Hoy vemos a un Jesús tan divino como humano: está cansado
del viaje y se deja acoger por esta familia que tanto ama, en Betania.
Aprovechará la ocasión para hacernos saber qué es “lo más importante”.
En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.
A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.
Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.
Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de san Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):
EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
Palabra del Señor
COMENTARIO.
En la Primera Lectura del día de hoy vemos a Abraham siendo
visitado por el Señor. Nos dice así la Escritura: “En aquellos días el
Señor se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, mientras él estaba
sentado a la puerta de la tienda ...” Y Abraham de inmediato
comienza a atender al Señor.
Algo similar vemos en el Evangelio: el Señor va a
visitar a sus amigos, Lázaro, Marta y María, quienes eran hermanos. Y
Marta se afana por atender a Jesús, al punto que reclama al Señor que María no
la ayuda. Y el Señor le da a una respuesta un tanto desconcertante ...
como a veces son las respuestas del Señor.
Si bien estas Lecturas nos muestran el servicio a Dios en
forma de atenciones domésticas, ante la visita de alguien tan importante como
el Señor, debemos tener en cuenta que servir a Dios es sobre todo hacer su
Voluntad, es complacerlo en todo. Servir a Dios es estar a sus
órdenes: dejar que El sea quien nos dirija. Servir al Señor es
buscar complacerlo en todo.
Para poder ver esto, observemos, entonces, la actuación de
estos personajes que nos presentan las Lecturas de hoy.
Abraham es nuestro padre en la fe. Su
característica principal fue una fe indubitable ... una fe inconmovible ... una
fe a toda prueba ... y una confianza absoluta en la Voluntad de Dios. Por
eso se le conoce como el padre de todos los creyentes.
A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara
todo: Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu
padre. Y sale sin saber a dónde va. Ante la orden del Señor,
Abraham cumple ciegamente. Va a una tierra que no sabe dónde queda y no
sabe siquiera cómo se llama.
Deja todo, renuncia a todo: patria,
casa, estabilidad, etc. Da un salto en el vacío en obediencia a
Dios. Confía absolutamente en Dios.
Abraham sabe que su vida la
rige Dios, y no él mismo. Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le
promete que será padre de un gran pueblo.
Y Abraham cree, a pesar de que todas las circunstancias
parecen contrarias a esta promesa. Por un lado, su esposa Sara es estéril
y él ya cuenta con la edad de 75 años para el momento de la promesa.
Pero
Abraham cree por encima de las circunstancias humanas.
Pasa el tiempo ... pasa ¡bastante tiempo!, desde que Dios le hizo su promesa a
Abraham ... pasan ¡24 años! ... Ya Abraham tiene 99 años ... y Sara sigue
estéril.
En esas condiciones y en ese momento tiene lugar la visita
del Señor a la tienda de Abraham que hemos visto en el Primera Lectura.
Recordemos que al final de la visita le dice: “Cuando vuelva a verte, dentro
del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.
Y así fue: al año siguiente, a un hombre de 100 años y
a una mujer estéril de 90, les nace un hijo (Isaac), el hijo por el cual la
descendencia de Abraham será tan numerosa como las estrellas del cielo, el hijo
por el cual será Abraham padre de un gran pueblo, padre de todos los creyentes.
Han sido 24 años de larga espera. Y cuando lo que era
difícil parecía ya imposible, Dios cumple su promesa. La lógica de Dios
es distinta a la lógica humana. Los planes de Dios son diferentes a los
planes de los hombres. Los planes de Dios no se realizan como el
hombre quiere, sino como Dios quiere. Los planes de Dios no se
realizan tampoco cuando el hombre quiere o cree, sino cuando Dios
quiere.
A veces nos es más fácil hacer lo que Dios quiere, que hacer
las cosas cuando Dios quiere. A veces nos es más fácil cumplir
la Voluntad de Dios, que tener la paciencia para esperar el momento en que Dios
quiere hacer su Voluntad.
Comienza a crecer el hijo de la promesa. Cuando ya
todo parece estar estabilizado, Dios interviene nuevamente para hacer una
exigencia “ilógica” a Abraham: le pide que tome a Isaac y que se lo
ofrezca en sacrificio. Este tal vez sea uno de los episodios más
conmovedores de la Biblia. Dios vuelve a exigirle todo. Ahora
le pide la entrega de lo que Dios mismo le había dado como cumplimiento de su
promesa: Isaac debe ser sacrificado. Abraham obedece
ciegamente, sin siquiera preguntar por qué. Sube el monte del sacrificio
para cumplir el más duro de los requerimientos del Señor.
Y en el momento
que se dispone a sacrificar a su hijo, Dios lo hace detener.
Abraham creyó y esperó: creyó contra toda apariencia,
esperó contra toda esperanza ... y también esperó el momento del Señor.
Veamos ahora a Marta y María en el Evangelio de
hoy. Marta se encontraba muy atareada con los quehaceres
domésticos. Y su hermana María se encontraba a los pies del Señor
escuchando su Palabra.
Marta le reclama a Jesús la aparente inactividad
de su hermana y su injusticia al no ayudarla. Y decíamos que la respuesta
del Señor era desconcertante: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por
muchas cosas. En realidad, una sola cosa es necesaria y María escogió la
mejor parte”.
Fíjense lo que le dice el Señor a Marta: el estarse en
la oración a la escucha de la Palabra del Señor (es decir: el
estarse a los pies del Señor), no sólo es la mejor parte, sino
que es lo único necesario.
Si Marta representa el prototipo de la actividad y María el
de la oración ... podríamos preguntarnos: ¿qué significa esta respuesta del
Señor? ... ¿Cómo puede ser ésta la respuesta del Señor? ... ¿Dónde queda mi
deseo de hacer, mi deseo de ayudar, mi deseo de actuar? ... ¡Dónde
queda mi responsabilidad!
La dificultad en no comprender la respuesta del Señor está
en que los hombres de hoy nos consideramos los protagonistas principales de
nuestra vida. Olvidamos que Dios todo lo dispone. En eso no nos
parecemos en nada a Abraham, que sabía que era Dios quien regía su vida.
Recordemos cómo esperaba contra toda apariencia.
Los hombres de hoy no nos damos cuenta que nuestra vida
es la historia de las acciones que Dios realiza en nosotros y a través de
nosotros. Nosotros nos creemos los principales protagonistas de nuestra
vida ... y no vemos la acción de Dios en nosotros ... ¡No vemos que Dios
es el principal protagonista de la vida de cada uno de nosotros!
Para no quedar desconcertados con la respuesta que el Señor
dio a Marta, para no quedar desconcertados porque el Señor nos dice lo mismo: que
nos preocupamos por muchas cosas que realmente no son necesarias y nos perdemos
de la mejor parte, necesitamos darnos cuenta de que no somos nosotros quienes
llevamos las riendas de nuestra vida: es Dios quien las lleva.
Pero el problema es que andamos como Marta, sólo ocupados en
la actividad, y se nos hace imposible llevar una relación íntima con el Señor,
se nos hace imposible estar atentos a su Voz en la oración. Si andamos
ocupados y preocupados sólo en la actividad, no tenemos tiempo para la oración.
“La mejor parte” a la que se refiere Jesús es
justamente esa “aparente” inactividad de María. “La mejor parte, la
única necesaria” es justamente la “aparente” inactividad de la oración.
En la oración, en la oración verdadera -esa oración en la
que se busca al Señor para servirle en lo que El desea, esa oración que es
asidua, que es diaria... en esa oración, Dios nos muestra su
Voluntad. Y en esa oración podemos saber qué desea El de nosotros.
Además, en la oración, Dios nos da la fortaleza para cumplir
su Voluntad, nos da también la entrega para aceptarla ... y, además, nos da la
paciencia para saber esperar el momento de su Voluntad.
Es así, como la oración nos lleva a la verdadera acción: es
decir, la acción que desea el Señor de nosotros; no la que nosotros nos
buscamos o nos inventamos, que casi nunca coincide con la que Dios quiere de
nosotros.
Se da, entonces, el balance entre María y Marta; es decir,
el balance entre la oración y la acción. Se da, entonces, la acción como
fruto de la oración. Y se da, sobre todo, esa entrega absoluta a la
Voluntad de Dios que vemos en Abraham y esa fe inconmovible -a toda prueba- que
tenía nuestro padre en la fe.
De no ser así, no sólo en nuestra vida personal, sino
también en la actividad apostólica podemos equivocarnos, confundiendo nuestros
propios caminos con los Caminos del Señor, pensando que ya sabemos cuál es el
Camino, sin antes haber pasado, como María, la hermana de Marta, muchas horas “a
los pies del Señor”, para que El nos indique qué desea de nosotros, cuál
es Su Camino, cuál es Su Voluntad.
Si para nuestra actividad diaria y nuestra actividad
apostólica requerimos de la oración verdadera, ¿qué decir de la importancia de
la oración para poder seguir el ejemplo de San Pablo sobre el sufrimiento?
La Segunda Lectura (Col. 1, 224-28) nos trae la
famosa frase del Apóstol: “Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así
completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su Cuerpo que
es la Iglesia”.
¿Cómo poder tener esa actitud de aceptación del sufrimiento
por el bien de los demás y de la Iglesia si no recibimos esa gracia de
oblación, de inmolación precisamente en la oración, estándonos muchos
ratos a los pies del Señor,para que El mismo nos enseñe a imitarle?
Recordemos al Papa Juan Pablo II. El, que fue un
ejemplo de ese deseado balance entre silencio y actividad, nos
dijo:
“El hombre de hoy necesita recuperar momentos de silencio que permitan que Dios pueda hacer oír Su Voz y a la persona comprender y aceptar lo que Dios desee comunicarle” (JP II, 30-4-96).
“El hombre de hoy necesita recuperar momentos de silencio que permitan que Dios pueda hacer oír Su Voz y a la persona comprender y aceptar lo que Dios desee comunicarle” (JP II, 30-4-96).
Con el Salmo 14 nos hemos preguntado ¿Quién
será grato a tus ojos, Señor? El Salmista nos da varias características
del hombre que es grato a Dios. Nadie más grato que quien busca la
Voluntad de Dios en la oración verdadera, sincera, entregada y atenta a lo que
Dios nos pide. Así, podremos ser justos, como la descripción del
salmista. Pero, además, toda nuestra actividad será lo que Dios quiere y
espera de nosotros, pues viviremos de acuerdo a sus deseos en todo.
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