La resurrección de Lázaro es “tipo” de la de Cristo, que vamos a conmemorar próximamente. Jesús dice a Marta que Él es la «resurrección» y la vida (cf. Jn 11,25). A todos nos pregunta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). ¿Creemos que en el bautismo Dios nos ha regalado una nueva vida? Dice san Pablo que nosotros somos una nueva criatura (cf. 2Cor 5,17). Esta resurrección es el fundamento de nuestra esperanza, que se basa no en una utopía futura, incierta y falsa, sino en un hecho: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!» (Lc 24,34).
Jesús manda: «Desatadlo y dejadle andar» (Jn 11,34). La redención nos ha liberado de las cadenas del pecado, que todos padecíamos. Decía el Papa León Magno: «Los errores fueron vencidos, las potestades sojuzgadas y el mundo ganó un nuevo comienzo. Porque si padecemos con Él, también reinaremos con Él (cf. Rom 8,17). Esta ganancia no sólo está preparada para los que en el nombre del Señor son triturados por los sin-dios. Pues todos los que sirven a Dios y viven en Él están crucificados en Cristo, y en Cristo conseguirán la corona».
Los cristianos estamos llamados, ya en esta tierra, a
vivir esta nueva vida sobrenatural que nos hace capaces de dar crédito de
nuestra suerte: ¡siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida
razón de nuestra esperanza! (cf. 1Pe 3,15). Es lógico que en estos días
procuremos seguir de cerca a Jesús Maestro. Tradiciones como el Vía Crucis, la
meditación de los Misterios del Rosario, los textos de los evangelios, todo...
puede y debe sernos una ayuda.
Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.
Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que
servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las lecturas de hoy nos hablan de resurrección ...
y de revivificación. Son términos que parecen lo mismo, pero se
diferencian en algo fundamental, como veremos más adelante.
En el Evangelio de San Juan (Jn. 11, 1-45) observamos
el impresionante relato de la llamada “resurrección” de Lázaro, el amigo de
Jesús, quien -según palabras de su hermana Marta- ya olía mal, pues
llevaba cuatro días muerto.
Pero cabe preguntarnos ¿fue realmente lo de Lázaro una
resurrección... o podríamos llamarla más bien una “revivificación”?
Sucede que a Lázaro el Señor lo devolvió de la muerte a
la misma vida que había vivido antes. Lázaro volvió para estar en este
mundo, regresó al mismo sitio donde vivía. En efecto, San Juan
Evangelista nos narra más adelante que, después de este milagro del
Señor, muchos judíos fueron a Betania -sitio donde había vivido
Lázaro- no solamente para ver a Jesús, sino también para ver a Lázaro, al
que había resucitado de entre los muertos (Jn. 12, 9).
Un resucitado no vuelve a morir. Un revivido sí
vuelve a morir. Entonces ... ¿fue lo de Lázaro “resurrección”? ...
Realmente no, pues la resurrección es algo muchísimo mejor que revivir; es
muchísimo mejor que volver a esta misma vida: resurrección es volver a una
vida infinitamente superior a la que ahora vivimos.
Y ¿en qué consiste realmente la resurrección? Según
el Catecismo de la Iglesia Católica, la muerte es la separación del alma
y el cuerpo. Con la muerte, el cuerpo humano cae en la corrupción,
mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse
posteriormente con su cuerpo, pero será entonces, un cuerpo glorificado ( cfr.
#997).
Es decir que en la resurrección nuestra alma se unirá a
nuestro mismo cuerpo, pero éste no será igual al que ahora tenemos -sino
infinitamente mejor- pues será un “cuerpo de gloria” (Flp. 3, 21).
Será un cuerpo que ya no volverá a envejecer, ni a
enfermar, ni a sufrir, ni tampoco que volverá a morir. Será un
cuerpo inmortal, que ya no estará sujeto a la corrupción ni a ningún tipo de
decadencia. Será un “cuerpo espiritual” (1Cor. 15, 44).
Jesucristo resucitó con su propio cuerpo. En
efecto, el Señor le dice a sus Apóstoles después de su
Resurrección: “Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo” (Lc.
24, 39). El “cuerpo espiritual” de Jesucristo era ¡tan bello!
que no lo reconocían los Apóstoles ... tampoco lo reconoció María Magdalena.
Y antes de haber resucitado, cuando el Señor se
transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan, mostrándoles sólo parte del fulgor de
Su Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que
Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí
mismo. Así es un cuerpo resucitado. Y el Señor nos promete que si
obramos bien hemos de resucitar igual que El.
Los videntes que dicen haber visto en alguna de sus apariciones
a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso como es Ella después de
haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir, ni lo
que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo
resucitado.
Pero ... ¿cuándo será nuestra resurrección? Algunos
creen que la resurrección sucede enseguida de la muerte. Pero no es
así. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que sin duda será en
el “último día”; “al fin del mundo” ... “cuando se dé la señal por la voz
del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta
divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar”
(1Ts. 4, 16) (#1001).
Pero sucede que hoy día la gente anda encantada pensando
en la re-encarnación. Y ¿en qué consiste esta falsa creencia?
Recordemos, primero que todo que la re-encarnación está
negada en la Biblia:
Una sola es la entrada la vida, y una la salida (Sb. 7, 6). Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio (Hb. 9. 27)
Además, está condenada por la Iglesia Católica. Sin
embargo ese mito-y lo llamamos mito, pues es algo falso, imposible de
realizarse- contempla la vuelta a esta misma vida como sucede en la
revivificación, pero la diferencia está en que se cambia de cuerpo. ¿Cómo?
Sí, los que creen en ese engaño piensan que se regresa a un cuerpo que no es el
mismo que se tenía antes, pero que -igual al anterior- se va a envejecer, a
corromper, va a volver a morir. ¿Cuál es la gracia, entonces?
Si tenemos la promesa del Señor de nuestra futura
resurrección, ¿cómo puede ser que la gente de hoy, algunos inclusive cristianos
y católicos, estemos pensando que es más atractiva la re-encarnación que la
resurrección que Cristo el Señor nos promete?
Aunque la re-encarnación no fuera un mito y fuera
posible, ¿cómo nos puede parecer más atractivo reencarnar en un cuerpo
decadente, enfermizo, corruptible, sujeto a la muerte -y que además no es el
mío- que resucitar en cuerpo glorioso, como el de Jesucristo y la Virgen, para
nunca más morir, ni envejecer, ni enfermar, ni sufrir... para ser
inmortales? Pensemos en estas cosas antes de dejar contaminar nuestra fe
cristiana por falsas creencias venidas del paganismo. Son mentiras.
Son mitos. Son patrañas.
San Pablo, en la Segunda Lectura (Rm. 8, 8-11) nos
insiste en esa gran promesa del Señor para nosotros: nuestra futura
resurrección. “El Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en nosotros”. Y es por ello que “el Padre, que
resucitó a Jesús de entre los muertos, también dará vida a nuestros cuerpos
mortales, por obra de su Espíritu que habita en nosotros”.
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