Hoy nos viene bien volver a escuchar que «tanto amó Dios al
mundo…» (Jn 3,16) porque, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Dios es
adorado y amado y servido, porque Dios es el Amor. En Él hay unas relaciones
que son de Amor, y todo lo que hace, activamente, lo hace por Amor. Dios ama.
Nos ama. Esta gran verdad es de aquellas que nos transforman, que nos hacen
mejores. Porque penetran en el entendimiento, se nos hacen del todo evidentes.
Y penetran nuestra acción, y la van perfeccionando hacia una acción toda de
amor. Y como más puro, se hace más grande y más perfecto.
San Juan de la Cruz ha podido escribir: «Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor». Y esto es cierto, porque es lo que Dios hace siempre. Él «ha enviado a su Hijo al mundo (…) para que se salve» (Jn 3,17) gracias a la vida y al amor hasta la muerte en cruz de Jesucristo. Hoy le contemplamos como el único que nos revela el auténtico amor.
San Juan de la Cruz ha podido escribir: «Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor». Y esto es cierto, porque es lo que Dios hace siempre. Él «ha enviado a su Hijo al mundo (…) para que se salve» (Jn 3,17) gracias a la vida y al amor hasta la muerte en cruz de Jesucristo. Hoy le contemplamos como el único que nos revela el auténtico amor.
Se habla tanto del amor, que quizá pierde su originalidad. Amor es lo que Dios nos tiene. ¡Ama y serás feliz! Porque amor es dar la vida por aquellos que amamos. Amor es gratuidad y sencillez. Amor es vaciarse de uno mismo, para esperarlo todo de Dios. Amor es acudir con diligencia al servicio del otro que nos necesita. Amor es perder para recobrarlo al ciento por uno. Amor es vivir sin pasar cuentas de lo que uno va haciendo. Amor es lo que hace que nos parezcamos a Dios. Amor —y sólo el amor— es la ¡eternidad ya en medio de nosotros!
Vivamos la Eucaristía que es el sacramento del Amor, ya que nos regala el Amor de Dios hecho carne. Nos hace participar del fuego que quema en el Corazón de Jesús, y nos perdona y rehace, para que podamos amar con el Amor mismo con que somos amados.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (3,16-18):
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que
no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque
Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está
juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra del Señor
Palabra del Señor
COMENTARIO
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un
solo Dios en tres Personas. Así lo aprendimos en el Catecismo. Es
un misterio imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de
explicar. Y esto es así, pues se trata de la esencia misma de Dios,
imposible de explicar con nuestro limitado intelecto humano.
Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo
accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres
Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al
alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el
de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas
se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo,
quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.
¿Por qué es esto así? Porque la Santísima Trinidad es
el más grande de los misterios de nuestra fe. Y por eso es
imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto
humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!
El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están
muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre
nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!
Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba
preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad,
le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de
repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de
caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena.
Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba
tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio
cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión.
Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!”
Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para ti meter el
misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño”
desapareció.
Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el
hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse
verdades infinitas como este misterio.
Sin embargo, lo importante de este misterio central de
nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos
llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras
estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera velada...
incompleta.
Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque
veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para
siempre con Dios en el Cielo.
Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos
a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas.
Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi
Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14,
23).
La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios
escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a
conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como
Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.
Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero
desde el principio. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el
momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el
Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1,2).
Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer.
El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo
de Jesús en el Jordán. “Una vez bautizado Jesús salió del río. De
repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como
paloma y venía sobre El. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es
mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17).
Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a
sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” (Mt. 28, 18).
Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser
y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al
Espíritu Santo la Santificación.
¿Cómo es la relación de la Santísima Trinidad con
nosotros? El Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de
nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, y el Hijo nos va
revelando al Padre y nos va llevando a El. “Nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).
Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este
misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y
recordemos que aunque aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida
de Dios Trinitario de una manera oscura, incompleta, en el Cielo podremos
vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.
¿Cómo, entonces, podemos vivir este misterio desde ya aquí
en la tierra? En las citas de la Sagrada Escritura que hemos recordado
podemos ver la clave: el Espíritu Santo va realizando su obra de
santificación en cada uno de nosotros.
¿En qué consiste esa obra de santificación? Es la
labor del Espíritu Santo, por la cual nos va haciendo cada vez más semejantes
al Hijo, a Jesucristo. Esto lo hace el Espíritu Santo si se lo
permitimos; es decir, si somos perceptivos a sus inspiraciones, si somos
dóciles y obedientes a esas inspiraciones. Y esas inspiraciones siempre
nos llevan a buscar y a cumplir la Voluntad de Dios.
¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo?
¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones? La clave está en la
oración -la oración sincera. La oración nos abre al Espíritu Santo y nos
hace captar esa suave brisa que es El. Debemos orar para escuchar al
Espíritu Santo.
Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de
nosotros su obra de santificación.
Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión
de nosotros con Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí,
sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí.
Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil
comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Ultima Cena
con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera: “Que ellos sean
uno, Padre, como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y
alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23). ¡Unidos
cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros
por Dios mismo!
Que al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima
Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la Segunda
Lectura (2 Cor 13, 12-13), que es esa frase trinitaria importantísima
que repetimos al comienzo de cada Misa: “La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos
nosotros”.Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima
Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos
une.
¡Que así sea! ¡Amén!
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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