domingo, 28 de julio de 2019

«Jesús estaba en oración…‘Señor, enséñanos a orar’»(Evangelio Dominical)





Hoy, Jesús en oración nos enseña a orar. Fijémonos bien en lo que su actitud nos enseña. Jesucristo experimenta en muchas ocasiones la necesidad de encontrarse cara a cara con su Padre. Lucas, en su Evangelio, insiste sobre este punto. 



¿De qué hablaban aquel día? No lo sabemos. En cambio, en otra ocasión, nos ha llegado un fragmento de la conversación entre su Padre y Él. En el momento en que fue bautizado en el Jordán, cuando estaba orando, «y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; mi amado, en quien he puesto mi complacencia’» (Lc 3,22). Es el paréntesis de un diálogo tiernamente afectuoso.

Cuando, en el Evangelio de hoy, uno de los discípulos, al observar su recogimiento, le ruega que les enseñe a hablar con Dios, Jesús responde: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre…’» (Lc 11,2). La oración consiste en una conversación filial con ese Padre que nos ama con locura. ¿No definía Teresa de Ávila la oración como “una íntima relación de amistad”: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»?





Benedicto XVI encuentra «significativo que Lucas sitúe el Padrenuestro en el contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, Él nos hace participar de su oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas hasta el corazón de Dios».

Es significativo que, en el lenguaje corriente, la oración que Jesucristo nos ha enseñado se resuma en estas dos únicas palabras: «Padre Nuestro». La oración cristiana es eminentemente filial.

La liturgia católica pone esta oración en nuestros labios en el momento en que nos preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Las siete peticiones que comporta y el orden en el que están formuladas nos dan una idea de la conducta que hemos de mantener cuando recibamos la Comunión Eucarística.




Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,1-13):




UNA vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Palabra del Señor




COMENTARIO.


                        



 Las lecturas de hoy nos hablan de la oración … nos hablan de varios tipos de oración.

En la Primera Lectura (Gn. 18, 20-32)vemos a Abraham intercediendo por los habitantes de Sodoma y Gomorra, tratando de impedir la destrucción de estas dos ciudades, al presentarle a Dios, aunque sea diez hombres justos, para que, en atención a esos diez hombres buenos y santos, Dios no destruyera estas dos ciudades.

Sabemos lo que sucedió: Dios terminó destruyéndolas con fuego y azufre.  Se salvaron solamente Lot y su familia, seguramente porque era tan generalizada la perversión, que no había en ellas ni siquiera esos diez hombres justos, que Abraham ofreció presentar al Señor.

Notemos cómo comenzó ofreciendo cincuenta justos y terminó su oración ofreciendo sólo diez.  Y ni diez hubo.  Abraham hacía en este caso oración de intercesión por los habitantes de Sodoma y Gomorra. 

                     



En el Salmo (Sal. 137) damos gracias a Dios por haber escuchado nuestras oraciones: Te damos gracias, Señor, de todo corazón.  Es decir, en el Salmo hemos hecho una oración de acción de gracias.

En la Segunda Lectura (Col. 2, 12-14) sí aparece un justo:  Jesucristo, el Justo entre los justos, que salva -no a dos ciudades- sino a la humanidad entera, con su Pasión y su Muerte en cruz.  “Ustedes estaban muertos por sus pecados ... Pero El les dio una nueva vida con Cristo, perdonándoles todos los pecados”.  Si bien “el documento cuyas cláusulas nos condenaban” ha sido eliminado con la muerte de Cristo, sin embargo, para poder aprovechar la condonación de esta deuda, cada uno de nosotros deberá colaborar respondiendo a la gracia divina.

El Evangelio (Lc. 11, 1-13) contiene varias partes:

- Una primera parte contiene esa oración que Cristo nos enseñó -el Padrenuestro.

- Una segunda parte en la que el Señor nos recomienda que pidamos para recibir: “Pidan y se les dará”.

- Una tercera parte, que es muy importante, en la que Jesucristo nos dice que el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.

Para comenzar, veamos el Padrenuestro. En esa oración que Jesús nos dejó están contenidas varias formas de oración:

† Oración de Alabanza: Padre Nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre.

† Oración de Contrición:  Es la oración para pedir perdón por nuestras faltas.  Perdona nuestras ofensas.

† Oración de Petición: Venga tu Reino.  Danos hoy nuestro pan de cada día.  No nos dejes caer en tentación. 


          Fijémonos ahora en la frase del Señor: “Pidan y se les dará”.   Y vamos a detenernos un poco más en esto, para poder entender el verdadero sentido de esta recomendación, y evitar cualquier confusión al respecto.

Sucede que tendemos a concentrar nuestra atención y -más que todo- nuestro interés en el “Pidan y se les dará”.   Pero pasamos por alto, tanto el comienzo del texto que contiene el Padrenuestro, como el final que dice que el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.  Y al no tomar mucho en cuenta el comienzo y el final perdemos, entonces, el verdadero sentido de este importante llamado a la oración de petición que nos hace el Señor.

El texto que toca para la Liturgia de hoy viene del Evangelio de San Lucas.  Pero este mismo texto ha sido narrado también en forma casi exacta por San Mateo.  Fijémonos cómo concluye Mateo esta recomendación del Señor: “... el Padre Celestial, Padre de ustedes, dará cosas buenas a los que se las pidan” (Mt. 7, 11).

                                    



Todo el texto es igual en ambos Evangelistas: sólo cambia una palabrita al final:  uno dice “dará el Espíritu Santo” y otro dice “dará cosas buenas ... a los que se lo pidan”.  Son diferentes las palabras, pero veremos al final que significan lo mismo.  Y veremos también que el pedir para recibir nopuede ser separado del final: es decir de que Dios dará  Espíritu Santo y cosas buenas a los que se lo pidan.

Siempre que hacemos oración de petición es porque tenemos un anhelo que deseamos se cumpla o porque tenemos un plan que deseamos se realice, o porque tenemos una necesidad que deseamos sea satisfecha.

Y más de una vez podría parecer que nuestra oración no ha sido escuchada.

Pero sucede que son muchas las veces que pedimos cosas que no nos convienen y que no coinciden con lo que Dios, nuestro Padre, desea para nosotros sus hijos.

Veamos lo que dicen sobre este mismo tema otras citas de la Sagrada Escritura.  “Piden y no reciben, porque piden mal” (St. 4 ,2), nos advierte el Apóstol Santiago en su Carta.  Y San Pablo también insiste en esta idea: “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm. 8, 26).

Más aún: ¿cómo podemos olvidar las palabras tan importantes del Padre Nuestro: “Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo”?  Recordemos que Jesús nos enseña esta oración justamente antes de decirnos “Pidan y se les dará”.

                                       



El Catecismo de la Iglesia Católica, que dedica una buena parte de sus páginas a lo que es la oración y cómo debemos orar, nos dice que es necesario orar para poder conocer la Voluntad de Dios.  Es decir que necesitamos orar, para poder nosotros pedir lo que está conforme a los planes de Dios, para poder pedir esas “cosas buenas”, a las que se refiere San Mateo, para poder recibir esas gracias de santificación a las que se refiere San Lucas cuando dice que el Señor “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”.

Por eso el Apóstol San Juan refiriéndose al mismo tema de la oración de petición escribe así: “Estamos plenamente seguros:  si le pedimos algo conforme a su Voluntad, El nos escuchará” (1 Jn. 5, 9).

Resumiendo, entonces:  nuestra oración de petición debe siempre estar sujeta a la Voluntad de Dios, como rezamos en el Padre Nuestro: “Hágase tu Voluntad”.  Y como rezaba Jesucristo: “No se haga mi voluntad sino la tuya, Padre”  (Lc. 22, 42 - Mc. 14, 26).

Adicionalmente, debemos tener en cuenta que en los ambientes “New Age” y del esoterismo se tergiversa esta recomendación del Señor de pedir para recibir.

                                        



En efecto, en el mundo del llamado “poder mental” o de la “metafísica” se insiste en que el hombre exija a Dios la satisfacción de sus deseos.  Se tiende a confundir “bienestar” con el Bien que es Dios y su Voluntad.

Además, se pretende dar órdenes a Dios, que es nuestro Creador y nuestro Padre -nuestro Dueño- para tratar de lograr la propia satisfacción, lo que nos provoca, lo que deseamos ... y no precisamente las “cosas buenas” que Dios nos quiere conceder.

Esas “cosas buenas” que Dios nos quiere dar no siempre coinciden con nuestros deseos, con nuestros planes, con las cosas que nos provocan, o con las cosas que creemos que son muy importantes y muy necesarias para nuestra vida.

Y, aunque parezca otra la intención, en esa peligrosa corriente del “New Age” que es el poder mental y el control mental, a la larga lo que se obtiene con esa búsqueda de los propios deseos, es la independencia del hombre de su Padre del Cielo.  Y esto es todo lo contrario a lo que conocemos por fe a través de la Sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia.




 Realmente, la Voluntad de Dios se conoce a través de la misma oración.  Por eso es importante establecer ese diálogo con el Señor, en el que tratamos de descubrir el misterio de su Voluntad.  Cualquiera que sea el tipo o la modalidad de oración que usemos, si la oración es un diálogo sincero para comunicarnos con Dios, para conocer sus deseos y sus planes, para amarlo y para complacerlo, Dios nos va dando esas “cosas buenas” que El, como Padre infinitamente bueno que es, desea darnos para nuestro bien.

En resumen: Dios no siempre nos da lo que queremos, pero siempre nos da lo que necesitamos.




















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

domingo, 21 de julio de 2019

«Hay necesidad (...) de una sola [cosa]» (Evangelio Dominical)



                                             
           

Hoy vemos a un Jesús tan divino como humano: está cansado del viaje y se deja acoger por esta familia que tanto ama, en Betania. Aprovechará la ocasión para hacernos saber qué es “lo más importante”.

En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.


                                         



A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.

Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.

Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de san Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).





Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):


                  



EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor





COMENTARIO.


                              



En la Primera Lectura del día de hoy vemos a Abraham siendo visitado por el Señor.  Nos dice así la Escritura: “En aquellos días el Señor se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda ...”   Y Abraham de inmediato comienza a atender al Señor.

Algo similar vemos en el Evangelio:  el Señor va a visitar a sus amigos, Lázaro, Marta y María, quienes eran hermanos.  Y Marta se afana por atender a Jesús, al punto que reclama al Señor que María no la ayuda.  Y el Señor le da a una respuesta un tanto desconcertante ... como a veces son las respuestas del Señor.

Si bien estas Lecturas nos muestran el servicio a Dios en forma de atenciones domésticas, ante la visita de alguien tan importante como el Señor, debemos tener en cuenta que servir a Dios es sobre todo hacer su Voluntad, es complacerlo en todo.  Servir a Dios es estar a sus órdenes:  dejar que El sea quien nos dirija.  Servir al Señor es buscar complacerlo en todo.

Para poder ver esto, observemos, entonces, la actuación de estos personajes que nos presentan las Lecturas de hoy.

Abraham es nuestro padre en la fe.  Su característica principal fue una fe indubitable ... una fe inconmovible ... una fe a toda prueba ... y una confianza absoluta en la Voluntad de Dios.  Por eso se le conoce como el padre de todos los creyentes.

                                         



A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo:  Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre.  Y sale sin saber a dónde va.  Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente.  Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama.  

Deja todo, renuncia a todo:  patria, casa, estabilidad, etc.  Da un salto en el vacío en obediencia a Dios.  Confía absolutamente en Dios. 

Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será padre de un gran pueblo.

Y Abraham cree, a pesar de que todas las circunstancias parecen contrarias a esta promesa.  Por un lado, su esposa Sara es estéril y él ya cuenta con la edad de 75 años para el momento de la promesa.  

Pero Abraham cree por encima de las circunstancias humanas. 




Pasa el tiempo ... pasa ¡bastante tiempo!, desde que Dios le hizo su promesa a Abraham ... pasan ¡24 años! ... Ya Abraham tiene 99 años ... y Sara sigue estéril.

En esas condiciones y en ese momento tiene lugar la visita del Señor a la tienda de Abraham que hemos visto en el Primera Lectura.

Recordemos que al final de la visita le dice: “Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.

Y así fue:  al año siguiente, a un hombre de 100 años y a una mujer estéril de 90, les nace un hijo (Isaac), el hijo por el cual la descendencia de Abraham será tan numerosa como las estrellas del cielo, el hijo por el cual será Abraham padre de un gran pueblo, padre de todos los creyentes.

Han sido 24 años de larga espera.  Y cuando lo que era difícil parecía ya imposible, Dios cumple su promesa.  La lógica de Dios es distinta a la lógica humana.  Los planes de Dios son diferentes a los planes de los hombres.  Los planes de Dios no se realizan como el hombre quiere, sino como Dios quiere.  Los planes de Dios no se realizan tampoco cuando el hombre quiere o cree, sino cuando Dios quiere.


             



A veces nos es más fácil hacer lo que Dios quiere, que hacer las cosas cuando Dios quiere.  A veces nos es más fácil cumplir la Voluntad de Dios, que tener la paciencia para esperar el momento en que Dios quiere hacer su Voluntad.

Comienza a crecer el hijo de la promesa.  Cuando ya todo parece estar estabilizado, Dios interviene nuevamente para hacer una exigencia “ilógica” a Abraham:  le pide que tome a Isaac y que se lo ofrezca en sacrificio.  Este tal vez sea uno de los episodios más conmovedores de la Biblia.  Dios vuelve a exigirle todo.  Ahora le pide la entrega de lo que Dios mismo le había dado como cumplimiento de su promesa:  Isaac debe ser sacrificado.   Abraham obedece ciegamente, sin siquiera preguntar por qué.  Sube el monte del sacrificio para cumplir el más duro de los requerimientos del Señor. 

Y en el momento que se dispone a sacrificar a su hijo, Dios lo hace detener.

Abraham creyó y esperó:  creyó contra toda apariencia, esperó contra toda esperanza ... y también esperó el momento del Señor.
Veamos ahora a Marta y María en el Evangelio de hoy.  Marta se encontraba muy atareada con los quehaceres domésticos.  Y su hermana María se encontraba a los pies del Señor escuchando su Palabra.

                                            



Marta le reclama a Jesús la aparente inactividad de su hermana y su injusticia al no ayudarla.  Y decíamos que la respuesta del Señor era desconcertante: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por muchas cosas.  En realidad, una sola cosa es necesaria y María escogió la mejor parte”.

Fíjense lo que le dice el Señor a Marta:  el estarse en la oración a la escucha de la Palabra del Señor (es decir:  el estarse a los pies del Señor), no sólo es la mejor parte, sino que es lo único necesario.

Si Marta representa el prototipo de la actividad y María el de la oración ... podríamos preguntarnos: ¿qué significa esta respuesta del Señor? ... ¿Cómo puede ser ésta la respuesta del Señor? ... ¿Dónde queda mi deseo de hacer, mi deseo de ayudar, mi deseo de actuar?  ...  ¡Dónde queda mi responsabilidad!

La dificultad en no comprender la respuesta del Señor está en que los hombres de hoy nos consideramos los protagonistas principales de nuestra vida.  Olvidamos que Dios todo lo dispone.  En eso no nos parecemos en nada a Abraham, que sabía que era Dios quien regía su vida.  Recordemos cómo esperaba contra toda apariencia. 

                                                  



Los hombres de hoy no nos damos cuenta que nuestra vida es la historia de las acciones que Dios realiza en nosotros y a través de nosotros.  Nosotros nos creemos los principales protagonistas de nuestra vida ... y no vemos la acción de Dios en nosotros ...  ¡No vemos que Dios es el principal protagonista de la vida de cada uno de nosotros!

Para no quedar desconcertados con la respuesta que el Señor dio a Marta, para no quedar desconcertados porque el Señor nos dice lo mismo: que nos preocupamos por muchas cosas que realmente no son necesarias y nos perdemos de la mejor parte, necesitamos darnos cuenta de que no somos nosotros quienes llevamos las riendas de nuestra vida:   es Dios quien las lleva.

Pero el problema es que andamos como Marta, sólo ocupados en la actividad, y se nos hace imposible llevar una relación íntima con el Señor, se nos hace imposible estar atentos a su Voz en la oración.  Si andamos ocupados y preocupados sólo en la actividad, no tenemos tiempo para la oración.

“La mejor parte” a la que se refiere Jesús es justamente esa “aparente” inactividad de María.  “La mejor parte, la única necesaria” es justamente la “aparente” inactividad de la oración.

En la oración, en la oración verdadera -esa oración en la que se busca al Señor para servirle en lo que El desea, esa oración que es asidua, que es diaria...  en esa oración, Dios nos muestra su Voluntad.  Y en esa oración podemos saber qué desea El de nosotros.

                                              



Además, en la oración, Dios nos da la fortaleza para cumplir su Voluntad, nos da también la entrega para aceptarla ... y, además, nos da la paciencia para saber esperar el momento de su Voluntad.

Es así, como la oración nos lleva a la verdadera acción: es decir, la acción que desea el Señor de nosotros; no la que nosotros nos buscamos o nos inventamos, que casi nunca coincide con la que Dios quiere de nosotros.

Se da, entonces, el balance entre María y Marta; es decir, el balance entre la oración y la acción.  Se da, entonces, la acción como fruto de la oración.  Y se da, sobre todo, esa entrega absoluta a la Voluntad de Dios que vemos en Abraham y esa fe inconmovible -a toda prueba- que tenía nuestro padre en la fe.

De no ser así, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la actividad apostólica podemos equivocarnos, confundiendo nuestros propios caminos con los Caminos del Señor, pensando que ya sabemos cuál es el Camino, sin antes haber pasado, como María, la hermana de Marta, muchas horas “a los pies del Señor”, para que El nos indique qué desea de nosotros, cuál es Su Camino, cuál es Su Voluntad.

                                



Si para nuestra actividad diaria y nuestra actividad apostólica requerimos de la oración verdadera, ¿qué decir de la importancia de la oración para poder seguir el ejemplo de San Pablo sobre el sufrimiento?

La Segunda Lectura (Col. 1, 224-28) nos trae la famosa frase del Apóstol: “Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su Cuerpo que es la Iglesia”.

¿Cómo poder tener esa actitud de aceptación del sufrimiento por el bien de los demás y de la Iglesia si no recibimos esa gracia de oblación, de inmolación precisamente en la oración, estándonos muchos ratos a los pies del Señor,para que El mismo nos enseñe a imitarle?

Recordemos al Papa Juan Pablo II.  El, que fue un ejemplo de ese deseado balance entre silencio y actividad, nos dijo: 
“El hombre de hoy necesita recuperar momentos de silencio que permitan que Dios pueda hacer oír Su Voz y a la persona comprender y aceptar lo que Dios desee comunicarle” (JP II, 30-4-96).


                                                     



Con el Salmo 14 nos hemos preguntado ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?  El Salmista nos da varias características del hombre que es grato a Dios.  Nadie más grato que quien busca la Voluntad de Dios en la oración verdadera, sincera, entregada y atenta a lo que Dios nos pide.  Así, podremos ser justos, como la descripción del salmista.  Pero, además, toda nuestra actividad será lo que Dios quiere y espera de nosotros, pues viviremos de acuerdo a sus deseos en todo.





















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.net

domingo, 14 de julio de 2019

«Un samaritano (...) tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas (...) y, montándole sobre su propia cabalgadura...» (Evangelio Dominical)




 Hoy, nos preguntamos: «Y, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Cuentan de unos judíos que sentían curiosidad al ver desaparecer su rabino en la vigilia del sábado. Sospecharon que tenía un secreto, quizá con Dios, y confiaron a uno el encargo de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable, donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: era paralítica, y la servía y le preparaba una comida especial para la fiesta. Cuando volvió, le preguntaron al espía: «¿Dónde ha ido?; ¿al cielo, entre las nubes y las estrellas?». Y éste contestó: «¡No!, ha subido mucho más arriba».

Amar a los otros con obras es lo más alto; es donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de largo!: «Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la caridad de sus discípulos», afirma el Concilio Vaticano II en un documento.

                                 


Hacer de buen samaritano significa cambiar los planes («llegó junto a él»), dedicar tiempo («cuidó de él»)... Esto nos lleva a contemplar también la figura del posadero, como dijo san Juan Pablo II: «¡Qué habría podido hacer sin él? De hecho, el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte de la tarea. Todos podemos actuar como él cumpliendo las propias tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a quien lo necesita (...). El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales ya es practicar el amor por las personas y la sociedad».

Dejarlo todo para acoger a quien lo necesita (el buen samaritano) y hacer bien el trabajo por amor (el posadero), son las dos formas de amar que nos corresponden: «‘¿Quién (...) te parece que fue prójimo?’. ‘El que practicó la misericordia con él’. Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’» (Lc 10,36-37).

Acudamos a la Virgen María y Ella —que es modelo— nos ayude a descubrir las necesidades de los otros, materiales y espirituales.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):


                   



En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor





COMENTARIO


                  



Las Lecturas del día de hoy nos hablan del amor al prójimo, como mandamiento.  Por eso trataremos sobre la Caridad Cristiana y los deberes que tenemos para con nuestros semejantes.

Lo primero que debemos tener en cuenta es el hecho de que la Caridad es una virtud infundida en nosotros por Dios.  Es decir, nosotros no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar... amarle a El y amar también a los demás.  Si Dios no nos amara, el hombre sería incapaz de amar.

Podemos, entonces, amar a Dios, como nos pide el Evangelio de hoy: “con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro ser” (Lc. 10, 25-37).  Así, con esa medida, debemos amar a Dios.  Y esto no es imposible.

Nos lo asegura la Primera Lectura del Libro del Deuteronomio, que es el libro del Antiguo Testamento que explica la Ley de Dios en forma práctica.  Ahí nos dice Moisés lo siguiente: “Los mandamientos no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance ... Por el contrario, todos los mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón para que puedas cumplirlos”. (Dt. 30, 10-14)

                                           



O sea, que los mandamientos no son imposibles de cumplir, ni están por encima de nuestra capacidad.  Hoy hablaremos de los Mandamientos, resumidos o contenidos en dos:  el Amor a Dios y el amor al prójimo.  Así lo refiere el Evangelio de hoy.   Así lo aprendimos en el Catecismo: los 10 Mandamientos de la Ley de Dios se encierran en dos (Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo).

Ambos Mandamientos están unidos.  Uno es consecuencia del otro.  No podemos amar a nuestros semejantes sin amar a Dios.  Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros semejantes.  Se ha comparado esta doble dimensión del Amor con los elementos de una cruz:  la línea vertical indica el amor a Dios y la horizontal el amor a los hombres ... para indicar así que ambos son inseparables.

Volvamos, entonces, al concepto de Caridad.

La Caridad, o sea, el Amor, es una virtud, es decir, una costumbre o un hábito de característica espiritual, que es infundida por Dios en nuestra alma, por medio de la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, por lo que Dios es.  Y por medio de la cual también amamos a los demás, porque Dios ha infundido su Amor en nuestros corazones (cf. Rom. 5, 5), para que seamos capaces de amar con el Amor con que El nos ama.  Y amamos a los demás porque Dios así lo quiere y así nos lo ordena.

Amor es… entonces, un mandamiento, un mandamiento ineludible.


                                        



Y esta obligación de amar a los demás está basada en que todos los seres humanos, sin excepción, somos “imagen de Dios”.

Esto nos lo recuerda la Segunda Lectura de la Carta de San Pablo a los Colosenses, cuando nos dice: “Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación” (Col. 1, 5-20).  Cristo es el primero en todo.  Y nosotros con El y después de El, somos también imagen de Dios.  He ahí nuestra dignidad:  la imagen de Dios está impresa en nuestra alma.  Allí se basa la Ley del Amor:  en el reconocimiento del valor que tiene cada ser humano.  En cada persona reconocemos, estimamos y amamos la imagen de Dios.

Por eso la Caridad no puede depender del deseo, del afecto o de los lazos de sangre... o de los lazos de raza, de nación o de religión, como bien lo indica Jesús en la parábola del Buen Samaritano que nos trae el Evangelio de hoy.  Los judíos y los samaritanos no se trataban, tenían muchas diferencias, sobre todo religiosas.  Pero el ejemplo del Buen Samaritano nos recuerda que la Caridad Cristiana está por encima de toda diferencia.

La Caridad Cristiana puede incluir esos lazos de afecto o de sangre, de raza o de religión, pero no depende de éstos. 
Jesucristo mismo nos advierte fuertemente: “Si amas a los que te aman ¿qué mérito tienes?  Hasta los malos aman a los que los aman.  Y si haces bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen?  También los pecadores obran así” (Lc. 6, 32-34).

                                              



He aquí la diferencia entre altruismo y caridad, entre filantropía y amor.  El cristiano debe amar; no puede hacer el bien con un interés escondido o con una motivación impura.

La Caridad es también independiente del sentimiento.  Es más bien una disposición de la voluntad.  Es un deseo de hacer el bien porque Dios nos ama así y desea que nosotros amemos como El nos ama.  Por eso la Caridad no es egoísta; es decir, no busca la propia satisfacción, sino el servir al otro y complacer a Dios.  Además, la Caridad incluye a todos: buenos y malos, amigos y enemigos, familiares y extraños, ricos y pobres.

En el caso del Evangelio de hoy, es importante hacer notar esto de que la Caridad incluye a todos.  Es así como el extraño, el Samaritano, el que no era del país, el que era considerado enemigo de la nación judía, fue el que ayudó al malherido por los ladrones.

Aquí es importante hacer notar, como nota de cultura bíblica, que el Mandamiento del Amor lo llamó nuestro Señor Jesucristo “el mandamiento nuevo”.   ¿Y por qué era “nuevo”?  Porque para los Judíos el mandato de amor a los demás era sólo para los de su misma raza y nación:  era un amor entre ellos mismos.  Por eso el Señor lo llama un mandamiento nuevo: porque se extendía a todos los hombres.

Y aquí vamos a la definición que pide el Doctor de la Ley del Evangelio.  ¿Quién es el prójimo?  El Señor le responde con la parábola del Buen Samaritano.  Y con esto el Señor dice que el prójimo -que significa “próximo”, o el más cercano- puede ser alguien lejano... como fue en este caso el extranjero.

Sin embargo, en el ejercicio de la Caridad, debemos saber que nuestro prójimo es aquél que el Señor nos presenta en nuestro camino.  Puede ser un familiar, pero puede ser también un extraño.

Caridad o Amor es estar atentos a las necesidades de los demás: necesidades espirituales y corporales.  Las espirituales:  enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, rogar a Dios por vivos y difuntos.  Las corporales:  dar de comer al hambriento, dar techo al que no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y presos, enterrar a los muertos, redimir al cautivo, dar limosna a los pobres.

                        



Y hacer estas cosas por servicio, no por propia satisfacción.  Hacerlas por amor a Dios, no por quedar bien o por sentirnos bien nosotros mismos.  Hacerlas porque vemos la imagen de Dios en quien necesita nuestro servicio.  Esa es la diferencia entre altruismo o filantropía y Caridad Cristiana.

La Madre Teresa de Calcuta decía tener la gracia de ver el rostro de Cristo en los miserables que ella atendía.  Es una gracia que podríamos pedir:  ver la imagen de Dios, ver el rostro de Cristo en el prójimo necesitado.  Pero, aunque no nos sea dada esa gracia, aunque no veamos la imagen de Dios en quienes nos necesitan, Amor es… un mandamiento, un mandamiento ineludible.













Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.net
Homilias.org.