domingo, 28 de julio de 2013

"Pedid y se os dará" (Evangelio dominical)

 

Un hombre soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra.

Vio una iglesia donde se celebraba la misa del domingo.

El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido.

Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.


Veía al sacerdote y a los fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las oraciones, pero no podía oír ningún sonido.

Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: "Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles".

¿Es este nuestro caso?
¿Oramos con nuestros corazones?
¿Estamos aquí, en la iglesia, no sólo con nuestros cuerpos sino también con nuestros corazones?

Todos estamos de acuerdo en que el centro de la existencia de Jesús era una fe inquebrantable en que Dios era su Padre.

Todos estamos de acuerdo en que Jesús era como nosotros en todo excepto en el pecado.
Así pues podemos suponer que Jesús aprendió a orar como lo hacemos nosotros, poco a poco, paso a paso.

Jesús gatearía alrededor del suelo de tierra de la casa y, en su propio lenguaje, descubriría la palabra Abba. Por supuesto que no entendería lo que decía pero haría a su Padre muy feliz.

Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Lucas, en este Domingo XVII del Tiempo Ordinario - Ciclo "C"- .

 
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,1-13):
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Y les dijo: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

Palabra del Señor
 
 
COMENTARIO.
 
 
 
El pasaje presenta la oración como una de las exigencias fundamentales y uno de los puntos cualificadores de la vida del discípulo de Jesús y de la comunidad de discípulos.
Jesús, como los grandes maestros religiosos de su tiempo, enseña a sus seguidores una oración que los caracteriza: el “Padre nuestro”.
a) Jesús estaba orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar”. Jesús se aparta para orar. Lo hace con frecuencia en la narración de Lucas (5,16), sobre todo en los momentos inmediatos a sucesos importantes: antes de constituir el grupo de los Doce (6,12-13); antes de provocar la confesión de fe de Pedro (9, 18-20), antes de la transfiguración (9, 28-29) y finalmente antes de la pasión (22, 40-45).
Jesús que reza, provoca en los discípulos el deseo de rezar como Él. Es, evidentemente una oración que tiene unos reflejos externos verdaderamente especiales, que ciertamente repercuten sobre la predicación. Los discípulos comprenden que una oración tal, es muy diversa de la que enseñan los otros maestros espirituales de Israel y también de la del mismo precursor suyo, por esto le piden que les enseñe su oración. De este modo, la oración que Jesús transmite a los suyos se convierte para ellos en la expresión característica de su ideal y de su identidad, del modo de relacionarse con Dios y con los suyos.
 
b) Padre: Lo primero que Jesús enseña a propósito de la oración es llamar a Dios con el nombre de “Padre”. A diferencia de Mateo, Lucas no añade el adjetivo “nuestro”, poniendo menos el acento sobre el aspecto comunitario de la oración cristiana; el hecho de invocar al mismo Padre constituye el mejor lazo de la unidad comunitaria de los discípulos. Para un hebreo del siglo 1º, la relación con el padre estaba hecha de intimidad, pero también de reconocimiento de la soberanía sobre cada miembro de la familia. Esto se refleja en el uso cristiano de llamar a Dios “padre”, mientras no hay testimonios seguros de que los hebreos de la época usaran el llamar a Dios con el confidencial “abba”. Este término no es otra cosa que la enfatización del aramaico “ab”, el termino familiar y respetuoso usado para el padre terreno. El hecho de que Jesús use para dirigirse al Padre llamándolo abba manifiesta el nuevo tipo de relación que Él, y por tanto sus discípulos, instauran con Dios: una relación de cercanía, familiaridad y confianza.
Según el esquema clásico de la oración bíblica, la primera parte del “Padre nuestro” mira directamente a Dios, mientras la segunda parte se refiere a las necesidades del hombre en la vida terrena.
 
c) Padre, santificado sea tu Nombre: es Dios, en el mensaje de los profetas de Israel, quien “santifica el propio Nombre” (o sea, Él mismo: “el nombre es la persona”) interviniendo con potencia en la historia humana, aunque Israel y los otros pueblos lo hayan deshonrado. Leemos en Ezequiel: “Y en las naciones donde llegaron, profanaron mi santo nombre, haciendo que se dijera a propósito de ellos; “Son el pueblo de Yahvé, y han tenido que salir de su tierra”. Pero yo he tenido consideración a mi santo nombre que la casa de Israel profanó entre las naciones adonde había ido. Por eso di a la casa de Israel: Así dice el Señor Yahvé: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahvé - oráculo del Señor Yahvé - cuando yo por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo (36, 20-24). A propósito se puede leer también: Dt 32, 51; Is 29,22; Ez 28, 22-25.

El sujeto del verbo “santificar”, en Lc 11,2, es el mismo Dios: estamos de frente a un “pasivo” teológico: Esto significa que la primera petición de esta oración no se refiere al hombre y a su indiscutible deber de honrar y respetar a Dios, sino al mismo Dios Padre que debe hacer de modo de darse a reconocer como tal por todos los hombres. Se pide, por tanto, a Dios que se revele en su soberana grandeza: es una invocación de tono escatológico, estrechamente ligada con la sucesiva.


d) Venga tu Reino: el gran acontecimiento anunciado por Jesús es la cercanía definitiva del Reino de Dios a los hombres: “Sabed que el reino de Dios está cerca” (Lc 10,11; cfr también Mt 10,7). La oración de Jesús y del Cristiano, por tanto, está en perfecta sintonía con este anuncio. Pedir en la oración que este Reino esté cada vez más visiblemente presente, obtiene dos efectos: el que reza se confronta con el diseño escatológico de Dios, aun más, se pone en una radical disponibilidad hacia esta Su voluntad de salvación.

Por esto, si es verdad que a Dios se puede y se debe manifestar las propias necesidades, es también verdadero que la oración cristiana no está dirigida y finalizada en el hombre, no es una petición egoística del hombre, sino que su fin es glorificar a Dios, invocar su total cercanía, su completa manifestación: “Buscad el reino de Dios y estas cosas se os darán por añadidura” (Lc 22, 31).
 
e) Danos hoy nuestro pan de cada día: hemos pasado a la segunda parte de la oración del Señor. El orante ha puesto ya las bases para una correcta y confidencial relación con Dios, por esto ya vive en la lógica de la cercanía de Dio que es Padre y sus peticiones brotan de este modo de vivir.

El pan es el alimento necesario, el alimento primario, tanto el tiempo de Jesús como hoy (o casi). Aquí sin embargo “pan “ indica el alimento en general y también , más ampliamente, todo género de necesidad material de los discípulos.
 

El término español “pan” es la traducción del griego “epiouson”, que encontramos también en la versión de Mateo, y también en algún otro texto griego bíblico o profano. Esto hace muy difícil el darle una versión verdaderamente atendible, tanto que se ha debido adoptar el traducirlo en base al contexto. Lo que es verdaderamente claro, es que el discípulo que está orando de este modo es consciente de no tener mucha seguridades materiales para el futuro, ni siquiera al alimento diario: él, en verdad, “ ha abandonado todo” por seguir a Cristo (cfr Lc 5,11). Se trata de una situación característica de los cristianos de las primeras generaciones, pero no se dice que la oración por “el pan”, no pueda servir a los cristianos de nuestro tiempo: todos somos llamados a recibir todo de la Providencia, como un don gratuito de Dios, aunque venga del trabajo de nuestras manos; a esto, por ejemplo, nos reclama constantemente la dinámica del rito eucarístico del ofertorio: se ofrece a Dios algo que se sabe bien que se ha recibido de Él, para poderlo recibir nuevamente de sus manos.. Esto significa también que el Cristiano de todo tiempo no debe tener ninguna preocupación por la propia situación material, porque el Padre se ocupará por él: “No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, cómo lo vestiréis. La vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (Lc 12,22-23).
 
f) Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: Inmerso en la salvación otorgada por el Padre con la llegada de su Reino, el Cristiano se sabe perdonado en anticipo de toda culpa. Esto lo coloca en la condición y en la obligación de perdonar a los otros, consintiendo a Dios dar el definitivo perdón para el creyente capaz de perdonar (cfr Mt 18, 23-35).

Estamos siempre a caballo entre el reino “ya” presente y el reino “pero todavía no” cumplido. Un comportamiento del Cristiano que no estuviese en sintonía con la salvación ya recibida de Dios en Cristo, volvería vano para él el perdón ya recibido. He aquí por qué Lucas dice: “porque también nosotros perdonamos”: no quiere colocar al hombre sobre el mismo plano de Dios, sino la conciencia de que el hombre puede estropear la obra salvífica de Dios, en la cual el Padre lo ha querido colocar como elemento activo, para extender a todos su perdón siempre gratuito.

viernes, 26 de julio de 2013

Hoy es ... San Joaquín y Santa Ana !!


Padres de la Virgen María Una antigua tradición, datada ya en el siglo II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Virgen María.   

  

El culto aparece para Santa Ana ya en el siglo VI y para San Joaquín un poco más tarde. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural al cariño y veneración que los cristianos demostraron siempre a la Madre de Dios.  


San Juan Damasceno: «Joaquín y Ana, ¡feliz pareja! la creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquel que la creó».



Oremos  


« ... Inclinad el oído, venid a mí : escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpétua, la promesa que aseguré a David... «  Isaías 55, 3    

Señor, Dios de nuetros padres, que concediste a san Joaquín y a santa Ana el privilegio de tener como hija a María, la madre del Señor, concédenos, por la intercesión de estos dos santos, la salvación que has prometido a tu pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

jueves, 25 de julio de 2013

Hoy es... Santiago Apostol, Patrón de España !!


Hoy hace un par de años que en tan glorioso día de nuestro Patrón Santiago, y a la vez, tras un duro viaje de peregrinación por esos senderos , valles y montes, dos feligreses de nuestra parroquia llegamos hasta la Plaza del Obradoiro, y una vez dentro del Templo que 800 años le contemplaba, tras asistir a la misa de los peregrino, respirar el incienso del Botafumeiro y participar en la Santa Eucaristía, tuvimos el privilegio de abrazar la imagen del Santo patrón y rogarle por todos los feligreses de esta parroquia y como no...por nosotros y familiares.



Muchas heridas en los pies ya olvidadas y una inmensa alegría es la que nos embarga para recordar esos momentos. Desde aquí, os invitamos. No hace falta ser un superdotado para llegar con ilusión, fe y amor hasta Santiago de Compostela.



Santiago, Apóstol (s. I ) Hijo de Zebedeo, hermano de Juan y del grupo de los Doce. Natural de Betsaida. Presenció los principales milagros realizados por el Señor. Su acción apostólica inicada en Judea llegó hasta los confines de Occidente. 
  
 Vuelto a Palestina murió mártir por orden de Herodes en el año 44. Sus restos fueron trasladados a España a la ciudad que lleva su nombre, siendo su tumba uno de los puntos principales de peregrinación de toda la cristiandad.   Epístola del Apóstol Santiago  (análisis)  La carta de Santiago es la primera entre las siete Epístolas Católicas, llamadas así porque no tienen generalmente destinatario especial y se dirigen universalmente a toda la cristiandad.  



San Jerónimo las caracteriza como sigue: «... Son tan ricas en misterios como sucintas, tan breves como largas: breves en palabras y largas en sentencias. De modo que habrá pocos que al leerlas no tropiecen con algunos lugares obscuros....»    El autor, que se da a si mismo el nombre de  «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo», es el  apóstol Santiago el Menor, hijo de Alfeo y de Cleofás (Mat. 10, 3) y de María (Mat. 27, 56), hermana es decir, pariente, de la Santísima Virgen.   Por su parentesco con Jesucristo, Santiago a veces es llamado hermano del Señor (Gál. 1, 19);  cfr. Mat. 13, 55 y Mar. 6, 3 ).

 (Aparición de Nuestra Señora del Pilar al apóstol Santiago)

Tiene también el honor de ser contado entre las columnas, o Apóstoles que gozaban de mayor prestigio en la Iglesia (Gál. 2, 9 ). Por la santidad de su vida ejercía grandísima influencia, especialmente sobre los judíos, pues entre ellos ejerció el ministerio como Obispo de Jerusalén. Murió martir el año 44.   Escribió la carta no mucho antes de padecer el martirio, y con el motivo de fortalecer a los cristianos, convertidos del judaísmo, que a causa de la persecución estaban en peligro de perder la fe y entregarse a una vida desenfrenada.    
Dirígese, por tanto, a  « las doces tribus que  viven dispersas «, esto es, a todos los hebreo-cristianos dentro y fuera de Palestina ( cfr. Rom. 10, 18 ). 
 

El estilo es conciso, sentencioso y rico en imágenes, desarrolladas en un ambiente de espiritualidad. Por ser un documento apóstolico del amor a los pobres y explotados, esta carta se llama con toda razón el Evangelio social.

Oremos  


Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que Santiago fuera el primero de entre los apóstoles en derramar su sangre por la predicación del Evangelio, fortalece a tu Iglesia con el testimonio de su martirio y confórtala con su valiosa protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.  Amén.

domingo, 21 de julio de 2013

“Andas inquiet@ y nervios@… solo una cosa es necesaria” (Evangelio dominical)







Desde hace algunas semanas, estamos recorriendo un camino junto con Jesús. Cuando se acercaba el tiempo de su ascenso a Jerusalén, Nuestro Señor “endureció su rostro” (Lc 9, 51) y se puso en marcha hacia la ciudad del gran Rey (Sal 47, 2). Ciertamente sabía que allí los sacerdotes y los escribas lo rechazarían y lo matarían, y todo aquel que intente detenerlo no tiene los pensamientos de Dios, sino los de los hombres (cf. Mt 16, 23).

En su recorrido, Jesús no siempre recibe hospedaje, ya que “tenía intención de ir a Jerusalén” (Lc 9, 53), y advierte a sus discípulos que cosas similares les sucederían a ellos (Lc 10, 10). ¡Ay de los lugares que, viendo pasar al Maestro, no lo alojan! ¿Qué será de nosotros si lo dejamos pasar? Si nuestra casa no le da albergue, ¡qué vacía se queda!

Ahora bien, querido hermano, no pienses que el Nazareno hace esto forzado. Nadie podría obligar al que creó todo, y por eso le dijo a Pilato que sólo tuvo potestad para condenarlo porque eso le fue permitido desde el Cielo (cf. Jn 9, 11). Jesús ha hecho todo por amor. Su corazón arde de amor por su Padre y por cada hombre, caído y miserable, necesitado de su renovación para ser verdaderamente feliz.

El doble fuego de caridad que lo encendía, es también nuestro acceso a la vida eterna (Lc 10, 27). “Haz eso y vivirás”, nos dice (Lc 10, 28). Elige la vida, ama a Dios y al prójimo y tendrás la verdadera savia que no se seca y que te rejuvenecerá siempre.

Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Lucas, en este Domingo XVI del Tiempo Ordinario - Ciclo "C"- .


Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):


En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Palabra del Señor        



COMENTARIO


¿Marta o María?




Se suele leer este texto evangélico en clave de dialéctica o confrontación entre la acción y la contemplación, entre el compromiso activo y la oración. Y, a juzgar por las severas palabras que Jesús dirige a Marta, sería la oración la que saldría ganando. Algo, por cierto, que no está muy en sintonía con la mentalidad actual. No es que Jesús descalifique por completo la acción, pues no habla de una parte buena y otra mala, sino de una especie de preferencia de la contemplación sobre el servicio, ya que se refiere a aquella como “la parte mejor”. ¿Está realmente Jesús alabando la oración y la contemplación en detrimento de la acción en favor de los demás, en este caso, incluso, del mismo Cristo? Si así fuera, no dejaría de resultar extraño, pues estas palabras de Jesús parecen chocar frontalmente con otras, en las que nos dice que para entrar en el Reino de los Cielos no basta decir “Señor, Señor”, sino que hay que hacer su voluntad (cf. Lc 6, 46; Mt 7, 21). Jesús exhorta en diversas ocasiones a adoptar esta actitud de servicio (cf. Lc 22, 26), hasta el punto de hacerse él mismo servidor de sus discípulos (cf. Lc 22, 27; Jn 13, 4-15). Y recordemos que en la parábola del Juicio Final (cf. Mt 25, 31-46) cifra la salvación no en específicas acciones religiosas, sino en la activa preocupación por aliviar a los que sufren.

Tal vez haya que buscar el hilo conductor y la clave de lectura de este texto evangélico en lo que tiene de común con la primera lectura: la actitud de acogida. En el texto de Génesis Abraham recibe a tres caminantes desconocidos, a los que ofrece las típicas muestras de hospitalidad oriental. El extraño hecho de que se dirija a ellos como a uno solo, llamándoles “Señor”, ha dado pie a que, ya desde la época patrística, se entienda este pasaje como una primera teofanía de la Trinidad. Acogiendo a los peregrinos, Abraham acoge al mismo Dios.


En el Evangelio Marta y María acogen a un caminante bien conocido, pues tanto aquí como en el evangelio de Juan (cf. Jn 11, 1-44), está atestiguada la amistad de esta familia con Jesús. La agitación de Abraham para atender debidamente a sus desconocidos huéspedes es similar a la de Marta, que “se multiplicaba para dar abasto con el servicio”. Salta a la vista (y parece que esa era la intención del evangelista en el modo de narrar los hechos) el contraste con la actitud de María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Cuando uno se multiplica es natural que pretenda que otros dividan con él el trabajo. Y también parece natural que se reaccione con una cierta irritación ante la aparente pasividad de los que deberían echar una mano. La apelación de Marta a Jesús da a entender ese enfado, que incluye un leve reproche al mismo Cristo: “¿No te importa…?” La, para muchos, sorprendente respuesta de Jesús denota tranquilidad y paciencia, pero también incluye una clara amonestación a la actitud de Marta (y una defensa de la de María). ¿Está Jesús, como insinuábamos al principio, dando prioridad a la contemplación sobre la acción?

Si la clave está en la acogida, podemos entender que hay dos formas de acogida: la acogida material, la preocupación por el bienestar externo del huésped; y la acogida de corazón, que abre no sólo la casa, sino que acepta a la persona con todo su significado, y se abre completamente a su mensaje. Jesús no critica la acción, ni rechaza en consecuencia la primera forma de acogida. Ya hemos dicho que nos avisa de que nuestra acogida de su persona no sea sólo de palabra (de boquilla, decimos en castellano), sino con actos. Pero, ¿cómo podemos hacer su voluntad, prolongando su misma actitud de servicio, si previamente no nos hemos detenido a escuchar atentamente su palabra, dejando que nos interpele y nos toque por dentro?

En el suave reproche a Marta, podemos leer una crítica del activismo, un mal que afecta a muchos en la Iglesia. Se emprende una actividad desbordante, apremiados por las muchas necesidades, se hacen muchísimas cosas, pero ese multiplicarse para dar abasto puede no tener el sello de la verdadera actividad cristiana, precisamente porque ya no se alcanza para “perder el tiempo” a los pies del Señor, en la escucha de su palabra. Se abren las puertas de la propia casa, se dedican el tiempo y las fuerzas a actividades religiosas, evangelizadoras, solidarias…, pero el trato con el Señor se queda fuera, Cristo se queda al margen de esa actividad intensísima: quiere hablar con nosotros (para eso ha venido a nuestra casa), pero se encuentra que, inquietos y nerviosos con tantas cosas, no le prestamos atención. Le hemos abierto las puertas exteriores de la casa, pero nuestro corazón permanece cerrado a su palabra. Y es que su palabra es peligrosa, nos pone en cuestión, nos llama a dar pasos que, tal vez, no queremos dar. La actividad puede ser una forma de autojustificación, una excusa para permanecer sordos a la palabra de Jesús (aunque la “usemos” con frecuencia, como material de nuestra actividad pastoral, o social). Cuando esto sucede, la mucha actividad refleja nuestras cualidades, nuestro compromiso, nuestra bondad, nuestra voluntad, pero ya no es el sacramento y el reflejo de lo único importante, de la Palabra (que es el mismo Cristo), que debemos transmitir, de la que debemos dar testimonio. ¿Cómo podemos reflejarla, si no la hemos escuchado, si no la hemos contemplado, si no le hemos dado cabida dentro de nosotros? Sí, Jesús quiere que hagamos, pero que hagamos su voluntad, que pongamos en práctica sus mandamientos, que nuestro servicio sea prolongación y testimonio del suyo, de Él, que se ha hecho servidor de sus hermanos.


Por este motivo, no debemos ser avaros en el tiempo de la escucha y la contemplación, en el tiempo dedicado a la aparentemente estéril oración. Obispos y sacerdotes, religiosos y laicos, todos en la Iglesia tienen que hacer suya esa parte mejor de María, para que en la actividad pastoral, social, profesional, familiar, en todo lo que hagamos, seamos un reflejo de la palabra que, como dice Pablo, amonesta, enseña, da sabiduría, y nos hace llegar a la madurez de la vida en Cristo, cada uno según su propia vocación dentro de la Iglesia.

Volviendo al episodio de Abraham, podemos comprender que en la aparente esterilidad de la oración hay, sin embargo, una fecundidad que ninguna actividad meramente humana puede alcanzar. El anciano Abraham y la estéril Sara reciben la promesa de una descendencia humanamente imposible. La Palabra escuchada y acogida es como una semilla que da frutos inesperados, frutos de vida nueva, de una vida más fuerte que la muerte.


Algo parecido se puede decir de algo tan humanamente inútil e indeseable como el sufrimiento. Pablo nos ilumina a este respecto, cuando hace de sus sufrimientos personales no sólo una participación en los dolores de Cristo (que sigue sufriendo en su Iglesia y en todo sufrimiento humano), sino también parte esencial de su ministerio apostólico. Esta es otra forma de estar a los pies del Señor, como María, la madre de Jesús, y las otras Marías, que “estaban junto a la cruz” (Jn 19, 25).

Así pues, tenemos que trabajar, actuar, realizar buenas obras, multiplicarnos como Marta (que también la Iglesia considera santa y modelo de acogida), pero hemos de hacerlo impregnados de la palabra del Señor, que escuchamos y contemplamos asidua y pacientemente. Es ella la que nos hace partícipes del Misterio Pascual de Cristo, la que nos ayuda a dar sentido cristiano a nuestras acciones y a nuestros propios sufrimientos, haciendo fecundo lo que a los ojos del mundo es estéril e inútil; es esa palabra, que es el mismo Cristo, la parte mejor que hemos de aprender a elegir, para, por medio de nuestras buenas obras (cf. Mt 5, 16), revelar eficazmente hoy al mundo el misterio escondido desde siglos y generaciones.