domingo, 26 de mayo de 2019

«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará,… »(Evangelio Dominical)






Hoy, antes de celebrar la Ascensión y Pentecostés, releemos todavía las palabras del llamado sermón de la Última Cena, en las que debemos ver diversas maneras de presentar un único mensaje, ya que todo brota de la unión de Cristo con el Padre y de la voluntad de Dios de asociarnos a este misterio de amor.

A Santa Teresita del Niño Jesús un día le ofrecieron diversos regalos para que eligiera, y ella —con una gran decisión aun a pesar de su corta edad— dijo: «Lo elijo todo». Ya de mayor entendió que este elegirlo todo se había de concretar en querer ser el amor en la Iglesia, pues un cuerpo sin amor no tendría sentido. Dios es este misterio de amor, un amor concreto, personal, hecho carne en el Hijo Jesús que llega a darlo todo: Él mismo, su vida y sus hechos son el máximo y más claro mensaje de Dios.

                          



Es de este amor que lo abarca todo de donde nace la “paz”. Ésta es hoy una palabra añorada: queremos paz y todo son alarmas y violencias. Sólo conseguiremos la paz si nos volvemos hacia Jesús, ya que es Él quien nos la da como fruto de su amor total. Pero no nos la da como el mundo lo hace (cf. Jn 14,27), pues la paz de Jesús no es la quietud y la despreocupación, sino todo lo contrario: la solidaridad que se hace fraternidad, la capacidad de mirarnos y de mirar a los otros con ojos nuevos como hace el Señor, y así perdonarnos. De ahí nace una gran serenidad que nos hace ver las cosas tal como son, y no como aparecen. Siguiendo por este camino llegaremos a ser felices.

«El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). En estos últimos días de Pascua pidamos abrirnos al Espíritu: le hemos recibido al ser bautizados y confirmados, pero es necesario que —como ulterior don— rebrote en nosotros y nos haga llegar allá donde no osaríamos.



Lectura del santo evangelio según san Juan 14,23-29):


                                      




En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

Palabra del Señor



COMENTARIO


                                                                


El Misterio de la Santísima Trinidad se nos enseña desde los conocimientos iniciales para la Primera Comunión.  ¿Se recuerdan como nos enseñaron?  Es el misterio de un solo Dios en tres Personas.  Y nos recalcaban que no eran tres dioses, sino uno solo, pero que sí eran tres Personas y un solo Dios. 

Ahora bien, esa verdad de fe, ese gran misterio, tan importante pues se refiere a la esencia misma de Dios ¿qué influencia tiene para nuestra vida?  Porque, comprenderlo no podemos.  Eso también lo sabemos desde la Primera Comunión.  Entonces ¿cómo aplicar a nuestra vida diaria de cristianos eso de que Dios es Uno en Tres Personas?

A este gran misterio no nos es posible acceder, porque nuestra limitada capacidad intelectual no es suficiente para comprender verdades infinitas sobre Dios. Sin embargo, algún significado tendrá el Misterio de la Santísima Trinidad para nuestra vida espiritual.  

Las Lecturas de hoy nos hablan de las Tres Personas de la Santísima Trinidad.  En el Evangelio (Jn. 14, 23-29)   Jesús nos habla de sí mismo y nos habla también del Padre y del Espíritu Santo.  

                                   



Entonces ¿cómo podemos vivir este misterio?  Cuando estemos viendo a Dios tal cual es, cuando hayamos llegado a la Jerusalén Celestial, allí estaremos en Dios y El en nosotros (cf. Ap. 21, 10-23).  Pero mientras tanto Jesús nos ha ofrecido una presencia interior de la Santísima Trinidad.  Y nos la ofreció cuando nos dijo: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.

¿Cómo es eso de hacer morada en nosotros?  Quiere decir que aquí en la tierra podemos participar de la vida de Dios Trinitario de una manera no plena –es cierto- pero en el Cielo podremos vivir esto a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.

En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo.  Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a tener a la Trinidad en nuestro interior, pues Jesucristo nos lo ha prometido.


                     



Por la Sagrada Escritura podemos deducir cómo puede darse la maravilla que es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros:  el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación, la cual consiste en irnos haciendo semejantes al Hijo.  Para eso hay que dejar al Espíritu Santo obrar en nosotros. 

¿Cómo hacemos esto?  El Espíritu Santo está siempre tratando de que busquemos y cumplamos la Voluntad de Dios.  Lo que tenemos que hacer, entonces, es ser perceptivos y también dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Luego el Hijo nos lleva al Padre.  “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).  Cabe preguntarnos, entonces, ¿cuándo será que Jesús nos quiere dar a conocer el Padre? 

Es justamente lo que nos ha dicho: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.   Es decir, Jesús nos llevará al Padre cuando vayamos respondiendo a la condición que El nos pide: amarlo, cumpliendo la Voluntad de Dios.  Y esto nos lo va indicando el Espíritu Santo.

                                                        


Sólo así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios y de nosotros entre sí, tal como el Hijo rogó al Padre antes de su Pasión y Muerte: “Que sean uno como Tú y Yo somos uno.  Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).

Sólo así podremos comenzar a vivir esa Paz que el Señor nos ofrece, la cual será plena solamente en el Cielo, pero desde aquí podemos comenzar a saborear esa Paz que no es como la paz que el mundo nos ofrece.   La paz que el mundo ofrece es mera ausencia de guerras.  O tal vez, evasión de los problemas, o de discusiones y conflictos, y hasta del sufrimiento. 

La Paz de Cristo es otra cosa:  es vivir en Dios en medio de los problemas y sufrimientos.  Consiste esta Paz en poder estar serenos en medio de las tribulaciones.  Consiste en sentirnos cómodos dentro de la Voluntad de Dios.  Significa, también, poder estar confiados y sin temor en medio de la lucha contra el Maligno, que cada día se hace más evidente.

En el Evangelio también nos da a conocer Jesús otra de las formas cómo el Espíritu Santo va realizando su labor de santificación en nosotros: “El les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto Yo les he dicho”.    ¡Qué privilegio!  Tener a Dios Espíritu Santo como maestro (“les enseñará”) y como apuntador (“les recordará”). 

Para tener al mismo Dios como maestro y apuntador, es necesaria, muy necesaria la oración.  En la oración genuina el Espíritu Santo nos guía, nos enseña y nos recuerda todo lo que debemos saber.  Y nos va mostrando la Voluntad de Dios. 

                                         



Así hacían los Apóstoles.  Oraban.  Por eso vemos en la Primera Lectura cómo se atreven a decir: 

“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido ... “ (Hch. 5, 1-29). Realización también de la promesa de Cristo al instituir a su Iglesia con los Apóstoles y con Pedro, el primer Papa, a la cabeza: “Lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra también quedará desatado en el Cielo” (Mt. 16, 20).

Nos queda ver el significado de algunos de los simbolismos que nos trae la Segunda Lectura, tomada del Libro de Apocalipsis, respecto de la Jerusalén Celestial:

“Muralla ancha y elevada” Indica seguridad.  Cuando habitemos la Nueva Jerusalén, ya no habrá nada que temer. No habrá temores externos ni tampoco en nuestro interior.

“Doce puertas monumentales con doce Ángeles”: Significa que la entrada al Cielo es de carácter espiritual: se refiere al estado de nuestra alma. El número doce se refiere a la Iglesia.

“Doce cimientos con los nombres de los Apóstoles”: La verdad que nos lleva a los Cielos Nuevos y a la Tierra Nueva reposa sobre los Apóstoles, sobre la Iglesia de Cristo.


                          



“No vi templo, porque Dios y el Cordero son el Templo El templo es el anhelo de la humanidad de encontrarse con Dios. En la Jerusalén Celestial ya no se necesitan templos, pues Dios está presente en cada uno de los salvados. Estaremos en El y El en nosotros.

Meditemos, entonces, en la profundidad del Misterio Trinitario, para poder así vivir lo que repetimos al comienzo de la Misa:  La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, y podamos también comenzar a vivir la unión de nosotros con la Santísima Trinidad y de nosotros entre sí.


domingo, 19 de mayo de 2019

«Que os améis unos a otros» (Evangelio Dominical)





Hoy, Jesús nos invita a amarnos los unos a los otros. También en este mundo complejo que nos toca vivir, complejo en el bien y en el mal que se mezcla y amalgama. Frecuentemente tenemos la tentación de mirarlo como una fatalidad, una mala noticia y, en cambio, los cristianos somos los encargados de aportar, en un mundo violento e injusto, la Buena Nueva de Jesucristo.

En efecto, Jesús nos dice que «os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Y una buena manera de amarnos, un modo de poner en práctica la Palabra de Dios es anunciar, a toda hora, en todo lugar, la Buena Nueva, el Evangelio que no es otro que Jesucristo mismo.

«Llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2Cor 4,7). ¿Cuál es este tesoro? El de la Palabra, el de Dios mismo, y nosotros somos los recipientes de barro. Pero este tesoro es una preciosidad que no podemos guardar para nosotros mismos, sino que lo hemos de difundir: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). De hecho, San Juan Pablo II escribió: «quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo».

                                             



Con esta confianza, anunciamos el Evangelio; hagámoslo con todos los medios disponibles y en todos los lugares posibles: de palabra, de obra y de pensamiento, por el periódico, por Internet, en el trabajo y con los amigos... «Que vuestro buen trato sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca» (Flp 4,5).

Por tanto, y como nos recalca el Papa Juan Pablo II, hay que utilizar las nuevas tecnologías, sin miramientos, sin vergüenzas, para dar a conocer las Buenas Nuevas de la Iglesia hoy, sin olvidar que sólo siendo gente de buen trato, sólo cambiando nuestro corazón, conseguiremos que también cambie nuestro mundo.



Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):





Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Palabra de Señor



COMENTARIO

       
                                     



Ya nos hemos olvidado de la Semana Santa, sin darnos cuenta de que aún estamos en Tiempo de Pascua, aún estamos en tiempo de celebración de la Resurrección de Cristo, el más grande acontecimiento de todos los tiempos... por lo menos para los que nos llamamos cristianos.

Y el misterio pascual, cuyo centro es la Resurrección de Cristo, se completará plenamente con nuestra propia resurrección.  Todo creyente, entonces, está en espera de su propia resurrección.  Y, más aún, espera también el establecimiento de la nueva Jerusalén, que baja del Cielo.  Y no es invento, pue sel Evangelista San Juan nos habla de esto en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.

En efecto, San Juan nos refiere una visión que tuvo de un “Cielo nuevo y tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.  También vi que descendía del Cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén.” (Ap. 21, 1-5).
                   
 

Para poder entender lo que nos describe San Juan, debemos tener en cuenta el momento en que esto sucede.  Es el momento en que volverá Cristo para establecer su reinado definitivo.  Es el momento en que Dios “hará nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5).   Es el momento en que sucederá nuestra resurrección.  Es el momento del fin del mundo.

Necesariamente se nos presenta esta pregunta: ¿Se acabará el mundo algún día?  Es enseñanza de la Iglesia Católica, basada en las Sagradas Escrituras, que este mundo –tal como lo conocemos ahora- dejará de existir.
          
En efecto, la primera tierra, ésta en que vivimos, ya no existirá, así como la conocemos, pues Juan dice haber visto en su visión, “que es Palabra de Dios y Testimonio solemne de Jesucristo” (Ap. 1, 2) una “tierra nueva”.   Curioso que también hable de “Cielo nuevo”.   

Y es lógico, porque -nos dice la Biblia Latinoamericana en sus comentarios- ese nuevo Cielo “no será un paraíso para ‘almas’ aisladas ni para puros Ángeles, sino una ciudad de seres humanos que han llegado a ser totalmente hijos de Dios”. 


Ese amor de amarnos como El nos ha amado, el cual nos pide Jesús en este Evangelio, es exigente, pues -pensemos bien- El nos amó a tal extremo que se dejó matar por nosotros, por nuestra salvación, para luego ser glorificado y glorificarnos a nosotros también. 


Ese amor exige nuestra entrega total a Dios y nuestra disponibilidad de servicio a los hermanos.  Entregados a Dios, El sabrá cómo usar nuestra entrega y nuestra disponibilidad en bien de nuestros hermanos.  El irá indicando el camino de nuestro servicio a los demás.

          Así se va construyendo la Nueva Jerusalén desde aquí, pues Dios comienza a establecer su morada en medio de nosotros y a establecer su Reino de justicia y de gracia, de amor y de paz.
Que así sea.












Fuentes;
Sagradas Escrituras
Evangeli org.
Homilias.org.



viernes, 17 de mayo de 2019

Viva Nuestra Señora de La Dulce Espera!! VIII Aniversario de su entronización en Algeciras!!


                                        



Hoy es 17 de Mayo, y desde hace unos años, los que tenemos vocación mariana, celebramos  Nuestra Señora de La Dulce Espera. También celebramos en el día de hoy, su VIII Aniversario de su entronización en la Parroquia de San García Abad de Algeciras (Cádiz), España.

Una vez más, agradecidos con nuestra hermana y amiga, doña Norma Beatriz González de Philips, amiga y feligresa del que fuera párroco en San Bernardo (Argentina) y de la Parroquia de San García Abad de Algeciras, don José Carlos del Valle Ruiz, que llevaron a cabo que Nuestra Señora, esté aquí con nosotros,

Ambos fueron y como no, con la bendición de Nuestra Señora, quienes facilitaron que llegara la imagen bendecida desde Quilmes (Argentina) hasta Algeciras (España).

Hoy recordamos aquel día...




"Bienvenido Mayo, y con alegría;
por eso roguemos a Santa María
que pida a su Hijo aún todavía
que de pecado y locura nos guarde.
Bienvenido Mayo.
Bienvenido seas, y con alegría.".
(Alfonso X El Sabio)


Y en Mayo, tenía que ser !

El pasado martes, 17 de Mayo, como si desde el cielo llegara, desde el pueblo hermano de Argentina, nuestra amiga, la Sra. Norma Beatriz González Fernández de Philipps, nos ha traído para estar con nosotros, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera.


En una carta del Presbítero D. Daniel Moreno, párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes (Buenos Aires), dirigida a nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle , comunicaba que…

"La Señora Norma Beatriz González Fernández de Philipps, miembro de la comunidad parroquial de la Iglesia Catedral de Quilmes, la acompaña y nos dona, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera, la que es gemela de la que fue entronizada en dicha Catedral el 15 de Octubre de 2009. Esta imagen perteneció a la familia de Norma en acción de gracias por la llegada de sus nietos.

Es cuando, Norma, habiendo descubierto el interés y devoción del padre José Carlos del Valle, hacia Nuestra Señora de La Dulce Espera, quien había sido su párroco en San Bernardo, Norma, le promete algún día llevarle una réplica allá donde él estuviera de párroco.

La Comunidad de Quilmes, acompaña con su oración a esta celebración, La Liturgia de Entronización de Nuestra Señora de la Dulce Espera, en ese día.

Comparten con nosotros la alegría por los frutos de esta devoción que nos compromete a todos a alentar la opción por la vida.

Se unen con nuestra comunidad parroquial, comprobando que la devoción a María Santísima es el camino más corto para llegar a su Hijo Jesús, nuestro Hermano y amigo que se hace Pan, para llamarnos a su mesa y saciar nuestro hambre de amor, de paz y de solidaridad.

Y para finalizar, hacen suyas la alegría de nuestra comunidad al recibir esta imagen de María Madre de la Dulce Espera, comprobando una vez más, que María, la Madre de Jesús y también nuestra, no sabe de distancias ni fronteras, sólo quiere llegar a quienes con amor y sencillez la esperan.".

Desde nuestra Comunidad de San García Abad, queremos agradecerle tanto al párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes y a la Señora Doña Norma Beatriz González Fernández de Philipps, que hayan traído hasta nosotros a nuestra María, nuestra Madre, Nuestra Señora de la Dulce espera.

Muchas gracias y que Dios, nuestro Señor, los bendiga.!


A continuación, la señora Norma Beatriz González Fernández de Philips, tomó la palabra para hacernos una breve historia de la advocación de María, Nuestra Señora de la Dulce Espera.

Resulta que, la parroquia devotense de Quilmes, alberga en la calle José Cubas la imagen más venerada en toda la Argentina por las creyentes embarazadas. Todos los sábados primeros de cada mes, se repite la ceremonia de bendición de escarpines y la procesión de madres que se acercan para agradecer el éxito de sus partos.
Celebración que se lleva a cabo en la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Villa Devoto . La Sra. Norma González de Phillips, nos explica que… “Esta advocación de la Virgen María embarazada, considerada por la Iglesia Católica como la “patrona de las madres que esperan un hijo”, cuenta con su versión más reconocida en toda la Argentina allí, en dicho barrio.”.

Tambien, añade; “Si bien la devoción por la imagen de La Virgen María embarazada de Jesús es antiquísima, en Argentina sufrió un nuevo impulso desde la instalación de una virgen de piedra en la parroquia de la calle José Cubas, donde se encuentra el Seminario Mayor de Buenos Aires. ¿Donde mejor podía haber elegido Ella.”.

Y añade que; “La misma fue trasladada al país luego de que un matrimonio argentino le rezara cuando estaba ubicada en una cripta de la catedral de Santiago de Compostela, pidiendo por su hija, quien no lograba quedar embarazada. Años después, la hija por la cual pedían tuvo dos hijos y, a partir de entonces, sus padres se comprometieron a llevar la imagen ante la cual habían rezado a la Argentina.

Así fue que, previa aprobación eclesiástica, la estatua de piedra tiene un sitio hoy en la Parroquia Inmaculada Concepción de Villa Devoto.

Allí, los primeros sábados de cada mes, las autoridades de la parroquia deben duplicar la cantidad de misas –de dos a 4- y se bendicen escarpines por decenas que, como indica la tradición, son entregados a mujeres embarazadas que cursan el 8º o 9º mes de gestación. Al mismo tiempo, madres que recibieron esos escarpines, vuelven un mes después del parto con el objeto de agradecer a la patrona.”.

Por supuesto, nuestra amiga Norma, nos habla de celebraciones con más de 1000 fieles. Que envídia!!

Tras a exposición oral llevada a cabo por la Sra. González de Phillips, se continuó con la ceremonia litúrgica, bendiciendo la imagen y al finalizar la celebración con oración y cánticos a Nuestra Señora de la Dulce Espera, nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle Ruiz, presentó ante la imagen de Nuestra Señora...

A embarazadas...



Niños...


y a continuación , fueron desfilando los feligreses presentes para besar y orar ante la imagen de Nuestra Señora, que ya está aquí para quedarse entre nosotros.



Más tarde, en procesión se colocó la imagen en su lugar asignado en el Templo y junto, a nuestro patrón San García Abad.


A partir de ahora , podemos decir que,en nuestra parroquia y en la ciudad de Algeciras, ya está con nosotros, María, Nuestra Señora de la Dulce Espera!



Desde aquí, le pedimos que interceda ante Jesús, su hijo y hermano nuestro , por todos nosotros, nuestras familias y amigos.

Además, dulce Madre mía, fíjate especialmente en aquellas mujeres que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.

Que puedan sentir el amor del Padre ,y que descubran que cada niño que viene al mundo es una bendición.


Amén.



Comunicación de la cesión de la Imagen de Nuestra Señora de la Dulce Espera, de doña Norma Beatriz González de Philips a la Parroquia de San García Abad de Algeciras (Cádiz-España) y refrenda el Párroco de la Catedral de Quilmes (Argentina).









lunes, 13 de mayo de 2019

Nuestra Señora de Fátima... 102 años después !!




La aparición de María y los secretos que les confió a los niños portugueses son uno de los misterios modernos de la Iglesia católica. Según la creencia, en el humilde pueblo de Fátima, Francisco, Jacinta y Lucía vieron por primera vez a la madre de Jesús el 13 de mayo de 1917. Hoy se cumplen 102 años…


La canonización de Francisco y Jacinta. El Milagro del niño brasileño.


                                



La curación total de una grave lesión cerebral que padecía un niño brasileño fue lo que, al ser reconocido como milagro por la Iglesia, hará posible hoy, día 13 de Mayo de 2017, la canonización de los hermanos Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastores de Fátima testigos de las apariciones marianas. Ya fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II en el año 2.000.

Francisco (1908-1919) y Jacinta (1910-1920), junto con su prima mayor Lúcia (1907-2005), aseguraron ver a la Virgen en 1917, en varias apariciones cuyo centenario se conmemora con la presencia del papa Francisco.

La historia que justifica el paso de beatos a santos de los hermanos portugueses, hasta ahora envuelta en secretismo, fue desvelada el viernes en Fátima por los padres del niño, João Baptista y Lucila Yuri, que llegaron procedentes del estado de Paraná (Brasil).

Según el relato del matrimonio, su hijo Lucas sufrió una grave lesión cerebral al caer por una ventana en marzo de 2013, cuando tenía 5 años. El desolador pronóstico médico le auguraba “pocas probabilidades de vivir”, y si sobrevivía lo haría “con grandes deficiencias cognitivas o, incluso, en estado vegetativo”.

Fue entonces cuando la familia, que se declara devota de Fátima, rezó a los pastores y pidió a una comunidad cercana de carmelitas que también lo hicieran. Días después, Lucas muestra una recuperación total, sin ninguna secuela.

Lucía Dos Santos, la mayor de los tres pastorcitos, se hizo monja y falleció en 2005; el Vaticano plantea beatificarla.



El Papa, un feligrés más.


                                     


Como uno más de 300.000 feligreses que han llegado al santuario de la Virgen de Fátima, en Portugal, anoche el papa Francisco rezó el rosario en la explanada del lugar, donde hace cien años la Virgen se les apareció a tres sencillos pastorcitos.

Minutos antes de empezar el rezo, el pontífice argentino permaneció de pie en total recogimiento durante unos 10 minutos ante la imagen entallada en madera de cedro y con la corona con la bala que hirió a Juan Pablo II en 1981. 

Lo mismo había hecho en la mañana, cuando arribó a este lugar donde este sábado celebrará una misa en la que canonizará a dos de los niños pastores, Jacinta y Francisco, que murieron de 9 y 10 años de edad por la gripe española. Lucía, la tercera y quien se hizo monja, murió en el 2005.

En su mensaje a los fieles, Francisco rechazó la idea de un Dios “justiciero” y de una Virgen María como “una santita a la que se acude para conseguir gracias baratas”.




ORACIÓN




Oh Virgen Santísima, Vos os aparecisteis repetidas veces a los niños; yo también quisiera veros, oír vuestra voz y deciros: Madre mía, llevadme al Cielo. Confiando en vuestro amor, os pido me alcancéis de vuestro Hijo Jesús una fe viva, inteligencia para conocerle y amarle, paciencia y gracia para servirle a Él a mis hermanos, y un día poder unirnos con Vos allí en el Cielo.
Amén.




domingo, 12 de mayo de 2019

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco» (Evangelio Dominical)





Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: «Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.

Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. 

   



¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”.

La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna» (Jn 10,28).




Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):


                               



En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»

Palabra del Señor




COMENTARIO


                                 
                   

Nuevamente Jesús nos compara a nosotros los seres humanos con las ovejas.  Y es que la Liturgia nos presenta esta bella imagen una vez al año, en el Domingo Cuarto de Pascua, el cual dedica la Iglesia al Buen Pastor.

En el Evangelio vemos a Jesús como ese Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.  Y sus ovejas somos todos:  los de este corral y los de fuera del corral.  Dice Jesús: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10, 27-30).

Es cierto, Jesús ha dado su vida por nosotros para que tengamos Vida Eterna.  Privilegio inmensísimo que no merecemos ninguno de nosotros.  Privilegio que requiere una condición exigida por el mismo Jesús en este trozo evangélico: “Mis ovejas oyen mi voz ... y me siguen”.

                    



¿Cómo escuchar la voz de Dios para poder seguirlo a El y sólo a El?  Porque ... hay muchas voces a nuestro derredor:  los medios de comunicación, las malas compañías, los enemigos de la Iglesia, los cuestionadores de la Verdad, los mentirosos, los ilegítimos, los seguidores del New Age, las mayorías equivocadas ...

Ya nos puso en guardia Jesús acerca de esos falsos pastores que no son El: “Huyen ante el lobo, porque no son suyas las ovejas, no le importan las ovejas y las abandona.  Y el lobo las agarra y las dispersa” (Jn. 10, 11-13).   ¿Y quién es el lobo?  Nada menos que el Enemigo de Dios, el Diablo.

Por eso hay que saber escuchar la voz del Buen Pastor, de Aquél que sí “da la vida por sus ovejas”, de Aquél que sí las cuida bien.   ¿Cómo reconocer esa voz?  ¿Cómo reconocerla para seguirla, sabiendo que es la única que nos lleva a la Vida Eterna?

Quien oye la voz de Jesús, acepta y sigue su Palabra contenida en su Evangelio.  Y la acepta en su totalidad y sin suavizarla, ni disminuirla; mucho menos, discutirla o cambiarla en alguna de sus partes.

Quien oye la voz de Jesús oye, también, la voz de su conciencia.  Por cierto, si la oveja está enferma oye la voz de otros y del Enemigo.  Buena aplicación para la vida cristiana:  si estamos enfermos (espiritualmente) oímos las voces que no debemos oír.  Por eso la conciencia tiene que estar sana; no puede estar confundida, ni ahogada, ni obnubilada, ni adormecida por las voces que no son las del Pastor.  Tiene que ser una conciencia que esté rectamente iluminada por la Verdad y por la Ley de Dios.













Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangelio San Juan
Homilias.org
Evangeli.org

domingo, 5 de mayo de 2019

«Jesús les dice: ‘Venid y comed’» (Evangelio Dominical)






Jesús resucitado sorprendió varias veces a sus Apóstoles y discípulos apareciéndoseles en las maneras más inesperadas.  Una de estas apariciones, la tercera, fue en la playa del Lago de Tiberíades.  Nos la narra el Evangelio de hoy (Jn. 21, 1-19).   Estaban siete de ellos en una barca, regresando de una noche de pesca infructuosa y, al amanecer, “alguien” les dijo desde la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo ... Echen las redes a la derecha de la barca y encontrarán peces”.


Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-19):





En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Palabra del Señor





COMENTARIO





Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.

Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!

Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.












Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangelio San Juan
Evangeli.org