Hoy, nos fijamos en algunos que, entre la multitud, han
procurado acercarse a Jesucristo, que está hablando mientras contempla los
campos rebosantes de espigas: «La mies es mucha, pero los obreros pocos: rogad,
pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). De repente,
fija su mirada en ellos y va señalando a unos cuantos, uno a uno: tú, y tú, y
tú. Hasta setenta y dos...
Asombrados, le oyen decir que vayan, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde Él irá. Quizá alguno habrá respondido: —Pero, Señor, ¡si yo sólo he venido para oírte, porque es tan bello lo que dices!
El Señor les pone en guardia contra los peligros que les acecharán. «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos». Y utilizando imágenes de costumbre en las parábolas, añade: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10,3-4). Interpretando el lenguaje expresivo de Jesús: —Dejad de lado medios humanos. Yo os envío y esto basta. Aún sintiéndoos lejos, seguís cerca, yo os acompaño.
A diferencia de los Doce, llamados por el Señor para que permanezcan junto a Él, los setenta y dos regresarán luego a sus familias y a su trabajo. Y vivirán allí lo que habían descubierto junto a Jesús: dar testimonio, cada uno en su sitio, simplemente ayudando a quienes nos rodean a que se acerquen a Jesucristo.
La aventura acaba bien: «Los setenta y dos volvieron muy contentos» (Lc 10,17). Sentados en torno a Jesucristo, le debieron contar las experiencias de aquel par de días en que descubrieron la belleza de ser testigos.
Al considerar hoy aquel lejano episodio, vemos que no es puro recuerdo histórico. Nos damos por aludidos: podemos sentirnos junto al Cristo presente en la Iglesia y adorarle en la Eucaristía. Y el Papa Francisco nos anima a «llevar a Jesucristo al hombre, y conducirlo al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre».
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (10,1-12.17-20):
EN aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las lecturas del día de hoy nos hablan de la virtud de
la confianza en Dios y de nuestro deber de evangelizar.
En la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 66,
10-14) se nos habla de la confianza en Dios y se nos da una imagen muy
dulce, pero a la vez muy concreta y expresiva de cómo debe ser esa
confianza. Así se nos describe esa imagen:
“Como un hijo a quien su madre consuela, así os consolaré
Yo. Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus
rodillas”.
Así debe ser nuestra confianza en Dios: como un niño en
los brazos de su madre, que sabe que todo lo tiene, pues la madre sabe todo lo
que necesita su niño.
Esta Lectura basa la confianza en Dios en su Poder, al
concluir así: “Y los siervos del Señor conocerán su Poder”.
En el Salmo de hoy oramos alabando el poder de Dios y la
confianza que hemos de tener en El, cuando hemos dicho: “Admiremos las obras
del Señor, los prodigios que ha hecho por los hombres”. Y también
cuando hemos repetido: “Las obras del Señor son admirables”. Este
Salmo recuerda dos portentos que Dios hizo para el pueblo de Israel,
mostrándoles su poder sobre la naturaleza: el paso del Mar Rojo (cf.
Ex. 14) y el paso del Jordán (cf. Jos. 3).
En la Segunda Lectura (Gal. 6, 14-18), San Pablo
nos hace saber que ya el mundo no tiene ningún valor para él, que el mundo y lo
que éste significa están muertos para él. “El mundo está crucificado
para mí y yo para el mundo”.
Y nos trae esta Lectura la famosa frase del Apóstol: “No
permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor
Jesucristo”. Aceptación de la cruz, del sufrimiento, y morir a
lo que el mundo nos vende (cosas que nos parecen tan importantes y tan necesarias).
El seguidor de Cristo tiene que vivir como lo indica San Pablo. No puede
vivir de otra manera.
En el Evangelio (Lc. 10, 1-20) hemos escuchado el
relato del envío de los 72 discípulos. Y pareciera que este texto
evangélico no tuviera mucha relación con las Lecturas anteriores. Sin
embargo, la forma en que Jesús envía a los 72, requiere de sus discípulos una
confianza absoluta en el poder de Dios.
Como “corderos en medio de lobos”,mandó Jesús a los
primeros discípulos, 72 en total y en parejas de dos en dos, advirtiéndoles que
la cosecha era grande y los trabajadores pocos. Los mandó por delante de
El “a los pueblos y lugares a dónde pensaba ir”.
La frase de los corderos y los lobos ciertamente
asusta. Sin embargo, todos fueron, todos respondieron.
Hoy el Señor nos repite este mandato a todos nosotros que
hemos de evangelizar también.
Al decirle a sus discípulos que los envía “como
corderos en medio de lobos”, parece anunciarles peligros serios.
Podemos pensar qué puede suceder cuando algunos pobres corderitos se encuentran
ante una manada de lobos feroces. La imagen es fuerte. Pero sucede
que los corderos, sus 72 discípulos, deben confiar no en su propia fuerza, sino
en el poder de Dios.
Esto es tan así, que además da a sus discípulos instrucciones
muy precisas de que no lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias. O sea,
los envía también aparentemente desprovistos de todo lo necesario desde el
punto de vista humano.
Hoy hay lobos feroces también. Así y todo, hay que
evangelizar.
Y ¿qué es evangelizar en esta cultura de hoy? Es
rescatar a esas ovejas que están perdidas en tantos errores convertidos en
“verdades”, pero que siguen siendo errores y falsedades.
¿Ejemplos? La extendida creencia en ese mito mentiroso
y peligroso que es la re-encarnación. La creencia de que Dios es una
especie de spray que está por todos lados y que no se sabe qué es, y menos aún
Quién es. Y mucha gente cree en ese dios difuso que supuestamente es
“energía”. Y así podríamos seguir nombrando supersticiones, engaños, patrañas,
que nos alejan de la verdad y del verdadero Dios.
Estos son errores contra la fe. Y contra la moral ¿en
qué situación estamos? Nos basta ver los resultados: hogares rotos
con su estela interminable de problemas, violencia y crímenes por todos lados,
corrupción rampante, violación de los derechos más básicos, lo que es bueno
ahora es malo y lo malo ahora es bueno…
Y lo que antes era cierto, ahora es lo que uno quiera que
sea. ¡Tremenda confusión! Si quiero ser mujer, aunque sea en
realidad hombre, pues puedo ser lo que se me ocurra o lo que me provoque.
La “dictadura del relativismo”. Y no sólo en cuanto al género y en cuanto
al concepto de familia, sino en lo que sea.
En todo ese mundo de mentiras y anti-valores están las 99
ovejas enredadas en zarzas y en peligro de que las agarren los lobos, y ya no
tengan remedio.
¿Y qué le sucedió a los discípulos? Estaban
¡impresionados! de lo que había sucedido. Llegaron diciéndole a Jesús: “Señor,
¡hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”. Es decir, el lobo
y los lobos, se sometieron a los corderos.
¿Cómo hacer? Convertirnos en instrumentos de
Dios. Confiar que Dios puede realizar prodigios a través de “corderos”, a
pesar de los “lobos”.
¡Pero es que yo no sé Teología! Cierto que no podemos
quedarnos con lo que aprendimos para la Primera Comunión. Pero no hay que
ser teólogos para evangelizar. Debemos, sí, prepararnos un poquito cada
día, leyendo la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, libros,
revistas y sitios web de formación católica, etc., pues hay que estar
preparados para defender la Verdad que es Cristo.
Pero lo más importante es llevar al Señor en nosotros
y que así el Señor llegue a los demás. De allí que –primero que nada-
debemos llenarnos de El. ¿Y cómo nos llenamos de El? En
la oración, en la oración frecuente y constante. En los Sacramentos, en
la recepción de los Sacramentos también frecuente y constante. La oración
y los Sacramentos nos van haciendo instrumentos dóciles en las manos del Señor,
para que El pueda actuar a través de nosotros.
Es que el apóstol siempre tiene la tentación de creer que el
trabajo de evangelizar, el trabajo de convertir almas, el trabajo de llevar la
Palabra de Dios a los demás, es obra de él mismo o es logro de él mismo, olvidándose
de que es sólo instrumento de Dios, pues es Dios mismo quien actúa en él y a
través de él, para hacer su labor en medio del mundo.
Ser instrumento de Dios es ser como una trompeta por la cual
pasa el aire. Quien sopla el aire y quien hace la melodía es Dios; no
nosotros mismos. ¡Nosotros somos solamente trompetas! Nosotros
somos instrumentos.
Los que deseamos responder al llamado a evangelizar, debemos
tener esto siempre en cuenta: Evangelizar no es proyectarnos nosotros
mismos. No es soplar la trompeta nosotros. Es dejar que sea Dios
quien lo haga. Evangelizar no es ni siquiera llevar nosotros al
Señor: es sobre todo llevar al Señor en nosotros.
El Señor les aclara: Es cierto que les di poder “para
vencer toda la fuerza del enemigo y nada les podrá hacer daño. Pero no se
alegren de que los demonios se les someten. Alégrense, más bien, de que
sus nombres están escritos en el Cielo”.
Es decir, lo importante no es el triunfo en la
evangelización –aunque pueda haber éxitos visibles y comprobables, los cuales
–recordemos siempre- no son nuestros, sino de Dios. Lo verdaderamente
importante es nuestra salvación, que también es obra de Dios y El la realiza si
nosotros aprovechamos todas las gracias que nos da para ello a lo largo de
nuestra vida.
Así como a los 72, Jesús nos envía hoy a nosotros, a todos
los que queramos seguirle. Ese envío está incluido en esas gracias de
salvación que nos da constantemente. Nos envía, y nos equipa. Y nos
instruye. Y nos dice qué hacer y qué decir. Y debemos alegrarnos,
no porque los demonios puedan sometérsenos, sino porque nuestros nombres están
escritos en el Cielo.
Y ¿qué significa que nuestros nombres están escritos en el
Cielo? Significa que Dios quiere que todos los seres humanos nos
salvemos, llegando al conocimiento de la Verdad (cf. 1 Tim.2, 4). Significa
que nuestro camino de santidad está trazado.
Pero recordando siempre: No hay Evangelización, si no
hay vida de Dios en nosotros. La Evangelización –aunque nos
preparemos para ésta con los conocimientos adecuados- se basa en tener
confianza en Dios, y no en confiar en nosotros mismos.
¡Cómo vamos a confiar en nosotros mismos si nos dice el
Señor que vamos “como corderos en medio de lobos”!
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