domingo, 25 de octubre de 2015

"Maestro, que yo pueda ver.." (Evangelio dominical)



Hoy, contemplamos a un hombre que, en su desgracia, encuentra la verdadera felicidad gracias a Jesucristo. Se trata de una persona con dos carencias: la falta de visión corporal y la imposibilidad de trabajar para ganarse la vida, lo cual le obliga a mendigar. Necesita ayuda y se sitúa junto al camino, a la salida de Jericó, por donde pasan muchos viandantes.


Por suerte para él, en aquella ocasión es Jesús quien pasa, acompañado de sus discípulos y otras personas. Sin duda, el ciego ha oído hablar de Jesús; le habrían comentado que hacía prodigios y, al saber que pasa cerca, empieza a gritar: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (Mc 10,47). Para los acompañantes del Maestro resultan molestos los gritos del ciego, no piensan en la triste situación de aquel hombre, son egoístas. Pero Jesús sí quiere responder al mendigo y hace que lo llamen. Inmediatamente, el ciego se halla ante el Hijo de David y empieza el diálogo con una pregunta y una respuesta: «Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’» (Mc 10,51). Y Jesús le concede doble visión: la física y la más importante, la fe que es la visión interior de Dios. Dice san Clemente de Alejandría: «Pongamos fin al olvido de la verdad; despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios».



Frecuentemente nos quejamos y decimos: —No sé rezar. Tomemos ejemplo entonces del ciego del Evangelio: Insiste en llamar a Jesús, y con tres palabras le dice cuanto necesita. ¿Nos falta fe? Digámosle: —Señor, aumenta mi fe. ¿Tenemos familiares o amigos que han dejado de practicar? Oremos entonces así: —Señor Jesús, haz que vean. ¿Es tan importante la fe? Si la comparamos con la visión física, ¿qué diremos? Es triste la situación del ciego, pero mucho más lo es la del no creyente. Digámosles: —El Maestro te llama, preséntale tu necesidad y Jesús te responderá generosamente.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):



En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor



COMENTARIO




La Primera Lectura nos trae un texto del Profeta Jeremías (Jer. 31, 7-9)   referido al regreso del pueblo de Israel del exilio y entre ellos vienen también “los ciegos y los cojos”.

Nos habla el Profeta de “torrentes de agua” y de “un camino llano en el que no tropezarán”.  Sin duda se refieren estos simbolismos a la gracia divina que es una “fuente de agua viva” que calma la sed, que fortalece y que allana el camino hacia la Vida Eterna.

Sabemos que es Dios quien guía a su pueblo de regreso a su patria.  Y cuando Dios es el que guía, los cojos pueden caminar y los ciegos tienen luz.  Es una figura muy bella sobre la conversión interior, que nos lleva a poder ver la luz interior, aunque fuéramos ciegos corporales.

Es el caso del Evangelio de hoy (Mc. 10, 35-45), el cualnos narra la curación del ciego Bartimeo, ciego de sus ojos, pero vidente en su interior;  ciego hacia fuera, pero no hacia dentro; ciego corporal, mas no espiritual;  ciego de los ojos, mas no del alma. 

Este nuevo milagro de Jesús nos ofrece bastante tela de donde cortar para extraer enseñanzas muy útiles a nuestra fe, nuestra vida de oración y nuestro seguimiento a Cristo.

Un día este hombre ciego estaba ubicado al borde del camino polvoriento a la salida de Jericó.  Pedir limosna era todo lo que podía hacer para obtener ayuda humana, y eso hacía.

Pero Bartimeo había oído hablar de Jesús, quien estaba haciendo milagros en toda la región.  Sin embargo su ceguera le impedía ir a buscarlo.  Así que tuvo que quedarse donde siempre estaba.

Pero he aquí que un día el ciego, con la agudeza auditiva que caracteriza a los invidentes, oye el ruido de una muchedumbre, una muchedumbre que no sonaba como cualquier muchedumbre.

Y al saber que el que pasaba era Jesús de Nazaret, “comenzó a gritar”  por encima del ruido del gentío:  “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.    Trataron de hacerlo callar, pero él gritaba con más fuerza.  Jesús era su única esperanza para poder ver.

Ciertamente Bartimeo era ciego en sus ojos corporales:  no tenía luz exterior.  Pero sí tenía luz interior, sí veía en su interior, pues reconocer que Jesús era el Mesías, “el hijo de David”,  y poner en El toda su esperanza, es ser vidente en el espíritu.


Su fe lo hacía gritar cada vez más y más fuertemente, pues estaba seguro que su salvación estaba sólo en Jesús.  Y tal era su emoción que “tiró el manto y de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”,  cuando éste, respondiendo a sus gritos, lo hizo llamar

Ahora bien, los “gritos” de Bartimeo llamaron la atención de Jesús, no sólo por el volumen con que pronunciaba su oración de súplica, sino por el contenido: 
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.  Un contenido de fe profunda, pues no sólo pedía la curación, sino que reconocía a Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías que esperaba el pueblo de Israel.   De allí que Jesús le dijera al sanarlo:  “Tu fe te ha salvado”.

Analicemos un poco más los “gritos-oración” de Bartimeo.   “Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí”.    (Reconocer a Jesús, como hijo de David, era lo mismo que reconocerlo como el Mesías; es decir, el Hijo de Dios).

Podemos decir que esta súplica desesperada de Bartimeo contiene una profesión de fe tan completa que resume muchas verdades del Evangelio.  Es la llamada “oración de Jesús” que puede utilizarse para la oración constante, para orar “en todo momento... sin desanimarse” (Ef. 6, 18),  como nos recomienda San Pablo.

Si nos fijamos bien, es una oración centrada en Jesús, pero es también una oración Trinitaria, pues al decir que Jesús es Hijo de Dios, estamos reconociendo la presencia de Dios Padre, y nadie puede reconocer a Jesús como Hijo de Dios, si no es bajo la influencia del Espíritu Santo. 

Además, al reconocer a Jesús como el Mesías, nuestro Señor, reconocemos su soberanía sobre nosotros y su señorío sobre nuestra vida, es decir, reconocemos nuestro sometimiento a su Voluntad.

Y al decir “ten compasión de mí”, reconocemos que, además, de dependientes de El, tenemos toda nuestra confianza puesta sólo en El, nuestra única esperanza, igual que Bartimeo.


“Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí, pecador” es una oración que contiene esta verdad del Evangelio:  que somos pecadores y que dependemos totalmente de Dios para nuestra salvación.

Es una oración de estabilidad y de paz que, repetida al despertar y antes de dormir y en todo momento posible a lo largo del día, puede llevarnos a vivir de acuerdo a la Voluntad de Dios ... y a seguir a Cristo como lo hizo Bartimeo, quien “al momento recobró la vista y se puso a seguirlo por el camino”.

En la Segunda Lectura (Hb. 5, 1-6) nos sigue hablando San Pablo sobre el Sacerdocio de Cristo.  Cristo es Sumo y Eterno Sacerdote.  No es posible llegar a Dios sin pasar por Cristo, de quien depende nuestra salvación.  Es lo que proclamó la Iglesia con la Declaración “Dominus Iesus” (JPII 2000, sobre la Unicidad y Universalidad Salvífica de Jesucristo y su Iglesia).


No es posible la salvación, sino a través de Cristo.  Pretender otras vías, conociendo la de Cristo, es pura ilusión ... y más que ilusión, engaño.  Muchos han criticado la “Dominus Iesus” como contraria al ecumenismo, pero más bien esta Declaración pone las cosas en su lugar:  Cristo es nuestra salvación.  No hay salvación fuera de El y de su Iglesia. 

En formas misteriosas los no-cristianos pueden ser salvados, pero su salvación se sucede en Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías que Bartimeo reconoció aún sin verlo.  










Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org

jueves, 22 de octubre de 2015

Hoy es... San Juan Pablo II.



Karol Józef Wojtyla, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.


Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.


A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del ”Teatro Rapsódico”, también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.

Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.



En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada ”Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler”. Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojty?a tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978.


Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años
Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la ”sollicitudo omnium Ecclesiarum” y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.


Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994.

Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.

Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; y se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.



Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.

Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno ”in pectore”, cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.
Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).


Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas,11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.

Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la Revelación, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia Romana.

Publicó también cinco libros como doctor privado: ”Cruzando el umbral de la esperanza” (octubre de 1994);”Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal” (noviembre de 1996); ”Tríptico romano – Meditaciones”, libro de poesías (marzo de 2003); ?¡Levantaos! ¡Vamos!? (mayo de 2004) y ?Memoria e identidad? (febrero de 2005).

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.

Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.


El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.
Fue beatificado por Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011, que en su homilía lo recordó así:

”Hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium”.


”El nuevo Beato escribió en su testamento: ”Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszy½ski, me dijo: ”La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”. Y añadía: ”Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado”. ¿Y cuál es esta ”causa”? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: ”(No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. 

Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”.



”Karol Wojtyla subió al solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su ”timonel”, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar ”umbral de la esperanza”. Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de ”adviento”, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”.

Juan Pablo II fue canonizado, junto con Juan XXIII, por el Papa Francisco en una ceremonia histórica a la que asistió el Papa emérito, Benedicto XVI, el 27 de abril de 2014.


domingo, 18 de octubre de 2015

«El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor»




Hoy, nuevamente, Jesús trastoca nuestros esquemas. Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta nosotros estas palabras llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).


¡Cómo nos gusta estar bien servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia, puntualidad y pulcritud de los servicios públicos; o nuestras quejas cuando, después de haber pagado un servicio, no recibimos lo que esperábamos. Jesucristo nos enseña con su ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del Padre, que incluye nuestra redención, ¡sino que además paga! Y el precio de nuestro rescate es su Sangre, en la que hemos recibido la salvación de nuestros pecados. ¡Gran paradoja ésta, que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey, el Hijo de David, el que había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…) haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué expresivas son las representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en cruz! En Cataluña tenemos muchas y reciben el nombre de “Santa Majestad”. A modo de catequesis, contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de cualquier autoridad ha de ser siempre un servicio.



Jesús trastoca de tal manera las categorías de este mundo que también resitúa el sentido de la actividad humana. No es mejor el encargo que más brilla, sino el que realizamos más identificados con Jesucristo-siervo, con mayor Amor a Dios y a los hermanos. Si de veras creemos que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), entonces también nos esforzaremos en ofrecer un servicio de calidad humana y de competencia profesional con nuestro trabajo, lleno de un profundo sentido cristiano de servicio. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: «El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz».



Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,35-45):


En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Palabra del Señor



COMENTARIO.



Las Lecturas de hoy se refieren al sufrimiento, en comparación con los deseos de reconocimiento y de honra que -equivocadamente- alimentamos y promovemos los seres humanos.

En la Primera Lectura del Antiguo Testamento se anuncian los sufrimientos de Cristo y su finalidad.  “El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento”,  anunciaba el Profeta Isaías. “Cuando entregue su vida como expiación ... con sus sufrimientos justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos” (Is. 53, 10-11).

En efecto, nos dice el Evangelio (Mc. 10, 35-45): “Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos”.

Y el sacrificio de Cristo, anunciado desde el Antiguo Testamento y realizado hace 2015 años menos 33 (hace 1982 años), se re-actualiza en cada Eucaristía celebrada en cada altar de la tierra.  ¡Gran milagro!

“El más grande de los milagros”, lo proclamaba el Papa Juan Pablo II en una de sus Catequesis de los Miércoles del año 2000, dedicada a la Eucaristía.


Y nos comentaba Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Eucaristía («Ecclesia de Eucharistia») que los Apóstoles, habiendo participado en la Última Cena, tal vez no comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo en el Cenáculo.  Aquellas palabras vinieron a aclararse plenamente al terminar el Triduo Santo, lapso que va de la tarde del Jueves Santo hasta la mañana del Domingo de Resurrección.

Nos dice el Papa que la institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, comenzando con la agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto habían árboles de olivo muy antiguos, que tal vez fueron testigos de lo que ocurrió aquella noche, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal. 


La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación al instituir la Eucaristía durante la Ultima Cena, comenzaría a ser derramada con los azotes, la corona de espinas, y su efusión, hasta la última gota, se completaría después en el Gólgota.  Y entonces su Sangre se convierte en instrumento de nuestra redención.

“En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduo y el transcurrir de todos los siglos” (JP II-Ecclesia de Eucaristía)
Recuerdo.  Memorial. Re-actualización.  Son todas palabras que definen lo que realmente sucede en la Santa Misa.  Es decir en cada Eucaristía se recuerda, se revive, se re-actualiza, más aún, se hace presente el Sacrificio de Cristo:  su muerte para salvación de todos.  Estamos en el Calvario cuando estamos en Misa.  La escena del Calvario se hace presente en la Misa.  ¡Gran Milagro!
Nos dice la Encíclica que cuando se celebra la Eucaristía … se retorna de modo casi tangible al momento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, se retorna a su «hora», la hora de la cruz y de la glorificación. A aquella hora vuelve espiritualmente todo Presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella”.


La Segunda Lectura (Hb. 4, 14-16) nos habla de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote. El Sumo Sacerdote era el jefe del Templo en el Antiguo Testamento, el que ofrecía la víctima del sacrificio.  Jesucristo, entonces, no sólo es Sumo Sacerdote, sino que El mismo es la Víctima.

Y nos recuerda que Jesús pasó por el sufrimiento, que El comprende nuestro sufrimiento, pues El lo experimentó hasta el extremo.  Tembló ante el sufrimiento y la muerte, pero lo hizo todo para nuestra salvación. 


Jesús no retrocede ante la perspectiva del dolor y el sufrimiento extremo.  De hecho comentó a un grupo de sus seguidores después de su entrada triunfal a Jerusalén, días antes de su muerte:   “Me siento turbado ahora.  ¿Diré acaso al Padre:  líbrame de la hora.  Pero no.  Pues precisamente llegué a esta hora para enfrentar esta angustia”  (Jn. 12, 27).

Y justo antes de plantearnos su angustia nos pidió a nosotros que hiciéramos como El:  “Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto.  El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” (Jn. 12, 25-26). 

Si El sufrió, El sabe lo que nos está pidiendo.  Si El sirvió, El sabe lo que nos está pidiendo.  “Acerquémonos, por tanto, en plena confianza, al trono de gracia”.    No hay que temer al sufrimiento.   Hay que acercarse a éste “en plena confianza”.   El sufrimiento es un “trono de gracia”. 

Pero ¡qué distinto vemos los humanos el sufrimiento!  


A la luz de lo que Cristo ha hecho por nosotros, cabe pensar entonces cómoaceptamos nosotros el sufrimiento.  Cabe cambiar nuestra visión del sufrimiento, si no tenemos la adecuada. 

Para ello, cabe recordar cómo recibieron los Apóstoles el anuncio de la pasión y muerte del Mesías.  Es insólito ver la reacción de éstos ...
Y más insólito aún resulta observar nuestras reacciones al sufrimiento. ¿Cómo son?

El Evangelio de hoy nos narra lo que sucedió enseguida de que Jesús, aproximándose con sus discípulos a Jerusalén, les anunciara por tercera vez su Pasión.  (cfr. Mc. 10, 32-34).    

Ahora bien, lo insólito está en observar que enseguida de este patético, pero también esperanzador anuncio -pues lo cierra el Señor asegurándoles que a los tres días resucitará- los hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, los más cercanos a Jesús además de Pedro, parecen no darle importancia a lo anunciado y le piden -¡nada menos!- estar sentados “uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”.   Poder y gloria.  Posiciones  y reconocimiento.

¡Cómo somos los seres humanos!  Evadimos la idea misma del sufrimiento y pensamos más bien en los honores, en los puestos, en el poder.  De allí la respuesta de Jesús:  el que quiera tener parte en la gloria, deberá pasar por la dura prueba del sufrimiento. 

Y les pregunta si están dispuestos.  No habían siquiera comenzado a comprender el misterio de la cruz, pero ambos, Santiago y Juan, responden que sí están dispuestos.  No sabían lo que decían, pero su respuesta fue “profética”, pues a medida que fueron comprendiendo el misterio del seguimiento a Cristo, supieron sufrir y morir por El.    Pero primero tuvieron que renunciar a ser los primeros, para convertirse en servidores, como su Maestro.

En el seguimiento a Cristo no hay puestos, ni competencias, ni comparaciones, ni pre-eminencias, ni primacías, ni ambiciones, ni afán de honores, de glorias, de triunfos. 

El que quiera ser grande, que se humille. 
El que quiera elevarse, que se abaje.
El que quiera sobresalir, que desaparezca. 
El que quiera destacarse, que se opaque.
El que quiera ser primero, que sirva. 

Jesús nos da el ejemplo.  El, siendo Dios, el Ser Supremo, ha venido “a servir y a dar su vida por la salvación de todos”.    

Es lo que se re-actualiza en cada Eucaristía.  Es lo que cada uno de nosotros debe re-actualizar en su vida:  servir, aún en el sufrimiento, en la cruz de cada día, en la muerte, para la salvación propia y de otros.


Bien integraba estos dos temas de la honra y el sufrimiento, Santa Teresa de Jesús, con su usual sentido común y profundidad espiritual: 

“¡Oh Señor mío!  Cuando pienso de qué maneras padecisteis y como no lo merecíais, no sé dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer ... ¿En qué estuvo vuestra honra, Honrador nuestro?  No la perdisteis, por cierto, en ser humillado hasta la muerte.  No, Señor, sino que la ganasteis para todos”  (Camino, 15, 5; 36,5).

Nuestra honra no está en las honras pasajeras de los reconocimientos humanos.  Nuestra honra está en la gloria eterna, la cual ha ganado para todos con su muerte y resurrección, Jesucristo, nuestro Salvador.












Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org

lunes, 12 de octubre de 2015

QUE VIVA LA VIRGEN DEL PILAR!! PATRONA DE LA GUARDIA CIVIL !!


Hoy es 12 de Octubre y no es un día cualquiera, sobre todo, para las personas que vivimos a un lado y el otro del "charco". Si por un lado, recordamos el momento en que Cristobal Colón, enviado a expensas de la Corona de Castilla y Aragón (España) y con el apoyo no sólo moral sino económico de Isabel "La Católica", llegaba a costas del "Nuevo Mundo", América, que desde entonces, venía a ampliar más allá y a miles de millas del hasta entonces fin de la tierra (Finis Terrae) romano, y con ello, demostrar que la tierra era redonda y más grande. 

Y por supuesto, con más culturas. Por otro lado, para los creyentes cristianos, tenía ese día una mayor importancia, se llevaba La Palabra de Dios, más allá donde hasta ese momento, se creía era el fin del mundo. Si bien hasta Finisterrae, hoy Galicia, había llegado el apóstol de Jesús, Santiago el Mayor (también Patrón de España), también en una parte muy importante de la tierra cristiana y española, Zaragoza, Nuestra Señora del Pilar, se le aparecía a este valiente apostol que había llegado tan lejos andando por esos caminos, para darle ánimos y sintiera su protección. Sí, mira por donde en ese momento, Nuestra Señora y el apóstol, nos daba un claro ejemplo que ahí estaban para protegernos, en esos momentos que como los de  ahora, son tan difíciles. 

¿A que somos afortunados al tenerlos ?. Ojo. También, nos proteje a todos y a todas, a uno y al otro lado del charco. Por cierto, hoy celebramos a Nuestra Señora del Pilar.


La Virgen del Pilar




«Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía al pueblo en el desierto». María, asentada en el pilar de su basílica.   Desde el siglo noveno, la piedad de los reyes y el pueblo entero para Nuestra Señora del Pilar. Señalada su fiesta por el Papa Clemente XII en el día 12 de octubre, los destellos de ese bendito Pilar irradiaron hasta el otro extremo del océano Atlántico, a donde en un 12 de octubre llegaba a bordo de las carabelas descubridoras, capitaneadas no en vano por la nao Santa María, «la luz de la fe».   Cuando Pío XII, el 14 de febrero de 1958, concedía a todas las iglesias de España, Ibero América y Filipinas «la misa propia de la Bienaventurada Virgen María del Pilar», abrazaba en un lazo de hermandad de fe a un rosario de pueblos nuevos y viejos para que, con la unidad de un mismo idioma castellano, felicitaran una vez más a María «porque el Poderoso ha hecho grandes obras por ella» y le rogaran su intercesión para «permanecer firmes en la fe y generosos en el amor.


 
Breve historia de la  aparición en vida  de Nuestra Señora al Apóstol Santiago.



Según documentos del siglo XIII, el Apóstol Santiago, El Mayor, hermano de San Juan, viajó a España a predicar el evangelio (año 40 d.C.), y una noche la Virgen María se le apareció en un pilar.


La tradición nos cuenta que Santiago había llegado a Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, y una noche, estando en profunda oración junto a sus discípulos a orillas del río Ebro, la Santísima Virgen María se manifestó sobre un pilar, acompañada por un coro de ángeles, (ella aun vivía en Palestina).

La Virgen le habló al Apóstol pidiéndole que se le edificase ahí una iglesia con el altar en derredor al pilar y expresó: "Este sitio permanecerá hasta el fin del mundo para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que imploren mi ayuda".


El lugar, ha sobrevivido a invasiones de diferentes pueblos y a la Guerra Civil española de 1936-1939, cuando tres bombas cayeron sobre el templo y no estallaron. También se cree que la Virgen le dio al Apóstol una pequeña estatua de madera.



Luego de la aparición, Santiago junto a sus discípulos comenzaron a construir una capilla en donde se encontraba la columna, dándole el nombre de "Santa María del Pilar". Este fue el primer templo del mundo dedicado a la Virgen. Después de predicar en España, Santiago regresó a Jerusalén. Fue ejecutado por Herodes Agripas alrededor del año 44 d.C. siendo el primer apóstol mártir, luego del suceso sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España para su entierro. Siglos después el lugar fue encontrado y llamado Compostela (campo estrellado).


El primer santuario sobre la tumba de Santiago la ordenaron  construir el rey Alfonso II, El Casto de Asturias,  y el obispo Teodomiro en el siglo IX. Hoy se encuentra una  magnífica catedral en sitio.


La Virgen del Pilar protectora.


Esta es la Historia de cómo la Virgen del Pilar pasó a ser Patrona de la Guardia Civil.
En la Real Orden Circular del Ministerio de la Guerra de 8 de febrero de 1.913, el Rey declaró Patrona de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar.

Todo comenzó unos cuantos años antes, serí­a el año 1.864 cuando el sacerdote D. Miguel Moreno que era el primer Capellán Castrense del prestigioso  Colegio de Guardias Jóvenes llamado “Duque de Ahumada” que se encuentra en  Valdemoro, tuvo a bien colocar en la capilla del citado colegio una imagen de la Virgen del Pilar de Zaragoza.

Serí­a  en 1.865 cuando de forma espontanea según narran los escritos se celebró la primera Patrona de la Guardia Civil, que era en el mes de septiembre y no Octubre como lo es ahora.

Fueron los alumnos de este Colegio que al convertirse en profesionales al ir destacados a los puestos de toda España, fueron difundiendo este acto de celebrar la Patrona con un homenaje de fe hacia la Virgen del Pilar.



Esta tradición durante más de 50 años consistí­a en tener fe como protectora en los servicios que se prestaban a la Virgen del Pilar.

El Teniente General D. Ángel Aznar Butigieg que en 1.913 era el Director General del Cuerpo trasladó una petición al Ministro de la Guerra que no era otro que D. Agustín Luque y Coca, donde le pidió oficialmente que la Virgen del Pilar fuera declarada Patrona del Cuerpo de la Guardia Civil, a lo que el Rey D. Alfonso XIII, accedió y mandó publicar.

Después de su publicación, las palabras que transmitió el Teniente General D. Aznar fueron estas:

“La Guardia Civil, compuesta por los soldados más veteranos del Ejército, satisfizo siempre a las esperanzas de la Nación y respondió a la confianza de los Gobiernos porque sois valientes, firmes en la fatiga y abnegados en el peligro. Este año, al solemnizar el dí­a de la Patrona, celebraremos en la Guardia Civil la primera fiesta de compañerismo. Cuando os congreguéis para ello en cada Puesto, dedicad una oración a nuestros compañeros que sacrificaron la vida en el cumplimiento del deber y al inolvidable Duque de Ahumada, organizador del Cuerpo; y antes de separaros, terminad nuestra fiesta diciendo; ¡Viva España!, ¡Viva el Rey! “.

Era el año 1.917 cuando el Director General que era el Teniente General D. Antonio Tovar Marcoleta ofrendó con una placa a la Virgen del Pilar, que a dí­a de hoy aún se conserva en la Basí­lica de Zaragoza en el mismo lugar donde fue colocada.
Allí­ se puede leer el siguiente texto:

“Los Generales, Jefes, Oficiales y personal de Tropa del Instituto de la Guardia Civil como homenaje a Nuestra Señora la Virgen del Pilar declarada su Excelsa Patrona por Real Orden de 8 de febrero de 1913“.

Son muchos años los que han pasado ya, pero a dí­a de hoy todos los años el 12 de Octubre se celebra la famosa fiesta de la Guardia Civil, en honor a su Patrona la Virgen del Pilar, siendo la protectora de estos valientes hombres y mujeres que dan su vida a la defensa de la Constitución y el territorio español.


 
Y una antigua copla dice así:




Es la Virgen del Pilar
la que más altares tiene,
pues no hay ningún español
que en su pecho no la lleve.

A pasar por Zaragoza
el Ebro murmura y dice:
La Virgen es para España
y España es para la Virgen.

Hay en el mundo una España,
y en España un Aragón,
y en Aragón una Virgen,
gloria del pueblo español.

Virgen del Pilar, no olvides
que no podrían vivir
ni España sin Zaragoza,
ni Zaragoza sin Ti.

Junto al Ebro echo una jota
en cuanto el Pilar se cierra,
pa que se entere la Virgen
de que estoy de centinela.

Aragón está en España,
Zaragoza en Aragón,
el Pilar en Zaragoza,
y en el Pilar mi ilusión.

De Zaragoza p´abajo
lleva el Ebro agua bendita;
porque en Zaragoza besa
los pies de la Pilarica.

El Ebro nace en Reinos,
y desemboca en el mar,
y pasa por Zaragoza,
para besar el Pilar.


La Virgen del pilar dice
que no quiere ser francesa;
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa.

Cuando Zaragoza estaba
sitiada por los franceses,
la Virgen del Pilar era
amparo de aragoneses.

El Pilar es el peñón
y la Seo la muralla;
en cada calle un cañón,
para defender a España.

En Torrero tiran bombas
y en el Castillo granadas,
y la Virgen del Pilar
con el manto las aparta.

Zaragoza la bombean,
la bombean los franceses,
la Virgen del pilar dice:
no temáis, aragoneses.

Zaragoza está en un llano,
la Torre Nueva en el medio,
y la Virgen del Pilar
a las orillas del Ebro.

Iberos y americanos:
sabed bien y recordad,
que Colón pisó aquel suelo
en el día del Pilar.

 Que Viva La Virgen del Pilar !!