Hoy, Jesús —como lo hizo entonces con sus discípulos— se
despide, pues vuelve al Padre para ser glorificado. Parece ser que esto
entristece a los discípulos que, aún le miran con la sola mirada física,
humana, que cree, acepta y se aferra a lo que únicamente ve y toca. Esta
sensación de los seguidores, que también se da hoy en muchos cristianos, le
hace asegurar al Señor que «nos os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), pues Él pedirá
al Padre que nos envíe «otro Paráclito» (Auxiliador, Intercesor: Jn 14,16), «el
Espíritu de la verdad» (Jn 14,17); además, aunque el mundo no le vaya a “ver”,
«vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis» (Jn 14,19).
Así, la confianza y la comprensión en estas palabras de Jesús suscitarán en el
verdadero discípulo el amor, que se mostrará claramente en el “tener sus
mandamientos” y “guardarlos” (cf. v. 21). Y más todavía: quien eso vive, será
amado de igual forma por el Padre, y Él —el Hijo— a su discípulo fiel le amará
y se le manifestará (cf. v. 21).
¡Cuántas palabras de aliento, confianza y promesa llegan a nosotros este Domingo! En medio de las preocupaciones cotidianas —donde nuestro corazón es abrumado por las sombras de la duda, de la desesperación y del cansancio por las cosas que parecen no tener solución o haber entrado en un camino sin salida— Jesús nos invita a sentirle siempre presente, a saber descubrir que está vivo y nos ama, y a la vez, al que da el paso firme de vivir sus mandamientos, le garantiza manifestársele en la plenitud de la vida nueva y resucitada.
Hoy, se nos manifiesta vivo y presente, en las enseñanzas de las Escrituras que escuchamos, y en la Eucaristía que recibiremos. —Que tu respuesta sea la de una vida nueva que se entrega en la vivencia de sus mandamientos, en particular el del amor.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (14,15-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor
COMENTARIO.
El Evangelio de hoy continúa con el discurso de Jesucristo a
sus Apóstoles durante la Ultima Cena. Y en sus palabras el Señor nos
indica los requerimientos del Amor de Dios y también la recompensa para
aquéllos que cumplan esos requerimientos.
Sabemos que Dios es infinitamente generoso en su Amor hacia
nosotros sus creaturas. Pero también es exigente al requerir nuestro amor
hacia El. Si no, ¿qué significan estas palabras del Señor? “El que
acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama ... El que no me ama, no
guarda mis palabras ... Si me aman, cumplirán mis mandamientos.” (Jn. 14,
15-24).Aquí Jesús nos está mostrando, no solamente las exigencias del Amor de
Dios, sino también nos está indicando algo que es esencial en el amor:
quien ama complace al ser amado.
Y ¿qué es complacer a quien se ama? Complacer no
significa mimar, ni consentir, ni aceptar conductas censurables.
Complacer es más bien cuidarse de no ofenderle, de no desagradarle;
por el contrario, es tratar de hacer en todo momento lo que le cause
contento y agrado
Dios nos ama con un Amor infinito -sin límites-, con un Amor
perfecto -sin defectos- ... porque Dios es, la fuente de todo amor, es
cierto. Pero aún más que eso: Dios es el Amor mismo (cfr. 1
Jn. 4, 8).
Amar a Dios es complacerlo en todo: en cumplir sus
mandamientos, en aceptar su Voluntad, en hacer lo que creemos nos pide. “El
que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama ... El que no me ama, no
guarda mis palabras”. Amar a Dios es, entonces, amarlo sobre todas las
personas y sobre todas las cosas; amarlo a El, primero que nadie y primero que
todo... y amarlo con todo el corazón y con toda el alma.
En este pasaje del Evangelio de San Juan, Jesús nos dice
cuál es nuestra recompensa por amar a Dios, como El lo merece y como El lo
requiere. Esa recompensa es ¡nada menos! que El mismo: “Al que me
ama a Mí, lo amará mi Padre; Yo también lo amaré y me manifestaré a él... y
vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn. 14, 21-24)
Pero ... si observamos bien nuestra actualidad: los
hombres y mujeres de hoy ponemos nuestra confianza y nuestra admiración en los
poderosos, en los artistas, en los modelos de belleza, en las estrellas
deportivas, etc. Podríamos decir que nos identificamos con ellos, les damos
todo nuestro aprecio -inclusive nuestro amor- llegando a imitar sus maneras de
ser, siguiendo sus recomendaciones, etc.
Pero... pensemos bien ... ¿Nos llaman la atención los
poderosos, las estrellas deportivas? … ¿qué mayor Poder que el de Dios, fuente
de todo poder? ¿Nos gusta la belleza? … ¿qué mayor Belleza que la de
Dios, fuente de toda belleza? ¿Nos atraen los que hacen algo bueno por la
humanidad? … ¿qué mayor Bondad que la de Dios, fuente de todo bien? En
fin, ¿quién es más merecedor de nuestro amor, de nuestra confianza, de nuestra
admiración, de nuestra voluntad, que Dios?
Los hombres y mujeres de hoy hemos sido absorbidos por las
cosas del mundo: poder, dinero, riquezas, placeres, frivolidades, vicios,
pecados, conductas erradas, apegos inconvenientes, etc., etc. Unos
más, otros menos, todos estamos sumergidos en un mundo muy alejado de los
valores eternos, muy desprendido de las cosas de Dios, muy desapegado de lo que
realmente es valedero y duradero.
Y corremos el riesgo de no poder recibir esa recompensa que
Cristo nos ofrece, que es El mismo. “El mundo no puede recibirlo
porque no lo ve ni lo conoce” (Jn. 14, 16-17). Se refiere al
Espíritu Santo -es decir, el Espíritu del Padre y del Hijo- que El nos envía
para estar siempre con nosotros, para enseñarnos la Verdad, para recordarnos
todo lo que debemos saber.
En efecto, al estar nosotros sumergidos en lo que el Señor
llama “mundo”, es decir, todos esos apegos frívolos, vacíos, insignificantes,
intrascendentes, negativos, no podemos percibir al Espíritu Santo. Sólo
pueden percibirlo aquéllos que aman a Dios, aquéllos que tienen a Dios de
primero en sus vidas, aquéllos que buscan hacer la Voluntad de Dios, aquéllos
que buscan complacer a Dios en todo. Si no es así, se permanece ciego al Espíritu
Santo, no se siente su suave brisa, no se perciben sus gentiles inspiraciones.
En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech.
8, 5-8, 14-17), vemos la importancia que se daba al comienzo de la Iglesia
a que los cristianos recibieran el Espíritu Santo. Fijémonos que Pedro y
Juan se trasladan desde Jerusalén a Samaria, para que aquéllos que
recientemente habían aceptado la Palabra de Dios, recibieran también el
Espíritu Santo.
Vemos que en esta Lectura se nos dice con cierta preocupación
que esos nuevos cristianos “solamente habían sido bautizados en nombre del
Señor Jesús, pero no habían recibido aún al Espíritu Santo”, comentario
que nos hace volver a aquellas palabras de Jesús a Nicodemo: “Quien no
renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios”
(Jn. 3, 5).
Significa esto que no basta que seamos bautizados y que
creamos en la Palabra de Dios. Necesitamos, además, recibir el Espíritu
Santo.
El es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. El
es el Espíritu del Padre y el Espíritu de Jesús. El es la promesa que
Jesús hizo solemnemente a sus Apóstoles antes de morir y antes de partir de
este mundo. Veamos, entonces, qué nos dice el Señor hoy.
Nos dice que, para recibir al Espíritu Santo, tenemos que
creer en Dios y tenemos que cumplir sus Mandamientos; pero, además, tenemos que
distanciarnos de las cosas del mundo, pues si permanecemos atados al mundo, nos
quedamos ciegos: no podemos ni ver, ni conocer al Espíritu Santo.
Así nos dice el Señor: “El mundo no puede recibir el Espíritu Santo,
porque no lo ve ni lo conoce. En cambio, ustedes (los que hacen mi
Voluntad, los que cumplen mis Mandamientos) sí lo conocen, porque habita
entre ustedes y estará en ustedes” (Jn. 14, 15-18).
Por eso, Dios nos sigue interpelando con su Palabra, día a
día, semana a semana. Esta semana nos promete el Espíritu Santo y nos
llama a amarle a El, indicándonos cómo: Amar a Dios es complacerlo en
todo: 1º cumplir sus mandamientos, 2º aceptar su voluntad, 3º hacer lo
que creemos nos pide.
Y nos indica también cuál será nuestra recompensa: nada
menos que el tenerlo a El mismo y el ser amados por El como sólo El sabe
hacerlo: en forma perfecta e infinita.
Mientras busquemos en las cosas de este mundo y en los seres
de este mundo lo que nuestro corazón ansía, seguiremos insatisfechos, deseando
siempre algo más. Ese “algo más” que siempre nos falta es el amor a Dios,
pues sólo en El hallaremos el descanso, la alegría, la paz que ni el mundo, ni
las creaturas pueden darnos. Sólo El es la plenitud infinita que nuestro
corazón busca y no encuentra, porque busca donde no es. Eso que buscamos
sólo lo encontraremos cuando lo busquemos a El.
Es que, como Dios nos creó para El, sólo en El hallaremos el
descanso, la alegría, la paz que no nos pueden dar ni las cosas del mundo, ni
las mismas creaturas. Sólo Dios satisface plenamente.
Testimonios de insatisfacción abundan: Atrevida joven
pensó hacer un invento grande para la humanidad y luego suicidarse.
Sin embargo, nos dice San Pedro en la Segunda Lectura (1
Pe. 3, 15-18) que a veces la conducta cristiana puede traer críticas, pero
advierte que “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de
Dios, que padecer haciendo el mal”.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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