
Celebramos el día de Pentecostés, el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia. El Espíritu Santo se manifiesta como don para entenderse (1ª lectura), se manifiesta para el bien común (2ª lectura), como paz y como perdón (Evangelio). Con la venida del Espíritu Santo comienza la misión de la Iglesia; los apóstoles pasan del miedo a la valentía para dar testimonio de Jesús. El Espíritu es quien da esa fuerza para la misión.

Según San Juan, el Espíritu hace presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje, haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.

Ven Espíritu Santo y enséñanos a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen ni condenemos a quienes necesitan sobre todo acogida y comprensión. Que nunca quebremos la caña cascada ni apaguemos la mecha vacilante.
Ven Espíritu Santo e infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Que no nos perdamos en trivialidades mientras descuidamos la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor. Que ninguna doctrina, práctica o devoción nos aleje de su Evangelio.
Ven Espíritu Santo y aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida, no de tradiciones humanas ni palabras vacías, sino del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.
Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia, nada cambiará en su Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada nuevo y bueno nacerá entre sus seguidores. Si no nos dejamos arrastrar por su creatividad, su movimiento quedará bloqueado.
Ven Espíritu Santo y defiéndenos del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad.
El Señor os dará su Espíritu
1. Fuego, viento, agua

También seguimos el rastro del Espíritu por los frutos que de él nacen en el corazón del hombre. Sólo el Espíritu de Dios explica la fortaleza de los mártires de hoy en Argelia (¿Habéis visto la película “Dioses y Hombres”?), la paz de una viuda que perdona al terrorista, la esperanza de un cristiano en medio del sufrimiento. Hay acontecimientos, como el Concilio Vaticano II, a los que llamamos nuevo Pentecostés.
La vena de agua, que corre bajo la tierra, no se ve, pero crea vida y belleza; un día se agosta, y crece el desierto. Nos cuesta hablar del Espíritu, mas si nos faltara vendría la muerte sobre la Iglesia. Pero no; la Iglesia está viva, tiene “espíritu”. El mismo Jesús nos ha enseñado a llamarlo defensor, abogado, revelador.
2. Palabra

Los Hechos de los Apóstoles nos describen con detalle la escena. Está junta la comunidad de los apóstoles y, de repente, todo se estremece. Aparecen los símbolos: un viento recio, lenguas de fuego que se posaban sobre la cabeza, hablar en mil lenguas. El Espíritu tiene nombre de viento o aliento divino. Este fuego evoca el fuego del Sinaí, lugar de la alianza, que celebraban en la fiesta de Pentecostés. Es el fuego al que cantamos: “Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro”. Las mil lenguas eran un canto a la universalidad de la Iglesia. “Cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa”. Ninguna lengua, ninguna cultura tiene el monopolio de la fe en Dios. Medos y persas, forasteros y judíos: inmigrantes o del país, más tradicionales o más abiertos a la renovación. Todos.
Lo importante era cantar las maravillas de Dios. Y con tal fuego que los creían borrachos. Sí, ebrios de Espíritu hasta arriba
3. Vida

Y en el fondo de esta Iglesia mana siempre el agua del Espíritu. Todos bebemos de un mismo Espíritu. Aquí hay muchos miembros, muchos carismas, muchos dones. Por ejemplo, los carismas de comunión, de una fe contagiosa, de comunicar bien la fe, de ser instrumentos de paz. Hay que suscitarlos y gozarnos en ellos. Nunca estorbar que se manifiesten, nunca apagar el Espíritu. De esta manera, el Espíritu Santo dará frutos en nosotros; los que señala San Pablo: amor, alegría, paz, compasión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza. Alumbrar estos frutos es vivir según el Espíritu; lo demás sería un espiritualismo “poco espiritual”. Porque sólo este Espíritu es el que nos enseña a gritar el nombre de Dios: ¡Padre!
Todo tiene que acabar en la misión. Es el Espíritu el que nos impulsa a contar las maravillas de Dios. Hoy es el día del apostolado seglar, es la hora de los laicos. Más del noventa y ocho por ciento de la Iglesia lo componen los laicos. Dicen que es el gigante dormido que ha de despertar. Eso de la mayoría de edad del laicado no puede quedarse en palabras bonitas. Es necesario un nuevo Pentecostés, con laicos “ebrios” del Espíritu de Dios: “Con fuego en el corazón, palabra en los labios y profecía en la mirada” (PabloVI).
Si la cosa es así, sólo nos queda gritar bien fuerte. Ven, Espíritu Santo.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.

Estamos en el tiempo del Espíritu. El tiempo del Padre es la creación y toda la historia de Israel; el tiempo del Hijo es el tiempo de la encarnación y la redención; ahora es el tiempo de la santificación, el tiempo del Espíritu. Él es quien actúa en la Iglesia y en los cristianos para llevar adelante el mensaje del reino; por eso yo creo que el Espíritu tiene la misión de crear fraternidad entre las personas, de crear comunión.
Este aspecto lo resaltan las lecturas que escuchamos en este domingo:
La primera lectura, del libro de los hechos de los apóstoles, cuenta como el Espíritu, cuando vino sobre los apóstoles, se manifestó con el don de la "glosolalia"; es decir, que les dio posibilidad a los apóstoles de expresarse en distintos idiomas y de hacerse entender por todos. Este don hace referencia implícitamente al texto del Antiguo testamento de la torre de Babel: Los hombres quisieron construir una torre tan alta que llegara al cielo para hacerle la competencia a Dios; pero Dios confundió sus lenguas, de modo que no podían entenderse. El Espíritu Santo viene ahora, en nombre del Padre, a hacer posible el entendimiento entre las personas, a hacer realidad la fraternidad. El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.

El orgullo, la soberbia, crea división entre las personas; el Espíritu crea comunión, cercanía, diálogo, fraternidad. Para que el Espíritu actúe es necesaria una comunión entre las personas, la división dificulta el camino del Espíritu.
La segunda lectura de San Pablo nos dice que en cada uno de nosotros se manifiesta el Espíritu para el bien común; esa es la finalidad primera del Espíritu, el Bien Común; por eso dice que hay diversidad de dones, de servicios, de funciones, pero un mismo Espíritu. Dice San Pablo: "Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo".
Los cristianos formamos el Cuerpo de Cristo; en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común: todos somos necesarios para la comunión. Cuando entre nosotros no hay fraternidad, cuando entre nosotros hay división es señal de que no estamos dejando actuar al Espíritu, es señal de que estamos actuando por nuestra cuenta sin tener presente a Dios.

Pues Jesucristo se aparece deseando al paz: "paz a vosotros". La paz es la reconciliación entre las personas y la reconciliación de las personas con Dios. La paz no es simple tranquilidad por ausencia de conflicto; por eso para conseguir la paz quizá hay que hacer violencia a las formas ficticias de paz.
Además dice el evangelio: "perdonad los pecados"; puesto que para que se dé la verdadera comunión o la paz entre las personas, es necesario el perdón mutuo; es necesario el perdón de Dios para que se pueda dar el perdón entre las personas.
Este es el día de Pentecostés: celebrar la presencia del Espíritu Santo entre nosotros como el gran creador de la comunión entre las personas y Dios; celebrar la cooperación con el Espíritu de tantas personas, que dedican su vida a crear fraternidad en las familias, en los pueblos...

Que el espíritu se manifieste en cada uno de nosotros para el bien común
Iluminación Divina
Pedro Crespo Arias
José A.Pagola
Conrado Bueno
Ángel Corbalán
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