntado ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?  El Salmista nos da varias características del hombre que es grato a Dios.  Nadie más grato que quien busca la Voluntad de Dios en la oración verdadera, sincera, entregada y atenta a lo que Dios nos pide.  Así, podremos ser justos, como la descripción del salmista.  Pero, además, toda nuestra actividad será lo que Dios quiere y espera de nosotros, pues viviremos de acuerdo a sus deseos en todo.





















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.net

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