lunes, 29 de abril de 2013

Hoy es... Santa Catalina de Siena !!



Virgen y doctora de la Iglesia (1347-1380) Fue todo un prodigio de criatura. La penúltima de 25 hermanos. Hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio dei Piangenti, mujer enérgica y trabajadora. Nació en Siena el 1347, el año anterior a la tristemente célebre Peste Negra que asoló a toda Europa.


 

 Ella vendría a sanar grandes males que poco después se levantarían también en el seno de la Iglesia. A pesar de su corta vida y de no haber ocupado cargos de responsabilidad, parece casi increíble cómo una joven mujer de pueblo pudo realizar empresas tan grandes como le tenía reservadas el Señor. Aquella niña alegre, juguetona  como correspondía a su edad, quedó prontamente truncada cuando siendo muy niña todavía, caminaba con su hermana y recibió una maravillosa visión del cielo: Veía a Jesús sentado en un rico trono y le acompañaban los Apóstoles San Pedro, San Pablo y San Juan...

 

Se entregó más a la oración, hacía todo mucho mejor que antes y de modo casi impropio de una jovencita de su edad. Parecía estar ensimismada y fuera de sí. Su madre para quitarle de la cabeza estas «manías», la pone al servicio de la criada de la casa. Catalina acepta gustosa esta nueva misión y se entrega de lleno a servir a los demás. Lo hace con gran cariño. Madre Lapa quiere que se aficione a la vida de sociedad y que piense en contraer matrimonio con un joven bueno y apuesto que ella le propone. Catalina no piensa así.


 

 Ella se ha desposado ya secretamente con su Señor Jesucristo... Por fin el bueno y pacífico de su padre toma cartas en el asunto y dice: «Que nadie moleste a mi hija Catalina. Que ella sea quien tome la decisión de su futuro. Si ella quiere servir a Jesucristo que nadie se lo impida». Catalina ve abiertos los cielos y se hace terciaria dominica o Montelata como entonces se decía.



Oremos

 

Señor Dios nuestro, que diste a Santa Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de gozo cuando se manifieste su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.

domingo, 28 de abril de 2013

"Amaros los unos a los otros, como yo os he amado" (Evangelio dominical)



Ya nos hemos olvidado de la Semana Santa, sin darnos cuenta de que aun estamos en Tiempo de Pascua, aun estamos en tiempo de celebración de la Resurrección de Cristo, el más grande acontecimiento de todos los tiempos ... por lo menos para los que nos llamamos cristianos.

Y el misterio pascual, cuyo centro es la Resurrección de Cristo, se completará plenamente con nuestra propia resurrección.  Todo creyente, entonces, está en espera de su propia resurrección.  Y, más aún, espera también el establecimiento de la nueva Jerusalén, que baja del Cielo.  Y no es invento, puesel Evangelista San Juan nos habla de esto en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.

 

En efecto, San Juan nos refiere una visión que tuvo de un “Cielo nuevo y tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.  También vi que descendía del Cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén.” (Ap. 21, 1-5).  

Para poder entender lo que nos describe San Juan, debemos tener en cuenta el momento en que esto sucede.  Es el momento en que volverá Cristo para establecer su reinado definitivo.  Es el momento en que Dios “hará nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5).   Es el momento en que sucederá nuestra resurrección.  Es el momento del fin del mundo.
Necesariamente se nos presenta esta pregunta:  ¿Se acabará el mundo algún día?  Es enseñanza de la Iglesia Católica, basada en las Sagradas Escrituras, que este mundo –tal como lo conocemos ahora- dejará de existir.


 

En efecto, la primera tierra, ésta en que vivimos, ya no existirá así como la conocemos, pues Juan dice haber visto en su visión, “que es Palabra de Dios y Testimonio solemne de Jesucristo” (Ap. 1, 2) una “tierra nueva”.   Curioso que también hable de “Cielo nuevo”. 
  
Y es lógico, porque -nos dice la Biblia Latinoamericana en sus comentarios- ese nuevo Cielo “no será un paraíso para ‘almas’ aisladas ni para puros Ángeles, sino una ciudad de seres humanos que han llegado a ser totalmente hijos de Dios”.
  
¡Por eso San Juan lo llama “Cielo nuevo”!  Porque en ese momento ya nuestras almas se habrán unido a nuestros cuerpos y ya habremos sido transformados en seres gloriosos.  

 

De eso precisamente se trata nuestra resurrección.  Como la de Cristo.  El ya resucitó.  Y El nos prometió resucitarnos a nosotros.  De eso precisamente se trata el fin del mundo.
Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Juan, en este V Domingo de Pascua.


Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):


 

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Palabra de Señor
 



COMENTARIO


"El Cielo Nuevo."

 
 

 Y todos resucitaremos.  Nuestra meta es ese “Cielo nuevo”.  Pero es el mismo San Juan quien nos advierte en su Evangelio:  “Los que hicieron bien resucitarán para la Vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).
¿Y qué es esa “ciudad santa, la nueva Jerusalén” que baja del Cielo, vestida como una novia que “viene a desposarse con su prometido”?   ¿Qué significa todo este simbolismo?
Al terminar la historia, al fin de los tiempos, descubriremos lo que Dios nos ha preparado:  la Jerusalén Celestial.  Pero no podemos siquiera imaginar cómo será, porque “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que Dios tiene preparado para aquéllos que lo aman” (1 Cor. 2, 9).    Es precisamente lo que trata de explicar San Juan con su visión de esa bellísima ciudad que baja del Cielo, es decir, que proviene del Cielo. 
¿En qué consiste, entonces, la Jerusalén Celestial? “Es la morada de Dios con los hombres”.  Esa nueva ciudad somos nosotros, pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, la novia del Cordero, que viene a unirse definitivamente a Dios:  Dios viviendo en nosotros y nosotros en Dios.  Algo así como los peces que están en el agua y el agua en los peces.
Notemos que San Juan nos informa que en esa “tierra nueva” ya no hay mar.  Simbolismo curioso para indicar que ya no habrá turbulencia, ni agitación, tan propia de las preocupaciones terrenas.  Habrá paz, paz verdadera, y seremos plenamente felices, lo que siempre hemos querido, lo que siempre hemos deseado.  

 

Y seremos así de felices, porque “Dios enjugará todas las lágrimas, y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas, ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”.
Estaremos en medio de una felicidad plena.  Una felicidad tal que resulta inimaginable, pues sobrepasa infinitamente todos nuestros conceptos humanos.  Y si la pudiéramos imaginar, tampoco podríamos describirla.  Lo que nos queda es esperarla.
Por ahora nos toca esperar, esperar con fe y con confianza.  Pero nuestra espera no debe ser de brazos cruzados.  Mientras nos llega ese momento, debemos tratar de comenzar a vivir esa “morada de Dios con los hombres”.   
 Para eso nos dejó Jesús el “nuevo mandamiento del amor:  ámense unos a otros, como Yo los he amado”,  el cual aparece nuevamente en el Evangelio de hoy (Jn. 13, 31-35). 

 

Este Evangelio es parte de las palabras del Señor a los Apóstoles en la Ultima Cena, enseguida de la salida de Judas del sitio donde estaban.  Jesús habla allí de su próxima glorificación, que tendrá lugar con su pronta Resurrección.  Nos habla de la glorificación que por El, recibe también el Padre.  Se glorifican mutuamente Padre e Hijo y en ambas direcciones:  del Padre al Hijo, del Hijo al Padre. 
¿Cómo sucede esta glorificación?  Sucede porque el Hijo cumple en todo la Voluntad del Padre, inclusive la muerte en la cruz.  Luego es glorificado con su Resurrección.  
Nosotros también esperamos nuestra glorificación, la cual tendrá lugar con nuestra propia resurrección, cuando Cristo venga a establecer su reinado definitivo.  Pero antes, como dice la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hch. 14, 21-27)  “hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. 

 

No hay resurrección sin cruz.  No hay gloria sin tribulación.  Unos más, otros menos.  Unos antes, otros después.  Todo sufrimiento es para nuestra purificación con miras a esa glorificación futura.  Todo sufrimiento aceptado en imitación a Cristo y en unión con su sufrimiento, sirve de modo privilegiado para nuestro bien espiritual y para bien de otros. 
Así, no sólo seremos glorificados, sino que daremos gloria a Dios desde aquí en esta vida terrena.  Como el Padre al Hijo y el Hijo al Padre.  Es lo que vivieron Pablo y Bernabé en sus recorridos por las comunidades paganas que se iban convirtiendo al Evangelio. 
Eran verdaderos instrumentos del Señor y así lo señalan:  Al llegar reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe”.

Y esto sucedía, no sólo por su trabajo evangelizador, necesario -por supuesto- y por los prodigios que Dios realizaba a través de ellos, como el caso del tullido de nacimiento que acababa de sanar el Señor por medio de Pablo (cf. Hch. 14, 8), sino que sucedía también porque sabían aceptar todas las tribulaciones causadas al tratar de difundir el Evangelio (cf. Hch. 14, 19).

 

Ese amor de amarnos como El nos ha amado, el cual nos pide Jesús en este Evangelio, es exigente, pues -pensemos bien- El nos amó a tal extremo que se dejó matar por nosotros, por nuestra salvación, para luego ser glorificado y glorificarnos a nosotros también. 
Ese amor exige nuestra entrega total a Dios y  nuestra disponibilidad de servicio a los hermanos.  Entregados a Dios, El sabrá cómo usar nuestra entrega y nuestra disponibilidad en bien de nuestros hermanos.  El irá indicando el camino de nuestro servicio a los demás.
 

Así se va construyendo la Nueva Jerusalén desde aquí, pues Dios comienza a establecer su morada en medio de nosotros y a establecer su Reino de justicia y de gracia, de amor y de paz.  

Que así sea.

domingo, 21 de abril de 2013

“Mis ovejas oyen mi voz ... y me siguen”. (Evangelio dominical)



Nuevamente Jesús nos compara a nosotros los seres humanos con las ovejas.  Y es que la Liturgia nos presenta esta bella imagen una vez al año, en el Domingo Cuarto de Pascua, el cual dedica la Iglesia al Buen Pastor.

En el Evangelio vemos a Jesús como ese Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.  Y sus ovejas somos todos:  los de este corral y los de fuera del corral.  Dice Jesús:  “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano”  (Jn. 10, 27-30).

Es cierto, Jesús ha dado su vida por nosotros para que tengamos Vida Eterna.  Privilegio inmensísimo que no merecemos ninguno de nosotros.  Privilegio que requiere una condición exigida por el mismo Jesús en este trozo evangélico:  “Mis ovejas oyen mi voz ... y me siguen”. 

 

¿Cómo escuchar la voz de Dios para poder seguirlo a El y sólo a El?  Porque ... hay muchas voces a nuestro derredor:  los medios de comunicación, las malas compañías, los enemigos de la Iglesia, los cuestionadores de la Verdad, los mentirosos, los ilegítimos, los seguidores del New Age, las mayorías equivocadas ...

Ya nos puso en guardia Jesús acerca de esos falsos pastores que no son El: “Huyen ante el lobo, porque no son suyas las ovejas, no le importan las ovejas y las abandona.  Y el lobo las agarra y las dispersa” (Jn. 10, 11-13).

 ¿Y quién es el lobo?  Nada menos que el Enemigo de Dios, el Diablo.
Por eso hay que saber escuchar la voz del Buen Pastor, de Aquél que sí “da la vida por sus ovejas”, de Aquél que sí las cuida bien ¿Cómo reconocer esa voz?  ¿Cómo reconocerla para seguirla, sabiendo que es la única que nos lleva a la Vida Eterna?

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):
 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor

COMENTARIO.
 


QUIEN OYE LA PALABRA DE JESÚS?.



Quien oye la voz de Jesús, acepta y sigue su Palabra contenida en su Evangelio.  Y la acepta en su totalidad y sin suavizarla, ni disminuirla; mucho menos, discutirla o cambiarla en alguna de sus partes.
 
Quien oye la voz de Jesús, oye la voz del Papa, quien es su Vicario, su Representante aquí en la tierra, y también, la voz de los Obispos y de los Sacerdotes que están en plena comunión con el Papa. 

Quien oye la voz de Jesús oye la voz de aquellas otras ovejas que están en el corral y que están siguiendo la voz del Buen Pastor.
 
Quien oye la voz de Jesús oye todas esta voces y oye, también, la voz de su conciencia.  Pero esa conciencia no puede estar confundida, ni ahogada, ni obnubilada, ni adormecida por las voces que no son las del Pastor.  Tiene que ser una conciencia que esté rectamente iluminada por la Verdad y por la Ley de Dios.

 Cuando escuchamos la voz del Buen Pastor y prestamos atención a lo que nos pide y nos exige, a lo que nos aconseja y nos enseña, a lo que nos corrige y nos reclama ... cuando lo oímos en lo bueno y en lo que creemos que no es tan bueno, porque no nos gusta ... entonces podemos decir que lo estamos siguiendo de verdad.  Y siguiéndolo, podremos llegar “a la Vida Eterna y no pereceremos jamás”, porque no hemos quedado a merced del lobo.



El Buen Pastor quiere que todos nos salvemos.  El ha dado su vida por todos, sin excepción.  El no excluye a nadie de su rebaño.  Si alguien está excluido, es porque se excluye a sí mismo.  Y se auto-excluye aquél que rechaza conscientemente el mensaje de Cristo, aquél que no quiere escuchar la voz del Buen Pastor.

En efecto, en la Primera Lectura (Hech. 13, 14.43-52) vemos cómo muchos de los israelitas, el pueblo escogido a quien debía predicársele el Evangelio antes que a las demás naciones, rechazaron las enseñanzas de Cristo y se opusieron a sus enviados, Pablo y Bernabé.   Entonces éstos tuvieron que optar por llevar el mensaje de Cristo a los paganos, no sin antes informarles así:  “La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes”,  les dijeron.  “Pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos”. 

Es decir, la salvación de Cristo y su mensaje es para todos:  judíos y no judíos.  De allí que Pablo y Bernabé tomaran como base para su evangelización de los paganos una cita del Profeta Isaías:  “Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”.  (Is. 49,6)

La Segunda Lectura (Ap. 7, 9.14-17) nos presenta la visión de San Juan de todos los salvados:  “Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”.  Es decir, la salvación de Cristo es para todos, para todos los que deseen ser salvados y se sientan necesitados de salvación. 
La salvación no es para los que creen que pueden salvarse ellos mismos, como se pretende, por ejemplo, con el mito de la re-encarnación, en el que cada uno pretende auto-redimirse, purificándose a través de sucesivas vidas terrenas, apareciendo su alma cada vez en un cuerpo diferente al suyo.  
Tampoco es la salvación para los que no quieran poner su parte en la obra de salvación de Cristo:  Cristo nos ha salvado, pero debemos escuchar su voz para seguirle hacia el camino a la Vida Eterna, debemos responder a sus gracias de salvación, siguiendo su Evangelio.



Así podremos estar contados entre esa muchedumbre grande de los salvados, los de “túnica blanca” que han blanqueado sus vestiduras en la lejía del sufrimiento, de la purificación, “en la sangre del Cordero”, porque hemos dado al sufrimiento sentido de redención, al unirlo a la Pasión de Cristo, al sumergirlo “en la sangre del Cordero”.

Significa esto que hemos aceptado las gracias de redención que Cristo nos trajo con su muerte en cruz y también porque lo seguimos a El como El nos indicó:  tomando su cruz, aceptando también el sufrimiento que nos purifica y que nos blanquea, sobre todo el sufrimiento de persecución, consecuencia de la conservación de la fe.  

Así podremos ser contados dentro de esa muchedumbre del Cielo, donde ya no habrá “ni hambre, ni sed, ni quemaduras de sol, ni agobio del calor”.  Allí ya no habrá más sufrimiento. 

Como vemos, la salvación es algo muy importante.  Y Cristo nos pide llevar su mensaje de salvación a todos.   

Por eso, a los que somos ovejas del rebaño nos toca llamar a los que están fuera, a los incrédulos, a los rebeldes, a los confundidos, a los desanimados, a los desviados, a los engañados para que puedan comenzar a escuchar o volver a escuchar de nuevo la voz del Buen Pastor. 

  Es el llamado a la Nueva Evangelización, a re-evangelizar el mundo.  Es responder a la instrucción de Cristo cuando después de su Resurrección nos pidió:  “Hagan que todos sean mis discípulos ... enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he encomendado” (Mt. 28, 19-20). 



BUENOS PASTORES Y BUENAS OVEJAS


 
1.- Evangelio para todos. 

La primera lectura, del Libro de los Hechos, es uno de los textos fundamentales para conocer la apertura del mensaje evangélico a todas las gentes. Vemos cómo se produce el rechazo de la comunidad judía y la reacción de Pablo de ir a otros que lo aceptan. La hostilidad de los judíos pone aún más de relieve el coraje de los apóstoles y descubre las dos actitudes que pueden adoptarse ante el Evangelio: los judíos lo rechazan y se quedan con sus prejuicios, los gentiles lo aceptan y alcanzan la "vida eterna". Es verdad que también entre los gentiles Pablo encontrará dificultades… Pero la enseñanza del texto es que no debe haber un monopolio del mensaje evangélico, no se puede encorsetar la Palabra en formas concretas predeterminadas por tradiciones que pueden ser superadas por la dinámica del evangelio. Hay que ser fuertes para pasar por encima de las resistencias. Así surgirá la alegría final de haber hecho lo que teníamos que hacer. ¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay "prosélitos"?, o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay cabida en nuestras asambleas. Pero la misión ha de continuar mientras haya ciudades en el mundo que aún no hayan escuchado el evangelio. La historia se repite muchas veces…
 
2.- Pastores que están en medio de las ovejas y dan vida eterna. 


 

El pastor y las ovejas es una imagen clásica en la literatura bíblica. Muchos profetas se sirvieron de ella cuando quisieron hablar de las relaciones entre Dios y su Pueblo. Es una imagen cotidiana en una economía agrícola y ganadera. Las ovejas representan a los seguidores de Jesús, el Buen Pastor, que da su vida por ellas. El Papa nos ha recordado recientemente que los “pastores tienen que oler a oveja”, es decir tienen que estar en medio del pueblo, compartir sus sufrimientos y sus gozos. El auténtico pastor “conoce a sus ovejas” y les da vida. He aquí una expresión típica de Juan: "vida eterna". Esta es la vida que Jesús, el Pastor, da a cuantos creen en él y le siguen. Juan escribe su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Quiere decir todo esto que Juan entiende la "vida eterna" como algo que se inicia ya en este mundo. Jesús está convencido de que nada ni nadie puede apartar de sus brazos a los que son "suyos" y a los que él ama. Por eso, cuantos creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno.
 
3.- ¿Y las ovejas? 


 

 “Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”, dice Jesús. Lo primero que tenemos que hacer es escuchar la Palabra de Dios, para después hacer la vida en nosotros y seguir a Jesús a Jesús. El seguimiento de Jesús comporta un comportamiento consecuente con el Evangelio. El seguimiento es la norma de moralidad para el cristiano. A este respecto escribe San Agustín: “¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros el que falten, lejos de su misericordia el que no los haga nacer y otorgue! En efecto, si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo”.