domingo, 26 de agosto de 2018

«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Evangelio Dominical)






Hoy, el Evangelio nos sitúa en Cafarnaúm, donde Jesús es seguido por muchos por haber visto sus milagros, en especial por la multiplicación espectacular de los panes. Socialmente, Jesús allí tiene el riesgo de morir de éxito, como se dice frecuentemente; incluso lo quieren nombrar rey. Es un momento clave dentro de la catequesis de Jesús. Es el momento en el que comienza a exponer con toda claridad la dimensión sobrenatural de su mensaje. Y, como que Jesús es tan buen catequista, sacerdote perfecto, el mejor obispo y papa, les deja marchar, siente pena, pero Él es fiel a su mensaje, el éxito popular no lo ciega.

Decía un gran sacerdote que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han caído personas que parecían columnas imprescindibles: «Se volvieron atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6,66). Tú y yo podemos caer, “pasar”, marchar, criticar, “ir a la nuestra”. Con humildad y confianza digámosle al buen Jesús que queremos serle fieles hoy, mañana y todos los días; que nos haga ver el poco sentido evangélico que tiene discutir las enseñanzas de Dios o de la Iglesia por el hecho de que “no los entiendo”: «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6,68). Pidamos más sentido sobrenatural. Sólo en Jesús y dentro de su Iglesia encontramos la Palabra de vida eterna: «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).




Como Pedro, nosotros sabemos que Jesús nos habla con lenguaje sobrenatural, lenguaje que hay que sintonizar correctamente para entrar en su pleno sentido; en caso contrario sólo oímos ruidos incoherentes y desagradables; hay que afinar la sintonía. Como Pedro, también en nuestra vida de cristianos tenemos momentos en los que hay que renovar y manifestar que estamos en Jesús y que queremos seguir con Él. Pedro amaba a Jesucristo, por eso se quedó; los otros lo querían por el pan, por los “caramelos”, por razones políticas y lo dejan. El secreto de la fidelidad es amar, confiar. Pidamos a la Virgo fidelis que nos ayude hoy y ahora a ser fieles a la Iglesia que tenemos.



Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):




En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor




COMENTARIO




El Evangelio de hoy nos muestra cómo el “pan” del escándalo terminó en abandono de muchos:  algunos seguidores más o menos firmes, y también muchos discípulos de Jesús lo dejaron al escandalizarse porque les daría a comer el “pan” que es su propio cuerpo.

"Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn. 6, 55.60-69).    Nos cuenta el Evangelio que al oír esto muchos discípulos de Jesús pensaron y comentaron que ya eso era “intolerable, inaceptable”.   Y Jesús, lejos de ceder un poco para tratar de impedir la huída de muchos de los suyos, más bien reafirma su mensaje y exige una elección.

Los presentes no lograban entender, mucho menos aceptar, cómo los alimentaría con su propia carne.  Y Jesús da una explicación un tanto difícil de captar: “¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?  El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”.




¿Qué puede significar esa explicación del Señor?  Eso de comer la carne, que parece cosa muy terrenal, se justifica en el caso del Pan de Vida, porque esa carne es la de Cristo resucitado.  Es decir:  El Señor nos está hablando de una realidad material transformada en una realidad espiritual por el Espíritu.  Y como es el Espíritu el que actúa, por eso da vida, Vida Eterna.

Pero para aprovechar este alimento hay que tener fe. Y, si no tenemos fe en este Pan, nos puede suceder como a Judas. El era uno de los presentes.  Sabemos cómo terminó Judas.  Pero ¿cómo comenzó?

Si nos fijamos bien, este pasaje del Evangelio da a entender que Judas pudo haber comenzado a apartarse de Jesús al escandalizarse también con este Pan.  Dice el Evangelio: “En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían en El y quién lo habría de traicionar”.




Nuestra fe tiene que ser firme y perseverante.  No podemos hacer lo de Judas, que comenzó siguiendo a Jesús y terminó vendiéndolo por unas cuantas monedas de plata.

Puede suceder que inicialmente elegimos a Dios, pero no basta elegir a Dios una sola vez en la vida y olvidarnos de El.  Esa elección hay que renovarla constantemente, en especial ante ciertas disyuntivas.

Este “Pan” es un pan especialísimo, pues lo comemos, pero quien actúa es Cristo resucitado, no el pan ingerido. Y Cristo actúa asimilándonos a El.  Al recibirlo es El quien nos transforma y nos une a El.  “Nos unimos a El y nos hacemos con El un solo cuerpo y una sola carne” (San Juan Crisóstomo).

Y al recibir ese “Pan” e ir dejándonos santificar por ese “Pan de Vida” Cristo nos llevará a donde El se fue cuando ascendió al Cielo, a donde los Apóstoles que permanecieron fieles, lo vieron subir:  a donde estaba antes.  Justamente, Cristo bajó del Cielo, para rescatarnos a nosotros y llevarnos con El. Y eso será posible si no nos escandalizamos, si creemos en su Palabra, si seguimos su Camino, si -como El-  cumplimos la Voluntad del Padre.




Y seguirlo a El significa optar por El en cada circunstancia de nuestra vida. No basta elegirlo una sola vez y después irnos desviando poco a poco: nuestra elección tiene que ser renovada, constante y permanente.

Si no, también puede sucedernos como al pueblo de Israel a lo largo de su historia, que se desviaba y optaba por ídolos. (Jos. 24,1-2.15-17.18).  Pero tiene que optar:o escoge la idolatría o se decide por Yahvé; o Dios o los ídolos. Y aunque la decisión inicial estaba tomada a favor de Yahvé, muchos a lo largo del camino se van quedando con los ídolos.  Siempre -es cierto- quedaban algunos fieles, pero muchos se iban quedando fuera.

Es lo mismo que sucede con el nuevo pueblo de Dios, todos nosotros que formamos su Iglesia de hoy. Inicialmente elegimos a Dios, pero no basta elegir a Dios una sola vez en la vida.  Esa elección hay que renovarla continuamente, en especial ante las disyuntivas difíciles, o ante otros escándalos.




Por ejemplo: ¿vamos a dejar de seguir a Cristo y de recibir ese Pan de Vida, por el escándalo que hemos conocido de algunos Sacerdotes y hasta de Obispos y Cardenales con relación a su pecaminosa vida sexual?  Hay que recordar que una cosa es Cristo y su Iglesia como institución divina, y otra cosa somos todos los que formamos parte de la Iglesia, sean cardenales, obispos, sacerdotes o laicos.  La verdad y santidad de la Iglesia no depende de sus miembros, sino de Cristo mismo.

Es imposible servir a Dios y también servir a los ídolos modernos:  el dinero, el poder, el placer, las teorías contra la fe, los desacuerdos contra la moral y, en general, todo lo que el mundo nos vende como valioso y hasta necesario.

Esa elección que tenía que hacer el pueblo de Israel y que tuvieron que hacer los seguidores de Jesús en el momento de su discurso sobre el Pan Eucarístico, se nos presenta también a nosotros. Y Cristo podría preguntarnos también: “¿También ustedes quieren dejarme?”.  Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: “¿A dónde iremos, Señor si sólo Tú tienes palabra de Vida Eterna?”.




Creer y vivir el misterio del “Pan de Vida” fue en ese momento el toque de distinción del verdadero seguidor de Cristo.  Y hoy también lo es.

Y Jesús quiere que creamos sin tener pruebas.  En eso consiste la Fe.  Sin embargo, suceden milagros eucarísticos que muestran hostias consagradas, las cuales resultan ser músculo cardíaco.












Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

viernes, 10 de agosto de 2018

Hoy es San Lorenzo, diácono y mártir !!





























Nació en Huesca, Aragón, España , en el siglo III. De joven se hace diácono.

En el año 258 el Papa Sixto fue enviado a la muerte por la persecución del emperador romano Valerio.

Cuando era llevado al cadalso, su diácono (Lorenzo) lo seguía llorando y pidiendo morir por Cristo. Sixto le dijo que en 3 días lo seguiría y le encargó que repartiera los bienes de la Iglesia entre los pobres para evitar que cayera en manos de los perseguidores.
Lorenzo usó todo la noche en visitar los pobres y repartir las riquezas.


Al día siguiente el prefecto se las pidió, por lo que acepta y entonces el diácono llevó a la puerta del funcionario a todos los cristianos pobres, junto con ciegos, cojos y mancos y le dijo que ésa era la riqueza de la Iglesia.

El jerarca lo mandó torturar con escorpiones y luego a asar a fuego lento en una parrilla.


Su nombre significa: "coronado de laurel".

Los datos acerca de este santo los ha narrado San Ambrosio, San Agustín y el poeta Prudencio.

Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, o sea uno de los siete hombres de confianza del Sumo Pontíice. Su oficio era de gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las ayudas a los pobres.

En el año 257 el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuatro días después fue martirizado su diácono San Lorenzo.

La antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que la Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: "Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?" y San Sixto le respondió: "Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás". Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la gloria de Dios.

Entonces Lorenzo viendo que el peligro llegaba, recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas.

El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: "Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Vaya, recoga todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar".


Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: "Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador".

Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: "¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!"

El alcalde lleno de rabia le dijo: "Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente".


Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura.

Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísismo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.

Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: "Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo". El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.


El poeta Pruedencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma porque la vista del valor y constancia de este gran hombre convirtió a varios senadores y desde ese día la idolatía empezó a disminuir en la ciudad.

San Agustín afirma que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a San Lorenzo.


El santo padre mandó construirle una hermosa Basílica en Roma, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna.


ORACIÓN




Señor Dios: Tú le concediste a este mártir un valor impresionante
para soportar sufrimientos por tu amor, y una generosidad
total en favor de los necesitados. Haz que esas dos cualidades
las sigamos teniendo todos en tu Santa Iglesia:
generosidad inmensa para repartir nuestros bienes entre los pobres,
y constancia heroica para soportar los males y
dolores que tú permites que nos lleguen.

domingo, 5 de agosto de 2018

«Señor, danos siempre de ese pan (…) Yo soy el pan de la vida» (Evangelio Dominical)




Hoy vemos diferentes actitudes en las personas que buscan a Jesús: unos han comido el pan material, otros piden un signo cuando el Señor acaba de hacer uno muy grande, otros se han apresurado para encontrarlo y hacen de buena fe -podríamos decir- una comunión espiritual: «Señor, danos siempre de ese pan» (Jn 6,34).

Jesús debía estar muy contento del esfuerzo en buscarlo y seguirlo. Aleccionaba a todos y los interpelaba de varios modos. A unos les dice: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna» (Jn 6,27). Quienes preguntan: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» (Jn 6,28) tendrán un consejo concreto en aquella sinagoga de Cafarnaúm, donde el Señor promete la Sagrada Comunión: «Creed».

Tú y yo, que intentamos meternos en las páginas de este Evangelio, ¿vemos reflejada nuestra actitud? A nosotros, que queremos revivir esta escena, ¿qué expresiones nos punzan más? ¿Somos prontos en el esfuerzo de buscar a Jesús después de tantas gracias, doctrina, ejemplos y lecciones que hemos recibido? ¿Sabemos hacer una buena comunión espiritual: ‘Señor danos siempre de este pan, que calma toda nuestra hambre’?




El mejor atajo para hallar a Jesús es ir a María. Ella es la Madre de Familia que reparte el pan blanco para los hijos en el calor del hogar paterno. La Madre de la Iglesia que quiere alimentar a sus hijos para que crezcan, tengan fuerzas, estén contentos, lleven a cabo una labor santa y sean comunicativos. San Ambrosio, en su tratado sobre los misterios, escribe: «Y el sacramento que realizamos es el cuerpo nacido de la Virgen María. ¿Acaso puedes pedir aquí el orden de la naturaleza en el cuerpo de Cristo, si el mismo Jesús nació de María por encima de las leyes naturales?».

La Iglesia, madre y maestra, nos enseña que la Sagrada Eucaristía es «sacramento de piedad, señal de unidad, vínculo de caridad, convite Pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura» (Concilio Vaticano II).



Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):





En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

Palabra del Señor





COMENTARIO





 Hemos oído hablar del maná en el desierto, y hasta usamos este término para significar que no debemos esperar que las cosas nos bajen del cielo, como ese alimento milagroso que fue el maná.

El pasaje de la Biblia que viene como Primera Lectura de este domingo nos narra este prodigio alimentario. (Ex. 16, 2-4 y 12-15).

Los hebreos habían sido sacados de la esclavitud a que estaban sometidos en Egipto en forma más que prodigiosa (las plagas de Egipto, la división del Mar Rojo, etc.).  Y a pesar de todas esas muestras extraordinarias de la atención divina y del poder magnificente de Dios- al encontrarse en el desierto- comenzaron a protestar.

Y a protestar en forma retadora y amarga:

“Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos”.

¡Qué atrevimiento!  Es cierto que protestaban a Moisés y Aarón, pero en el fondo el reclamo era contra Dios.  Y ¿qué hace Dios?




A pesar de la brutalidad del pueblo escogido, les muestra una vez más su amorosa atención y su maravilloso poder.  He aquí la respuesta que envía Dios a través de Moisés a ese pueblo desconfiado:

“Diles de parte mía: ‘Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que Yo soy el Señor, su Dios’”.

Imaginemos la escena:  en la tarde se llenaba en campamento de codornices y todas las mañanas amanecía el suelo cubierto de una especie de capa como de nieve que servía de pan.  Dios les daba el alimento material necesario para subsistir en la travesía por el desierto.

Esa atención amorosa de Dios es lo que se denomina en Teología la “Divina Providencia”, por medio de la cual nos da, no sólo el alimento, sino todo lo que verdaderamente necesitamos.  Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas.




Pero podríamos preguntarnos ¿por qué, entonces, existe hambre en algunas partes del mundo? ¿Por qué ha habido y hay gobiernos opresores que no se ocupan del bien de sus pueblos?

El problema es que para ejercer su “Divina Providencia” Dios desea que los seres humanos colaboremos libremente en la realización de sus planes.  Y en esto fallamos mucho:  unos, porque causan los males, y otros, por no tratar de aliviarlos y remediarlos.

San Agustín nos enseña que, siendo Dios infinitamente bueno y todopoderoso, no permitiría los males si no es porque es tan todopoderoso que puede sacar un bien del mal.

Si miramos hacia atrás, podremos observar bienes que nos han venido de aparentes males.   O en el futuro podremos ver bienes que van a venir a raíz algún mal que estemos padeciendo.

El problema es que como la perspectiva de Dios es de eternidad, no logramos captarla bien.  Por eso es que debemos ponernos anteojos de eternidad, para poder medio vislumbrar qué es lo que Dios está pretendiendo hacer.




¿Y cuál es esa perspectiva divina?  Dios hace y maneja todo con miras a nuestra salvación eterna.   Por eso a veces nos cuesta ver cuáles son los caminos de su “Divina Providencia”.

La “Divina Providencia” es un misterio, cuya comprensión plena la tendremos cuando pasemos a la eternidad.  Será entonces cuando podremos entender de verdad cómo fue que Dios condujo a la humanidad, inclusive a través de hambrunas, opresiones, dificultades de todo tipo, etc. hasta su fin último que es nuestra salvación eterna.

Es más: aunque creamos que somos nosotros quienes proveemos para nosotros mismos y para los nuestros, estamos equivocados, pues es Dios Quien nos da la capacidad que tenemos de atender nuestras necesidades.

Si fuéramos perceptivos a las gracias divinas, podríamos darnos cuenta de cómo Dios se ocupa de nosotros directamente.

Si nos fijamos bien, seguramente a lo largo de nuestra vida ha habido situaciones en las cuales Dios ha atendido nuestras necesidades más apremiantes, sin que nuestro esfuerzo y trabajo hayan sido lo determinante para lograr el sustento necesario.




Sea de una manera u otra, es Dios Quien se ocupa de “nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11), frase que El mismo nos enseñó a decir en el Padre Nuestro.

Los hebreos protestaron, a pesar de haber visto y vivido las maravillas que Dios hizo para salvarlos de la esclavitud de los Egipcios.  Y nosotros, hombres y mujeres de hoy seguimos protestando, sin darnos cuenta del funcionamiento de la Divina Providencia.

Y seguimos protestando a pesar de que hemos conocido de esos prodigios y de muchísimos más que Dios ha hecho desde aquel remoto momento del éxodo de los israelitas del país de Egipto hace unos 3 1/2 milenios (3.400 años), hasta nuestros días.

Al antiguo pueblo de Israel, Yavé tenía que domarlo, enseñarlo, entrenarlo, pues era de “dura cerviz” (Ex. 32, 9 y 33, 3).  Era un pueblo primitivo, indómito, terco, inculto, rudo.  Pero nosotros ya hemos conocido la salvación que Cristo nos vino a traer, ya hemos conocido el don de Dios.  “Si conocieras el don de Dios” (Jn. 4, 10), dijo Jesús a la Samaritana.  ¡Ya nosotros lo conocemos!  Ya conocemos la Gracia Divina, la Vida de Dios que Cristo nos consiguió al redimirnos.

Con razón San Pablo nos alerta en la Segunda Lectura (Ef. 4, 17 y 20-24), que no debemos vivir como los paganos, con criterios vanos.   Porque, si ya nosotros conocemos a Cristo, si ya El nos ha enseñado a dejar el viejo modo de vivir, “ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”, si ya sabemos que Dios se ocupa de nosotros …¡cómo es que aún protestamos a Dios en cuanto nos llega cualquier dificultad!




Lamentarnos de cómo Dios dispone su Divina Providencia es un ejemplo elocuente de eso que reprocha San Pablo de vivir según el antiguo “yo” y de tener criterios vacíos, pues al pensar así estamos olvidando la atención cuidadosa y amorosa de Dios en nuestro diario vivir y también las muchas intervenciones extraordinarias que ha hecho a lo largo de nuestra vida y a lo largo de toda la historia de la humanidad.

Andamos pendiente solamente o principalmente de la atención de Dios con respecto de los bienes materiales, sean estos verdaderamente necesarios o sean también innecesarios.

Estamos como los israelitas que buscaban a Jesús después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, escena que nos trae el Evangelio de hoy (Jn. 6, 24-35).

Podría tal vez caernos el reproche del Señor:  “Me buscan porque comieron de aquel pan hasta saciarse”.  ¿Cuántos son los que buscan a Dios por lo que Dios es y merece?  Por otro lado, ¿cuántos son los que lo buscan por lo que creen merecer ellos?  ¿No son los más aquéllos que buscan a Dios por cuestiones materiales, por ventajas temporales?´

Santa Teresa de Jesús bien habla de que debemos buscar, no los dones del Señor, sino buscar al Señor de los dones.

Y Jesús es claro en este Evangelio:  “No trabajen (no se afanen) por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la Vida Eterna y que les dará el Hijo del Hombre”.





Así pues, ese alimento diario, que pedimos en el Padre Nuestro y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual.  Los hebreos se alimentaron del maná en el desierto.  Era un pan que bajaba del cielo, pero era un pan material.

Sin embargo, nosotros tenemos un “Pan” mucho más especial que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo”.  Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”.  El es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida Eterna.

Pero para ello es necesario, antes que nada, practicar bien el consejo de Cristo en este pasaje: “La obra de Dios consiste en que crean en Aquél que El ha enviado”.

Nos habla Jesús de la Fe, de la Fe en El como Dios y de la Fe en todo lo que El nos propone y nos pide.  Una de estas proposiciones es la que El anuncia en este pasaje evangélico es la fe de su presencia viva en ese Pan del Cielo que es el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, proposición que fue causa de escándalo para los que le seguían, como veremos en las Lecturas de los domingos sucesivos.

Por fe respondemos a Cristo “así es” o “amén” a todo lo que El nos dice, aunque nuestros ojos vean otra cosa:  es un trocito de pan, una pequeña oblea que sabe harina de trigo, pero es Dios mismo.




 Cristo se nos da en alimento, y unirse a El en la Sagrada Comunión es –antes que nada- aceptar la Verdad, inclinando nuestro entendimiento ante su Palabra, que nos dice:

“Yo soy el Pan de la Vida.  El que viene a Mí, no tendrá hambre y el que crea en Mí nunca tendrá sed”.

No nos quedemos pendientes solamente del alimento material.  El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma.  Dios nos provee ambos.

Dios ha dispuesto que el pan material, el cual carece de vida, nos mantenga y conserve la vida del cuerpo.  Y también ha dispuesto para nosotros ese otro Pan Espiritual que es la Vida misma, pues es Cristo con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios.

¡Cómo será la Vida que ese Pan Divino puede comunicar a nuestra alma!  ¡Qué prodigio que la Vida misma pueda ser comida, pueda ser nuestro alimento espiritual!  Quien lo recibe –si lo recibe dignamente- recibe la Vida de Dios misma.




“¡Cuán admirable será la vida del alma en nosotros, que comemos un Pan Vivo, que comemos la Vida misma en la Mesa del Dios Vivo!  ¿Quién jamás oyó semejante prodigio, que la Vida pudiera ser comida?  Sólo Jesús puede darnos tal manjar.  Es Vida por naturaleza; quien le come, come la Vida.  Por eso el Sacerdote, al dar la Comunión dice a cada uno: ‘¡El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la Vida Eterna!’ (*)” (San Columba Marmion en Jesucristo, Vida del alma, 1917).

(*) Nota:  Estas son las palabras que se usan para dar la Comunión en el Rito Extraordinario de la Misa.










Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

jueves, 2 de agosto de 2018

Hoy celebramos a ... Nuestra Señora de los Ángeles !!



Hoy jueves celebra la Iglesia, la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles.

Una fiesta bonita, una advocación más que se le da a la Virgen y una característica más con que conocemos y honramos a la Madre de Cristo.Cae, es cierto, en un día no demasiado bueno (2 de agosto) pero la Iglesia celebra ese día a la Virgen con ese entrañable título de "Nuestra Señora de los Ángeles" y hay que intentar cumplir como buenos hijos.


Hay una máxima que señala que para apreciar una cosa primero la tienes que conocer y si es al detalle la aprecias mucho más. Y eso es lo que hemos pretendido. Gracias a este gran invento de internet hemos buscado por la red y hemos encontrado lo que a continuación ofrecemos. Lo hacemos porque creemos que así la gente, los que leen este blog, pueden conocer mejor esta fiesta. Sí, sé que es una mala fecha. Los que han terminado las vacaciones no llegan con muy buen humor que digamos y los que las tienen en agosto si aún no han salido están pensando donde ir. Pero los cristianos, los que proclamamos nuestra fe católica, tenemos unas obligaciones, mejor unos deberes de los que no podemos eludir. Y uno de estos deberes es la devoción que tenemos que profesar a la Virgen María en todas y cada una de sus advocaciones. Y la de Los Ángeles, esta es una de ellas.
No me valen pues que si hace calor, si es un tiempo propicio para estar en la playa o en el chalet, si esta fiesta únicamente se tendría que celebrar de puertas para dentro debido precisamente a que estamos en una época en que se vacían nuestras ciudades pues son muchos los que emigran, cada vez menos, a la playa, a los chalets o a ver a la familia en el pueblo.

Nuestra Señora la Reina de los Ángeles.



El nombre completo del que procede este bellísimo nombre propio de mujer, es Nuestra Señora la Reina de los Ángeles. He ahí los nombres y las virtudes que se ocultan tras este nombre realmente plural: Señora, Reina y Ángel.

Casi nada para empezar. Basta que le añadamos al nombre su respectivo artículo, para que vuele la imaginación a la sin igual ciudad de Los Ángeles, fundada por el aventurero español Felipe de Neve en 1781 con el nombre de "El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles", en que se concentra el resplandor de las estrellas del cine y de la televisión. Es realmente la Regina Stellarum, la reina de las estrellas, la reina del glamour, además de ser la ciudad de la Reina de los Ángeles (Regina Angelorum, que dicen las letanías). Pero volviendo a su origen, el griego “ánguelos” no es poco lo que trae consigo el nombre. Ángeles fueron en un principio los mensajeros, nobles servidores de los dioses y de los hombres. Pero pronto fueron los más insignes aquellos que dedicaban sus desvelos a la intermediación entre Dios y el hombre, hasta convertirse en los ángeles por antonomasia; y buenos por su misma naturaleza; y la misma belleza personificada.



Un nombre tan sugestivo no podía quedar exclusivamente en la lista de los nombres masculinos sólo por ser ésta su forma gramatical; como tampoco quedó el nombre de María reducido a la lista de los nombres femeninos por tan poca cosa. Y así dio el salto para convertirse en bellísimo nombre de mujer a través de Nuestra Señora de los Ángeles, y también bajo la forma de Angélica, y aun bajo la forma de Ángela. Era el justo destino. De la Biblia a la patrística y hasta las más bellas tradiciones, María está siempre rodeada de ángeles. El arcángel san Gabriel, príncipe de ángeles, es el primero que aparece en su vida, anunciándole la Encarnación. Y luego, cuando da a luz al Redentor, coros de ángeles cantan y anuncian la buena nueva. Y vuelven a ser los ángeles los autores de su Asunción a los cielos; y ángeles de nuevo los que trasladan su casa de Belén a Loreto, como cuenta la piadosa tradición.


 (Virgen de los Ángeles, Patrona de Costa Rica)

¿Cómo no iba a ser la Reina de los Ángeles si nunca persona alguna fue de ángeles y arcángeles tan bien servida? Pero es que una vez iniciado su camino, este nombre siguió extendiéndose por el mundo, tanto en la geografía como en la onomástica. Así existen ciudades y pueblos y ríos y montes y valles con el nombre de Los Ángeles en España, en Perú, en Filipinas, en México, en Puerto Rico, en Costa Rica, en Colombia, además de la relumbrante ciudad de Estados Unidos. Y formó parte en la composición de nombres tanto de mujer como de hombre: María de los Ángeles, Isabel de los Ángeles, Felipa de los Ángeles, Mariana de los Ángeles, Martina de los Ángeles, Juan de los Ángeles, Mateo de los Ángeles... tras todos estos nombres hay grandes personajes que han merecido el honor de las enciclopedias. Y no bajo esta forma, sino bajo la forma de Ángela hay varias santas en el cielo; y en la mitología griega, es éste uno de los sobrenombres de Diana y de la también diosa lunar Hécate, y el nombre de una de las hijas de Júpiter y Juno, responsable de que los europeos sean tan blancos, porque les dio los cosméticos que le había sustraído a su madre. Y en la forma de "La Hermosa Angélica" tenemos a la heroína del Orlando Furioso, de Ariosto. Como no podía ser menos, la mujer se ha apropiado de este excelso nombre de los ángeles y lo ha enaltecido mucho, mucho más.

¡Felicidades! Ángeles y Angelitas!!




DULZURA DE LOS ÁNGELES
(de la liturgia bizantina)




Dulzura de los ángeles, alegría de los afligidos,
abogada de los cristianos, Virgen madre del Señor,
protégeme y sálvame de los sufrimientos eternos.

María, purísimo incensario de oro,
que ha contenido a la Trinidad excelsa;
en ti se ha complacido el Padre, ha habitado el Hijo, y
el Espíritu Santo, que cubriéndote con su sombra,
Virgen, te ha hecho madre de Dios.

Nosotros nos alegramos en ti, Theotókos;
tú eres nuestra defensa ante Dios.
Extiende tu mano invencible y aplasta a nuestros enemigos.
Manda a tus siervos el socorro del cielo.













Fuentes:
Iluminación Divina
Fiestas Marianas.
José Ángel Crespo Flor.
Ángel Corbalán