domingo, 29 de octubre de 2017

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón (…). Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Evangelio Dominical)





Hoy, nos recuerda la Iglesia un resumen de nuestra “actitud de vida” («De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas»: Mt 22,40). San Mateo y San Marcos lo ponen en labios de Jesucristo; San Lucas de un fariseo. Siempre en forma de diálogo. Probablemente le harían al Señor varias veces preguntas similares. Jesús responde con el comienzo del Shemá: oración compuesta por dos citas del Deuteronomio y una de Números, que los judíos fervientes recitaban al menos dos veces al día: «Oye Israel! El Señor tu Dios (...)». Recitándola se tiene conciencia de Dios en el quehacer cotidiano, a la vez que recuerda lo más importante de esta vida: Amar a Dios sobre todos los “diosecillos” y al prójimo como a sí mismo. Después, al acabar la Última Cena, y con el ejemplo del lavatorio de los pies, Jesús pronuncia un “mandamiento nuevo”: amarse como Él nos ama, con “fuerza divina” (cf. Jn 14,34-35).

                                   



Hace falta la decisión de practicar de hecho este dulce mandamiento —más que mandamiento, es elevación y capacidad— en el trato con los demás: hombres y cosas, trabajo y descanso, espíritu y materia, porque todo es criatura de Dios.

Por otro lado, al ser impregnados del Amor de Dios, que nos toca en todo nuestro ser, quedamos capacitados para responder “a lo divino” a este Amor. Dios Misericordioso no sólo quita el pecado del mundo (cf. Jn 1,29), sino que nos diviniza, somos “partícipes” (sólo Jesús es Hijo por Naturaleza) de la naturaleza divina; somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. A san Josemaría le gustaba hablar de “endiosamiento”, palabra que tiene raigambre en los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, escribía san Basilio: «Así como los cuerpos claros y trasparentes, cuando reciben luz, comienzan a irradiar luz por sí mismos, así relucen los que han sido iluminados por el Espíritu. Ello conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios... y la meta máxima: el Endiosamiento». ¡Deseémoslo!



Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):


                                   

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor





COMENTARIO.


                                               


Las lecturas de este domingo nos hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo.  En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios, la cual nos ha sido revelada en la Sagrada Escritura.  Nuestra relación con Dios va en sentido vertical y nuestra relación con el prójimo va en sentido horizontal, como formando una cruz, en la cual uno y otro eje son indispensables.  No puede separarse uno del otro.

Veamos el primero de los dos mandamientos: amar a Dios.  Nos dice Jesús en el Evangelio que éste es “el más grande y el primero de los mandamientos”  (Mt. 22, 34-40).   Pero... ¿en qué consiste?  ¿Qué significa amar a Dios?  El mismo Jesús nos lo dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15).   Amar a Dios, entonces, es complacer a Dios.  Quien ama complace al ser amado.  Amar a Dios es tratar de agradar a Dios en todo, en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar su Palabra.  Amar a Dios es también, amarlo a El primero que nadie y primero que todo. Y amarlo con todo el corazón y con toda el alma significa estar dispuestos a cumplir sus deseos y a entregarnos a El sin condiciones.

Es decir, amar a Dios es también servir a Dios, idea que nos plantea San Pablo en la Segunda Lectura: “Ustedes han aceptado la Palabra de Dios en tal forma que ... se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo” (1 Tes. 1, 5-10).


                           



Sabemos también que Dios es la fuente de todo amor ... y no sólo eso, sino que Dios es el Amor mismo (cfr. 1 Jn. 4, 8).  Esto significa que no podemos amar por nosotros mismos.  El ser humano no puede amar si no fuera por Dios.  Lo que sucede es que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar: amarle a El y amar también a los demás.  Porque Dios nos ama es que podemos nosotros amar.

Esto significa también que ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos.  Uno es consecuencia del otro.  No podemos amar al prójimo sin amar a Dios.  Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo.

“La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo … el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).

Como el Señor nos manda a “amar al prójimo como a nosotros mismos”, debemos ver qué significa eso y cómo se ama así.  ¿Qué es amarse a uno mismo?

                                               


Vale la pena aquí detenerse un poquito, para revisar lo que se ha dado por llamar “auto-estima”, concepto que ha pretendido basarse en esta frase del Señor, en la que se dice que El nos manda a amarnos a nosotros mismos.  Pero, viéndolo bien ... ¿qué es amarse a uno mismo? ¿Significa amar a alguien estimar sus cualidades o, más bien, amarlo significa buscar su bien sin tener en cuenta cualidades y defectos?  Asimismo,  ¿significa amarse a uno mismo estimar las cualidades propias o, en cambio, significa buscar el propio bien y la propia complacencia?  Apreciar las propias cualidades y el propio valer es estimarse a uno mismo.  No significa esta estima amarse a uno mismo.  Amarse a uno mismo es otra cosa: es buscar el propio bien y la propia complacencia.  Y ésa fue la medida mínima que Dios nos puso para amar a los demás.

¿Qué nos quiere decir el Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo?  Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos.  Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con nosotros mismos:  ¡Cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar!  ¡Cómo excusamos nuestros defectos! ¡Cómo defendemos nuestros derechos!  ¡Cómo nos complacemos nosotros mismos, buscando lo que nos agrada y lo que necesitamos o creemos necesitar!

El precepto del Señor de amar a los demás tiene esa medida: la medida de cómo nos respetamos y nos complacemos nosotros mismos.  Dicho más simplemente:  debemos tratar a los demás como nos tratamos a nosotros mismos, complacer a los demás como nos complacemos a nosotros mismos, ayudar a los demás como nos ayudamos a nosotros mismos, respetar a los demás como nos respetamos a nosotros mismos, excusar los defectos de los demás como excusamos los nuestros, etc., etc.


                                         



Amar al prójimo como a uno mismo no significa, por tanto, auto-estimarse, sino más bien seguir este otro consejo de Jesús: “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes”  (Lc. 6, 31).  Nos amamos tanto a nosotros mismos que esa fue la medida mínima que puso el Señor para nuestro amor a los demás.

Debemos tener en cuenta, además, que nuestro amor al prójimo no puede depender de las cualidades de ese prójimo, ni siquiera de cómo sea el trato que ese prójimo nos dé.  Nuestro amor a los demás depende, más bien, del hecho de que todos somos creaturas de Dios.

¿Cómo se ama al otro?  Para contestarlo en pocas palabras: amar al otro es pensar en las necesidades del otro antes que en las necesidades propias.  Es cumplir esta petición de Jesús: “Hagan a los demás todo lo que quieran que hagan a ustedes” (Mt. 7, 12).

La Primera Lectura nos trae un grupo de leyes referentes a los deberes para con el prójimo necesitado, con el correspondiente castigo para sus transgresores (Ex. 22, 20-26).

                                  



Pero una lista más completa la tenemos en las Obras de Misericordia, tanto espirituales, como corporales, que nos propone la Iglesia Católica.  En esa lista vemos cómo amar al prójimo es estar atento a sus necesidades, que pueden ser espirituales (enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, rogar a Dios por vivos y difuntos); o materiales (dar de comer al hambriento, dar techo al que no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y presos, enterrar a los muertos, redimir al cautivo, dar limosna a los pobres).

Sin embargo, es fácil amar a quienes nos aman y hacer bien a quienes nos hacen bien, pero cosa difícil es amar a quienes no nos tratan bien o a quienes -voluntaria o involuntariamente- nos causan algún desagrado o algún daño.  Pero recordemos que Jesús nos  ha dicho: "Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores.  Así serán hijos de su Padre que está en los cielos.  El hace brillar el sol sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt. 5, 43-45).  Precepto difícil de cumplir, pero no imposible, pues Dios no puede pedirnos nada imposible.  Amar a los enemigos significa perdonarlos, a pesar de lo que nos hagan, no desearles mal ni buscar la venganza y la retaliación, sino en cambio, desearles el bien y procurárselo cuando se presente la oportunidad.


                                        


Para tomar la medida de nuestro amor al prójimo podemos revisar en San Pablo su descripción del amor fraterno: “El amor es paciente y servicial.  No tiene envidia.   No actúa con bajeza, ni busca su propio interés.  El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona.  Nunca se alegra del mal.  El amor disculpa todo... todo lo soporta” (1 Cor. 13, 4-7).

Decíamos que Jesús nos dio una medida mínima para nuestro amor al prójimo: amarlo como nos amamos a nosotros mismos.  Pero también nos dio una medida máxima, que El nos mostró con su ejemplo: “Ámense unos a otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12).   Y El nos amó mucho más que a sí mismo.  ¿No dio su vida por nosotros?



















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org

domingo, 22 de octubre de 2017

«Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Evangelio Dominical)




Hoy, se nos presenta para nuestra consideración una "famosa" afirmación de Jesucristo: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Mt 22,21).

No entenderíamos bien esta frase sin tener en cuenta el contexto en el que Jesús la pronuncia: «los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra» (Mt 22,15), y Jesús advirtió su malicia (cf. v. 18). Así, pues, la respuesta de Jesús está calculada. Al escucharla, los fariseos quedaron sorprendidos, no se la esperaban. Si claramente hubiese ido en contra del César, le habrían podido denunciar; si hubiese ido claramente a favor de pagar el tributo al César, habrían marchado satisfechos de su astucia. Pero Jesucristo, sin hablar en contra del César, lo ha relativizado: hay que dar a Dios lo que es de Dios, y Dios es Señor incluso de los poderes de este mundo.

                                   




El César, como todo gobernante, no puede ejercer un poder arbitrario, porque su poder le es dado en "prenda" o garantía; como los siervos de la parábola de los talentos, que han de responder ante el Señor por el uso de los talentos. En el Evangelio de san Juan, Jesús dice a Pilatos: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba» (Jn 19,10). Jesús no quiere presentarse como un agitador político. Sencillamente, pone las cosas en su lugar.

La interpretación que se ha hecho a veces de Mt 22,21 es que la Iglesia no debería "inmiscuirse en política", sino solamente ocuparse del culto. Pero esta interpretación es totalmente falsa, porque ocuparse de Dios no es sólo ocuparse del culto, sino preocuparse por la justicia, y por los hombres, que son los hijos de Dios. Pretender que la Iglesia permanezca en las sacristías, que se haga la sorda, la ciega y la muda ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo, es quitar a Dios lo que es de Dios. «La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía» (Benedicto XVI).


Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):




En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor




COMENTARIO.




Las Lecturas de este Domingo tratan un asunto importante para el buen desenvolvimiento de la vida de los pueblos, de los gobiernos y de los gobernados.

El Evangelio de hoy toca un asunto político-religioso: la autoridad civil y la autoridad divina;  la función del Estado y la función de la Iglesia.  Se trata del episodio en el cual los Fariseos, pretendiendo nuevamente poner a Jesús contra la pared, le preguntaron si era lícito pagarle impuestos a Roma.

Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los romanos que tenían ocupado el territorio de Israel.  Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo escogido.  La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21).

Así que Jesús no estaba contra la pared.  Con esta hábil respuesta -como muchas otras del Señor ante la insidia de los Fariseos- Jesús deja claramente establecido que el respeto y el tributo no sólo se le debe a la autoridad civil, sino que principalmente debemos darle a Dios lo que es de El y a El corresponde.

Como consecuencia de esto, la Iglesia tiene su campo propio de acción independiente y por encima de toda autoridad política.  Por otro lado, la autoridad política tiene su campo propio de acción, relacionado con el orden público y el bien de todos los gobernados.  Sabemos, además, que el buen gobernante será aquél que cumple con los designios de Dios buscando el bien de todos los gobernados. 


                                                           




¿Qué significa todo esto?  Significa varias cosas.      


1.)           En primer lugar debemos saber que toda autoridad temporal viene de Dios.  Recordemos lo que Jesús, más tarde, le dijo a Pilatos, el gobernador romano, en el momento del juicio que éste le hizo: “Tú no tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto” (Jn. 18, 11).

2.)          Si la autoridad civil viene de Dios, también depende de El.  Esto tiene como consecuencia que un gobierno puede llegar a ser injusto si, por ejemplo, se opone al orden divino, a la Ley de Dios;  si exige algo que vaya contra la ley natural establecida por Dios, si va en contra de la dignidad humana, contra la libertad religiosa, etc.

En casos como éstos se aplica lo que vemos contestar a los Apóstoles cuando la autoridad civil les prohibe predicar en nombre de Jesús, o sea, cuando les prohibe realizar la tarea que Dios les había encomendado.

Si la autoridad divina está por encima de la autoridad civil, es claro por qué ellos desobedecen y al serle reclamada su desobediencia, ellos responden: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5, 27-29).

Es decir, cuando entra en conflicto la obediencia a Dios con la obediencia al poder civil, hay que tener en cuenta que toda autoridad temporal tiene su origen en Dios y que la autoridad divina está por encima de la autoridad humana.






2.)     En segundo lugar, debemos tener claro que Dios es el Señor de la historia y todo lo ordena El para la salvación de la humanidad y de cada ser humano en particular.  

Hasta las leyes de la Roma pagana y sus gobernantes sirvieron para que se llevaran a cabo los designios de Dios, tanto para el nacimiento como para la pasión y muerte de Jesús, el Salvador del mundo:  el edicto de empadronamiento de los judíos, ordenado por el Emperador romano, obligó a San José y la Virgen a ir a Belén, donde nacería el Salvador del mundo (cfr. Lc. 2, 1-5) anunciado desde antes por el Profeta Miqueas (cfr. Mt. 2, 4-5 y Miq 5, 2).  Con el juicio de Pilato a Jesús (cfr. Jn. 19, 14-16)  se cumplió la redención del género humano.

Nada escapa, entonces, a los designios divinos, bien sea porque Dios lo causa o bien porque lo permite.  Los mismos gobernantes -sean buenos o malos, sean convenientes o inconvenientes, sean tolerantes o intolerantes, sean lícitos o ilícitos, sean tiranos o magnánimos- aunque no lo sepan o no lo quieran reconocer, aunque no se den cuenta sus gobernados, son instrumentos de Dios para que se realicen los planes que El tiene señalados para trazar la historia de la salvación de la humanidad.

Si revisamos la parte de la historia de la salvación que encontramos en la Sagrada Escritura, podemos ver cómo Dios va realizado su plan de salvación en el pueblo escogido.  A veces éste se ve librado por Dios por un conjunto de circunstancias que pueden llegar a considerarse un milagro, enviándoles, por ejemplo, un jefe que los lleva a la victoria, o a veces, por el contrario, permitiendo que el pueblo fuese o derrotado o desterrado o dividido.

En todas las circunstancias está la mano poderosa de Dios, porque “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom. 8, 28).   En esto consiste la Historia de la Salvación, realizada por Dios, en la que utiliza a los seres humanos como instrumentos suyos para realizar sus planes, porque Dios es el Señor de la historia… nadie más.


                                                           



Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió al pueblo de Israel en una época de su historia:

931 años antes de la venida de Cristo, se dividieron las doce tribus y se constituyeron en dos reinos, el Reino del Norte y el Reino del Sur (cfr. 1 Re. 12, 1-32).

Luego en el año 722 antes de Cristo, cae el Reino del Norte en manos de Asiria (cfr. 2 Re. 17, 5-6 / 18, 9-12).

Y en el año 587 antes de Cristo cae también el Reino del Sur, quedando Jerusalén con su Templo destruido y sus habitantes desterrados a Babilonia (2 Re. 24, 10-17).   Y todo esto, por más adverso que pareciera para el pueblo escogido, lo permitió Dios, el Señor de la historia.

La Primera Lectura (Is. 45, 1.4-6) de hoy nos muestra la escogencia que el mismo Dios hace de un Rey pagano, Ciro, a quien convierte en el liberador del pueblo de Israel.  Ciro, Rey del Imperio Persa, al conquistar Babilonia en el año 538 antes de Cristo, da la libertad a los judíos para que regresen a su tierra y –siendo pagano- autoriza la reconstrucción del Templo de Jerusalén (cfr. Es. 1).  

                                                 

Sin saberlo, Ciro colaboró con Dios para que todos vieran su gloria y a El se le rindiera culto nuevamente en el Templo de Jerusalén.  Así nos dice la Primera Lectura de hoy sobre la elección de Ciro por parte de Dios para ser su instrumento:  “Te llamé por tu nombre  y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras ... Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que todos sepan que no hay otro Dios fuera de Mí.  Yo soy el Señor y no hay otro”  (Is. 45, 1-6).

En el comienzo de la historia de la Iglesia vemos cómo las persecuciones a los cristianos por parte de los romanos, sirvieron para la difusión del Evangelio de Jesucristo.  Siempre se ha dicho que la sangre de los mártires es multiplicadora de semillas de nuevos cristianos.  Y así fue y sigue siendo.  Dios, de un aparente mal, como es la muerte de cristianos inocentes, saca un bien.  Así sigue Dios escribiendo la historia de la salvación.

Más recientemente en nuestro siglo, vemos cómo los regímenes marxistas que habían intentado apagar la fe en Dios, no lo lograron del todo.   La fe del pueblo se mantuvo viva y, cuando parecía que estaba apagada, fue como un fuego que vuelve a encenderse a partir de las cenizas.

Todo lo ordena Dios para sus fines. La historia de cada ser humano en particular y de los pueblos está en manos de Dios.  Por encima de todo gobierno humano está el gobierno de Dios.  Y todo lo ordena Dios, origen de toda autoridad humana y Señor de la historia, para realizar la historia de la salvación de cada ser humano en particular y de toda la humanidad.


                                                       



Volviendo sobre la moneda que Jesús pide que le muestren, ésta tiene esculpida la imagen del César.   Y ¿qué imagen tenemos nosotros esculpida en nuestra alma?  La de Dios, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza.   Y con el Bautismo hemos sido sellados con el sello de Cristo.

Entonces, hay que dar al César lo que es del César, pero más importante aún es dar a Dios lo que es de Dios: cuando llegue el momento de presentarnos ante El,  mostrémosle Su imagen esculpida en nuestra alma.  Ese será el final feliz de nuestra propia historia de salvación.














Fuentes;
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilia.org


domingo, 15 de octubre de 2017

«Id a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda» (Evangelio Dominical)





Hoy, Jesús nos muestra al rey (el Padre), invitando —por medio de sus “siervos” (los profetas)—, al banquete de la alianza de su Hijo con la humanidad (la salvación). Primero lo hizo con Israel, «pero no quisieron venir» (Mt 22,3). Ante la negativa, no deja el Padre de insistir: «Mirad mi banquete está preparado, (...) y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4). Pero ese desaire, de escarnio y muerte de los siervos, suscita el envío de tropas, la muerte de aquellos homicidas y la quema de “su” ciudad (cf. Mt 22,6-7): Jerusalén.

Así es que, por otros “siervos” (apóstoles) —enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia. Aún así, la cuestión, no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que, tiene que ver también y mucho, con la dignidad con la que se está («traje de boda», cf. v. 12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe.



Conocemos que Madre Teresa, todas las noches, salía a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.




Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

                                        



En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor




COMENTARIO


                                 



Las Lecturas de hoy se refieren a la Fiesta que tendrá lugar en la eternidad, es decir, al "Banquete de Bodas" preparado por Dios nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos.  Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con El para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios "enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, no gemidos, ni penas" (Ap. 21, 4)   y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.

Aquí, durante nuestra vida terrena, podemos “comer bien o pasar hambre, tener abundancia o escasez”, como lo dice San Pablo en la Primera Lectura (Fil. 4, 12-14 y  19-20).  

Se refiere el Apóstol, en este caso, al hambre y escasez material.  Pero también agrega: “Todo lo puedo en Aquél que me da fuerza”.   Es decir, que en esta vida tenemos todas las fuerzas necesarias venidas de Dios, para soportar cualquier dificultad, pues “Dios, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas nuestras necesidades”.

El Salmo del Buen Pastor (Sal. 22) nos habla de que el Señor siempre nos acompaña, aunque a veces pasemos por momentos difíciles.  Y nos dice también que al final El mismo Señor “preparará la mesa, ungirá nuestra cabeza con perfume y llenará mi copa hasta los bordes”.


                                                              



Se refiere este pasaje del Salmo 22 a esa "Fiesta Escatológica" que la Palabra de Dios nos presenta en varios pasajes.  Es el Señor mismo quien prepara la mesa y nos sirve, como lo indica San Lucas: “El mismo se pondrá el delantal, los hará sentarse a su mesa y los servirá uno por uno” (Lc. 12, 37).

La Primera Lectura de hoy también nos describe esta Fiesta por boca del Profeta Isaías: "El Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos" (Is. 25, 6-10).

Y Jesucristo nos presenta esta Fiesta en el Evangelio de hoy por medio de la parábola del "Banquete de Bodas" (Mt. 22, 1-14).   Se trata de la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad.  Y a esa Fiesta estamos invitados todos.

¿Boda del Hijo del Rey?  ¿Bodas del Cordero?  ¿Bodas de Jesús, el Cordero?  Sí.  Será la unión definitiva y para siempre de Cristo con su Iglesia, de Jesús, el Cordero, con cada uno de los salvados.

Esta "Fiesta Escatológica" nos la presenta la Palabra de Dios en varios pasajes. Es la fiesta de los salvados.  Sucederá después de que pasemos a la eternidad.  Y ese momento que sobrecoge -y que muchos temen- es el momento más importante de la historia de la humanidad.  En ese instante preciso y brevísimo sucederá la “resurrección de la carne”, como rezamos en el Credo.  Y los salvados ya resucitados celebrarán ese banquete.


                                                    


Por eso el Señor no cesa de recordarnos que debemos estar preparados, siempre preparados, cada vez mejor preparados, para que no nos suceda como el que llegó mal vestido a la Fiesta del Cielo y lo echaron fuera.  Que tampoco nos suceda como los invitados que despreciaron la invitación.

Pero sucede que no todos respondemos a la invitación que Dios nos hace.  En la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos responden a la invitación del Señor y otros no.  Y no respondieron porque tuvieron algo más importante que hacer.  Así nos dice el Evangelista:

"El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas  para su hijo.  Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir... Uno se fue a su campo, otro a su negocio ..."

Y... ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo!  Constantemente nos oponemos a la invitación del Señor.  Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda.  Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su Fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿cómo respondemos?  ¿No hacemos como los invitados que nos describe el Evangelio?  ¿No preferimos los negocios temporales a las invitaciones eternas?  ¿No preferimos los banquetes de la tierra al Banquete Celestial?


                                                          



No aceptar la invitación del Rey es un desplante.  Pueden haber cosas que parecen más importantes que asistir a la Boda del Hijo del Rey, pero nada es más importante que esa Fiesta: la Fiesta Escatológica, que sucederá al final de los tiempos.

Y el Rey se disgusta, no sólo por el desprecio de sus invitados, sino porque, además, han matado a los que envió para invitarlos.  Los enviados asesinados son los mártires de todos los tiempos: mataron a los Profetas del Antiguo Testamento, a San Juan Bautista, también a Cristo.  Le siguieron los mártires del comienzo de la Iglesia.  Y aún en nuestra era, no han cesado los martirios: el siglo 20 fue testigo del mayor número de mártires de todos los siglos.  Pensemos en las persecuciones del comunismo contra la Iglesia católica.

   Recordemos las persecuciones en México y en España.  ¡Nada más en la Guerra Civil Española hubo unos 10.000 mártires!  Y ni hablar del horror en el Medio Oriente!

Si nos revisamos bien, podemos darnos cuenta de la importancia que le damos a las cosas de este mundo, rechazando o postergando las cosas eternas, al no aceptar las invitaciones del Señor.  ¡De qué manera nos entregamos a las cosas del mundo, las cuales nos absorben tanto, que no nos queda tiempo para atender a Dios!

¿Será que los hombres y mujeres de hoy estamos tan hundidos en los negocios terrenos que consideramos que es tiempo perdido pensar en Dios y en la vida eterna?   Pero... ¿qué nos dice el Evangelio sobre los que no acepten la invitación al Banquete Celestial?  Es muy claro: otros serán invitados en lugar de los que no asistan. 


                                               



¿Aceptamos la invitación?  ¿La aceptamos ya repitiendo nuestro sí constante y permanente?  ¿Diciendo siempre sí...no importa la exigencia, no importa la situación, no importa si pasamos por cañadas oscuras o valles de verdes pastos, como rezamos el Salmo?

Los que están muy pendientes de otras invitaciones y actividades corren el riesgo de quedar fuera de la Fiesta -aunque hayan sido invitados- por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno.

Pero hay otro riesgo: el no estar debidamente vestido para esa fiesta.  Y ¿qué sucederá a ésos?  La cosa es seria: van a ser echados fuera.  ¡Pero si fueron invitados!  El problema es que no estar bien vestido significa no estar preparado espiritualmente para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación.   Significa esta parte de la parábola que no basta ser invitado, tampoco basta haber entrado al banquete (es decir, formar parte de la Iglesia).  Se requiere estar debidamente preparado: vivir en estado de gracia, vivir en amistad con Dios.

Aclaremos algo sobre las “realidades últimas”: la primera de éstas es la muerte, cuando nuestra alma, separada de nuestro cuerpo, pasa al Cielo, al Purgatorio o al Infierno.  Del Purgatorio las almas que se van purificando van pasando al Cielo.  Y al final de los tiempos, sucederá la resurrección, al unirse nuestras almas con nuestros cuerpos glorificados.  Y en ese momento será el Banquete de Bodas del Cordero para los salvados, no los condenados.  Esos quedaron fuera para siempre.


                                                                   
                       


La invitación al Banquete Celestial es para todos, pero muchos no aceptan… y algunos no están debidamente preparados.  De allí la sentencia de Jesús al terminar esta parábola: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

Que podamos llegar a la Fiesta Escatológica, que nos estemos preparando de veras con el traje adecuado (tan blanco como la vestidura del bautismo).  Así podremos formar parte de esa muchedumbre de toda raza, pueblo y nación con vestidura blanca, lavados nuestros trajes en la sangre del Cordero.  (Ap. 3, 4)









Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

jueves, 12 de octubre de 2017

QUE VIVA LA VIRGEN DEL PILAR!! PATRONA DE LA GUARDIA CIVIL !!


Hoy es 12 de Octubre y no es un día cualquiera, sobre todo, para las personas que vivimos a un lado y el otro del "charco". Si por un lado, recordamos el momento en que Cristobal Colón, enviado a expensas de la Corona de Castilla y Aragón (España) y con el apoyo no sólo moral sino económico de Isabel "La Católica", llegaba a costas del "Nuevo Mundo", América, que desde entonces, venía a ampliar más allá y a miles de millas del hasta entonces fin de la tierra (Finis Terrae) romano, y con ello, demostrar que la tierra era redonda y más grande. 

Y por supuesto, con más culturas. Por otro lado, para los creyentes cristianos, tenía ese día una mayor importancia, se llevaba La Palabra de Dios, más allá donde hasta ese momento, se creía era el fin del mundo. Si bien hasta Finisterrae, hoy Galicia, había llegado el apóstol de Jesús, Santiago el Mayor (también Patrón de España), también en una parte muy importante de la tierra cristiana y española, Zaragoza, Nuestra Señora del Pilar, se le aparecía a este valiente apostol que había llegado tan lejos andando por esos caminos, para darle ánimos y sintiera su protección. Sí, mira por donde en ese momento, Nuestra Señora y el apóstol, nos daba un claro ejemplo que ahí estaban para protegernos, en esos momentos que como los de  ahora, son tan difíciles. 

¿A que somos afortunados al tenerlos ?. Ojo. También, nos proteje a todos y a todas, a uno y al otro lado del charco. Por cierto, hoy celebramos a Nuestra Señora del Pilar.


La Virgen del Pilar




«Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía al pueblo en el desierto». María, asentada en el pilar de su basílica.   Desde el siglo noveno, la piedad de los reyes y el pueblo entero para Nuestra Señora del Pilar. Señalada su fiesta por el Papa Clemente XII en el día 12 de octubre, los destellos de ese bendito Pilar irradiaron hasta el otro extremo del océano Atlántico, a donde en un 12 de octubre llegaba a bordo de las carabelas descubridoras, capitaneadas no en vano por la nao Santa María, «la luz de la fe».   Cuando Pío XII, el 14 de febrero de 1958, concedía a todas las iglesias de España, Ibero América y Filipinas «la misa propia de la Bienaventurada Virgen María del Pilar», abrazaba en un lazo de hermandad de fe a un rosario de pueblos nuevos y viejos para que, con la unidad de un mismo idioma castellano, felicitaran una vez más a María «porque el Poderoso ha hecho grandes obras por ella» y le rogaran su intercesión para «permanecer firmes en la fe y generosos en el amor.


 
Breve historia de la  aparición en vida  de Nuestra Señora al Apóstol Santiago.



Según documentos del siglo XIII, el Apóstol Santiago, El Mayor, hermano de San Juan, viajó a España a predicar el evangelio (año 40 d.C.), y una noche la Virgen María se le apareció en un pilar.


La tradición nos cuenta que Santiago había llegado a Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, y una noche, estando en profunda oración junto a sus discípulos a orillas del río Ebro, la Santísima Virgen María se manifestó sobre un pilar, acompañada por un coro de ángeles, (ella aun vivía en Palestina).

La Virgen le habló al Apóstol pidiéndole que se le edificase ahí una iglesia con el altar en derredor al pilar y expresó: "Este sitio permanecerá hasta el fin del mundo para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que imploren mi ayuda".


El lugar, ha sobrevivido a invasiones de diferentes pueblos y a la Guerra Civil española de 1936-1939, cuando tres bombas cayeron sobre el templo y no estallaron. También se cree que la Virgen le dio al Apóstol una pequeña estatua de madera.



Luego de la aparición, Santiago junto a sus discípulos comenzaron a construir una capilla en donde se encontraba la columna, dándole el nombre de "Santa María del Pilar". Este fue el primer templo del mundo dedicado a la Virgen. Después de predicar en España, Santiago regresó a Jerusalén. Fue ejecutado por Herodes Agripas alrededor del año 44 d.C. siendo el primer apóstol mártir, luego del suceso sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España para su entierro. Siglos después el lugar fue encontrado y llamado Compostela (campo estrellado).


El primer santuario sobre la tumba de Santiago la ordenaron  construir el rey Alfonso II, El Casto de Asturias,  y el obispo Teodomiro en el siglo IX. Hoy se encuentra una  magnífica catedral en sitio.


La Virgen del Pilar protectora.


Esta es la Historia de cómo la Virgen del Pilar pasó a ser Patrona de la Guardia Civil.
En la Real Orden Circular del Ministerio de la Guerra de 8 de febrero de 1.913, el Rey declaró Patrona de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar.

Todo comenzó unos cuantos años antes, serí­a el año 1.864 cuando el sacerdote D. Miguel Moreno que era el primer Capellán Castrense del prestigioso  Colegio de Guardias Jóvenes llamado “Duque de Ahumada” que se encuentra en  Valdemoro, tuvo a bien colocar en la capilla del citado colegio una imagen de la Virgen del Pilar de Zaragoza.

Serí­a  en 1.865 cuando de forma espontanea según narran los escritos se celebró la primera Patrona de la Guardia Civil, que era en el mes de septiembre y no Octubre como lo es ahora.

Fueron los alumnos de este Colegio que al convertirse en profesionales al ir destacados a los puestos de toda España, fueron difundiendo este acto de celebrar la Patrona con un homenaje de fe hacia la Virgen del Pilar.



Esta tradición durante más de 50 años consistí­a en tener fe como protectora en los servicios que se prestaban a la Virgen del Pilar.

El Teniente General D. Ángel Aznar Butigieg que en 1.913 era el Director General del Cuerpo trasladó una petición al Ministro de la Guerra que no era otro que D. Agustín Luque y Coca, donde le pidió oficialmente que la Virgen del Pilar fuera declarada Patrona del Cuerpo de la Guardia Civil, a lo que el Rey D. Alfonso XIII, accedió y mandó publicar.

Después de su publicación, las palabras que transmitió el Teniente General D. Aznar fueron estas:

“La Guardia Civil, compuesta por los soldados más veteranos del Ejército, satisfizo siempre a las esperanzas de la Nación y respondió a la confianza de los Gobiernos porque sois valientes, firmes en la fatiga y abnegados en el peligro. Este año, al solemnizar el dí­a de la Patrona, celebraremos en la Guardia Civil la primera fiesta de compañerismo. Cuando os congreguéis para ello en cada Puesto, dedicad una oración a nuestros compañeros que sacrificaron la vida en el cumplimiento del deber y al inolvidable Duque de Ahumada, organizador del Cuerpo; y antes de separaros, terminad nuestra fiesta diciendo; ¡Viva España!, ¡Viva el Rey! “.

Era el año 1.917 cuando el Director General que era el Teniente General D. Antonio Tovar Marcoleta ofrendó con una placa a la Virgen del Pilar, que a dí­a de hoy aún se conserva en la Basí­lica de Zaragoza en el mismo lugar donde fue colocada.
Allí­ se puede leer el siguiente texto:

“Los Generales, Jefes, Oficiales y personal de Tropa del Instituto de la Guardia Civil como homenaje a Nuestra Señora la Virgen del Pilar declarada su Excelsa Patrona por Real Orden de 8 de febrero de 1913“.

Son muchos años los que han pasado ya, pero a dí­a de hoy todos los años el 12 de Octubre se celebra la famosa fiesta de la Guardia Civil, en honor a su Patrona la Virgen del Pilar, siendo la protectora de estos valientes hombres y mujeres que dan su vida a la defensa de la Constitución y el territorio español.


 
Y una antigua copla dice así:




Es la Virgen del Pilar
la que más altares tiene,
pues no hay ningún español
que en su pecho no la lleve.

A pasar por Zaragoza
el Ebro murmura y dice:
La Virgen es para España
y España es para la Virgen.

Hay en el mundo una España,
y en España un Aragón,
y en Aragón una Virgen,
gloria del pueblo español.

Virgen del Pilar, no olvides
que no podrían vivir
ni España sin Zaragoza,
ni Zaragoza sin Ti.

Junto al Ebro echo una jota
en cuanto el Pilar se cierra,
pa que se entere la Virgen
de que estoy de centinela.

Aragón está en España,
Zaragoza en Aragón,
el Pilar en Zaragoza,
y en el Pilar mi ilusión.

De Zaragoza p´abajo
lleva el Ebro agua bendita;
porque en Zaragoza besa
los pies de la Pilarica.

El Ebro nace en Reinos,
y desemboca en el mar,
y pasa por Zaragoza,
para besar el Pilar.


La Virgen del pilar dice
que no quiere ser francesa;
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa.

Cuando Zaragoza estaba
sitiada por los franceses,
la Virgen del Pilar era
amparo de aragoneses.

El Pilar es el peñón
y la Seo la muralla;
en cada calle un cañón,
para defender a España.

En Torrero tiran bombas
y en el Castillo granadas,
y la Virgen del Pilar
con el manto las aparta.

Zaragoza la bombean,
la bombean los franceses,
la Virgen del pilar dice:
no temáis, aragoneses.

Zaragoza está en un llano,
la Torre Nueva en el medio,
y la Virgen del Pilar
a las orillas del Ebro.

Iberos y americanos:
sabed bien y recordad,
que Colón pisó aquel suelo
en el día del Pilar.

 Que Viva La Virgen del Pilar !!