Hoy -de labios de Jesús- escuchamos afirmaciones
estremecedoras: «He venido a encender fuego en el mundo» (Lc 12,49); «¿creéis
que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división» (Lc
12,51). Y es que la verdad divide frente a la mentira; la caridad ante el
egoísmo, la justicia frente a la injusticia…
En el mundo -y en nuestro interior- hay mezcla de bien y de mal; y hemos de
tomar partido, optar, siendo conscientes de que la fidelidad es
"incómoda". Parece más fácil contemporizar, pero a la vez es menos
evangélico.
Nos tienta hacer un "evangelio" y un "Jesús" a nuestra
medida, según nuestros gustos y pasiones. Hemos de convencernos de que la vida
cristiana no puede ser una pura rutina, un "ir tirando", sin un
constante afán de mejorar y de perfección. Benedicto XVI ha afirmado que
«Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, es
una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de
todos».
El modelo supremo es Jesús (hemos de "tener la mirada puesta en Él",
especialmente en las dificultades y persecuciones). Él aceptó voluntariamente
el suplicio de la Cruz para reparar nuestra libertad y recuperar nuestra
felicidad: «La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado
definitivamente en su carne crucificada» (Benedicto XVI). Si tenemos presente a
Jesús, no nos dejaremos abatir. Su sacrificio representa lo contrario de la
tibieza espiritual en la que frecuentemente nos instalamos nosotros.
La fidelidad exige valentía y lucha ascética. El pecado y el mal constantemente
nos tientan: por eso se impone la lucha, el esfuerzo valiente, la participación
en la Pasión de Cristo. El odio al pecado no es cosa pacífica. El reino del
cielo exige esfuerzo, lucha y violencia con nosotros mismos, y quienes hacen
este esfuerzo son quienes lo conquistan (cf. Mt 11,12).
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!
Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se
cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora
estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán
divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la
hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la
suegra».
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de hoy nos hablan de dos temas conflictivos,
por ser desagradables: la persecución y la división. Y por más que
queramos soslayarlos, no nos es posible.
Tampoco podemos soslayar un grave comentario de Jesús,
acerca de la división en la familia, que nos trae el Evangelio de hoy:
“No he venido a traer la paz,
sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia,
estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el
padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”
(Lc 12, 49-53).
¿Cómo puede ser esto? ¿No dijeron los Ángeles que
anunciaron el Nacimiento del Salvador: “Paz a los hombres” (Lc 2, 14)?
¿No nos habló varias veces Jesús de llevar la Paz, de ser pacíficos,
etc.? ¿No nos dijo: “Mi Paz les dejo; mi Paz les doy” (Jn 14, 27)?
Ciertamente. Así nos dijo. Pero, enseguida explicó: “La Paz que Yo
les doy no es como la que da el mundo” (Mt 14, 27).
La Paz de Jesús no es como la del mundo. La paz que
nos ofrece el mundo es una paz ficticia, incompleta, equívoca, engañosa...
Porque en el mundo las cosas no son como las de Dios. En el mundo la paz
puede ser un balance entre violencias opuestas. ¿Y eso es Paz? En
el mundo la paz puede ser la ley del más fuerte. ¿Y eso es Paz? En
el mundo la paz puede provenir del acuerdo en unas conversaciones. ¿Y eso
es Paz? En el mundo la paz puede ser una aparente serenidad. ¿Y eso
es Paz?
La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del
mundo. Muy distinta. Cristo vino a traer la salvación. Y la
salvación puede trastornar la paz según el mundo, porque hay unos que buscan a
Cristo y su causa -la salvación de la humanidad-, y hay otros que no. He
allí la división a la cual se refiere Jesús en este Evangelio: los que
están con Él y su causa, y los que no están con Él y con su causa.
Y esa división puede darse en una nación, entre amigos... o
en una familia. Es verdad que la Fe puede ser factor de unión, pero
cuando hay algunos que no la acogen puede ser también factor de división.
Muchas veces cuando alguno o algunos responden al llamado de Cristo de seguirlo
de verdad, sincera y profundamente como Cristo nos pide, pueden esos seguidores
convertirse en “signo de contradicción” para los demás... incluso para
los más cercanos.
“¡Estás muy fanático!” “¡Has perdido
objetividad!” “¡Ya no hablas sino de Dios!” Y termina por darse el
distanciamiento, la separación, la división.
Ahora bien, ¿quién es el que se está separando? ¿Quién
está causando la división? ¿El que sigue a Cristo o el que no?
El que se divide es aquél que no sigue a Cristo. De
allí que el seguidor de Cristo se siente apartado de los que no Lo están
siguiendo. Y pueden ser amigos, parientes o de la propia familia. Y
esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo que hay que
hacer, pues le están siguiendo a Él, Camino, Verdad y Vida.
Entonces ... ¿nos quedamos sin familia? ¿Nos quedamos
sin padres, ni hermanos, ni hijos? La respuesta es otra sorpresa del
Señor:
“‘¿Quiénes son mi madre y
mis hermanos? E indicando con la mano a sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi
madre y mis hermanos’. Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt 12, 48-49).
La “familia”, entonces, termina siendo quien hace la
Voluntad de Dios. Son todos los que siguen a Cristo en su entrega a la
Voluntad del Padre. Puede ser que en esa “familia” estén incluidos
algunos o todos los miembros de mi familia. Pueda ser que por un tiempo
no estén mis familiares y luego más tarde sí. Lo importante es saber
-porque así nos lo dice Cristo- que la familia de Dios, su “familia”, está
formada por aquéllos que hacen Su Voluntad. De otra forma, la división es
inevitable.
Toda división trae sufrimiento y ese sufrimiento purifica a
quien pretende seguir a Cristo y ve que los suyos no hacen lo mismo.
Sufre porque los suyos no están en el Camino que es Cristo. Sufre porque
no puede compartir con ellos la Verdad que es Cristo. Sufre porque los
suyos no viven la Vida que es Cristo.
De allí que el Señor en el comienzo del Evangelio de hoy nos
diga antes de hablarnos de esta dolorosa división: “Vine a traer fuego a la
tierra. Y cómo quisiera que estuviera ya ardiendo” (Lc 12, 49). Es
el fuego purificador de su Palabra. Es el fuego purificador de la acción
del Espíritu Santo en el mundo y en cada uno de nosotros. Es el fuego
purificador del sufrimiento, cualquiera que sea, pero muy especialmente del
causado por seguirlo a Él.
La Primera Lectura (Jer 38, 4-6. 8-10) nos habla
de la persecución del Profeta Jeremías. Lo perseguían porque consideraban
que desanimaba al pueblo.
La posición de Jeremías era comprometedora -como la de todos
los Profetas- porque los planes de Dios distan mucho de los de los
hombres. Y los modos de Dios pueden ser a veces incomprensibles.
Dios estaba pidiendo al pueblo hebreo que se rindiera ante
la invasión extranjera de los Caldeos, pero es Jeremías quien tiene que hacer
la proposición. “Aunque pierda todo, el que se entregue a los
Caldeos, salvará su vida”. Una proposición anti-patriótica. Pero
Dios es el que sabe cómo guía a su pueblo. Jeremías cumple con su misión
de anunciar y de aconsejar lo impopular. Por eso lo apresan y lo condenan
a morir en la fosa. Pero Dios lo salva de manera imprevista.
Sin embargo, Jeremías tuvo que sufrir mucho a causa de su
misión como Profeta durante 40 años. Jeremías tuvo muchas dificultades en
el servicio a Dios, pues le tocó informarle a los últimos Reyes de Judá de los
desastres que le venían a Jerusalén, a causa de sus pecados. Por las
pruebas que tuvo que sufrir, se considera el Profeta que más se parece a Cristo
sufriente.
El Salmo 38 expresa la situación de Jeremías. Puede
ser la nuestra también, cuando nos encontramos en peligro en nuestra vida
espiritual: “Esperé en el Señor con gran confianza ... Del charco fangoso
y la fosa mortal me puso a salvo”.
En la Segunda Lectura (Hb 12, 1-4) también se nos
habla de persecución: la de Jesús. “Aceptó la cruz, sin temor
a la ignominia ... Mediten, pues, en el ejemplo de Aquél que quiso sufrir tanta
oposición de parte de los pecadores”. También nos anuncia posibles
martirios a los cuales hay que estar dispuestos, pues algunas persecuciones
pueden llegar a esos extremos: “todavía no han llegado a derramar su sangre en la
lucha contra el pecado”.
Fuentes:
Sagradas
Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org
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