domingo, 28 de febrero de 2021

«Se transfiguró delante de ellos» (Evangelio Dominical)

 


 

Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (San Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.

Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.


                                               






 El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.


«La espiritualidad cristiana -escribió san Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.

 


Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):






En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO

 





 

 Jesús ve llegar momentos difíciles, se «huele» el fracaso y la muerte a la vuelta de la esquina. Más pronto que tarde, su vida se verá envuelta en la oscuridad y será tronchada. Y necesite encontrarse con el Padre, buscando un poco de luz y de fortaleza. La cercanía, la confianza y el encuentro con el Padre son indispensables para superar los momentos difíciles, para no venirse abajo, ante la soledad de tomar decisiones difíciles... y ante el desconcertante silencio de Dios.  Nos advertirá más adelante: "Orad para no caer en tentación". 

 

       Por otro lado, los tres discípulos que le acompañan andan también «confundidos», como Abraham, sobre los caminos de Dios. No aceptan un Mesías fracasado, sufriente, entregado, sacrificado, sin poder ni gloria. Y Jesús tiene que ayudarles a discernir los caminos de Dios, su «voluntad». Esto vale mucho hoy para la Iglesia: la entrega silenciosa, el silencio, la humildad, el sacrificio, el huir de la gloria, prescindir de todo tipo de ostentaciones...

 




   En la escena que contemplan aparecen tres «personajes». En primer lugar Elías, que representa a los profetas: Ellos hablaban en nombre de Dios -«oráculo del Señor»- anunciadores de la novedad de Dios, del futuro que Dios siempre abre para su pueblo, anunciadores del Mesías. Por su parte, Moisés  fue el fundador del Pueblo, el redactor de la Ley, el guía hacia la Tierra Prometida, que mana leche y miel. Y en tercer lugar, el propio Dios, representado -como en el Éxodo-  por la nube y una voz que pide: «escuchadle». Los tres rodean a Jesús... y «desaparecen», quedando Jesús como único protagonista. Es decir: Jesús es el Nuevo Moisés, fundador de un nuevo pueblo, de una nueva alianza, de una nueva ley, un nuevo guía hacia la plenitud. Jesús es el nuevo «profeta» que anuncia y abre el futuro de Dios, ya no harán falta más portavoces de Dios: Jesús es el único, es la Palabra de Dios. Por eso también «desaparece» Dios de la escena porque ahora será Jesús, el Hijo Amado, la nueva presencia de Dios entre los hombres (Hebreos, 1, 1-2)

 

Algunas conclusiones para nuestro camino cuaresmal:

 





      - Invitación urgente al encuentro calmado con Dios, para que él nos ayude a discernir sus caminos, purificar su rostro, y para ser fortalecidos ante la tentación y las pruebas que llegarán en algún momento. En esa oración no puede faltar la Palabra que es Jesús, escuchándole. Y dejándonos acompañar por él cuando toque «bajar del monte» a la dura realidad de la vida. 

 

    - El dolor, el fracaso, la oscuridad, el sinsentido, el silencio de Dios... se abrirán a la luz de la Pascua, son camino para la gloria... si los vivimos confiando en Dios. No se esfumarán las dificultades que puedan presentarse, como no desapareció la Cruz del horizonte de Jesús, a pesar de ser su Hijo Amado. Pero la esperanza en el Dios de la vida y de la Luz... nos ayudarán a superarlas. Como hizo Jesús. Contemplarle, escucharle, seguirle... es el único camino para el triunfo.

 

 

 

 

 

 

Fuentes;

Sagradas Escrituras

Evangeli.net

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

domingo, 21 de febrero de 2021

«El Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás»




Hoy, la Iglesia celebra la liturgia del Primer Domingo de Cuaresma. El Evangelio presenta a Jesús preparándose para la vida pública. Va al desierto donde pasa cuarenta días haciendo oración y penitencia. Allá es tentado por Satanás.

Nosotros nos hemos de preparar para la Pascua. Satanás es nuestro gran enemigo. Hay personas que no creen en él, dicen que es un producto de nuestra fantasía, o que es el mal en abstracto, diluido en las personas y en el mundo. ¡No!

La Sagrada Escritura habla de él muchas veces como de un ser espiritual y concreto. Es un ángel caído. Jesús lo define diciendo: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8). Y Pablo VI enseña: «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser obscuro y perturbador existe realmente y que continúa actuando».


                                            





 ¿Cómo? Mintiendo, engañando. Donde hay mentira o engaño, allí hay acción diabólica. «La más grande victoria del Demonio es hacer creer que no existe» (Baudelaire). Y, ¿cómo miente? Nos presenta acciones perversas como si fuesen buenas; nos estimula a hacer obras malas; y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar los pecados. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza. ¿No tienes experiencia de eso?


¿Nuestra actitud ante la tentación? Antes: vigilar, rezar y evitar las ocasiones. Durante: resistencia directa o indirecta. Después: si has vencido, dar gracias a Dios. Si no has vencido, pedir perdón y adquirir experiencia. ¿Cuál ha sido tu actitud hasta ahora?

La Virgen María aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Que Ella nos dé fortaleza para superar las tentaciones de cada día.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):





En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.

Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Palabra del Señor

 

 

COMENTARIO





Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15).   Jesucristo fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a El no lo llevaron al pecado” (Hb.4,15).   Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

 

No podemos pretender, entonces, no tener tentaciones.  Ni siquiera podemos pretender nunca pecar, pues aun los santos han pecado y nos dice la Sagrada Escritura que el santo peca siete veces (cfr. Prov. 24, 16).

 

Sin embargo, la clave del comportamiento ante las tentaciones nos la da esa cita de los Proverbios:  “el justo, aunque peca siete veces, se levanta, mientras que los pecadores se hunden en su maldad”.  La diferencia entre el que trata de ser santo y el pecador empecinado no consiste en que el santo no peque nunca, sino que cuando cae se levanta, mas el pecador empecinado continúa sin arrepentirse y cometiendo nuevos pecados.

 

Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo:  “Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo.  Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).

 

Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones.   Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna:  “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (St. 1, 12).

 





Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación.  Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna.  De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente:  “Sean sobrios y estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8).

 

Luego debemos tener plena confianza en Dios.  Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.  Tenemos que saber y estar realmente convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas.  Él les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10 ,12).

 

¿Cómo luchar contra las tentaciones?  La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar.  “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41).   “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio.

 

¿Qué hacer ante la tentación?  Despachar la tentación de inmediato.  ¿Cómo?  También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer.  Nos dice el Catecismo:  “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849).

 

“No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padre Nuestro.  La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo.  Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla.  Porque ... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31).

 

Y después de la tentación ¿qué?  Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene:  Dios, que no nos deja caer en la tentación.  Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones.  Y si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado.  Pero requiere –eso sí- nuestro arrepentimiento y deseo de no pecar más.  Y nos espera en el Sacramento de la Confesión para darnos su perdón.

 

¿Cómo es el proceso de la tentación?

 




Pensemos en Jesús ante las tentaciones en el desierto.  Él despachó de inmediato al demonio.  No entró en un diálogo con el Enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento.

 

Pensemos, en cambio, en Eva.  Analicemos las palabras del Génesis (Gn 3, 1-10) sobre la tentación original:

 

El demonio se acerca y propone un tema de conversación:  “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”.

 

Y la mujer, en vez de despacharlo de inmediato, comienza un diálogo:  “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho:  No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”.  Con este diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro.  Porque … si sabemos que Dios tiene algo prohibido –como Adán y Eva en el Paraíso- el entretenernos en una duda de Fe, en un pensamiento equivocado o en darle rienda suelta a algún deseo inconveniente, es ya caer en la trampa del Demonio.  No nos damos cuenta, pero con eso, ya caímos en el diálogo.

 

Volvamos a Eva:  el Demonio, astutísimo como es y, además, inventor de la mentira, podía hacerla sucumbir, pues es ángel –ángel caído, pero ángel al fin, con poderes angélicos superiorísimos a las cualidades humanas.

 

De hecho, sabemos lo que sucedió: ya entablado el diálogo, ya debilitado el entendimiento de la mujer, el Demonio pasa a hacer una proposición directa al pecado, una mentira, pintándole un panorama maravilloso:  ser como Dios:   “Y dijo la serpiente a la mujer:  No morirán.  Es que Dios sabe que si comen se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”.

 

Puede el Demonio también ofrecer una felicidad oculta detrás del pecado, insinuando además que nada malo nos sucederá.  Que además podemos arrepentirnos y que Dios es misericordioso.  A estas alturas de la tentación, todavía está el alma en capacidad de detenerse, pues la voluntad aun no ha consentido.  Pero si no corta enseguida, las fuerzas se van debilitando y la tentación va tomando más fuerza.

 

Luego viene el momento de la vacilación.  “Vio, pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y apetitoso para alcanzar la sabiduría”.  Sobreponerse aquí es muy difícil, pero no imposible.  Sin embargo, el alma ya está muy debilitada ante el panorama tan atractivo que le ha sido presentado.

 

“Y tomó el fruto y lo comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió”.  Ya el alma sucumbió, dando su consentimiento voluntario al pecado.  Y lo que es peor:  hizo caer a otro.  Cometió un pecado doble:  el suyo y el de escándalo, haciendo que otro pecara.

 

Luego viene el momento de la desilusión:  ¿dónde está el maravilloso panorama sugerido por el enemigo?  “Se les abrieron los ojos a ambos y, viendo que estaban desnudos, tomaron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones”.  El alma se da cuenta que se ha quedado desnuda ante Dios y de que ha perdido la gracia (Dios ya no habita en ella).

 

El remordimiento sigue a la desilusión.  Y ante este llamado de la conciencia, puede uno esconderse, rechazando la voz de Dios o puede el alma arrepentirse y pedir perdón a Dios en el Sacramento de la Confesión.

 

“Oyeron a Yavé que se paseaba por el jardín al fresco del día y se escondieron de Yavé Adán y su mujer.  Pero Yavé llamó a Adán, diciendo:  ¿dónde estás, Adán?

 

¿La tentación es pecado?

 





Es muy importante la diferenciación entre “tentación” y “pecado”.  La tentación no es pecado.  La tentación es anterior al pecado.  El pecado es el consentimiento de la tentación.  Así que no es lo mismo ser tentado que pecar.  Todo pecado va antecedido de una tentación, pero no toda tentación termina en pecado.

 

Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el Demonio o los demonios nos presenten a lo largo de nuestra vida.  Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación.

 

Esto es una verdad contenida en las Sagradas Escrituras:  “Dios que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13).

 

Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación eterna.  La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo (cfr. 2 Tim. 4, 7).

 

El poder que tiene el Demonio sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado.  Con Cristo no tenemos nada que temer.  Nada ni nadie puede hacernos pecar, si nosotros mismos no lo deseamos.

 

Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios o por el Demonio.   También sirven para no ensoberbecernos creyéndonos autosuficientes y sin necesidad de Cristo Redentor.

 

¿Qué hacer ante las tentaciones?

 





En primer lugar tener plena confianza en Dios, tener plena confianza en lo que nos dice San Pablo:  nadie es tentado por encima de las fuerzas que Dios nos da.  Junto con cada prueba, Dios tiene dispuesto gracias especiales suficientes para vencer.  No importa cuán fuerte sea la tentación, no importa la insistencia, no importa la gravedad.  En todas las pruebas está Dios con sus gracias para vencer con nosotros al Maligno.

 

Además, decía un antiguo Padre de la Iglesia, tras la venida de Cristo, Satanás es como un perro atado: puede ladrar y abalanzarse cuanto quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos a él, no puede morder.

 

Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración.  Bien nos dijo el Señor:  “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41).  Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar.

 

Ahora bien esta lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra fuerzas sobre-humanas, como bien nos describe San Pablo (Ef. 6, 11-18).  Por eso hay que armarse con armas espirituales: confesión y comunión frecuentes, que son los medios de gracia que nos brinda el Señor a través de su Iglesia.  Pero no olvidar, por encima de todo, la oración, la cual nos recomienda el Señor directamente y nos recuerda San Pablo también: “Vivan orando y suplicando.  Oren todo el tiempo” (Ef. 6, 18).

 

Una de las gracias a pedir en la oración, para estar preparados para este combate espiritual, es la de poder identificar la tentación antes de que nuestra alma vacile y caiga.

 

Poder ubicar de inmediato, por ejemplo, una tentación de orgullo. “¡Qué bien lo haces!  ¡Qué competente eres!”, puede insinuarnos sutilmente el demonio. ¡Tan sutilmente que parece un pensamiento o una idea propia!  Parece muy lógico y hasta lícito este pensamiento para levantar la “auto-estima”, según esa nefasta prédica del New Age.

 

Pero en realidad, el Demonio está buscando engañarnos para que creamos que somos capaces de hacer las cosas, sin dejarnos dar cuenta que es Dios quien nos capacita para hacer las cosas bien y a Él debemos agradecer y alabar, pues por nosotros mismos no somos capaces de ¡nada!  Si cada palpitación de nuestro corazón depende el Él ¿de qué nos vamos a ufanar?  La verdadera “auto-estima” consiste en sabernos y creernos realmente que nada somos ante Dios, que dependemos totalmente de Él y de que nuestra fortaleza está en nuestra debilidad, pues en ésta Dios nos fortalece con su Fortaleza.  “Mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor. 12, 9-b).

 

Ese pensamiento sutil y tan “aparentemente” lícito o inocuo, sobre la supuesta competencia y capacidad del ser humano, el alma vigilante lo rechaza enseguida, sin distraerse a ver lo capaz y competente que ha sido en hacer bien una determinada una labor.  De no actuar así y con prontitud, ya ha caído en una tentación de orgullo y engreimiento.





A veces la tentación no desaparece enseguida de haberla rechazado y el Demonio ataca con gran insistencia.  No hay que desanimarse por esto.  Esa insistencia diabólica puede ser una demostración de que el alma no ha sucumbido ante la tentación.  Ante los ataques más fuertes, hay que redoblar la oración y la vigilancia, evitando angustiarse.  Esta lucha, permitida por Dios, es una especie de calistenia espiritual que más bien fortalece al alma, siempre que se mantenga luchando contra la tentación.  Si rechaza la tentación una y otra vez, el Demonio terminará por alejarse, aunque no para siempre, pues buscará otro motivo y otro momento más oportuno para volver a tentar.  (“Habiendo agotado todas las formas de tentación, el Diablo se alejó de Él, para volver en el momento oportuno” (Lc. 4, 13).

 

Una cosa conveniente es desenmascarar al Demonio.  Si se trata de tentaciones muy fuertes y repetidas, puede ser útil hablar de esto con un buen guía espiritual.  El Demonio, puesto en evidencia, usualmente retrocede.  Adicionalmente, ese acto de humildad de la persona suele ser recompensado por el Señor con nuevas gracias para fortalecernos ante los ataques del Demonio.

 

Y  recordar siempre que tenemos todas las gracias necesarias para el combate espiritual. San Pablo refiere lo siguiente:   “Y precisamente para que no me pusiera orgulloso, después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, para que me abofeteara.  Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me respondió:  ‘Te basta mi gracia’”  (2 Cor. 12, 7-9).

 

Aparte de este actitud de continua confianza en Dios y de vigilancia en oración, hay conductas prácticas convenientes de tener en cuenta ante las tentaciones:

 

Durante la tentación: orar con mucha confianza y resistir con la ayuda que Dios ha dispuesto.

 

Después de la tentación:  si hemos caído, arrepentirnos y buscar el perdón de Dios en la Confesión.  Y si no hemos caído ¡ojo!  Referir el triunfo a Dios, no a nosotros mismos, pues a Él debemos el honor, la gloria y el agradecimiento.

 

 

 

 

 











 Fuentes:

Sagradas Escrituras.

Evangeli.org

Homilias.org