domingo, 30 de mayo de 2021

«Haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

 



Hoy, la liturgia nos invita a adorar a la Trinidad Santísima, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios en tres Personas, en el nombre del cual hemos sido bautizados. Por la gracia del Bautismo estamos llamados a tener parte en la vida de la Santísima Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe, y, después de la muerte, en la vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido hechos partícipes de la vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios, hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado nuestra vida cristiana, recibiendo la vocación a la santidad. El Bautismo nos hace pertenecer a Aquel que es por excelencia el Santo, el «tres veces santo» (cf. Is 6,3).


El don de la santidad recibido en el Bautismo pide la fidelidad a una tarea de conversión evangélica que ha de dirigir siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Tes 4,3). Es un compromiso que afecta a todos los bautizados. «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40).

Si nuestro Bautismo fue una verdadera entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con una vida cristiana mediocre, rutinaria y superficial. Estamos llamados a la perfección en el amor, ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la intimidad del amor de Dios.

Con profundo agradecimiento por el designio benévolo de nuestro Dios, que nos ha llamado a participar en su vida de amor, adorémosle y alabémosle hoy y siempre. «Bendito sea Dios Padre, y su único Hijo, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros» (Antífona de entrada de la misa).

 

 

 

Evangelio: Mt 28,16-20


                      






En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor




COMENTARIO

 






 El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas. Y es grande porque es grande como grande es Dios.  ¡Grandísimo!  Pero es grande también por lo imposible de entender, pues se refiere a la esencia misma de Dios.  ¡Ni hablar de tratar de explicarlo!  Es que es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.

 

Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común.  Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos.  Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama.  Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.

 

¿Por qué es esto así?  Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe.  Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!

 

El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!

 


                               





Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso.  Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena.  Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito.  San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión.  Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!”  Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para ti meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció.

 

Así es nuestro intelecto:   tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio.

 

Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo.  Cierto que mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura ... incompleta.  Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.

 

En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo.  Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas.  Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23).

 

La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer.  Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo:  Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.

 

Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio.  Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo:  “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2).


                 




Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer.  El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautismo de Jesús en el Jordán.  Nos dice así el Evangelio: “Una vez bautizado Jesús salió del río.  De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre Él.  Y se oyó una voz celestial que decía: “Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco” (Mt. 3, 16-17).

 

Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18).  Es la escena que nos trae el Evangelio de hoy.

 

Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables -siempre están y actúan juntas- al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. 

 

De las Tres Divinas Personas, entonces, es al Espíritu Santo a Quien le toca la Santificación de todos y cada uno de nosotros.  Así que lo primero que hace el Espíritu Santo es darnos a conocer a Jesús como Hijo de Dios, pues “nadie puede decir que Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 1-3).

 

Luego nos va santificando, es decir, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo.  ¡Claro! Si lo dejamos hacer esto.

 

Posteriormente el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a Él.  Así nos dice Jesús: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).

 

Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo.   Y vivirlo, es vivir en la Santísima Trinidad.  ¿Cómo?  ¿Cómo es eso de vivir en la Santísima Trinidad?  ¡Imposible!  No.  No es imposible.  ¡Sí es posible!  Es que para Dios no hay nada imposible … siempre y cuando nosotros nos dispongamos a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.






Pero … ¿ cómo podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra?  Nos lo explica la Segunda Lectura:  “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios ... y podemos llamar Padre a Dios.  Y si somos hijos de Dios también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8, 14-17).  ¿Nos damos cuenta del privilegio que es poder llamar ¡nada menos que a Dios! “Padre”?

 

Ahora bien, la clave está en dejarnos guiar por el Espíritu Santo.  Eso significa que tenemos que ser perceptivos, dóciles y obedientes a lo que el Espíritu Santo nos vaya inspirando.

 

Y ¿cómo sabemos que las inspiraciones vienen del Espíritu Santo?  No es tan difícil.  Sabemos que vienen del Espíritu Santo, cuando esas inspiraciones nos llevan a buscar la Voluntad de Dios ¡y a cumplirla!

 

El Espíritu Santo, entonces, nos irá haciendo semejantes al Hijo.  El Hijo nos dará a conocer al Padre y así seremos herederos con Él, y seremos “glorificados junto con Él.” (Rom 8, 17)

 

¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo?  ¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones?  La clave está en la oración -la oración sincera.  La oración nos abre al Espíritu Santo.  Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo.  Él es como una suave brisa, a la que hay que estar atentos para poderla percibir (cf. 1 Re 19,11-13).  Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su obra de santificación.

 

Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios, con la Santísima Trinidad.  Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí.   Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Última Cena con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera: “Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno.  Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn 17, 21-23).   ¡Unidos cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo!                                        



 

                  




Que, al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la segunda Carta a los Corintios, que es esa frase trinitaria importantísima que se repite al comienzo de cada Misa:  “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros” (2 Cor 13, 14).

 

Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une.  ¡Que así sea!  ¡Amén!

 

 








Fuentes:

Sagradas Escrituras.

Evangeli.org

Homilias.org

lunes, 24 de mayo de 2021

Hoy festejamos el Lunes de Pentecostés. Viva La Virgen del Rocío!!

 




Hoy celebramos la Festividad de La Virgen del Rocío y por supuesto también, las chicas y señoras que llevan ese maravilloso nombre, Rocio.

En la Ermita del Rocío (Huelva), no habrá tantos peregrinos de años anteriores a la pandemia, cerca de un millón y que se reunían en este fin de semana, el de Pentecostés. Y en la madrugada, saltaban la verja los mozos almonteños y sacan en Procesión a “La Blanca Paloma”, La Virgen del Rocío, por la aldea del mismo nombre y perteneciente al municipio de Almonte (Huelva).


El origen y peregrinación


                



Cuenta la leyenda que en el siglo XV un hombre mientras estaba cazando en el término almonteño conocido como la rocina, encontró la imagen de la virgen junto a un árbol después de haber cruzado unas zarzas.

El origen documentado de la Romería del Rocío, data del año 1653  cuando la localidad de Almonte nombró patrona a la Virgen del Rocío antes conocida como virgen de las rocinas. Esa fiesta en honor de la Virgen de Rocío duraba solo un día e incluía una misa solemne, sermón y la Procesión con la imagen de la Virgen.

Por otro lado, es en 1677 cuando aparece documentada la primera Hermandad Filial del Rocío, conocida como la Hermandad de Sanlúcar de Barrameda. Son cinco las Hermandades Filiales Fundacionales que hacían la peregrinación anual hacia la Ermita de la Aldea del Rocío.

Es la Hermandad Matriz del Rocío la encargada de administrar y organizar tanto los cultos como la propia Romería del Rocío.


En la actualidad





Un año más, el pasado recién comenzaba el Estado de Alarma por el Covid19, no han pasado las carretas desde diversos puntos de la geografía española, peregrinando hacia la Ermita.

Sin embargo, cada rociero y rociera, rezan y festejan, en familia o hermandad, estas fechas marianas y muy sentidas por muchas partes de España y el extranjero.

Viva La Blanca Paloma!! Viva La Virgen del Rocío!!



ORACIÓN

 

 


 

Madre mía del Rocío,
para mí es seguro
que nunca será demasiado lo que espere de Ti
y que siempre tendré más
de lo que hubiera esperado.

 

Ayúdame en todo, que en Ti confío
y gracias porque siempre estás conmigo. Amén.


(Se hace una petición, acompañada de acción de Gracias
y se reza un Padre Nuestro y tres Ave Marías).

 

 

domingo, 23 de mayo de 2021

«Recibid el Espíritu Santo» (Evangelio Dominical)


                               

              

Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.


El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.

El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.

El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).


                           





Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.

El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.



Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):


                     




AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO






El nombre “Pentecostés” indica los cincuenta días que se contaban desde la salida del pueblo hebreo de Egipto guiados por Moisés, hasta la celebración de la Alianza en el Monte Sinaí.  Era una fiesta que celebraban los judíos.  Y es en ese día cuando sucede la Venida del Espíritu Santo a los Apóstoles.  Esto ocurre 50 días después de la Resurrección del Señor y 10 días después de su Ascensión al Cielo.

 

Pentecostés marca el comienzo de la actividad apostólica en la Iglesia, porque fue justamente al recibir al Espíritu Santo que los Apóstoles comenzaron a cumplir el mandato que Jesús dejó antes de su Ascensión al Cielo:  predicar su mensaje de salvación a todos (Mt. 28, 19-20)

 

Algo parecido a ese mandato leemos en el Evangelio de hoy, el cual nos narra una de las apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles (Jn. 20, 19-23):  “‘Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo’.  Dicho esto, sopló sobre ellos y el dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’”.

 

Pero ... pensemos ... ¿Quién es el Espíritu Santo?  El Espíritu Santo es nada menos que el Espíritu de Dios; es decir, el Espíritu de Jesús y el Espíritu del Padre.  Él es la presencia de Dios en medio de nosotros.  El Espíritu Santo es el cumplimiento de esta promesa de Jesús: “Mirad que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

 




El Espíritu Santo nos asiste a cada uno de nosotros en nuestro camino a la meta que Dios nos ha señalado.  ¿Cuál es esa meta?  Nada menos que el Cielo.  Y ¿quiénes van al Cielo?   Aquéllos que cumplan la Voluntad de Dios en esta vida.

 

El Espíritu Santo se ocupa de muchas cosas nuestras.  Tal vez la principal sea nuestra santificación.  ¿Qué es nuestra santificación?  El hacernos santos.   Pero ¿no será esa palabra demasiado osada?  Ni mucho.  Porque ser santo, no es que sea muy fácil lograrlo, pero sí es fácil definirlo.  Es lo mismo que decíamos del Cielo:   ser santo es hacer la Voluntad de Dios en esta vida.   Y es el Espíritu Santo Quien con sus suaves inspiraciones nos va sugiriendo cómo andar por el camino de la santidad, cómo ir amoldando nuestra voluntad a la Voluntad de Dios.

 

Se ha comparado el Espíritu Santo con la brisa. Porque, en efecto, Él es como una suave brisa que, como nos dice el Señor “sopla donde quiere” (Jn. 3, 8).  Ahora bien, si el Espíritu Santo es la brisa, nosotros debemos ser como las velas de una barca, siempre en posición de ser movidos por esa brisa, esa brisa que nos llevará al Cielo.  Dejarnos mover por esa brisa significa ser perceptivos a lo que el Espíritu Santo nos vaya inspirando.  Pero, más importante aún, es ser dóciles a esas inspiraciones.  Así podremos llegar a la meta.

 

El Espíritu Santo ha sido comparado también con fuego.  Porque, en efecto, el Espíritu Santo también se manifiesta así:  como fuego, como calor abrasador, como calor en el pecho ...  El fuego que ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús, mientras oían hablar a Jesús resucitado era el Espíritu Santo:  “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” se dijeron los discípulos de Emaús en cuanto Jesús se les desapareció.  (Lc. 24, 32).

 

Vemos en la Primera Lectura que el Espíritu Santo se presentó como una ráfaga fuerte de viento y descendió en forma de lenguas de fuego a los discípulos reunidos en torno a la Santísima Virgen el día de Pentecostés (Hech. 2, 1-11).

 

El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad.  Así nos dijo Jesucristo: “Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora.  Pero cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, Él los llevará a la verdad plena ... Él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn. 16, 12 y 14, 26).

 

                          




Así que el Espíritu Santo es Quien nos lleva a conocer y a vivir todo lo que Cristo nos ha dicho; es decir, nos lleva a conocer y a aceptar el Mensaje de Cristo en su totalidad:  nos lleva a la Verdad plena.

 

Es tan importante la acción del Espíritu Santo en nuestra vida que, nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (1Cor. 12, 3-7.12-13) que ni siquiera podemos reconocer a Jesús como Dios, si no nos lo inspira el Espíritu Santo:  “nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”.   En esto consiste el don de la Fe.  Es un regalo de Dios, del Espíritu de Dios.

 

También sabemos por esta lectura y por la experiencia cristiana que el Espíritu Santo nos capacita para cumplir la tarea de evangelización que, como bautizados, todos tenemos que realizar.

 

Y es el Espíritu Santo el que hace comunidad entre nosotros, seamos quienes seamos, vengamos de donde vengamos.  El Espíritu Santo, como el viento “sopla donde quiere”, le dijo Jesús a Nicodemo (Jn. 3, 8).  Como dice San Pablo en la Segunda Lectura:  no importa la raza, ni la condición (“judíos o no judíos, esclavos o libres”), hemos sido llamados para formar el Cuerpo Místico de Cristo.  Y en éste, cada uno tiene un tipo de función, a la cual Cristo nos ha llamado.

 

En Pentecostés conmemoramos la Venida del Espíritu Santo a la Iglesia y rogamos porque ese Espíritu de Verdad se derrame en cada uno de nosotros, que formamos parte de la Iglesia.  En efecto vemos también en esta Segunda Lectura cómo actúa el Espíritu Santo en la Iglesia.  “Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo.  En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”.  Y nos da el Espíritu Santo diferentes funciones a cada uno, como los diferentes miembros de un cuerpo tiene cada uno su función, pero todos formamos un mismo cuerpo:  el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

 

¿Cómo fue esa primera venida del Espíritu Santo?  Recordemos que los Apóstoles habían visto a Jesús irse de la Tierra, cuando ascendió al Cielo, y sabían que ya Él no estaba con ellos como antes.  Cierto que en los cuarenta días que transcurrieron entre su Resurrección y su Ascensión, Jesús Resucitado estuvo apareciéndoseles para fortalecerlos en la fe.  Y ellos sabían que después de la Ascensión debían continuar su camino y cumplir la misión que les había encomendado.  Pero ahora sería diferente, pues serían acompañados y conducidos por el Espíritu Santo.

 

                         




Vamos a recordar cómo estaban los Apóstoles antes de Pentecostés.  Vemos a los Apóstoles con miedo, escondidos no fuera que los mataran a ellos también.  Y antes de eso, eran bien torpes para comprender las enseñanzas de Jesús.

 

Pero veamos en la Primera Lectura (Hech. 2, 1-11) y continuando a lo largo del libro de los Hechos de los Apóstoles cómo, luego de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, los vemos irreconocibles. Cambiaron totalmente:  se lanzaron a predicar sin ningún temor a ser perseguidos, con una sabiduría totalmente nueva en ellos.  Hasta se les soltaron las lenguas con un especial poder de lenguaje dado por el Espíritu Santo: cuando hablaban cada oyente los entendía en su propio idioma.

 

Comenzaron a llamar a todos a la conversión, bautizaban a los que aceptaban el mensaje de Jesucristo.  Formaban discípulos y comunidades, ayudaban a los necesitados.  Cuando los reprendían y los amenazaban, ahora no les importaba.  Seguían sólo las órdenes que Jesús les había dejado, no las que le daban las autoridades.  Sufren todo tipo de persecuciones, y hasta llegan al martirio.

 

¿Cómo pudo suceder todo esto?  Fue obra del Espíritu Santo.  Es decir, el protagonista fue el Espíritu Santo.  Pero es importante observar qué hacían los Apóstoles antes de Pentecostés para poder imitarlos y también nosotros recibir el Espíritu Santo:  “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu ... en compañía de María, la Madre de Jesús ... Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo” (Hech. 1, 12-14 y 2, 46).

 

El secreto de la acción del Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros está en la oración:  oración perseverante, frecuente, con entusiasmo, con la Santísima Virgen María.  ¡Ven, Espíritu Santo!

 

Oración maravillosa para este tiempo de Pentecostés -y para todo momento- es la Secuencia del Espíritu Santo, que forma parte de la Liturgia de este Domingo y con la que hemos invocado al Espíritu Santo:

 

 

HIMNO AL ESPIRITU SANTO (SECUENCIA DE PENTECOSTES)

 

              



 

Ven, Espíritu Divino,
manda tu Luz desde el Cielo,
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido,
Luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.

 

Ven dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas,
y reconforta en los duelos.

 

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos,
mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro,
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

 

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas e infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

 

Reparte todos tus dones,
según la fe de tus siervos,
por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito,
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.



Amén.

 









Fuentes:

Sagradas Escrituras

Homilias.org

Evangeli.org

lunes, 17 de mayo de 2021

X Aniversario de la Entronización de Nuestra Señora de la Dulce Espera, en San García Abad!!

 

"Bienvenido Mayo, y con alegría;
por eso roguemos a Santa María
que pida a su Hijo aún todavía
que de pecado y locura nos guarde.
Bienvenido Mayo.
Bienvenido seas, y con alegría.".
(Alfonso X El Sabio)



Y en Mayo, tenía que ser !

Hoy 17 de Mayo, se cumplen 10 años de este gran acontecimiento mariano. Como si desde el cielo llegara, desde el pueblo hermano de Argentina, nuestra amiga y hermana, la Sra. Norma Beatriz González Fernández de Philipps, nos trajo para estar con nosotros, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera.

En una carta del Presbítero D. Daniel Moreno, párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes (Buenos Aires) que portaba nuestra hermana Norma, dirigida a nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle , comunicaba que…

"La Señora Norma Beatriz González Fernández de Philipps, miembro de la comunidad parroquial de la Iglesia Catedral de Quilmes, la acompaña y nos dona, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera, la que es gemela de la que fue entronizada en dicha Catedral el 15 de Octubre de 2009. Esta imagen perteneció a la familia de Norma en acción de gracias por la llegada de sus nietos.

Es cuando, Norma, habiendo descubierto el interés y devoción del padre José Carlos del Valle, hacia Nuestra Señora de La Dulce Espera, quien había sido su párroco en San Bernardo (Argentina), Norma, le promete algún día llevarle una réplica allá donde él estuviera de párroco.

La Comunidad de Quilmes, acompaña con su oración a esta celebración, La Liturgia de Entronización de Nuestra Señora de la Dulce Espera, en ese día.

Comparten con nosotros la alegría por los frutos de esta devoción que nos compromete a todos a alentar la opción por la vida.

                                




"La Señora Norma Beatriz González Fernández de Philipps, miembro de la comunidad parroquial de la Iglesia Catedral de Quilmes, la acompaña y nos dona, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera, la que es gemela de la que fue entronizada en dicha Catedral el 15 de Octubre de 2009. Esta imagen perteneció a la familia de Norma en acción de gracias por la llegada de sus nietos.


Es cuando, Norma, habiendo descubierto el interés y devoción del padre José Carlos del Valle, hacia Nuestra Señora de La Dulce Espera, quien había sido su párroco en San Bernardo, Norma, le promete algún día llevarle una réplica allá donde él estuviera de párroco.

La Comunidad de Quilmes, acompaña con su oración a esta celebración, La Liturgia de Entronización de Nuestra Señora de la Dulce Espera, en ese día.

Comparten con nosotros la alegría por los frutos de esta devoción que nos compromete a todos a alentar la opción por la vida.

Se unen con nuestra comunidad parroquial, comprobando que la devoción a María Santísima es el camino más corto para llegar a su Hijo Jesús, nuestro Hermano y amigo que se hace Pan, para llamarnos a su mesa y saciar nuestro hambre de amor, de paz y de solidaridad.

Y para finalizar, hacen suyas la alegría de nuestra comunidad al recibir esta imagen de María Madre de la Dulce Espera, comprobando una vez más, que María, la Madre de Jesús y también nuestra, no sabe de distancias ni fronteras, sólo quiere llegar a quienes con amor y sencillez la esperan.".

Desde nuestra Comunidad de San García Abad, queremos agradecerle tanto al párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes y a la Señora Doña Norma Beatriz González Fernández de Philipps, que hayan traído hasta nosotros a nuestra María, nuestra Madre, Nuestra Señora de la Dulce espera.

Muchas gracias y que Dios, nuestro Señor, los bendiga.!






A continuación, la señora doña Norma Beatriz González Fernández de Philips, ilustre comunicadora e investigadora mariana, tomó la palabra para hacernos una breve historia de la advocación de María, Nuestra Señora de la Dulce Espera.


Resulta que, la parroquia devotense de Quilmes, alberga en la calle José Cubas la imagen más venerada en toda la Argentina por las creyentes embarazadas. Todos los sábados primeros de cada mes, se repite la ceremonia de bendición de escarpines y la procesión de madres que se acercan para agradecer el éxito de sus partos.


Celebración que se lleva a cabo en la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Villa Devoto . La Sra. Norma González de Phillips, nos explica que… “Esta advocación de la Virgen María embarazada, considerada por la Iglesia Católica como la “patrona de las madres que esperan un hijo”, cuenta con su versión más reconocida en toda la Argentina allí, en dicho barrio.”.

También, añadió; “Si bien la devoción por la imagen de La Virgen María embarazada de Jesús es antiquísima, en Argentina sufrió un nuevo impulso desde la instalación de una virgen de piedra en la parroquia de la calle José Cubas, donde se encuentra el Seminario Mayor de Buenos Aires. ¿Donde mejor podía haber elegido Ella.”.



Y argumentó que; “La misma fue trasladada al país luego de que un matrimonio argentino le rezara cuando estaba ubicada en una cripta de la catedral de Santiago de Compostela, pidiendo por su hija, quien no lograba quedar embarazada. Años después, la hija por la cual pedían tuvo dos hijos y, a partir de entonces, sus padres se comprometieron a llevar la imagen ante la cual habían rezado a la Argentina.


Así fue que, previa aprobación eclesiástica, la estatua de piedra tiene un sitio hoy en la Parroquia Inmaculada Concepción de Villa Devoto.

Allí, los primeros sábados de cada mes, las autoridades de la parroquia deben duplicar la cantidad de misas –de dos a 4- y se bendicen escarpines por decenas que, como indica la tradición, son entregados a mujeres embarazadas que cursan el 8º o 9º mes de gestación. Al mismo tiempo, madres que recibieron esos escarpines, vuelven un mes después del parto con el objeto de agradecer a la patrona.”.

Por supuesto, nuestra amiga Norma, nos hablaba de celebraciones con más de 1000 fieles. Que admiración!!




Tras a exposición oral llevada a cabo por la Sra. González de Phillips, se continuó con la ceremonia litúrgica, bendiciendo la imagen y al finalizar la celebración con oración y cánticos a Nuestra Señora de la Dulce Espera, nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle Ruiz, presentó ante la imagen de Nuestra Señora...





A embarazadas...





Niños...


y a continuación , fueron desfilando los feligreses presentes para besar y orar ante la imagen de Nuestra Señora, que ya está aquí para quedarse entre nosotros.






Más tarde, en procesión se colocó la imagen en su lugar asignado en el Templo y junto, a nuestro patrón San García Abad.

               



A partir de entonces, podíamos decir que, en nuestra parroquia y en la ciudad de Algeciras, ya está con nosotros, María Santísima, Nuestra Señora de la Dulce Espera!

                    




Desde aquí, seguimos pidiendo que interceda ante Jesús, su hijo y hermano nuestro , por todos nosotros, nuestras familias y amigos.

Además, dulce Madre mía, fíjate especialmente en aquellas mujeres que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.

Que puedan sentir el amor del Padre ,y que descubran que cada niño que viene al mundo es una bendición.


Amén.



Comunicación de la cesión de la Imagen de Nuestra Señora de la Dulce Espera, de doña Norma Beatriz González de Philips a la Parroquia de San García Abad de Algeciras (Cádiz-España) y refrenda el Párroco de la Catedral de Quilmes (Argentina).


                   


 Durante años, los primeros sábados de cada mes, tradición de Quilmes, en nuestra parroquia de San García Abad, se han celebrado tras el Santo Sacrificio de la Misa, una oración y bendición en honor de Nuestra Señora de la Dulce Espera, donde muchas madres, familiares y feligreses, solicitaban la intermediación de Nuestra Señora para los diferentes fines relacionados con la dulce espera y salud de embarazos o adopciones... actualmente, rogamos para que regrese a tener ese lugar preferente y que , según diferentes personas que manifestaron sus alegrías a las atenciones de sus oraciones a Nuestra Señora, continúe estando más cerca del altar y no tanto de la puerta... como diría nuestra hermana Norma, Nuestra Señora, elige, al final, donde quiere estar.

Viva Nuestra Señora de la Dulce Espera!!