domingo, 28 de enero de 2018

Hoy es Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes y profesores



"Quien dice verdades, pierde amistades" (Tomás de Aquino)


Filósofo dominico y teólogo.Doctor de la Iglesia, llamado "Doctor Angélico".
Autor de la Suma Teológica, obra insigne de teología.Patrón de las escuelas católicas y de la educación.

Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, es el patrono de los estudiantes. Nacido en Aquino de noble familia, estudió en Montecasino y en Nápoles, donde se hizo fraile dominico. Esto no le hizo gracia a su madre, pues eran otros los planes de la altiva condesa, y lo encerró en el castillo. Allí sucedió la conocida escena. Una noche llevaron a una mujer a su habitación para seducirlo. Tomás venció como se vencen las tentaciones contra la pureza. Cogió rápidamente un tizón encendido y ahuyentó a la mujer. Pronto se durmió, y he aquí que dos ángeles le despertaron y le ciñeron un cordón incandescente. Ya no tuvo más tentaciones de impureza.

No perdía el tiempo en la torre del castillo. Rezaba y leía los libros que le lograba pasar un fraile dominico. Un día con una estratagema le ayudó a evadirse. Poco después Tomás estudiaba en Colonia y en París, como discípulo de San Alberto Magno. Fue un alumno modelo. Embebido en los estudios, no participaba en recreos ni discusiones. Por ello lo llamaban «el buey mudo». Sí, dijo su maestro, pero sus mugidos resonarán en todo el mundo.

Tomás era el primero en cumplir los consejos que un día daría a un estudiante: No entres de golpe en el mar, sino vete a él por los ríos, pues a lo difícil se ha de llegar por lo fácil. Sé tardo para hablar. Ama la celda. Evita la excesiva familiaridad, que distrae del estudio. Aclara las dudas. Cultiva la memoria. No te metas en asuntos ajenos no pierdas tiempo.




El Papa le ofreció el arzobispado de Nápoles. Pero era otra la misión de Tomás. Se la mostró un día su maestro: la doctrina cristiana estaba en peligro de contaminarse con el aristotelismo averroísta, importado de España. Era preciso absorberlo, asimilarlo, cristianizarlo. Era la gran hazaña a que estaba llamado Tomás, y que realizaría soberanamente.

San Alberto traspasó la cátedra de París a Tomás. Empezó comentando a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y asombró a todos por su claridad y profundidad. Sus comentarios sobre Aristóteles, su atrevimiento al «bautizarlo», le atrajo la envidia y enemistad de muchos profesores. Fue una lucha encarnizada, acosado por agustinianos y averroístas. Su método quedó consagrado al canonizarle el Papa Juan XXII el año 1324.

Tomás enseñaba, predicaba y escribía. Obras principales: Sobre la Verdad, Suma contra gentiles, comentarios al Cantar de los Cantares. Su obra maestra es la Suma Teológica, síntesis que recoge todo su pensamiento. Armoniza el caudal filosófico y religioso griego y cristiano, conciliación audaz y lograda, una de las mayores hazañas del pensamiento humano.

Su vida de oración era profunda. Nunca se entregaba al estudio sino después de la oración, afirma su amigo fray Reginaldo. Sus escritos sobre el Santísimo Sacramento y sus sermones nos hacen dudar si predominaba en él el teólogo o el místico. Derramaba muchas lágrimas en la Misa y caía frecuentemente en éxtasis. Una vez oyó del Señor: «Bien has escrito de mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres? - Ninguna, sino a Ti, Señor», respondió.
Un día tuvo una «visión» celebrando Misa. Estaba por entonces escribiendo en la Suma sobre los Sacramentos, y ya no escribió más. «No puedo más, repetía cuando le insistían a que acabase. Lo que he escrito, comparado con lo que he visto, me parece ahora como el heno. No insistáis, no puedo más»

Invitado por el Papa Gregorio X, se dirigió al concilio de Lyon. Se sintió enfermó en el camino. Le acogieron en el monasterio de Fossanova. Herido en la «visión» parcial, el 7 de marzo marchó a la visión plena. Otros Santos de hoy: Tirso, Julián, Juan, Santiago.




Oremos


Señor Dios nuestro, que hiciste admirable a Santo Tomás de Aquino por su sed de santidad y por su amor a la ciencia sagrada, te pedimos que nos su luz para entender sus enseñanzas y fuerza para imitar su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.











Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
Ángel Corbalán

«¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Evangelio Dominical)




Hoy, Cristo nos dirige su enérgico grito, sin dudas y con autoridad: «Cállate y sal de él» (Mc 1,25). Lo dice a los espíritus malignos que viven en nosotros y que no nos dejan ser libres, tal y como Dios nos ha creado y deseado. 

Si te has fijado, los fundadores de las órdenes religiosas, la primera norma que ponen cuando establecen la vida comunitaria, es la del silencio: en una casa donde se tenga que rezar, ha de reinar el silencio y la contemplación. Como reza el adagio: «El bien no hace ruido; el ruido no hace bien». Por esto, Cristo ordena a aquel espíritu maligno que calle, porque su obligación es rendirse ante quien es la Palabra, que «se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).

Pero es cierto que con la admiración que sentimos ante el Señor, se puede mezclar también un sentimiento de suficiencia, de tal manera que lleguemos a pensar tal como san Agustín decía en las propias confesiones: «Señor, hazme casto, pero todavía no». Y es que la tentación es la de dejar para más tarde la propia conversión, porque ahora no encaja con los propios planes personales.

            



La llamada al seguimiento radical de Jesucristo, es para el aquí y ahora, para hacer posible su Reino, que se abre paso con dificultad entre nosotros. Él conoce nuestra tibieza, sabe que no nos gastamos decididamente en la opción por el Evangelio, sino que queremos contemporizar, ir tirando, ir viviendo, sin estridencias y sin prisa.

El mal no puede convivir con el bien. La vida santa no permite el pecado. «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro» (Mt 6,24), dice Jesucristo. Refugiémonos en el árbol santo de la Cruz y que su sombra se proyecte sobre nuestra vida, y dejemos que sea Él quien nos conforte, nos haga entender el porqué de nuestra existencia y nos conceda una vida digna de Hijos de Dios.




Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,21-28):





En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor




COMENTARIO.


                     


La Primera Lectura del Deuteronomio nos habla de la promesa que Yahvé hizo al pueblo prometiéndole profetas que les dirían lo que El les mandara a decir.  Nos dice esta lectura que el pueblo había pedido a Dios que no quería volver a oír su voz.  Por eso, “en aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo:  ‘El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán” (Dt. 18, 15-20).  Así lo prometió Dios a Moisés y así fue con toda la serie de profetas de los cuales leemos en el Antiguo Testamento (escritores y no escritores, mayores y menores), que sucedieron a Moisés, hasta que  llegó “el Profeta”, que no es otro sino el mismo Dios hecho Hombre: Jesucristo.

Profeta es quien dice al pueblo de Dios lo que Dios quiere que se le diga.  Profeta no es simplemente quien habla de Dios; es, más bien, quien habla en nombre de Dios y bajo su inspiración. El profeta es a la vez receptor y transmisor:  recibe la palabra de Dios y la transmite.  Se dice que el profeta es “boca de Dios”, pues el profeta habla con su boca la palabra de Dios.

Ahora bien, Jesucristo es la Palabra misma; es decir, Jesucristo es la expresión de Dios para nosotros los seres humanos.  De allí que Jesús, al comenzar a predicar y a actuar, sorprendiera a la gente de su época.  Nos dice el Evangelio de hoy que, al enseñar,“sus oyentes quedaron asombrados de sus palabras”.   Y al expulsar un demonio, “todos quedaron estupefactos ... y decían ‘este hombre sí tiene autoridad pues manda hasta a los espíritus inmundos y éstos le obedecen’” (Mc. 1, 21-28).  Jesucristo era el Profeta que, además de hablar en nombre de Dios y de enseñar con autoridad, también expulsaba a los demonios.




Sobre la lucha contra los espíritus malignos es importante tomar en cuenta algunas recomendaciones.  Como el Demonio y los demonios están siempre al acecho para hacer caer a los seres humanos en el pecado y para hacerlos andar por el camino que lleva a la condenación, debemos recordar que Jesucristo nos habla de la importancia de la vigilancia.

Y el medio más eficaz de vigilar, para impedir que el mal se acerque a nosotros es vigilar en oración, llenando así nuestro corazón de Dios que es Quien expulsa el Mal.  Así el Enemigo no podrá encontrar sitio en nuestro corazón.  Y no tiene sitio allí si la persona está bien unida a Dios.

¿En qué consiste esa unión con Dios?  Consiste en aceptar la Voluntad de Dios y renunciar a la propia voluntad.  Consiste en aceptar los deseos de Dios y renunciar a los propios deseos.  Consiste esa unión con Dios en aceptar la forma de pensar y de ser de Dios y renunciar a las propias formas de pensar y de actuar.  Y esto es así, porque quien está unido a Dios de esa manera es fuerte con la fortaleza misma de Dios.  Esta es la vigilancia que nos pide el Señor.




Volviendo a la Primera Lectura, es lamentable que el vocablo “profeta” sea tomado para referirse a quien predice el futuro.  Ciertamente el profeta puede hablar del futuro, si Dios así lo desea.  Pero el mensaje profético incluye muchísimo más que eso. “La palabra del profeta edifica, exhorta y consuela” (1 Cor. 14, 3).

El mensaje del profeta suele ser exigente, pues recuerda con claridad los compromisos de la humanidad para con Dios.  Es inflexible con el pecado, especialmente con la idolatría.  El mensaje profético también es consolador, pues reconforta y reanima al pueblo de parte de Dios, y descubre la esperanza en medio de la oscuridad.  También suele ser un mensaje edificante, pues enseña y corrige; educa y forma, además de sanar y purificar, y de llamar a la conversión.

El profeta no se hace a sí mismo, sino que es Dios Quien lo escoge.  Es Dios Quien tiene la iniciativa y domina a la persona del profeta.  Y suele Dios llamar al profeta de una manera irresistible y hasta seductora.  Eso lo supo Jonás, a quien vimos en las lecturas de la semana pasada en medio de  una tormenta y luego en el vientre de una ballena, hasta que se decidió a predicar lo que Dios le había indicado.




He aquí lo que dice el profeta Amós sobre el llamado de Dios al profeta:  “Así como nadie queda impertérrito al oír el rugido del león, así también nadie se negará a profetizar cuando escucha lo que le habla el Señor” (Am. 3, 8).   Y Jeremías:  “Me has seducido, Yavé, y me dejé seducir.  Me hiciste violencia y fuiste el más fuerte ... Sentí en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía” (Jer. 20, 7 y 9).

¿A quiénes escoge Dios como profetas?  Por supuesto, a quienes El quiere.  Pero incluye a toda clase de personas:  hombres y mujeres, ricos y pobres, adultos y adolescentes, y aún desde el seno materno.  “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de naciones” (Jer. 1,5).

Al principio de la Historia de la Salvación, Dios guía a su pueblo mediante los Patriarcas que son también profetas, pues reciben instrucciones de Él para su pueblo.  Tal es el caso de Abraham y también de Moisés, quien es considerado como un auténtico profeta, además de ser patriarca.

Luego viene la época de los Jueces, que no eran jueces como los conocemos hoy -personas que dirimían problemas de justicia- sino más bien guías y gobernadores del pueblo escogido.  Samuel fue el último y más grande gran Juez de Israel.  De él leíamos hace dos domingos, cuando recibió la palabra de Dios, Quien le dio la misión de hablar en su nombre.  Es decir, Samuel también fue profeta.




Luego viene la época de los Reyes, en la cual los tres ejes de la sociedad israelita son el Rey, el Sacerdote y el Profeta.  Surge, entonces, la época del profetismo.  Los profetas iluminan a los Reyes.  Tal es el caso de Natán, Gad, Eliseo, muy especialmente Isaías y por momentos Jeremías.  A ellos les tocaba decir si la acción emprendida era la deseada por Dios y si calzaba dentro de sus planes.

Llega un momento en que se interrumpe el profetismo (cfr. 1 Mac. 4, 46 y Sal. 74, 39).   Comienza entonces el pueblo de Israel a vivir en la espera del “Profeta” prometido.  De allí el entusiasmo que suscitó San Juan Bautista, quien es el último de los Profetas del Antiguo Testamento, pues, aunque el relato de su vida y de su predicación esté recogido en el Nuevo Testamento, él es anterior a Cristo, es quien prepara el camino a Jesús.

Ahora bien, la misión del profeta es más bien ingrata, pues la palabra de Dios suele ser un estorbo para todos:  para reyes, príncipes, autoridades, sacerdotes, falsos profetas y para el pueblo en general.  De allí que muchos profetas se resisten a ejercer su función.  Pero Dios no se arrepiente e insiste.  Lo vimos con Jonás.  Cuando Moisés se resiste, sus excusas de nada le valen (Ex. 3, 11-12).  Tampoco las de Jeremías (Jer. 1, 6-7).





De allí, también, que los profetas tenga sus crisis de depresión y de rebeldía.  Tal es el caso de Jonás después de la conversión de Nínive (Jon. 4).  También Moisés (Núm. 11, 11-15) y Elías (1 Re.19, 4).  Jeremías llega a quejarse amargamente y casi abandona su misión (Jer. 15, 18 s; 20, 14-18).    También Ezequiel (Ez. 3, 14s).

Los profetas casi nunca ven el fruto de su misión.  La predicación de Isaías más bien endurece al pueblo (Is. 6, 9; Mt. 13, 14-15).  Sin embargo, el profeta deberá hablar en nombre de Dios así lo escuchen o no (Ez. 2, 5-7 y 3, 11-21)


Vemos, entonces, cómo el carisma de profecía es un carisma de revelación, por el que Dios da a conocer a los seres humanos lo que no podríamos descubrir con nuestros limitados recursos humanos.  Como todo carisma, el de profecía también es para el bien de la comunidad y para levantar la fe del pueblo de Dios o de un sector del pueblo de Dios.  Es así como el profeta se salva cumpliendo su misión de profetizar y cumpliendo también el mensaje que Dios da a través suyo. Y el pueblo de Dios se salva escuchando lo que dicen los profetas y cumpliendo las indicaciones que Dios da a través de ellos.


¿Han habido profetas después de Cristo?  ¿Existen profetas en nuestros días?  Santo Tomás de Aquino tiene esto que decir al respecto:  “En todas las edades los hombres han sido instruidos divinamente en materias referentes a la salvación de los elegidos ... y en todas las edades han habido personas poseídas del espíritu de profecía, no con el propósito de anunciar nuevas doctrinas, sino para dirigir las acciones humanas”  (Summa 2:2:174:Res. et ad 3).

“El profetismo no se extingue con la edad apostólica (con los Apóstoles).  Sería difícil comprender la misión de muchos santos en la Iglesia sin observar en ellos el carisma profético.  ‘Las profecías desaparecerán un día’,  explica San Pablo (1 Cor. 13, 8).  Pero esto será al fin de los tiempos.  “La venida de Cristo a acá, muy lejos de eliminar el carisma de profecía, provocó su extensión, la cual había sido predicha:  ‘Ojalá todo el pueblo fuera profeta’, era el deseo de Moisés (Núm. 11, 29).” (X.León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica).


Y el Papa Juan Pablo II nos dejó dicho lo siguiente respecto del profetismo en nuestros días:  “El Espíritu Santo derrama una gran riqueza de gracias ... Son los carismas.  También los laicos son beneficiarios de estos carismas ... como lo atestigua la historia de la Iglesia”  (JP II, Catequesis del Miércoles 9-3-94).  “Conviene precisar con palabras del Concilio la naturaleza del profetismo de los laicos ... no sólo de un profetismo de orden natural ... Más bien es cuestión de un profetismo de orden sobrenatural, tal como se nos presenta en el oráculo de Joel (3,2), ‘En los últimos días ... profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas’ ... para hacer vibrar en los corazones las verdades reveladas” (JP II, Catequesis del Miércoles 26-1-94).


Es decir, la función principal de los profetas posteriores a Cristo es recordar las verdades reveladas y la doctrina y enseñanzas de la Iglesia de Cristo.   Ejercen su misión profética, nos dice el Concilio Vaticano II, “en unión con los hermanos en Cristo, y sobre todo con sus pastores, a quienes toca juzgar la genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no, por cierto, para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. 1 Tes. 5, 12.19.21).



















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilía.org

domingo, 21 de enero de 2018

«Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Evangelio Dominical)




Hoy, la Iglesia nos invita a convertirnos y, con Jesús, nos dice: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Por tanto, habrá que hacer caso a Jesucristo, corrigiendo y mejorando lo que sea necesario.

Toda acción humana conecta con el designio eterno de Dios sobre nosotros y con la vocación a escuchar a Jesús, seguirlo en todo y para todo, y proclamarlo tal como lo hicieron los primeros discípulos, tal como lo han hecho y procuramos hacerlo millones de personas.

Ahora es la oportunidad de encontrar a Dios en Jesucristo; ahora es el momento de nuestra vida que empalma con la eternidad feliz o desgraciada; ahora es el tiempo que Dios nos proporciona para encontrarnos con Él, vivir como hijos suyos y hacer que los acontecimientos cotidianos tengan la carga divina que Jesucristo —con su vida en el tiempo— les ha impreso.



¡No podemos dejar perder la oportunidad presente!: esta vida más o menos larga en el tiempo, pero siempre corta, pues «la apariencia de este mundo pasa» (1Cor 7,31). Después, una eternidad con Dios y con sus fieles en vida y felicidad plenas, o lejos de Dios —con los infieles— en vida e infelicidad totales.

Así, pues, las horas, los días, los meses y los años, no son para malgastarlos, ni para aposentarse y pasarlos sin pena ni gloria con un estéril “ir tirando”. Son para vivir —aquí y ahora— lo que Jesús ha proclamado en el Evangelio salvador: vivir en Dios, amándolo todo y a todos. Y, así, los que han amado —María, Madre de Dios y Madre nuestra; los santos; los que han sido fieles hasta el fin de la vida terrenal— han podido escuchar: «Muy bien, siervo bueno y fiel (...): entra en la alegría de tu señor» (Mt 25,23).

¡Convirtámonos! ¡Vale la pena!: amaremos, y seremos felices desde ahora.



Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,14-20):




Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.


Palabra del Señor


COMENTARIO





 Cuando Dios escoge ... escoge.  Eso lo han sabido muchos santos.  Pero nadie lo supo mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento que, según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una ballena. 

¿Podrá ser verdad esto?  Cuesta pensar en algo así.  Pero lo desconcertante es que el mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección.  ¿Iba el Hijo de Dios a citar un mito?  ¿Y a citarlo con el sentido y la precisión que lo hizo?  Así:

“Estos hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán.  Solamente se les dará la señal de Jonás.  Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación”  (Lc 11, 29-30). 




¿Sin embargo,  de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía.  Dios lo escogió para que se convirtiera él y para que -por la escogencia que Dios hizo de él- muchos también se convirtieran.

El Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco para huir de Dios.  El barco se vio metido dentro de una tormenta.  Jonás es lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás.  Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo que el Señor le pedía.  El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se convirtiera de sus vicios y pecados.  (Para dar una idea del tamaño de esta ciudad, baste con el dato que nos da la Escritura:  se requerían 3 días para recorrerla a pie).





Jonás predicó lo que el Señor le indicó:  “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.  Sin embargo, sorprendentemente, los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios, e hicieron penitencia todos.  Dios, entonces, no destruyó la ciudad.

Otros elegidos de Dios son más dóciles que Jonás.  Tal es el caso de los primeros discípulos escogidos por Jesús.  Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 1, 14-20)  que cuando Jesús, viendo a Andrés y a su hermano Pedro echando las redes de pescar en el lago de Galilea, les llamó para hacerlos “pescadores de hombres, ...y  ellos dejaron las redes y lo siguieron.” Respuesta inmediata y obediente a la escogencia del Señor.

Los escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que Dios desea realizar en medio de su pueblo, es decir, en cada uno de nosotros.  Y la conversión siempre exige un cambio de vida:  incluye, primero que todo, dejar el pecado.  Pero no basta esto.  Es necesario pasar a una segunda fase:  “creer en el Evangelio”.  Y creer en el Evangelio significa vivir según el Evangelio.  No basta conocer la teoría del Evangelio:  es necesario vivirlo en la práctica.




Es necesario cambiar la mentalidad terrena que nos vende el mundo, esa mentalidad a la que estamos muy acostumbrados.  ¿Cuál es la mentalidad del mundo?  Aquélla que nos lleva a quedarnos en lo temporal y a olvidarnos de lo eterno, a preferir lo terrenal y olvidarnos de lo celestial, a conformarnos con lo humano y a descartar lo divino, a creer en el mundo y a olvidarnos del Evangelio.

Sin embargo, el Señor nos dice:  “El Reino de Dios ya está cerca.  Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.   Ciertamente el Reino de Dios está cerca, pero sólo será una realidad cuando, arrepentidos y convertidos, creamos y vivamos según el Evangelio.  Será una realidad cuando vivamos según la Voluntad Divina, cuando -como rezamos en el Salmo (#24)- el Señor “nos descubra sus caminos”.  Y, una vez descubiertos los caminos del Señor, podamos seguirlos con docilidad.




San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (1 Cor. 7, 29-31)  que “este mundo que vemos es pasajero”,  yque “la vida es corta”.   Y nos aconseja cómo conviene que vivamos desapegados de este mundo pasajero y de esta vida corta:  “los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran como si no compraran; los casados, como si no lo estuvieran”.   Es decir:  “estar en el mundo sin ser del mundo” (cfr. Jn. 17, 14-15).

Y cuando el Señor nos llame, no hay que seguir el ejemplo de Jonás:  duro para responder.  Hay que imitar a otros:  a Pedro, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor.








Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilia.org


sábado, 6 de enero de 2018

«Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron» (Evangelio de Epifanía)




Hoy, el profeta Isaías nos anima: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1). Esa luz que había visto el profeta es la estrella que ven los Magos en Oriente, con muchos otros hombres. Los Magos descubren su significado. Los demás la contemplan como algo que les parece admirable, pero que no les afecta. Y, así, no reaccionan. Los Magos se dan cuenta de que, con ella, Dios les envía un mensaje importante por el que vale la pena cargar con las molestias de dejar la comodidad de lo seguro, y arriesgarse a un viaje incierto: la esperanza de encontrar al Rey les lleva a seguir a esa estrella, que habían anunciado los profetas y esperado el pueblo de Israel durante siglos.


Llegan a Jerusalén, la capital de los judíos. Piensan que allí sabrán indicarles el lugar preciso donde ha nacido su Rey. Efectivamente, les dirán: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta» (Mt 2,5). La noticia de la llegada de los Magos y su pregunta se propagaría por toda Jerusalén en poco tiempo: Jerusalén era entonces una ciudad pequeña, y la presencia de los Magos con su séquito debió ser notada por todos sus habitantes, pues «el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén» (Mt 2,3), nos dice el Evangelio.





Jesucristo se cruza en la vida de muchas personas, a quienes no interesa. Un pequeño esfuerzo habría cambiado sus vidas, habrían encontrado al Rey del Gozo y de la Paz. Esto requiere la buena voluntad de buscarle, de movernos, de preguntar sin desanimarnos, como los Magos, de salir de nuestra poltronería, de nuestra rutina, de apreciar el inmenso valor de encontrar a Cristo. Si no le encontramos, no hemos encontrado nada en la vida, porque sólo Él es el Salvador: encontrar a Jesús es encontrar el Camino que nos lleva a conocer la Verdad que nos da la Vida. Y, sin Él, nada de nada vale la pena.






Lectura del santo evangelio según san Mateo (2,1-12):






Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor




COMENTARIO.






Queridos hermanos, paz y bien.

Termina la semana con la fiesta de la revelación del Niño Dios a toda la humanidad. Hoy la Iglesia celebra la manifestación de Cristo a la gentilidad. Cristo es revelado a los gentiles. Lo cual me alegra, porque yo mismo me puedo clasificar en esa categoría: Gentil: 1. adj. Entre los judíos, se dice de la persona o comunidad que profesa otra religión. U. t. c. s., como dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Las lecturas de hoy nos van marcando el camino hacia esa epifanía, la revelación de Dios. Isaías, profeta en medio del pueblo, con fe ve el nuevo amanecer que promete Dios e invita a caminar hacia ese faro que ilumina las tinieblas, hacia el resplandor del nuevo amanecer. Ser portadores de luz en un mundo que camina en tinieblas y no ve salida a los problemas. ¿Eres de los que piensan que hay más soluciones que problemas, o vas por ahí con ánimo derrotista, contribuyendo a la depresión?




Esa luz, dice el salmo, que llega a todas las naciones o, como dice la segunda lectura, ilumina a todos sin excepción. Porque todos somos coherederos de la promesa. Desde Rusia, desde China, desde África, desde Oceanía… En todas partes se oye su voz, se escucha el mensaje de salvación. ¿Te apuntas, lo difundes, o dejas que lo hagan otros? Total, yo ya estoy salvado… Revisar hoy nuestra aportación a la expansión del mensaje podría estar bien. Un buen regalo de Reyes a los que nos rodean, compartir con ellos lo que vivimos y da sentido a nuestra vida.

Ese amanecer, esa luz que vieron los Magos, y les llevó a buscar al Salvador del mundo en forma de niño, al lado de su padre, San José (santo varón, siempre dispuesto a cumplir la voluntad divina) y de su madre, Santa María (ejemplo de aceptación de lo que Dios manda a la persona, guardando en el corazón todo, lo que entiende y lo que no). Ver con los Reyes a la familia de Jesús en el pesebre, y ponernos a sus pies, y adorarles. Si tienes un belén en casa, podría estar bien hacer algún pequeño gesto hoy, mejor si lo hacemos en familia.






El poeta inglés Anden, en un poema sobre la Navidad presenta a los Magos motivando su viaje: 

El primero dice: Debo saber cómo ser verdadero hoy. Por eso sigo la estrella.

El segundo dice: Quiero descubrir cómo vivir hoy. Por eso sigo la estrella.

El tercero dice: Necesito averiguar cómo amar hoy. Por eso sigo la estrella.

Al final afirman los tres: Debemos descubrir cómo ser hombres hoy.

Por eso seguimos la estrella.




La estrella sigue brillando hoy, para los que quieran verla. ¿Tú quieres? Búscala en la Liturgia, en la Comunidad, en la Palabra, en tu corazón. En algunos países, los niños esperan con grandísima ilusión la noche de Reyes, para recibir sus regalos. Con esa misma ilusión podríamos esperar nosotros el encuentro con Dios.


















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Alejandro José Carbajo C.M.F.