domingo, 18 de septiembre de 2022

«No podéis servir a Dios y al dinero» (Evangelio Dominical)

 


Hoy el Evangelio nos presenta la figura del administrador infiel: un hombre que se aprovechaba del oficio para robar a su amo. Era un simple administrador, y actuaba como el amo. Conviene que tengamos presente:

1) Los bienes materiales son realidades buenas, porque han salido de las manos de Dios. Por tanto, los hemos de amar.

2) Pero no los podemos “adorar” como si fuesen Dios y el fin de nuestra existencia; hemos de estar desprendidos de ellos. Las riquezas son para servir a Dios y a nuestros hermanos los hombres; no han de servir para destronar a Dios de nuestro corazón y de nuestras obras: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

3) No somos los amos de los bienes materiales, sino simples administradores; por tanto, no solamente los hemos de conservar, sino también hacerlos producir al máximo, dentro de nuestras posibilidades. La parábola de los talentos lo enseña claramente (cf. Mt 25,14-30).






4) No podemos caer en la avaricia; hemos de practicar la liberalidad, que es una virtud cristiana que hemos de vivir todos, los ricos y los pobres, cada uno según sus circunstancias. ¡Hemos de dar a los otros!

¿Y si ya tengo suficientes bienes para cubrir mis gastos? Sí; también te has de esforzar por multiplicarlos y poder dar más (parroquia, diócesis, Cáritas, apostolado). Recuerda las palabras de san Ambrosio: «No es una parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das ya le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, y no solamente para los ricos».

¿Eres un egoísta que sólo piensa en acumular bienes materiales para ti, como el administrador del Evangelio, mintiendo, robando, practicando la cicatería y la dureza de corazón, que te impiden conmoverte ante las necesidades de los otros? ¿No piensas frecuentemente en las palabras de san Pablo: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7)? ¡Sé generoso!



 

 

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 16, 1-13

 



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.

El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.

Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.

Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.

Él le dijo:
“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.

Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.

Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.

Le dijo:
“Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.

Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.

El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.

Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?

Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Palabra de Dios.

 

 

 

COMENTARIO.

 

 


 

Las Lecturas del día de hoy nos llevan a reflexionar sobre el recto uso del dinero y de los bienes materiales.  El Evangelio tiene frases muy importantes y bastante conocidas: “No se puede servir a Dios y al dinero”... “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”, que en otra traducción es así:  “Los que pertenecen al mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.

 

La Primera Lectura del Profeta Amós (Am. 6, 4-7) puede servir para describir la situación de corrupción en que se encuentra el mundo.  El Profeta acusa y reprocha fuertemente a los que cometen fraude, a los vendedores sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres y que suben los precios aprovechando la necesidad ajena.  Y amenaza el Profeta a los que así se comportan con el castigo de Dios, diciendo que el Señor no olvidará jamás ninguna de estas acciones.  Es decir:  las malas acciones, los actos que van contra la Ley de Dios -y que además hacen daño al prójimo- tienen el castigo de Dios ... o pueden tener el perdón de Dios, si el pecador se arrepiente y no peca más.

 

El Evangelio relata la parábola del administrador infiel.  En este caso pudo haber estafa o fraude, no en daño a los pobres, sino a un rico propietario, que tiene que despedir a su administrador porque le había malgastado los bienes que debía administrar.

 

De hecho, resulta que el administrador, al verse sin ingresos, utiliza otra maniobra fraudulenta más, con el fin de asegurarse unos amigos que lo ayuden después.  La maniobra consistía en reducir arbitrariamente las deudas de los clientes de su amo.  O tal vez el administrador infiel redujo a la deuda la porción que le tocaba como administrador.

 

La parábola y las palabras de Jesús pueden sonar un poco confusas si no las revisamos bien.  Fíjense que el Señor no aprueba expresamente la conducta del administrador, a quien califica de “infiel”.  Simplemente destaca su “sagacidad”.  Y la frase esa muy conocida de Jesús -”Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”- suena más bien a una queja del Señor.

 



Y la queja consiste en esto: Jesús observa que los que viven de acuerdo al mundo, los que viven en oscuridad; es decir, los que viven lejos de Dios son, en los negocios terrenos -que es lo único que les importa- más sagaces, más astutos y diligentes, que lo que son los hijos de la luz, para el negocio más importante, es decir, la Vida Eterna, su salvación.

 

Es decir: los que seguimos a Dios y queremos estar cerca de Él, no somos tan sagaces para cuidar lo que el Señor llama en este Evangelio “los verdaderos bienes”.

 

Y ¿cuáles son los “verdaderos bienes”?.  Son los bienes espirituales, aquéllos que son los únicos necesarios para llegar a nuestra meta, que es el Cielo.

 

Realmente los que queremos seguir a Dios y cumplir con sus mandatos, a veces somos flojos, poco inteligentes, y nada astutos, para asegurarnos los bienes que nunca se acaban, los bienes espirituales, la Vida Eterna.

 

En realidad, este reproche del Señor nos llama a la vigilancia y al esfuerzo en lo espiritual... Porque nos llegará el momento a todos y cada uno de nosotros ... ese momento al que ninguno puede escapar.  Es el momento en que el Señor -igual que al administrador de la parábola- nos pedirá cuentas del único negocio realmente importante.

 

 Seamos sagaces, seamos astutos, en el único negocio que realmente vale la pena: el negocio de nuestra salvación, el negocio de asegurarnos la ganancia eterna del Cielo.

 

Y ¿qué significa ser astuto en la vida espiritual?  Significa que debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para asegurarnos la Vida Eterna.  Tenemos a disposición los Sacramentos.  Aprovechemos muy especialmente la Confesión y la Sagrada Eucaristía.

 

Y la mejor muestra de sagacidad espiritual consiste en buscar y en hacer sólo la Voluntad de Dios en nuestra vida.  Y esto se hace, no solamente huyendo del pecado y confesándolo cuando sea necesario, sino buscando siempre la Voluntad de Dios para nuestra vida... no nuestra propia Voluntad: los Planes de Dios para nuestra vida... no nuestros propios planes.

 

El Evangelio trae al final la frase de Jesús: “No se puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro... o se apegará a uno y despreciará al otro”.  Se está refiriendo el Señor específicamente al dinero, pues termina así la frase: “En resumen, no puedes servir a Dios y al dinero”.

 





El dinero ha de ser utilizado de tal forma que no sea obstáculo para llegar a la Vida Eterna.  Porque el dinero puede ser un obstáculo para la salvación.  Pero el dinero bien usado -usado sagazmente- puede servirnos para la salvación, puede ser una inversión en el único negocio importante.  Esa inversión la hacemos cuando no estamos apegados al dinero y con generosidad lo compartimos, dedicando parte del mismo a las necesidades de los demás, a la limosna, a contribuciones a obras de caridad organizadas, a las necesidades de la Iglesia, etc.

 

No significa esto que el Cielo puede comprarse, o que actuando así tenemos asegurada la Vida Eterna.  Tampoco significa que el actuar así nos exime de otras obligaciones morales y espirituales.  Simplemente significa que actuando así impedimos que el dinero nos desvíe del camino al Cielo.

 

Muchas veces en el Evangelio el Señor advierte sobre los peligros de las riquezas, porque los hombres tendemos a apegarnos al dinero y a lo que el dinero nos puede conseguir, tendemos a hacernos “esclavos” del dinero... Y el Señor nos advierte:  o te apegas de Dios o te apegas del dinero, pero no puedes estar apegado a los dos. O tenemos confianza en Dios, o tenemos confianza en el dinero.

 

Y no estamos hablando aquí ya de ganancias ilícitas y pecaminosas como las que describe el Profeta Amós... que también las hay... y ¡muchas!  Estamos suponiendo honestidad en el manejo de los bienes que poseemos.  Estamos hablando -entonces- del recto uso de las riquezas obtenidas lícitamente.

 

Realmente, si no somos desprendidos con el dinero y con los bienes materiales que con el dinero conseguimos, éstos se nos convertirán en una tentación que puede llegar a ser inmanejable.  Podríamos dejar de ser dueños y administradores del dinero para convertirnos en esclavos de éste.  Y el dinero se puede convertir en un tirano que nos quita la libertad de poder dedicarnos al negocio verdaderamente importante: nuestra salvación, nuestra entrega a la Voluntad de Dios.

 

En la Segunda Lectura (1 Tim. 2, 1-8) San Pablo nos habla de la voluntad salvífica de Dios para todos: “Dios quiere que todos se salven”.   Dios nos ha creado a todos para el Cielo.  No quiere que ninguno se condene.  Quiere tenernos a todos con Él.

 

Para ello ha dispuesto todos los medios necesarios, los cuales debemos aprovechar para hacer bien el único negocio verdaderamente importante: nuestra salvación eterna.  Depende de nosotros, entonces, el aprovechar o desaprovechar todas las gracias que Dios dispone para nuestra salvación eterna.

 

Y Dios, aunque tiene su morada en el Cielo, se baja para vernos, para ayudarnos.  Es lo que hemos orado en el Salmo (Sal 112).  A pesar de su grandeza y su gloria Dios está con nosotros.

 

Y, cuando llegó el momento, Jesús se dignó a bajarse de su condición de Dios para hacerse Hombre, para regalarnos la salvación, pagando nuestro rescate. 

 


Nos dice San Pablo en su Carta a Timoteo: “No hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, Hombre El también, que se entregó como rescate por todos”. 

 

Recordemos, entonces, los importantes consejos que nos traen las Lecturas de hoy: Recto uso de los bienes materiales... Sagacidad en la vida espiritual para ser fieles a Dios ... El verdadero negocio es la Vida Eterna:  nuestra salvación.

 

 

 

 

 

Fuentes:

Sagradas Escrituras.

Homilias.org

Evengeli.org


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