Hoy en esta solemnidad, se nos ofrece una palabra de salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor Jesús no solamente ha resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que, además, ¡ha sido llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al Padre, aquel camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de Navidad, ha quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que Cristo se haya dado totalmente al Padre en la Cruz.
¿Ofrecido? Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes de ser llevado al
cielo, ha enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a invitar a todos los
hombres a creer en Él, para poder llegar allá donde Él está. «Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado, se salvará» (Mc 16,15-16).
Esta salvación que se nos da consiste, finalmente, en vivir la vida misma de
Dios, como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo»
(Jn 17,3).
Pero aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el amor para poder ser
recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos visto, quiere que le
ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que recibimos escuchando la
palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y sentir. «Nosotros creemos
en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado aquellos que le han visto. (...)
Quien ha prometido es fiel y no engaña: no faltes en tu confianza, sino espera
en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de
amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la
caridad.
¡Ofrezcamos, pues, al Señor nuestra fe!
Conclusión
del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará;
el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán
estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán
serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño.
Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de
Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Palabra del Señor
COMENTARIO
La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es una fiesta importante y de gran significación. Sin embargo, pueda que nos cause cierta nostalgia, pero también alegría. De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo. De alegría, pues hacia esa misma gloria vamos, según nos ha prometido.
El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que
en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre. “He deseado
muchísimo celebrar esta Pascua con vosotros ... porque ya no la volveré a celebrar
hasta ...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn.
16, 6)
En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de
consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre ... pero si me
piden algo en mi nombre, Yo lo haré” (Jn. 14,12 y 14). Inclusive
trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En
verdad, les conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a
ustedes el Consolador. Pero si me voy, se los enviaré ... les enseñará
todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14,
26).
Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su
muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para Él por los
sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus
seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos con lo
que sucedió el Viernes Santo.
Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección. Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que Él les había anunciado. Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo.
Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre.
Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los
Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les
dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver
por ellos y les habló del Reino de Dios. Un día, les mandó: ‘No se alejen
de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la
que ya les he hablado ... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu
Santo.’” La promesa del Padre era el Espíritu Santo, que vendría
unos días después en Pentecostés.
Y luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su
partida. Algunos podrían haber pensado que tal vez no se iba a ir, pues
durante esos 40 días se les aparecía y se les desaparecía. Pero sí
se iba. Entonces los llevó a un sitio fuera, cerca de Jerusalén y, luego
de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a
la vista de todos los presentes.
¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!
Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la
vista de los presentes. El impacto fue tan grande que, aún después de
haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos
seguían mirando fijamente al Cielo. ¡Estaban en éxtasis! Fue,
entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”: “¿Qué
hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para
subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hch. 1,11).
Hay que tomar nota de estas palabras. Es de suma
importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda
Venida de Jesucristo. Nos dicen que volverá de igual manera a como
partió: en gloria y desde el Cielo. Jesucristo vendrá, entonces,
como Juez a establecer su reinado definitivo. Así lo reconocemos cada vez
que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos
y muertos, y su Reino no tendrá fin.
Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo. Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo. ¿Cómo lo vieron subir? Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes. Entonces … ¿cómo vendrá?
El anuncio de los Ángeles es clarísimo y corrobora anuncios previos hechos por Jesús mismo. Al responder a Caifás en el momento de su injustísimo juicio antes del su Pasión y Muerte dijo lo siguiente: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64).
Ya anteriormente lo había anunciado a sus
discípulos: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán
al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la
plenitud de la Gloria. Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la
trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un
extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31)
Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán
hacerse pasar por Cristo. Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará
creer que él es Cristo. Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo
vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron
irse.
Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se
dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y
prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de
seducción. He aquí la descripción que nos hace San Pablo:
“Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira. Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).
Entonces, ¿qué hacer? Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar. Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros: Cristo vendrá en gloria. El Anticristo no. Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida. De allí que Jesús nos advierta:
“Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de
los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán. Entonces les dirán:
está aquí, está allá. No vayan, no corran. En efecto, como el
relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así
sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)
Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras
ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún
cómo será de sorpresiva y deslumbrante su
Segunda Venida:
“Si en este tiempo alguien les dice: Aquí o allí está
el Mesías, no lo crean. Porque se presentarán falsos cristos y falsos
profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera
posible, aun a los elegidos de Dios. ¡Miren que se los he advertido de
antemano! Por tanto, si alguien les dice: En el desierto
está. No vayan. Si dicen: Está en un lugar retirado. No
lo crean. En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago
que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28).
Entonces, por encima de la nostalgia de su partida, por
encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, nadie se deje
engañar: el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio
sobre la Vida Eterna.
La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13): subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde Él está, al que hemos sido invitados todos, para estar con Él.
Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a Mí, para que donde Yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3).
El derecho al Cielo ya nos lo adquirió Jesucristo. Él
nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros: nos toca a nosotros
vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar. ¡No
dejemos nuestro lugar vacío!
Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y
discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado. La
Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de
su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los
Apóstoles.
Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia
y como su Representante. Pero también estaba dejando a su Madre como
Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de
su Cuerpo Místico. Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos
en espera del Espíritu Santo.
La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra,
haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de
Dios. Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la
Casa del Padre, a donde nos va guiando Cristo por medio del Espíritu Santo,
Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó.
Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues
debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla. Es el
llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio: “Vayan
y enseñen a todas las naciones, dice el Señor. Y sepan que Yo estaré con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20).
Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.
“Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo
… Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014)
Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que
insistentemente nos llama la Iglesia.
Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda
Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente:
“El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;
a otros ser profetas; a otros ser evangelizadores; a otros ser
pastores y maestros.
“Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su
tarea, construyan el Cuerpo de Cristo, “hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del
Hijo de Dios, “y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones
la plenitud de Cristo”.
La
Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo:
. nos despierta el
anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma
gloriosos, como Él, para disfrutar con Él y en Él de una felicidad completa,
perfecta y para siempre.
. nos advierte
cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el
Anticristo.
. nos invita a
llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es
el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a
este llamado. Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización,
atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.
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