domingo, 23 de febrero de 2014

“El Señor es compasivo y misericordioso”. (Evangelio dominical).




Hoy, la Palabra de Dios, nos enseña que la fuente original y la medida de la santidad están en Dios: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Él nos inspira, y hacia Él caminamos. El sendero se recorre bajo la nueva ley, la del Amor. El amor es el seguro conductor de nuestros ideales, expresados tan certeramente en este quinto capítulo del Evangelio de san Mateo.

La antigua ley del Talión del libro del Éxodo (cf. Ex 21,23-35) —que quiso ser una ley que evitara las venganzas despiadadas y restringir al “ojo por ojo”, el desagravio bélico— es definitivamente superada por la Ley del amor. En estos versículos se entrega toda una Carta Magna de la moral creyente: el amor a Dios y al prójimo.


El Papa Benedicto XVI nos dice: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama». Jesús nos presenta la ley de una justicia sobreabundante, pues el mal no se vence haciendo más daño, sino expulsándolo de la vida, cortando así su eficacia contra nosotros.

Para vencer —nos dice Jesús— se ha de tener un gran dominio interior y la suficiente claridad de saber por cuál ley nos regimos: la del amor incondicional, gratuito y magnánimo. El amor lo llevó a la Cruz, pues el odio se vence con amor. Éste es el camino de la victoria, sin violencia, con humildad y amor gozoso, pues Dios es el Amor hecho acción. Y si nuestros actos proceden de este mismo amor que no defrauda, el Padre nos reconocerá como sus hijos. Éste es el camino perfecto, el del amor sobreabundante que nos pone en la corriente del Reino, cuya más fiel expresión es la sublime manifestación del desbordante amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5).


Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra de Dios      



COMENTARIO




Las lecturas de hoy nos hablan del llamado de Dios a todos los seres humanos a que seamos santos, porque El es Santo. Quiere decir que, si hemos de ser cristianos, debemos imitarlo a El. Y esa imitación es principalmente en su santidad.

La santidad no es sólo para los Papas, los Sacerdotes y para los Santos que han sido reconocidos por la Iglesia –los Santos canonizados. La santidad es para todos: hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos. Todos estamos llamados a ser santos.

Sorprende que ese llamado a la santidad no es sólo hecho por Jesús en el Nuevo Testamento, sino que nos viene desde mucho más atrás. La Primera Lectura es del Levítico, el tercer libro del Antiguo Testamento. Veamos:

Dijo el Señor a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: 'Sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo. (Lev 19, 1-2)

Aquí Dios ordena a Moisés que le hable a toda la asamblea, en la que estaba el pueblo de Israel completo, sin hacer distinción de Sacerdotes y laicos, ni de hombres y mujeres, ni de niños y viejos.

Y sucedió que unos 1.300 años después, Jesús, al no más comenzar su vida pública, repite este mismo mandato de ser santos a todo el pueblo que se reunió para escuchar su Sermón de la Montaña: “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

Eso de la santidad o perfección (como la llama Jesucristo) abruma y asusta, porque la creemos imposible. Pero los santos canonizados que precisamente la Iglesia nos presenta como modelos a imitar, no nacieron santos -inclusive muchos fueron bien pecadores. Y eran personas iguales a nosotros. ¿Cuál es la diferencia? Que ellos tomaron este mandato de Dios en serio…y lo creyeron posible.

Ahora bien, la santidad sólo es posible porque Dios es Santo y nos ofrece todas las ayudas necesarias para imitarlo a El y llegar a la santidad.

La santidad es el tema más importante del Evangelio de hoy, tanto que la Liturgia nos lo presenta también en la Primera Lectura. Pero este Evangelio nos trae unos cuantos consejos que hemos de seguir para llegar a ser santos. Esos consejos pueden resumirse en esto: No devolver mal por mal y perdonar a los enemigos.


La más controversial de estas instrucciones es la de poner la otra mejilla: "Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero Yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda”.

Y es controversial porque pareciera que Jesús nos está pidiendo dejarnos agredir más allá de la agresión inicial. ¿Será así? Pareciera que no, porque cuando Jesús fue interrogado por Caifás en el juicio antes de su condena a muerte, un guardia lo cacheteó. Y ¿qué hizo Jesús? Veamos cómo confrontó al guardia:

Uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» Jesús le dijo: «Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?» (Jn 18, 22-23)

Si continuamos con el Sermón de la Montaña, vemos que Jesús da dos consejos más que van en la misma línea de mostrar la otra mejilla: el entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas, y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano).

Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que biblistas estudiosos de las leyes, las normas y las costumbres hebreas, piensan que estos tres consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor. En ese sentido pueden tomarse como consejos para resistir los irrespetos y las injusticias sin tener que recurrir a la violencia. La no-violencia, pues.


Y para nosotros hoy –porque la Palabra de Dios es para todas las personas y para todos los tiempos- significan claramente lo que nos dice la Primera Lectura: No te vengues ni guardes rencor. No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. A quien nos ha hecho daño debemos perdonar, no podemos guardarle rencor (éste hace más daño al rencoroso que a aquél a quien se le tiene rencor). Tampoco podemos distraer pensamientos de venganza y –mucho menos- realizar alguna acción de venganza personal.

Ama a tu prójimo como a ti mismo es otro de los mandatos. Es fácil decir esta frase y se oye mucho por todos lados; por cierto, de manera tergiversada, queriendo decir que Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos. Dios no nos manda a amarnos a nosotros mismos. Lo que quiere decir el Señor es que usemos la medida con que nos amamos a nosotros mismos (somos egoístas y amamos muchísimo nuestra propia persona, y eso Dios lo sabe). De allí que nos ponga esa medida mínima para amar a los demás. Y ésa es la mínima, porque la máxima es la que Cristo nos mostró con su muerte por nosotros, y eso también nos lo va a pedir más adelante en su vida pública.

¿Cómo nos amamos a nosotros mismos? Fijémonos bien: ¡cómo nos consentimos a nosotros mismos! ¡cómo nos comprendemos a nosotros mismos! ¡cómo nos perdonamos nuestros errores y faltas! ¡cómo nos excusamos a nosotros mismos! Así debe ser nuestra comprensión, nuestro perdón, nuestras excusas, nuestro cuidados para con los demás: como a nosotros mismos.

Pero Cristo sigue profundizando en el amor a los demás: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos”.

El amor a los demás hay que extenderlo a los enemigos y a los que nos odian y nos persiguen y nos calumnian. Ya la exigencia se pone más difícil, ¿no? Pero si Dios pide esto, será difícil, pero no imposible. Y es posible porque El nos proporciona todas las gracias para cumplir con lo que nos pide.

Para convencernos bien de esto, más adelante en este mismo Sermón de la Montaña, nos dice que si no perdonamos a los que nos hacen daño, nuestro Padre Celestial tampoco nos perdonará a nosotros. ¿Cómo es esto? Pues como se oye: “Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.” (Mt 6, 15)

Una cosa muy interesante es la finalidad que nos da para tener ese comportamiento magnánimo con los enemigos: “hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial”.

¿Qué nos quiere decir el Señor? Que cuando tratamos así a los enemigos, también los desarmamos y eso puede servirles de estímulo para que sean amigos de Dios y amigos nuestros. Sólo así podremos ser -nosotros y nuestros enemigos- hijos de Dios. Todos somos criaturas de Dios, pero para ser hijos de Dios hay unas cuantas exigencias. Una de ellas parece ser el trato magnánimo a los enemigos.

Esto que nos propone Jesús fue lo que sucedió con los adversarios del Cristianismo al comienzo de la Era Cristiana: muchos enemigos se convertían por el amor y el perdón que les dejaban ver los primeros cristianos, aquéllos que realizaron la primera evangelización. A nosotros nos toca ahora la Nueva Evangelización. Tendremos que imitarlos, ¿no?



Pero muchos pensarán que estos consejos son necedades y que son imposibles de vivir hoy en día. Eso puede ser así si juzgamos estas cosas según los criterios del mundo y no según los criterios de Dios. Por eso nos advierte San Pablo en la Segunda Lectura: “Si alguno de ustedes se tiene a sí mismo por sabio según los criterios de este mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es ignorancia ante Dios… y Dios hace que los sabios caigan en la trampa de su propia astucia” (1 Cor 3, 16-23).


Las palabras del Salmo de hoy nos pueden enseñar a perdonar y a ser magnánimos: El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. (Salmo 102).

domingo, 16 de febrero de 2014

“…Vete primero a reconciliarte con tu hermano y después, haz tus ofrendas al altar” (Evangelio dominical)





Hoy, Jesús nos dice «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). ¿Qué es la Ley? ¿Qué son los Profetas? Por Ley y Profetas, se entienden dos conjuntos diferentes de libros del Antiguo Testamento. La Ley se refiere a los escritos atribuidos a Moisés; los Profetas, como el propio nombre lo indica, son los escritos de los profetas y los libros sapienciales.

En el Evangelio de hoy, Jesús hace referencia a aquello que consideramos el resumen del código moral del Antiguo Testamento: los mandamientos de la Ley de Dios. Según el pensamiento de Jesús, la Ley no consiste en principios meramente externos. No. La Ley no es una imposición venida de fuera. Todo lo contrario. En verdad, la Ley de Dios corresponde al ideal de perfección que está radicado en el corazón de cada hombre. Esta es la razón por la cual el cumplidor de los mandamientos no solamente se siente realizado en sus aspiraciones humanas, sino también alcanza la perfección del cristianismo, o, en las palabras de Jesús, alcanza la perfección del reino de Dios: «El que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19).


«Pues yo os digo» (Mt 5,22). El cumplimiento de la ley no se resume en la letra, visto que “la letra mata, pero el espíritu vivifica” (2Cor 3,6). Es en este sentido que Jesús empeña su autoridad para interpretar la Ley según su espíritu más auténtico. En la interpretación de Jesús, la Ley es ampliada hasta las últimas consecuencias: el respeto por la vida está unido a la erradicación del odio, de la venganza y de la ofensa; la castidad del cuerpo pasa por la fidelidad y por la indisolubilidad, la verdad de la palabra dada pasa por el respeto a los pactos. Al cumplir la Ley, Jesús «manifiesta con plenitud el hombre al propio hombre, y a la vez le muestra con claridad su altísima vocación» (Concilio Vaticano II).

El ejemplo de Jesús nos invita a aquella perfección de la vida cristiana que realiza en acciones lo que se predica con palabras.





Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-37):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado” merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio.” Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.” Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus votos al Señor.” Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir “sí” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

Palabra del Señor



COMENTARIO.




En el Evangelio de hoy continuamos con el Sermón de la Montaña, que comienza con el discurso de las Bienaventuranzas.  El Sermón de la Montaña lo predicó Jesucristo en los primeros meses de su Vida Pública y en él da la pauta de lo que sería la enseñanza que El venía a dar.   El centro de esta predicación del Señor es el Amor y la primacía de éste sobre la Ley.

   Por eso deja claramente establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla.  De allí la insistencia en decir:  “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos ... Pero yo les digo: ...”  Con este planteamiento, varias veces repetido, el Señor anuncia los perfeccionamientos más fundamentales que viene a introducir en la Nueva Ley.  Estos perfeccionamientos están basados más en el amor que en el cumplimiento de la Ley Antigua.  Y resultó que el amor terminó siendo  mucho más exigente que la Ley que los israelitas de entonces  trataban de cumplir al pie de la letra.

Por supuesto, el contenido de este discurso impresionó a la gente que lo escuchó, pero dice San Mateo al final del Sermón de la Montaña que lo que más impresionó fue “su modo de enseñar, porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos” (Mt. 7, 28)

Veamos algunos de perfeccionamientos que el Señor nos presenta como preceptos de la Nueva Ley: 

Al antiguo precepto de “No matarás”, agrega el insulto, la ira, la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien.  Y explica con más detalle:  Cuando vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”.  

Y ... ¿hacemos esto?  Cuando venimos a Misa y vamos a comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño?  ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido?  ¿Nos hemos liberado de los resentimientos absurdos que tenemos contra los demás?  Y los llamamos absurdos, pues no hacen daño al otro, sino que terminan haciendo más daño a quien los lleva en su corazón. 

El Rito de la Paz que se realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a lo cual se refiere el Señor.  Pero… ¿nos damos “fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante?  En ese momento las personas que tenemos “próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en este pasaje.  Y ese gesto no significa un saludo banal, ni está allí para dar el pésame o las condolencias a los familiares del difunto por el cual se está ofreciendo la Misa.  Ese gesto significa algo muy concreto y exigente:  que no tenemos nada contra nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da.   Sólo así, reconciliados plenamente con el hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las condiciones que el Señor nos indica.


El perdón es difícil.  Es uno de esos preceptos exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor.  Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu Santo.  Esa gracia del perdón es de las cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla.  Es bueno acostumbrarse a pedir virtudes, a pedir cosas buenas ...  y no tanta cosa poco útil a la vida espiritual.     
Otro perfeccionamiento a la Antigua Ley que nos da Jesús se refiere a que, aunque no se materialice algún acto que vaya contra la Ley, ya con sólo el deseo, hemos infringido la Ley.  El solo deseo de algún acto contrario a la Ley de Dios, ya es una falta. 

Por eso el que habla contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en su corazón.  También el que haya mirado a alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón. 

Como vemos, la Ley Nueva se centra también en lo íntimo de la persona, en aquellos pensamientos y deseos nuestros que sólo Dios conoce.  De allí la importancia de la pureza de corazón, de no tener deseos escondidos, ni de manifestar en palabras, cosas  que vayan contra el amor.

También habla el Señor contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio Cristiano.  No es lícito divorciarse y volverse a casar.  Y  basado en esto la Iglesia no permite la recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular, pero sí los invita a venir a la Santa Misa,  a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y  a participar en algunas actividades de la Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.

Jesús nos habla también de no jurar.  Y nos dice que la cuestión es muy sencilla:  decir simplemente sí, cuando es sí, y no, cuando es no.  Así nunca necesitaremos jurar.   
Para comprender y vivir esta Nueva Ley que Jesús nos trae es necesario que el cristiano esté abierto y se deje penetrar de la Sabiduría Divina.  San Pablo sigue insistiendo en esto a lo largo de esta Primera Carta a los Corintios que hemos estado leyendo estos domingos, junto con el Sermón de la Montaña. 

Juzgados estos exigentes preceptos del Señor con sabiduría humana, la cual San Pablo desecha por completo en esta Carta, es imposible comprenderlos y cuesta mucho aceptarlos.  Pero la Sabiduría de Dios, nos dice San Pablo, “que es misteriosa y escondida... fue prevista por Dios para conducirnos a la gloria”, para llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”.        

Y ¿quiénes son los que aman a Dios? Los que cumplen sus preceptos, los que siguen su Voluntad.

Y eso que Dios tiene preparado no lo podemos ni imaginar.  Así dice San Pablo:  “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado”.  Esa es la descripción del Cielo que nos da San Pablo.  El lo vio, y eso es lo que nos da a conocer de lo que vio.

Por eso hemos cantado en el Salmo:  “Dichoso el que cumple la Voluntad del Señor”.  Dichoso, porque podrá llegar a ese sitio que Dios nos tiene preparado.  En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles o demasiado difíciles, debemos orar como lo hicimos en el Salmo:  “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado.  Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad  y a guardarla de todo corazón”.  Amén. 


viernes, 14 de febrero de 2014

San Valentín, Patrón de los enamorados!!




Mártir en Roma a finales del siglo III. Entre el pueblo, el día de San Valentín está considerado como «día de la suerte», sobre todo en Alemania; y en Francia, Bélgica, Inglaterra y especialmente América, como «día de los enamorados», en que éstos se hacen promesas, felicitaciones y regalos. Esta costumbre y aquella supersticiosa idea, obedecen a diversos orígenes folklóricos y también al prestigio popular del Santo como milagrero. — Fiesta: 14 de febrero.

El árbol maravilloso del Cristianismo necesita siempre del riego fertilizante de la sangre de los mártires. Árbol que brotó de las ondas de un manantial divino en la cima del Calvario, sus primeros brotes adquirieron vigor y frescura en las rojas oleadas que alzaron las persecuciones de los primeros siglos de la Iglesia.

En sus tiempos primitivos, como en el siglo XX, en que vivimos, el cristianismo sigue vigorizándose con la sangre de sus héroes. Nunca han faltado ni jamás faltarán en la Iglesia de Cristo estos testigos de fe, que llegan hasta la generosa entrega de la vida.

La mayor parte de noticias que de San Valentín romano han llegado hasta nosotros proceden de unas actas apócrifas; por esta causa se hace difícil conocer con exactitud su vida e incluso distinguir entre los hechos que realmente le pertenecen y los de las vidas de otros varios santos que llevan su mismo nombre y que la iglesia desde muchos siglos venera también como mártires. Reseñaremos los que se le atribuyen unánimemente.

Con todo, lo importante en la historia de San Valentín, como en la vida de cuantos cristianos han sido elevados por la Iglesia al honor de los altares, es que seamos capaces de captar la lección que nos traen y que es, en definitiva, el fin principal que la ha movido a darles culto.

San Valentín es para nosotros una ciertísima lección de vida cristiana, llevada hasta el heroísmo, hasta la más plena identificación con Cristo: el martirio.

Situémonos a finales del siglo III. Es la era de los mártires. Por todo el Imperio romano corre el huracán de la persecución.

Valentín, presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando Claudio II. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la veneración de los cristianos y de los mismos paganos. Por su gran caridad se había hecho merecedor del nombre de padre de los pobres.

No podía ser desconocida de la corte imperial la influencia que ejercía en todos los ambientes romanos, y quiso el mismo emperador conocerlo personalmente. Valentín, en aquella entrevista, no dejaría de interceder en favor de su fe católica y contra el estado de persecución en que a menudo se encontraba sumida la Iglesia.

El soberano, que estaba interesado en granjearse la amistad y la colaboración del inteligente sacerdote cristiano, escuchó con agrado sus razones. Por eso intentó disuadirle del que él creía exagerado fanatismo; a lo que replicó Valentín evangélicamente: «Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero».

Asistieron a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente de las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado con arreglo a las leyes.

Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo «la única luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo».

El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle, le desafió: «Pues si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano».

Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz, exclamando: «Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva».

Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente la vista. Asterio y su esposa, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo, pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los suyos, después de instruidos en la fe católica.

El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio; y aunque deseara salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Y San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, unióse íntima y definitivamente con Cristo, a través de la tortura de su degollación.

¿Por qué el folklore se ha venido aliando tan intensamente y en tantos países con la festividad de San Valentín romano? Y reduciendo la cuestión: ¿Por qué se atribuye a San Valentín el patronazgo sobre el amor humano, atribución que es, evidentemente, el origen y la explicación de todas las restantes manifestaciones de la devoción o de la simpatía popular al Santo?

Aparte la posible trasposición de algún hecho, tradición o leyenda, de otros Valentines al mártir de Roma, que explicaría ciertas expansiones, dicha atribución puede ser debida a dos motivos, separadamente considerables o perfectamente conjuntables:

1º Nuestro San Valentín fue martirizado en la Via Flaminia hacia el año 270, seguramente en los inicios de la primavera, cuando en la naturaleza se anticipa el júbilo expectativo de la fecundidad y de la pujanza. En los siglos antiguos y medievales, empiezan a venir a Roma numerosos peregrinos, entrando por la Puerta Flaminia, que se llamó Puerta de San Valentín, porque allí, en recuerdo de su martirio, el Papa Julio I, en el siglo IV, mandó construir en su honor una basílica.

Esos romeros coincidían con los días del aniversario del Santo; y de retorno a sus países, se llevarían de él o de su templo alguna reliquia o memoria. Ahora bien: no es cosa rara en la primitiva Iglesia el empeño de cristianizar fiestas o costumbres de matiz pagano, y en primavera no faltaban en la Roma gentílica festejos dedicados al amor y a sus divinidades. Fácilmente se inclinaría a los fieles a invocar a San Valentín —mártir primaveral— como protector del amor honesto. La invocación brotaría en Roma y sería transportada por los romeros a sus tierras y naciones, principalmente por los que cruzaban la Puerta Flaminia, norte arriba de Europa.

2º motivo: Hemos hecho notar el prestigio de que gozaba el Santo como sacerdote. ¡En cuántas familias sería efectiva su influencia, cuántos enlaces matrimoniales habría bendecido! Positivamente, no faltan noticias biográficas tradicionales que así lo afirman.

En las Catacumbas y en casas de cristianos, no sumarían cantidad exigua los que habían sido asistidos por su presencia presbiteral al unirse, por el Santo Sacramento que los hizo esposos. Es natural que, después de su martirio, se le adjudicase la advocación de Patrón de los hogares y del amor conyugal.

Trábense estas consideraciones, y quedarán perfectamente señalados los orígenes de la devoción típica y del costumbrario en homenaje al Santo.

Lo cierto es que éste se conserva floreciente en los países del Norte europeo y americano.

Cosa curiosa: ya en el siglo XVII, ciertos protestantes lo censuraban como de cuño papista y, al mismo tiempo, pagano. Le reconocía cierto matiz pagano, San Francisco de Sales. Pero, saturado como siempre de buen juicio y de exquisita prudencia, lo que hace él es aconsejar a los jóvenes prometidos que imiten las virtudes de San Valentín. Esto es lo que hay que desear, principalmente; rogando al excelso presbítero mártir que alcance del Señor, a la juventud cristiana que al matrimonio camina, el don del puro amor, santificador de la vida familiar.

Y por qué San Valentín?



El amor de Dios reina en el corazón de todos los santos, pero hay uno que tiene la dicha de ser el patrón de los enamorados: San Valentín. Según dice una tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar cristianamente a las parejas durante el tiempo de persecución. Por fin entregó su vida en el martirio, que es la máxima manifestación del amor. El amor de este santo sacerdote por Jesucristo y por defender el Sacramento del Matrimonio nos inspira a elevar el amor humano a las alturas del amor divino para el cual fuimos creados. Los cristianos debemos aprovechar esta fiesta para recuperar el sentido cristiano del amor y del matrimonio a la luz de Cristo.

Como llegó San Valentín a ser el día de los enamorados

1. Para abolir la costumbre pagana de que los jóvenes sacaran por suerte nombres de jovencitas, en honor de la diosa del sexo y la fertilidad llamada Februata Juno, celebrada el 15 de este mes, algunos pastores substituyeron esta costumbre, escribiendo nombres de santos. Así con el tiempo la fiesta sería cristianizada y se celebraba en vez San Valentín.

2. El 14 de febrero se envían postales los enamorados porque, según la creencia medieval procedente de Inglaterra y Francia, ese día, es decir, a mediados del segundo mes del año, "todas las aves escogen su pareja".

Aunque San Valentín sigue siendo reconocido como verdadero santo de la Iglesia, muy poco se sabe de seguro sobre su vida, fuera del hecho de su martirio. Es por eso que el calendario litúrgico celebra el 14 de Febrero a los Santos Cirilo y Metodio en vez de a San Valentín.

El Martirologio Romano presenta dos santos con el nombre de Valentín:


Uno es Obispo de Interamna y el otro sacerdote de Roma. Es posible que se trate del mismo santo que fuera llevado desde su ciudad a Roma para el martirio. Esto se sospecha porque, además de tener el mismo nombre, ambos fueron decapitados en la Vía Flaminia y tienen su fiesta el 14 de febrero.

1. San Valentín de Terni. Nació en Interamna (hoy: Terni, unos 100km al norte de Roma), C. 175. Fue ordenado por San Felicio de Foligno. Consagrado obispo de Interamna por el papa Victor I c. 197.

Famoso por su evangelización, milagros y curaciones. Fue arrestado, torturado y decapitado por Placido Furius durante la persecución de Aurelius. Lo mataron de noche y en secreto para evitar la reacción del pueblo de Terni donde era muy amado. Lo enterraron en la Vía Flaminia, entre Roma y Terni. Su restos mortales están hoy en la Catedral de Terni.

2. San Valentín de Roma. Con San Mario y su familia socorría a los presos que iban a ser martirizados durante la persecución de Claudio el Godo. Fue aprehendido y enviado por el emperador al prefecto de Roma, quien al ver que todas sus promesas para hacerlo renunciar a su fe eran ineficaces, mandó que lo golpearan con mazas y después lo decapitaran. Esto ocurrió el 14, de febrero, por el año 269.

Parece que fue el Papa Julio I quien hizo construir una iglesia cerca de Ponte Mole en memoria del mártir, la cual por mucho tiempo dio el nombre a la puerta hoy llamada Porta del Popolo en Roma (Antes Porta Valentini). La mayor parte de sus reliquias están ahora en la iglesia de Santa Praxedes (cerca de la basílica de Sta. Maria la Mayor, Roma).


Se encuentra mencionado su nombre entre los mártires ilustres en el sacramentario de San Gregorio, en el Misal Romano de Thomasio y en los martirologios.

martes, 11 de febrero de 2014

HOY CELEBRAMOS A… NUESTRA SEÑORA DE LOURDES !!




El 11 de febrero de 1858, Bernadette, una niña de catorce años, recogía leña en Massbielle, en las afueras de Lourdes, cuando acercándose a una gruta, una de viento la sorprendió y vio una nube dorada y a una Señora vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal, en su cintura tenia una ancha cinta azul, sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un rosario.

Bernadette al principio se asustó, pero luego comenzó a rezar el rosario que siempre llevaba consigo, al mismo tiempo que la niña, la Señora pasaba las cuentas del suyo entre sus dedos, al finalizar, la Virgen María retrocedió hacia la Gruta y desapareció. Estas apariciones se repitieron 18 veces, hasta el día 16 de julio.

El 18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: "Ven aquí durante quince días seguidos". La niña le prometió hacerlo y la Señora le expresó "Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro".


La noticia de las apariciones se corrió por toda la comarca, y muchos acudían a la gruta creyendo en el suceso, otros se burlaban.
En la novena aparición, el 25 de febrero, la Señora mando a Santa Bernadette a beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de Lourdes.

En las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mando a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros, el pueblo presente en el lugar también la imito y hasta el día de hoy, esta práctica continúa.

El 25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña pregunta a la Señora ¿Quién eres?, y ella le responde: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

Luego Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.
En la aparición del día 5 de abril, la niña permanece en éxtasis, sin quemarse por la vela que se consume entre sus manos.

El 16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de Bernadette.

En el lugar se comenzó a construirse un Santuario, el Papa Pío IX le dio el titulo de Basílica en 1874. Las apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de Enero 1862.
Lourdes es uno de los lugares de mayor peregrinaje en el mundo, millones de personas acuden cada año y muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas milagrosas. La fiesta de Nuestra Señora de Lourdes se celebra el día de su primera aparición, el 11 de febrero.

El mensaje de la Virgen



El Mensaje que la Santísima Virgen dio en Lourdes, Francia, en 1858, puede resumirse en los siguientes puntos:

1-Es un agradecimiento del cielo por la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que se había declarado cuatro años antes (1854), al mismo tiempo que así se presenta Ella misma como Madre y modelo de pureza para el mundo que está necesitado de esta virtud.

2-Es una exaltación a la virtudes de la pobreza y humildad aceptadas cristianamente, al escoger a Bernardita como instrumento de su mensaje.



3-Un mensaje importantísimo en Lourdes es el de la Cruz. La Santísima Virgen le repite que lo importante es ser feliz en la otra vida, aunque para ello sea preciso aceptar la cruz.

4-Importancia de la oración, del rosario, de la penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello); también, un mensaje de misericordia infinita para los pecadores y del cuidado de los enfermos



ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA  DE LOURDES



Dóciles a la invitación de tu voz maternal, oh Virgen Inmaculada de Lourdes, acudimos a tus pies en la humilde gruta donde aparecisteis para indicar a los extraviados el camino de la oración y penitencia, dispensando a los que sufren las gracias y prodigios de tu soberana bondad.

Recibid, oh reina compasiva, las alabanzas y súplicas que pueblos y naciones, unidos en la angustia y la amargura, elevan confiados a Ti.

¡Oh blanca visión del paraíso, aparta de los espíritus las tinieblas del error con la luz de la fe! ¡Oh mística rosa, socorre las almas abatidas, con el celeste perfume de la esperanza! ¡Oh fuente inagotable de aguas saludables, reanima los corazones endurecidos, con la ola de la divina caridad!


Haz que nosotros tus hijos, confortados por Ti en las penas, protegidos en los peligros, apoyados en las luchas, amemos y sirvamos a tu dulce Jesús, y merezcamos los goces eternos junto a Ti. Amén.

domingo, 9 de febrero de 2014

“Vosotros sois la luz del mundo” (Evangelio dominical)




Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente, contradictorias: como la sal y como la luz.

La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.

La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).

Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.


A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.

Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).

Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio y Santas Escrituras, en este 5º Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo "A".



Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor.



COMENTARIO.





“Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo” (Mt. 5, 13-16), nos dijo el Señor en el Sermón de la Montaña.

El Papa Francisco ha dicho que “cuando el cristiano no es la sal de Jesús se convierte en un ‘cristiano de museo’ que no hace nada. Jesús nos ha dado la sal para dar ‘sabor’ a la vida de los demás. Esta sal no es para conservarla. La sal tiene sentido si le da sabor a las cosas. La sal que hemos recibido es para darla, para ‘saborizar’, para ofrecerla” (Homilía 23-5-13).

Entonces… ¿Cuál es la sal que falta y que debemos dar para ‘saborizar’?

El mundo está insípido de Sabiduría Divina e intoxicado de conocimientos humanos. El mundo está insípido de valores eternos e intoxicado de falsos valores. El mundo está insípido de espiritualidad e intoxicado de materialismo. El mundo necesita recibir el sabor de la sal que el cristiano puede proporcionarle y que Jesús y el Papa nos piden que demos.


El cristiano debe darle sabor a este mundo insípido con lo que realmente es importante, que son las verdades y los valores eternos.

Por cierto, fijémonos que también nos alerta el Señor de no volvernos insípidos nosotros mismos, pues se nos puede “echar fuera”, como la sal que no sirve.

En cambio, cuando se es “sal”, también se es “luz”.

Continúa el Papa: “Con la ADORACION del Señor, trasciendo de mí mismo al Señor. Y con el anuncio evangélico, salgo de mí mismo para dar el mensaje”.

¿Qué significará esto que ha dicho el Papa? Que no puedo ser sal si no obtengo el sabor que me da el Señor en la oración. A eso se refiere el Papa cuando nos habla de ADORAR al Señor. ADORAR es orar de una manera muy especial, y sólo así puedo recibir la sal con la que voy a ‘saborizar’.

ADORAR es saber que Dios me ha creado. Y porque me ha creado, le pertenezco, dependo de El y me rindo a El haciendo su voluntad.


Pero si no sabemos adorar a Dios, sucederá lo que nos dice el Papa: “la sal se quedará en el salero y nos convertiremos en ‘cristianos de museo’".

En el Aleluya hemos recordado que Jesucristo es “la Luz del mundo” (Jn. 8, 12).

Porque cuando se es “sal”, también se es “luz”. Jesucristo es “la Luz del mundo”. Y El nos hace ser partícipes de esa luminosidad suya, siendo nosotros resplandores de El. Así, al adorar a Dios, somos también portadores de la Luz de Cristo, porque somos reflejo de El. Sal y luz. Eso debemos ser.

Al llenarnos de la sal de Jesús en la ADORACIÓN, podremos llevar la Sabiduría Divina al mundo intoxicado de conocimientos humanos; los valores eternos al mundo intoxicado de falsos valores; la espiritualidad al mundo intoxicado de materialismo. Eso es ser “sal”.

Al ADORAR también podremos practicar la Caridad, siendo reflejos del Amor de Dios. Así nuestra solidaridad con los demás no será un mero acto de filantropía humana, sino un verdadero reflejo del Amor de Dios.

Por eso la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is.58, 7-10) nos habla de las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, etc. Practicando la caridad así -no como un acto de filantropía humana, sino como reflejo del Amor de Dios- también seremos luz. Nos dice Isaías que cuando se es misericordioso y caritativo, “surge tu luz como la auror ... brilla tu luz en las tinieblas y tu oscuridad es como el mediodía”.

El Salmo 111 recuerda cómo el cristiano es luz. “El justo brilla como una luz en las tinieblas”. Ser justo se refiere aquí a vivir ajustados a la Voluntad de Dios. Continúa el Salmista diciendo que el justo no vacila, está firme siempre y no teme las malas noticias, pues vive confiado en el Señor.

Y San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.

¿Qué hizo San Pablo? El se limitó a ser portador de Cristo, no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y habló de Cristo.




San Pablo (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”. No consiste en estar llenos de conocimientos humanos, ni mucho menos en predicar la sabiduría que fenece, que es engañosa, que está llena de orgullo y de vanidad y que, por lo tanto, es vacía.

San Pablo nos dice que él se limitó a ser portador de Cristo, que no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y habló de Cristo.


Sólo así, haciendo lo que Jesús nos pide, lo que el Papa nos recuerda, lo que San Pablo hizo, podrá el cristiano ser “sal”, dando sabor de Dios al mundo vacío de El, y ser “luz”, iluminando al mundo con Sabiduría Divina.