Por su parte, Jesús, el Buen Pastor, conoce a sus ovejas y les da la vida
eterna, de tal manera que no se perderán nunca y, además, nadie las quitará de
su mano. Cristo es el verdadero Buen Pastor que dio su vida por las ovejas (cf.
Jn 10,11), por nosotros, inmolándose en la cruz. Él conoce a sus ovejas y sus
ovejas le conocen a Él, como el Padre le conoce y Él conoce al Padre. No se
trata de un conocimiento superficial y externo, ni tan sólo un conocimiento
intelectual; se trata de una relación personal profunda, un conocimiento
integral, del corazón, que acaba transformándose en amistad, porque ésta es la
consecuencia lógica de la relación de quien ama y de quien es amado; de quien
sabe que puede confiar plenamente.
Es Dios Padre quien le ha confiado el cuidado de sus ovejas.
Todo es fruto del amor de Dios Padre entregado a su Hijo Jesucristo. Jesús
cumple la misión que le ha encomendado su Padre, que es la cura de sus ovejas,
con una fidelidad que no permitirá que nadie se las arrebate de su mano, con un
amor que le lleva a dar la vida por ellas, en comunión con el Padre porque «Yo
y el Padre somos uno» (Jn 10,30).
Es aquí precisamente donde radica la fuente de nuestra esperanza: en Cristo
Buen Pastor a quien queremos seguir y la voz del cual escuchamos porque sabemos
que sólo en Él se encuentra la vida eterna. Aquí encontramos la fuerza ante las
dificultades de la vida, nosotros, que somos un rebaño débil y que estamos sometidos
a diversas tribulaciones.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (10,11-18):
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen
pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de
las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace
estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo
soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el
Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me
ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que eso: hacernos hijos de Dios y darnos derecho a una herencia, que es el Cielo. Pero comencemos con lo de la salvación, revisando las Lecturas de este Domingo.
Nadie más que Jesucristo puede salvarnos, "pues en
la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como
salvador nuestro" (Hech. 4, 12). Así vemos en la Primera
Lectura cómo habló San Pedro, el primer Papa, al responder a quienes lo
interrogaban pretendiendo juzgarlos por la curación de un lisiado y porque
estaban predicando que Jesús había resucitado. Pedro les echó en
cara: "Este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de
Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los
muertos".
Jesucristo es el Salvador. Eso se dice ¡tan fácil! y
se ha repetido tantas veces ... pero no parece tan aceptado como debiera
serlo. Al menos, no parece tan aprovechado. Jesucristo nos ha salvado de
gratis, sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Sólo debemos aprovechar las
gracias que por esa salvación nos han sido dadas … igual que cualquier
regalo: si se nos da, hay que recibirlo. Pero ... ¿realmente las
aprovechamos? ¿Aprovechamos todas las gracias que el Señor quiere darnos?
Además, si nos fijamos bien, no todos aceptamos la salvación que Jesús nos vino a traer. Por citar sólo un ejemplo actual: la re-encarnación. La creencia en ese mito pagano no se queda en pensar que en nuevas vidas seremos otras personas ... si es que eso fuera posible.
Una de las consecuencias de este engaño que es la re-encarnación, es el pensar que nosotros nos podemos redimir nosotros mismos a través de sucesivas re-encarnaciones, purificándonos un poco más en cada una de esas supuestas vidas futuras. Así que, al creer en la re-encarnación, por ejemplo, o al rechazar a Dios, a Jesucristo, de hecho, estamos rechazando la redención que sólo Cristo puede darnos. Y los que así piensan quedan de su cuenta para salvarse … si es que eso fuera posible.
Ahora bien, nosotros estábamos secuestrados después del
pecado de nuestros primeros progenitores. Pero Jesucristo vino a
salvarnos, es decir, a rescatarnos de ese secuestro. Y no sólo no ha
rescatado, sino que además nos ha hecho hijos de Dios. Y "no
sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que realmente lo somos" (1 Jn. 3,
1-2). ¡Ser hijos de Dios! ¡Y ser hijos de verdad!Es decir,
Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que
eso: nos ha hecho hijos de Dios. Otra cosa que se repite y no
parece nada de particular.
Y realmente lo somos, porque Dios nos comunica su Vida, su
Gracia; porque, durante nuestra vida en la tierra nos guía como sus hijos que
somos. Y, además, porque recibiremos una herencia: el Cielo
prometido a aquéllos que se comporten como hijos, es decir, a los que aquí en
esta vida seamos obedientes a la Voluntad del Padre.
¿Nos damos cuenta de este privilegio: ser hijos de
Dios y poder llamar a Dios "Padre", porque realmente somos sus
hijos? Ser “hijo(a) de Dios” se dice tan fácilmente... Pero ¿nos
damos cuenta que Jesucristo, el Hijo Único de Dios, no sólo nos ha salvado,
sino que ha compartido Su Padre con nosotros, para que seamos también
hijos(as)? … ¿Agradecemos a Dios este altísimo privilegio … o lo tomamos
como un derecho merecido?
Continúa San Juan explicándonos la dimensión y las
consecuencias de este especialísimo privilegio de la filiación
divina: "Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se
ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando El se
manifieste, vamos a ser semejantes a El, porque lo veremos tal cual
es".
San Pablo nos explica así esto mismo en varias citas de sus
cartas:
Al presente vemos como en un mal espejo y en forma confusa,
pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero luego
le conoceré a El como El me conoce a mí." (1 Cor. 13, 12-13).
"Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo,
ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col. 3,
4).
"También los destinó a ser como su Hijo y semejantes a
El ... y después de hacerlos justos, les dará la gloria" (Rom. 8, 29-30).En
el Evangelio vemos por qué todo esto es así. Jesús se nos identifica de
diversas maneras. Una de sus identificaciones favoritas de todos los que
somos sus seguidores es ésta de hoy: el Buen Pastor. "Yo soy el
Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn. 10, 11-17).
Y sabemos que Jesús cumplió con esta promesa de dar su vida
por cada uno de nosotros, ovejas de su rebaño. Sabemos que su vida
la dio, pero, como nos dice en este Evangelio, también la recuperó. Y la
recuperó con gloria, porque resucitó.
También nos ha prometido que nos resucitaría a nosotros también y que nos daría la gloria que Él tiene. Pero hay una condición: tenemos que ser ovejas de su rebaño.
¿Quiénes son las ovejas de su rebaño? Jesús las
identifica en este Evangelio. Son los que conocen su voz, porque lo
conocen a El y le siguen. Esos resucitarán como El resucitó y “serán
semejantes a El”, como nos dice San Juan en la Segunda Lectura,
porque tendrán la gloria que es suya y que conoceremos cuando lo veamos “cara
a cara, tal cual es”.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
Mons. José Ángel SAIZ Meneses, Arzobispo
de Sevilla (Sevilla, España)
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