domingo, 17 de junio de 2018

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra» (Evangelio Dominical)





Hoy, Jesús nos ofrece dos imágenes de gran intensidad espiritual: la parábola del crecimiento de la semilla y la parábola del grano de mostaza. Son imágenes de la vida ordinaria que resultaban familiares a los hombres y mujeres que le escuchan, acostumbrados como estaban a sembrar, regar y cosechar. Jesús utiliza algo que les era conocido —la agricultura— para ilustrarles sobre algo que no les era tan conocido: el Reino de Dios.

Efectivamente, el Señor les revela algo de su reino espiritual. En la primera parábola les dice: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra» (Mc 4,26). E introduce la segunda diciendo: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios (…)? Es como un grano de mostaza» (Mc 4,30).

                                  



La mayor parte de nosotros tenemos ya poco en común con los hombres y mujeres del tiempo de Jesús y, sin embargo, estas parábolas siguen resonando en nuestras mentes modernas, porque detrás del sembrar la semilla, del regar y cosechar, intuimos lo que Jesús nos está diciendo: Dios ha injertado algo divino en nuestros corazones humanos.

¿Qué es el Reino de Dios? «Es Jesús mismo», nos recuerda Benedicto XVI. Y nuestra alma «es el lugar esencial donde se encuentra el Reino de Dios». ¡Dios quiere vivir y crecer en nuestro interior! Busquemos la sabiduría de Dios y obedezcamos sus insinuaciones interiores; si lo hacemos, entonces nuestra vida adquirirá una fuerza e intensidad difíciles de imaginar.

Si correspondemos pacientemente a su gracia, su vida divina crecerá en nuestra alma como la semilla crece en el campo, tal como el místico medieval Meister Eckhart expresó bellamente: «La semilla de Dios está en nosotros. Si el agricultor es inteligente y trabajador, crecerá para ser Dios, cuya semilla es; sus frutos serán de la naturaleza de Dios. La semilla de la pera se vuelve árbol de pera; la semilla de la nuez, árbol de nuez; la semilla de Dios se vuelve Dios».



Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):




En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor






COMENTARIO.


                                          



Las lecturas de este domingo nos hablan de agricultura, de cómo la planta comienza por la semilla, hecho que conocemos aún aquéllos que no nos ocupamos de las labores de la tierra. 

        
         En el Evangelio (Mc 4, 26-34) para explicarnos lo que es el Reino de Dios, Jesús nos plantea dos parábolas sobre las plantas y las semillas.

En la primera parábola nos destaca que la semilla hace su trabajo sola, que quien la planta,  se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

Jesús nos está recordando que la germinación y el crecimiento de las plantas suceden secretamente en lo profundo de la tierra, sin que nos demos cuenta.

¿Qué nos quiere decir el Señor con esta comparación?  Jesús ha usado esta imagen de la semilla germinando para dar a entender que el Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da mucha cuenta, pero eso tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable.

Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra.


                  



Hacernos terreno fértil significa dejar que Dios penetre en nuestra alma para que El, haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino, rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad.  El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.

Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo que hace crecer la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto.

                                                



Observar cómo crece la planta nos recuerda también que los frutos de santidad, de buenas obras, de logros que podamos tener en nuestra vida espiritual, no son nuestros…aunque podamos erróneamente pensar que somos nosotros mismos los que auto-crecemos en santidad.

Si imaginamos a la semilla germinando dentro de la tierra… ¿se creerá que es ella la que se hace crecer a si misma?  ¿Podemos creer los seres humanos que nuestro crecimiento físico desde que estamos en el vientre materno hasta la edad adulta lo hacemos nosotros mismos?

Pues igual resulta en la vida espiritual.  Ese crecimiento es obra de Dios.  No nos podemos envanecer pensando que, si alguna mejora espiritual tenemos, la debemos a nuestro esfuerzo.  Aunque tengamos que esforzarnos,  debemos tener en cuenta que todo es obra de Dios –como en la semilla.

                                          



Cierto que tenemos que disponernos a que El haga su labor de germinación y de crecimiento de nuestra vida espiritual, pero el resultado es de Dios.  ¿No nos damos cuenta que hasta la capacidad de disponernos y de esforzarnos nos viene de Dios?

Otra cosa: si observamos el crecimiento de una planta desde su estado de semilla, veremos que este proceso se sucede bien lentamente.  ¿Qué más nos quiere decir el Señor con esta comparación?

Esta parábola es también un llamado a la paciencia. No podemos decepcionarnos o impacientarnos en nuestro crecimiento espiritual.  El Señor lo va haciendo, y nos va podando dónde y cuándo El considere que es necesario, pero El sabe hacerlo a su ritmo, que es el que más nos conviene.

Hay que perseverar en el esfuerzo hasta el final –es la gracia de la perseverancia final- pero confiando en Dios, no en uno mismo, porque sólo El puede hacer eficaces nuestros esfuerzos y nuestras acciones.


                                        



El Reino de Dios no crece aquí en la tierra como un relámpago.  Cuando sea el fin, sí que será como un relámpago.  Jesús mismo lo dijo: “Como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 24)

Pero mientras el Reino de Dios va creciendo en la tierra, no lo hace de manera espectacular, ni abrupta.  Dios tiene su ritmo.  Y para seguirlo necesitamos tener paciencia porque el momento de Dios se hace esperar.

La segunda parábola es también sobre una semilla y una planta.  En ésta Jesús designa la semilla de la planta de mostaza.  El granito de esa semilla es pequeñito, pero la planta crece más que otras hortalizas, porque es un arbusto, en donde hasta hacen nido los pájaros.

Lo del grano y el árbol de mostaza pareciera más bien referido a la Iglesia.  ¿Quién hubiera pensado que aquel grupo pequeño de 12 hombres podía resultar en lo que es la Iglesia Católica hoy?

Sólo Dios mismo podía hacer germinar esa semilla desde aquel  pequeño núcleo que comenzó hace 2000 años en Palestina y se expandió por el mundo entero.

                                                                



¿Quién fue el artífice de ese crecimiento?  El mismo Dios.  Los seres humanos ponemos un granito de arena y El hace el resto.  No fue la elocuencia de los Apóstoles, ni su inteligencia, lo que hizo germinar la Iglesia.  Ellos fueron terrenos fértiles para que el Espíritu Santo hiciera su trabajo de expansión de la Iglesia a todos los rincones de la tierra.

¿Cómo pudieron conquistar un imperio tan poderoso como el Imperio Romano?  ¿Cómo pudieron convencer a los paganos de ir dejando el culto a los ídolos que el poderío romano imponía?  ¿Cómo creció la Iglesia a pesar de la cantidad de cristianos muertos por el martirio?

La expansión de la Iglesia ante la opresión y la persecución de los romanos es una muestra de cómo Dios la hacía germinar igual que al árbol de mostaza.  Y cómo también hacía que en la Iglesia pudieran ir anidando todos los que han querido formar parte de ella.

Hoy también la Iglesia parece acosada desde muchos ángulos.  Dios también es atacado y negado.  Sigue habiendo ídolos y culto a los ídolos.  Los nuevos ateos nos atacan y acusan a los creyentes de ser lunáticos y tontos.


                                                    




Pero las parábolas de este Domingo nos recuerdan que Dios sigue estando al mando.  Que, aunque parezca que estamos perdiendo la partida, sabemos Quién gana y, si hacemos la Voluntad de Dios,  de que ganamos, ganamos.

Igual sucedió en Israel durante el Antiguo Testamento.  Es lo que nos dice la Primera Lectura (Ez 17, 22-24).  En este caso nos habla el Señor a través del Profeta Ezequiel, no de una semilla, sino de la siembra de una rama, la rama de un cedro.  Y dice que lo plantará en la montaña más alta de Israel y allí también anidarán aves.

Es lo mismo que luego recuerda Jesús con su parábola sobre el grano de mostaza: allí anidarán los pájaros.  Ezequiel pre-anuncia el Reino de Cristo que es la Iglesia; Cristo la describe de manera similar.

También Ezequiel nos dice: “Y todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos”. ¿No recuerda esto las palabras del Magnificat: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos?

¿A qué nos llaman el Magnificat y la profecía de Ezequiel?  A la humildad:  los que se creen grandes serán derribados, pero los humildes –los que se saben pequeños- serán ensalzados y florecerán.  ¡Y Dios tiene sus maneras de derribar y de humillar y de hacer saber que El es el Señor!

La Segunda Lectura de San Pablo  (2ª Co 5,6-10) nos habla del final: 

Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.  Las lecturas sobre las semillas también nos hablan del final, cuando mencionan el momento de la siega.


                                                                



Notemos que se nos habla de dos opciones: de premio o castigo según lo que hayamos hecho en esta vida.  No se nos habla sólo de premio, como muchos hoy en día tienden a pensar.  Muchos dicen: “es que Dios es infinitamente Misericordioso”.

Y eso es cierto.  Pero Dios no es infinitamente alcahueta, para permitir que nos portemos de manera contraria a sus designios y a su Voluntad.  Eso no es lo que rezamos en el Padre Nuestro.

Dios es Justo y es Misericordioso.  De hecho, según Santo Tomás de Aquino, su Justicia viene primero y su Misericordia es una extensión de su Justicia.  Dios es Misericordioso para hacer crecer nuestra semilla de santidad dándonos todas las gracias que necesitamos.  Y es Justo para actuar en consonancia con nuestro comportamiento.

Debemos esforzarnos por lograr el premio a la perseverancia final, pues la otra opción es el castigo.  Y el castigo existe.  Dios es infinitamente Misericordioso, por eso nos da todas las gracias para que la semilla que fue sembrada en nuestro Bautismo crezca como un árbol frondoso de santidad.  Pero para crecer hay que permitir que Dios haga su labor en nuestra alma.  De lo contrario nos queda la otra opción -el castigo- porque Dios también es infinitamente Justo.

                                                   
                                                        



¿Qué vamos a escoger?  ¿A ser árboles frondosos que florecen?  ¿O árboles secos que se queman?

En el Salmo 91 hemos rezado:  El justo crecerá como la palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor.  En la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo.  Y por todo esto hemos recitado:  Es bueno dar gracias al Señor.
















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org

domingo, 10 de junio de 2018

«¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?» (Evangelio Dominical)





Hoy, el Evangelio nos invita a comparar dos enemigos irreconciliables: Jesús y el espíritu del mal. El Evangelio afirma: «Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: ‘Está poseído por Beelzebul’» (Mc 3,22). Este versículo nos ayuda a comprender la inquietud de los miembros de la familia de Jesús, que fueron para llevárselo a casa. En efecto, tal como podemos observar, Jesús no es acusado porque ha roto la Ley, o las costumbres judías, o el Sábado. Ni tampoco se le denuncia por blasfemar. ¡Él es acusado de estar poseído por el príncipe de los demonios! Tengamos en cuenta que ésta es una de las primeras acusaciones dirigidas hacia Jesús, antes de que le acusaran por quebrantar la Ley Judía.





Pero el hecho interesante es la respuesta que Jesús les dio: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir (…). Nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte» (Mc 3,23-24.27). Esto muestra que Jesús rechaza completamente la idea de que Él está actuando para Satanás. Por este motivo, Él empieza a exponer la parábola de la casa del hombre fuerte. De una u otra manera, esta parábola parece apuntar directamente a la misión de Jesús. Y esta misión muestra el Reino de Dios “atando” al hombre fuerte, Satanás, a través de la salvación realizada por Jesús.

En efecto, la expulsión de los espíritus malignos nos demuestra que Él es más fuerte que Satanás. El Papa Francisco, en una audiencia general, afirmó: «En nuestro entorno, basta con abrir un periódico y vemos que la presencia del mal existe, que el Diablo actúa. Pero quisiera decir en voz alta: ¡Dios es más fuerte! Vosotros, ¿creéis esto: que Dios es más fuerte?».




Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

[Mc 3, 20-35]








EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:

«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dice:

«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».

Él les pregunta:

«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:

«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.





COMENTARIO.






La Primera Lectura (Gen 3, 9-15), nos habla de las consecuencias de caer en la tentación.

Nadie está libre de tentaciones.  ¡Ni Jesucristo!  Cuando Jesús fue tentado en el desierto, El despachó de inmediato al Demonio.  Así deberíamos actuar nosotros.  No como Adán y Eva en el Paraíso Terrenal.  De inmediato hay que despachar al Demonio orando, porque la oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo.

Ahora bien, enseguida del pecado original, vemos a Dios buscando a Adán:  "¿Dónde estás?"   Adán le responde: “Tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí".  El replicó: "¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que Yo te prohibí?".

¿Qué significa estar desnudo?  Es la desnudez de la falta de la gracia divina.  Se les cayó a Adán y a Eva el ropaje maravilloso, esplendoroso de la gracia divina.  Se pusieron en contra de Dios y perdieron el ropaje divino de la gracia.  Y ahora tienen miedo, se esconden, porque se sienten descubiertos y desnudos.

Igual estamos nosotros al pecar, desprovistos del ropaje de la gracia.  Por eso no es recomendable permanecer desnudos, desprovistos de la gracia divina. Cuanto más pronto la recuperemos, mejor es. ¿Cómo?  Arrepentimiento y Confesión.

Y a la pregunta de Dios de si había comido del árbol prohibido, la respuesta de Adán es de totalmente irresponsable: "La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él".

Y Eva dio una respuesta igual: "La serpiente me sedujo y comí".







Ninguno de los dos asume su responsabilidad:  Adán, que tenía a cargo proteger el Jardín del Edén (del demonio, suponemos) culpa a Eva.  Y ella culpa a la serpiente.

Y nosotros ¿cómo asumimos nuestras culpas?  ¿Nos confesamos acusando al que nos hizo estallar de rabia o al marido o la esposa que dijo tal cosa?  ¿O tomamos responsabilidad por nuestro pecado como nos corresponde?

¿Qué sucedió después de que Adán y Eva cometieron el primer pecado, el llamado Pecado Original?  ¿Qué hizo Dios?

Dios no deja a Adán y Eva a merced del demonio, sino que hace la gran promesa de restauración de la gracia que han perdido.

Debemos darnos cuenta que al hacer lo que el Demonio les había propuesto, Adán y Eva habían caído en las redes del Maligno.  Pero Dios no los abandonó, sino que les prometió un Redentor, un Salvador, alguien que vendría para rescatar a todos los seres humanos.

Esa promesa se llama el“Proto-evangelio” (el primer Evangelio), porque es el anuncio de Jesucristo, el Redentor del mundo.  Y esa promesa está en el primer libro de la Biblia.  O sea que, desde el comienzo, Dios nos anuncia a Jesucristo, que vendrá a salvarnos de las redes del Demonio.

Entonces Dios le dijo a la serpiente …: “Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras tú sólo arañarás su talón.” (Gn. 3, 15)
Vamos a ver con detalle el significado del Proto-evangelio.






¿Quién es la Mujer?  La Santísima Virgen María.  "Ella te aplastará la cabeza".

¿Cuál es la descendencia de la Mujer?  Jesús. Jesucristo el Redentor del mundo.

¿Quién aplastará la cabeza de la serpiente?   Jesucristo.

Por eso hay imágenes de la Virgen aplastando la serpiente, es decir, aplastando al Demonio, porque su Hijo vencerá al Demonio.

¿Quién es el talón herido, arañado?  El género humano que quedó herido por el pecado original.  El Demonio puede tentarnos, pero no vencernos, porque Jesucristo nos salva del Demonio.  Si amamos a Dios y seguimos su voluntad, el Demonio sólo puede arañarnos, tentarnos, pero no vencernos definitivamente, a menos que caigamos en sus redes, distrayéndonos en alguna tentación que proponga, cayendo en pecado y adicionalmente nos resistamos a arrepentirnos.






Y ¿cuál será la descendencia de la serpiente?  Son los seres humanos que siguen al Demonio y que no siguen a Dios.  Aquéllos que quieren vivir en pecado, al lado y del lado del Demonio. 

¿Recuerdan en la película La Pasión de Mel Gibson al demonio cargando a un bebé feísimo?  El cineasta quiso presentar así la descendencia del demonio: ésta de que habla el Proto-Evangelio. Y el pecador es mucho más feo que ese bebé y el Demonio mucho más feo que ese demonio de la película.

El Evangelio de hoy nos trae tres temas importantes:

1.    Guerra entre demonios:

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belcebú y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios". Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.

Muy pertinente esta advertencia para los que van a brujos, psíquicos, santeros, metafísicos, espiritistas, etc. para aliviar los males provenientes del demonio y de las fuerzas del mal o para lograr algún fin que deseen. "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?  Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.”, advirtió Jesús entonces y advierte hoy a todo el que busca ayuda para cosas buenas o malas (es igualmente malo) de parte de cualquiera de esos “especialistas” del mundo de las tinieblas.

2.   El pecado contra el Espíritu Santo:

¿Algún pecado no se perdona?  No hay ningún pecado que Dios y la Iglesia no puedan perdonar.  Entonces ¿qué significan estas palabras de Jesús?

«En verdad les digo: se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean.  En cambio, el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará.» (Mc 3, 20-35)

Según esto, como que sí hay un pecado que no se perdona:  es el pecado contra el Espíritu Santo.  ¿En qué consiste, entonces, este pecado?  Consiste en que la persona no se arrepiente, porque no se deja influir por el Espíritu Santo.  Y no se perdona, porque sin arrepentimiento no puede haber perdón.

Por eso es que la Iglesia dice que esas palabras de Jesús se refieren a los pecadores que no quieren arrepentirse.  Porque ¿cómo puede Dios perdonar a quien no pide perdón?  Es que no se dejan perdonar, porque Dios siempre nos perdona … si nos arrepentimos y cumplimos las condiciones que El puso para perdonarnos.




En realidad, el pecado contra el Espíritu Santo es el rechazo a Dios y al arrepentimiento inclusive hasta el momento de la muerte.

Entonces, el arrepentimiento o contrición es indispensable para recibir el perdón de Dios.  Y hay dos maneras de arrepentirnos:

Existe la “contrición imperfecta” o “atrición”, por la cual nos arrepentimos debido al temor a la condenación eterna o al rechazo del mismo pecado. Este arrepentimiento imperfecto es suficiente para obtener el perdón de pecados mortales o veniales en el Sacramento de la Confesión.

Pero mejor aún es la “contrición perfecta”, que consiste en optar por Dios y rechazar el pecado, porque preferimos a Dios más que a cualquier otra cosa, especialmente aquello que nos da el pecado.  Con este arrepentimiento se nos perdonan las faltas veniales y hasta los pecados mortales.  Eso sí:   siempre y cuando tengamos la firme resolución de confesar los pecados graves en el Sacramento de la Confesión enseguida que nos sea posible.

¿Y qué decir del suicidio, por ejemplo?  ¿Se perdona?  El Catecismo de la Iglesia dice esto: “No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte.  Dios puede haberles facilitado, por caminos que El solo conoce, la ocasión de un arrepentimiento salvador.  La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida”. (CIC #2283)

Ahora están muy de moda el llamado “suicidio asistido” y la eutanasia, ni hablar del aborto, que es ya casi costumbre.

Por eso hay que reafirmar que sólo Dios es dueño de cada vida humana.  No podemos disponer de nuestra vida ni de la de los demás según nuestros deseos y criterios.  El mandamiento “No matar” se aplica a la muerte a uno mismo y a la muerte a los demás, incluyendo a los bebés que están aún en el vientre de su madre y desde el primer instante de su concepción, por lo que el aborto, en cualquier momento del embarazo también es un pecado grave.

Otro pecado contra la vida es la eutanasia o asesinato misericordioso, que consiste en acabar con la vida de un enfermo terminal.  Ni el enfermo, ni los médicos, nadie, tiene derecho para decidir el momento de la muerte, por lo que el llamado “suicidio asistido” también es un pecado que comete el suicida y todo el que colabora en suspender una vida humana.

Ahora bien, por más graves que sean estos y otros pecados, todos tienen perdón de Dios si se cumple con el debido arrepentimiento y, para los católicos, con la Confesión.

3.  Quiénes siguen la Voluntad de Dios:

Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer.  Al enterarse sus parientes de todo lo anterior, fueron a buscarlo para llevárselo, pues decían: «Se ha vuelto loco.»

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".

Sus parientes creen que Jesús está medio loco y los Escribas que está poseído del Demonio.  Entonces Jesús corrige a los Maestros de la Ley que lo acusaban de sacar los espíritus malignos con la ayuda de Belzebú, jefe de los demonios.

Y luego se cambia la escena de nuevo:  aparece la Santísima Virgen María a la puerta de la casa donde estaba Jesús, buscándolo junto con los parientes.  Y sucede algo inesperado:





«Tu Madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y preguntan por ti.  Él les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos»  Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre.»

Debe haber sido un momento impactante para los Apóstoles, porque lo refiere el Evangelista San Marcos, secretario de San Pedro, y también San Mateo Apóstol y Evangelista.  También Lucas, aunque éste no debe haber estado presente en este incidente.

Esta respuesta no significa desprecio de Jesús por su Madre.  Por el contrario:  nos la pone como ejemplo de aquélla que de veras cumplió como nadie la Voluntad del Padre.  Nos indica también que Dios establece una relación más profunda, la cual va más allá de los lazos de sangre, pues se basa en los vínculos de la gracia divina.


Este pasaje impactante también debe impactarnos a nosotros, porque la “familia” termina siendo quien hace la Voluntad de Dios.  Son todos los que siguen a Cristo en su entrega a la Voluntad del Padre.  Puede ser que en esa “familia” estén incluidos algunos o todos los miembros de mi familia.  Pueda ser que por un tiempo no estén mis familiares y luego más tarde sí.  Lo importante es saber -porque así nos lo dice Cristo- que la familia de Dios, su “familia”, está formada por aquéllos que hacen su Voluntad.





En la Segunda Lectura (Cor 4,13-18.5,1)San Pablo nos recuerda que nuestra meta no está aquí en la tierra, sino allá en el Cielo y de que los sufrimientos son pasajeros y nos preparan para la vida eterna.   Y usa una comparación muy bella sobre nuestra vida en la tierra como vivir en una tienda de campaña (él era fabricantes de éstas), pero que en el Cielo tendremos una casa permanente que Dios nos ha fabricado.

Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña -nuestra morada terrenal- es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios.




















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org

domingo, 3 de junio de 2018

«Éste es mi cuerpo. Ésta es mi sangre» (Evangelio Dominical)





Hoy, celebramos solemnemente la presencia eucarística de Cristo entre nosotros, el “don por excelencia”: «Éste es mi cuerpo (...). Ésta es mi sangre» (Mc 14,22.24). Dispongámonos a suscitar en nuestra alma el “asombro eucarístico” (San Juan Pablo II).

El pueblo judío en su cena pascual conmemoraba la historia de la salvación, las maravillas de Dios para con su pueblo, especialmente la liberación de la esclavitud de Egipto. En esta conmemoración, cada familia comía el cordero pascual. Jesucristo se convierte en el nuevo y definitivo cordero pascual sacrificado en la cruz y comido en Pan Eucarístico.

La Eucaristía es sacrificio: es el sacrificio del cuerpo inmolado de Cristo y de su sangre derramada por todos nosotros. En la Última Cena esto se anticipó. A lo largo de la historia se irá actualizando en cada Eucaristía. En Ella tenemos el alimento: es el nuevo alimento que da vida y fuerza al cristiano mientras camina hacia el Padre.

La Eucaristía es presencia de Cristo entre nosotros. Cristo resucitado y glorioso permanece entre nosotros de una manera misteriosa, pero real en la Eucaristía. Esta presencia implica una actitud de adoración por nuestra parte y una actitud de comunión personal con Él. La presencia eucarística nos garantiza que Él permanece entre nosotros y opera la obra de la salvación.

La Eucaristía es misterio de fe. Es el centro y la clave de la vida de la Iglesia. Es la fuente y raíz de la existencia cristiana. Sin vivencia eucarística la fe cristiana se reduciría a una filosofía.




Jesús nos da el mandamiento del amor de caridad en la institución de la Eucaristía. No se trata de la última recomendación del amigo que marcha lejos o del padre que ve cercana la muerte. Es la afirmación del dinamismo que Él pone en nosotros. Por el Bautismo comenzamos una vida nueva, que es alimentada por la Eucaristía. El dinamismo de esta vida lleva a amar a los otros, y es un dinamismo en crecimiento hasta dar la vida: en esto notarán que somos cristianos.

Cristo nos ama porque recibe la vida del Padre. Nosotros amaremos recibiendo del Padre la vida, especialmente a través del alimento eucarístico.




Lectura del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26):




El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

Palabra del Señor






COMENTARIO





“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11), pedimos en el Padre Nuestro.  Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida.


No podemos estar pendientes solamente del alimento material.  El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma.  Dios nos provee ambos.





Jesucristo murió, resucitó y subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre.  Pero también permanece en la Hostia Consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere.  Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.


El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo,  por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.


Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés.



 Efectos del Sacramento de la Eucaristía
nutre al alma,
aumenta la Gracia y
Adicionalmente:
borra los pecados veniales,
nos da gracias para cumplir la Voluntad Divina,
nos fortalece en las tentaciones,
efectúa “comunión” del comulgante con Cristo y con el prójimo,
LA EUCARISTIA, ALIMENTO “ESPECIAL”
que nos une a Cristo

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él” (Jn.6, 56)
y nos conduce a la Vida Eterna

“Yo soy el Pan Vivo bajado del Cielo:  El que come este Pan vivirá para siempre… Quien come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tendrá Vida Eterna y Yo lo resucitaré en el último día” (Jn.6, 52 y 54)

         El Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, lo llamamos también Eucaristía o Comunión. 

Pero… ¿SIEMPRE SE REALIZA LA “COMUNIÓN”?

La unión con Cristo o Comunión es posible sólo si de veras deseamos unirnos con El y, si al recibirlo, lo hacemos con las debidas disposiciones. 

Si no tenemos las actitudes correctas de fe y de deseo de imitar a Cristo y de unirnos a El, no se realiza la “Comunión”.

Recibimos a Cristo con nuestra boca.  Pero eso no basta, pues tenemos que unirnos a El en el pensamiento, en el sentir, en la voluntad; con nuestro cuerpo, con nuestra alma (entendimiento y voluntad) y con nuestro corazón.
Bien claro pone esto la Liturgia de la Iglesia en la oración después de la Comunión el Domingo 24 del Tiempo Ordinario:

“La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, lo que mueva nuestra vida”.



Siendo así, nuestra vida humana podrá entonces unirse a su Vida Divina.  De esta manera, El será Quien nos guíe.  Si no nos unimos a El, para que El sea el Guía, nos estamos guiando nosotros mismos.  Y no pareciera que pudiéramos ser buenos guías en esta travesía que nos lleva a la Vida Eterna.
        
         Dos elementos siempre unidos:

Unión con Cristo (su Vida en nosotros)

Vida Eterna (viaje a la eternidad:  jornada a la Casa del Padre)

No en vano dice el Sacerdote antes de tomar el Pan y el Vino consagrados y de repartirlo a los comulgantes: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo guarde nuestras almas para la Vida Eterna”.


CONDICIONES PARA RECIBIR LAS GRACIAS EUCARÌSTICAS




Hay condiciones preparatorias a la recepción de la Eucaristía que conocemos por exigencia de la Iglesia: no estar en pecado mortal, guardar el ayuno requerido, estar debidamente vestido, etc. 

Pero hay otras condiciones interiores, profundas, que están sobreentendidas y que a veces pasamos por alto:

FE en la presencia real de Cristo en la Eucaristía

CONFIANZA plena en Dios

La consecuencia de la Fe es la confianza.  Fe y confianza en Dios son como dos caras de una misma moneda: no hay fe sin confianza y viceversa.

ABANDONO Y ENTREGA TOTAL A DIOS




Al tener plena confianza en Cristo, podemos entregarnos a El sin reservas, totalmente, a todo lo que El tenga dispuesto.

Estas disposiciones fundamentales de parte nuestra permiten que haya “común-unión” o Comunión: unión de Cristo con nosotros, de nosotros con Cristo y unión entre nosotros en Cristo.

Pero cuando no hay estas debidas disposiciones, no sucede así.  De allí que haya muchas almas que, aun comulgando frecuentemente, progresen tan poco en santidad.  Al no encontrar Cristo la docilidad espiritual requerida, no puede derramar todas las gracias dispuestas en el Sacramento de la Eucaristía.

PREPARACIÓN REMOTA:

Es así como, para prepararnos debidamente a la recepción de la Sagrada Eucaristía, es necesario estar pendiente en el tiempo que pase entre Comunión y Comunión, de entregarnos confiadamente a todo lo que vayamos sabiendo es la Voluntad de Dios para nuestra vida.





FORMA DE ORAR COMO PREPARACION INMEDIATA:

ORACION DE FE:
Creo en tu Presencia Viva: aumenta mi Fe.

ORACION DE CONFIANZA:
Como creo, confío en Ti, en tus designios para mí.

ORACION DE ABANDONO:
Me entrego totalmente a Ti, deseo tu Voluntad, me uno a tu Voluntad

ACCION DE GRACIAS:

Además del recogimiento conveniente enseguida de la comunión para agradecer a Dios este regalo de la Comunión con El en el Sacramento de Cuerpo y la Sangre de Cristo, la acción de gracias debe prolongarse entre Comunión y Comunión, tratando de permanecer en Cristo para que El permanezca en nosotros.

En el tiempo posterior a la recepción de la Eucaristía no podemos dejar, entonces, que las tendencias que se oponen a nuestra unión con Dios puedan disminuir o interrumpir esta comunión: actitudes en contra de la Voluntad Divina, faltas de Fe y confianza en Dios, pecados mortales o veniales, etc.



 Por el contrario, debemos acrecentar la vida de Dios en nosotros y aumentar esta comunión e identificación con Cristo, mediante la oración, las buenas obras, la penitencia, aceptación de la Voluntad de Dios y colaboración activa en sus designios, el ejercicio de las virtudes, etc.

Todas estas disposiciones de parte nuestra permiten que haya “común-unión” o Comunión: unión de Cristo con nosotros, unión de nosotros con Cristo. Y, algo muy necesario sobre todo en esta etapa de la historia que nos toca vivir:   unión entre nosotros, pero que sea una unión en Cristo, que es lo mismo que decir que es Cristo el que nos une.













Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org