Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser
testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente,
contradictorias: como la sal y como la luz.
La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.
La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Santa Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).
Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.
La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.
La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Santa Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).
Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.
A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según en qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.
Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor
COMENTARIO
Cuando no somos sal ni luz, no somos cristianos
útiles. ¿Y cuál es la sal y la luz que faltan para dar sabor al mundo?
Con sólo mirar a nuestro alrededor podemos darnos cuenta
cómo está el mundo.
El mundo está intoxicado de materialismo y está insípido de
espiritualidad. Está intoxicado de valores equivocados y está insípido de
valores eternos. Está intoxicado de conocimientos humanos y está insípido de
Sabiduría Divina. Por eso es que Jesús nos dice que debemos ser sal, para
dar al mundo que nos rodea ese sabor que Dios quiere que tenga.
El cristiano debe darle sabor a este mundo insípido con lo
que realmente es importante, que son las verdades y los valores eternos.
Por cierto, fijémonos que también nos alerta el Señor de no
volvernos insípidos nosotros mismos, pues se nos puede “echar
fuera”, como la sal que no sirve.
El problema consiste en que necesitamos esa sal. Y no
puedo ser sal, si la sal no me la da el mismo Señor. Pero … ¿de dónde la
sacamos? La sacamos de la oración, de estar contacto con Dios mismo que
así nos la dará.
¿Y qué oración será la mejor salina para sacar la mejor
sal? Toda oración es agradable a Dios, pero si queremos tener la mejor
sal debemos ADORAR al Señor.
ADORAR es orar de una manera muy especial. ¿Y cómo
adoramos? ADORAR es saber que Dios me ha creado. Y porque me ha
creado, soy de Él, dependo de Él. Y como dependo de Él, me rindo a Él
haciendo su voluntad.
En realidad toda oración debiera llevarnos a adorar, porque
no queremos que la sal se vuelva insípida y no sirva de mucho.
Pero si no sabemos adorar a Dios, sucederá que la sal se
volverá insípida y no será útil.
En el Aleluya hemos recordado que Jesucristo es “la Luz
del mundo” (Jn. 8, 12).
Porque cuando se es “sal”, también se es “luz”.
Jesucristo es “la Luz del mundo”. Y cuando adoramos Él
nos da esa luminosidad espiritual que nos viene de Él.
Al llenarnos de la sal de Jesús ADORANDO, podremos llevar lo
que el mundo necesita: Sabiduría Divina, espiritualidad y valores eternos.
Al llenarnos de la sal de Jesús en la ADORACIÓN, podremos
llevar la Sabiduría Divina al mundo intoxicado de conocimientos humanos; los
valores eternos al mundo intoxicado de falsos valores; la espiritualidad al
mundo intoxicado de materialismo. Eso es ser “sal”.
Al ADORAR también podremos practicar la Caridad, siendo
reflejos del Amor de Dios. Y es que si no adoramos, corremos el riesgo de
que nuestra solidaridad para con los demás sea un mero acto de filantropía
humana, y no lo que debe ser: un verdadero reflejo del Amor de Dios.
El Evangelio de hoy (Mt. 5, 13-16) es la
continuación del Sermón de la Montaña, que iniciamos el Domingo anterior con
las Bienaventuranzas. Enseguida de éstas, el Señor nos dice: “Ustedes
son la sal de la tierra ... Ustedes son la luz del mundo”.
Y, para ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” es
necesario vivir el espíritu de las Bienaventuranzas. O sea que, para
poder ser “sal” y “luz”, debemos:
- Ser pobres de espíritu (es decir, sabernos nada ante Dios
y actuar de acuerdo a esta realidad);
- Ser también mansos y humildes;
- Ser misericordiosos y puros;
- Saber, además, aceptar el sufrimiento dándole valor
redentor;
- Tener también deseo de santidad, andar seguros y serenos
en medio de las críticas y las persecuciones.
Y, adicionalmente, estar llenos de la Paz de Cristo para
poder llevarla a los demás. Esto es, en resumen, el espíritu de las
Bienaventuranzas.
Sólo viviendo esa aparente contradicción que son las
Bienaventuranzas podremos cumplir con lo que nos pide el Evangelio de hoy: ser “sal
del mundo”.
Por eso la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 58,
7-10) nos habla de las obras de misericordia: dar de comer al
hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, etc.
Practicando la caridad así -no como un acto de filantropía humana, sino como
reflejo del Amor de Dios- también seremos luz. Nos dice Isaías que cuando
se es misericordioso y caritativo, “surge tu luz como la aurora ... brilla
tu luz en las tinieblas y tu oscuridad es como el mediodía”.
El Salmo 111 recuerda cómo el cristiano es
luz. “El justo brilla como una luz en las tinieblas”. Ser
justo se refiere aquí a vivir ajustados a la Voluntad de Dios. Continúa
el Salmista diciendo que el justo no vacila, está firme siempre y no teme las
malas noticias, pues vive confiado en el Señor.
Y San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 2, 1-5) nos
muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la
tierra” y “luz del mundo”.
¿Qué hizo San Pablo? El se limitó a ser portador de
Cristo, no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y
habló de Cristo.
San Pablo (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe
ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del
mundo”.
San Pablo nos recuerda que para ser sal y luz no hay que
andar anunciando conocimientos humanos, sino que lo que hay que hacer es ser
portador de Cristo. (1 Cor. 2, 1-5)
Esa sabiduría llena de conocimientos humanos es vacía,
porque está llena de mucho orgullo y vanidad.
San Pablo nos dice que él se limitó a ser portador de
Cristo, que no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a
Cristo y habló de Cristo.
Sólo así, haciendo lo que Jesús nos pide, lo que San Pablo
hizo, podrá el cristiano ser “sal”, dando sabor de Dios al mundo vacío de El, y
ser “luz”, iluminando al mundo con Sabiduría Divina.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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