miércoles, 26 de febrero de 2020

Hoy es Miércoles de Ceniza!!





La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.


La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza este 26 de febrero de 2020 y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.

Para saber la fecha de la cuaresma y su inicio, el miércoles de ceniza, debemos contar 40 días hacia atrás desde el domingo anterior al domingo de Resurrección (domingo de ramos o de palmas). 


Las palabras que se usan para la imposición de cenizas, son:


“Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida”

“Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"

“Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.


Origen de la costumbre


                           



Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.

En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.

En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.

Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.

También, fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.

                                                             



La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos
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domingo, 23 de febrero de 2020

«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Evangelio Dominical)






Hoy, la Palabra de Dios, nos enseña que la fuente original y la medida de la santidad están en Dios: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Él nos inspira, y hacia Él caminamos. El sendero se recorre bajo la nueva ley, la del Amor. El amor es el seguro conductor de nuestros ideales, expresados tan certeramente en este quinto capítulo del Evangelio de san Mateo.

La antigua ley del Talión del libro del Éxodo (cf. Ex 21,23-35) —que quiso ser una ley que evitara las venganzas despiadadas y restringir al “ojo por ojo”, el desagravio bélico— es definitivamente superada por la Ley del amor. En estos versículos se entrega toda una Carta Magna de la moral creyente: el amor a Dios y al prójimo.






El Papa Benedicto XVI nos dice: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama». Jesús nos presenta la ley de una justicia sobreabundante, pues el mal no se vence haciendo más daño, sino expulsándolo de la vida, cortando así su eficacia contra nosotros.

Para vencer —nos dice Jesús— se ha de tener un gran dominio interior y la suficiente claridad de saber por cuál ley nos regimos: la del amor incondicional, gratuito y magnánimo. El amor lo llevó a la Cruz, pues el odio se vence con amor. Éste es el camino de la victoria, sin violencia, con humildad y amor gozoso, pues Dios es el Amor hecho acción. Y si nuestros actos proceden de este mismo amor que no defrauda, el Padre nos reconocerá como sus hijos. Éste es el camino perfecto, el del amor sobreabundante que nos pone en la corriente del Reino, cuya más fiel expresión es la sublime manifestación del desbordante amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5).





Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):


               




EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.

Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra de Dios





COMENTARIO.


                         




Las lecturas de hoy nos hablan del llamado de Dios a todos los seres humanos a que seamos santos, porque El es Santo.  Quiere decir que, si hemos de ser cristianos, debemos imitarlo a El.  Y esa imitación es principalmente en su santidad.

La santidad no es sólo para los Papas, los Sacerdotes y para los Santos que han sido reconocidos por la Iglesia –los Santos canonizados.  La santidad es para todos: hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos.  Todos estamos llamados a ser santos.

Sorprende que ese llamado a la santidad no es sólo hecho por Jesús en el Nuevo Testamento, sino que nos viene desde mucho más atrás.  La Primera Lectura es del Levítico, el tercer libro del Antiguo Testamento.  Veamos:

Dijo el Señor a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: 'Sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo. (Lev 19, 1-2)

Aquí Dios ordena a Moisés que le hable a toda la asamblea, en la que estaba el pueblo de Israel completo, sin hacer distinción de Sacerdotes y laicos, ni de hombres y mujeres, ni de niños y viejos.



                              



Y sucedió que unos 1.300 años después, Jesús, al no más comenzar su vida pública, repite este mismo mandato de ser santos a todo el pueblo que se reunió para escuchar su Sermón de la Montaña:  “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

Eso de la santidad o perfección (como la llama Jesucristo) abruma y asusta, porque la creemos imposible.  Pero los santos canonizados que precisamente la Iglesia nos presenta como modelos a imitar, no nacieron santos -inclusive muchos fueron bien pecadores- .  Y eran personas iguales a nosotros.  ¿Cuál es la diferencia?  Que ellos tomaron este mandato de Dios en serio…y lo creyeron posible.

Ahora bien, la santidad sólo es posible porque Dios es Santo y nos ofrece todas las ayudas necesarias para imitarlo a El y llegar a la santidad.

La santidad es el tema más importante del Evangelio de hoy, tanto que la Liturgia nos lo presenta también en la Primera Lectura.  Pero este Evangelio nos trae unos cuantos consejos que hemos de seguir para llegar a ser santos.  Esos consejos pueden resumirse en esto: No devolver mal por mal y perdonar a los enemigos.

La más controversial de estas instrucciones es la de poner la otra mejilla: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero Yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda”.

Y es controversial porque pareciera que Jesús nos está pidiendo que seamos tontos.  ¿Será así?  Pareciera que no, porque cuando Jesús fue interrogado por Caifás en el juicio antes de su condena a muerte, un guardia lo cacheteó.  Y ¿qué hizo Jesús?  Veamos cómo confrontó al guardia:


                             



Uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: « ¿Así contestas al sumo sacerdote? »  Jesús le dijo: « Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas? »  (Jn 18, 22-23)

Si continuamos con el Sermón de la Montaña, vemos que Jesús da dos consejos más que van en la misma línea de mostrar la otra mejilla: el entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas, y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano).

Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que biblistas estudiosos de las leyes, las normas y las costumbres hebreas, piensan que estos tres consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor.  En ese sentido pueden tomarse como consejos para resistir los irrespetos y las injusticias sin tener que recurrir a la violencia.  La no-violencia, pues.

Y para nosotros hoy –porque la Palabra de Dios es para todas las personas y para todos los tiempos- significan claramente lo que nos dice la Primera Lectura:   No te vengues ni guardes rencor.   No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón.  A quien nos ha hecho daño debemos perdonar, no podemos guardarle rencor (éste hace más daño al rencoroso que a aquél a quien se le tiene rencor).  Tampoco podemos distraer pensamientos de venganza y –mucho menos- realizar alguna acción de venganza personal.

Ama a tu prójimo como a ti mismo es otro de los mandatos.  Es fácil decir esta frase y se oye mucho por todos lados; por cierto, de manera tergiversada, queriendo decir que Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos.  Dios no nos manda a amarnos a nosotros mismos.  Lo que quiere decir el Señor es que usemos la medida con que nos amamos a nosotros mismos (somos egoístas y amamos muchísimo nuestra propia persona, y eso Dios lo sabe).  De allí que nos ponga esa medida mínima para amar a los demás.  Y ésa es la mínima, porque la máxima es la que Cristo nos mostró con su muerte por nosotros, y eso también nos lo va a pedir más adelante en su vida pública.

¿Cómo nos amamos a nosotros mismos?  Fijémonos bien: ¡cómo nos consentimos a nosotros mismos!  ¡Cómo nos comprendemos a nosotros mismos! ¡Cómo nos perdonamos nuestros errores y faltas!  ¡Cómo nos excusamos a nosotros mismos!  Así debe ser nuestra comprensión, nuestro perdón, nuestras excusas, nuestro cuidados para con los demás: como a nosotros mismos.

Pero Cristo sigue profundizando en el amor a los demás: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos”.

El amor a los demás hay que extenderlo a los enemigos y a los que nos odian y nos persiguen y nos calumnian.  Ya la exigencia se pone más difícil, ¿no?  Pero si Dios pide esto, será difícil, pero no imposible.  Y es posible porque El nos proporciona todas las gracias para cumplir con lo que nos pide.

Para convencernos bien de esto, más adelante en este mismo Sermón de la Montaña, nos dice que si no perdonamos a los que nos hacen daño, nuestro Padre Celestial tampoco nos perdonará a nosotros.  ¿Cómo es esto?  Pues como se oye: “Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.” (Mt 6, 15)

Una cosa muy interesante es la finalidad que nos da para tener ese comportamiento magnánimo con los enemigos: “hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial”.

¿Qué nos quiere decir el Señor?  Que cuando tratamos así a los enemigos, también los desarmamos y eso puede servirles de estímulo para que sean amigos de Dios y amigos nuestros.  Sólo así podremos ser -nosotros y nuestros enemigos- hijos de Dios.  Todos somos creaturas de Dios, pero para ser hijos de Dios hay unas cuantas exigencias.  Una de ellas parece ser el trato magnánimo a los enemigos.

Esto que nos propone Jesús fue lo que sucedió con los adversarios del Cristianismo al comienzo de la Era Cristiana: muchos enemigos se convertían por el amor y el perdón que les dejaban ver los primeros cristianos, aquéllos que realizaron la primera evangelización.  A nosotros nos toca ahora la Nueva Evangelización.  Tendremos que imitarlos, ¿no?


                                           



Pero muchos pensarán que estos consejos son necedades y que son imposibles de vivir hoy en día.  Eso puede ser así si juzgamos estas cosas según los criterios del mundo y no según los criterios de Dios.  Por eso nos advierte San Pablo en la Segunda Lectura: “Si alguno de ustedes se tiene a sí mismo por sabio según los criterios de este mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es ignorancia ante Dios… y Dios hace que los sabios caigan en la trampa de su propia astucia” (1 Cor 3, 16-23).

Las palabras del Salmo de hoy nos pueden enseñar a perdonar y a ser magnánimos: El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. (Salmo 102)









Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org



martes, 11 de febrero de 2020

HOY CELEBRAMOS A… NUESTRA SEÑORA DE LOURDES !!




El 11 de febrero de 1858, Bernadette, una niña de catorce años, recogía leña en Massbielle, en las afueras de Lourdes, cuando acercándose a una gruta, una de viento la sorprendió y vio una nube dorada y a una Señora vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal, en su cintura tenia una ancha cinta azul, sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un rosario.

Bernadette al principio se asustó, pero luego comenzó a rezar el rosario que siempre llevaba consigo, al mismo tiempo que la niña, la Señora pasaba las cuentas del suyo entre sus dedos, al finalizar, la Virgen María retrocedió hacia la Gruta y desapareció. Estas apariciones se repitieron 18 veces, hasta el día 16 de julio.

El 18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: "Ven aquí durante quince días seguidos". La niña le prometió hacerlo y la Señora le expresó "Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro".


La noticia de las apariciones se corrió por toda la comarca, y muchos acudían a la gruta creyendo en el suceso, otros se burlaban.
En la novena aparición, el 25 de febrero, la Señora mando a Santa Bernadette a beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de Lourdes.

En las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mando a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros, el pueblo presente en el lugar también la imito y hasta el día de hoy, esta práctica continúa.

El 25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña pregunta a la Señora ¿Quién eres?, y ella le responde: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

Luego Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.
En la aparición del día 5 de abril, la niña permanece en éxtasis, sin quemarse por la vela que se consume entre sus manos.

El 16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de Bernadette.

En el lugar se comenzó a construirse un Santuario, el Papa Pío IX le dio el titulo de Basílica en 1874. Las apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de Enero 1862.
Lourdes es uno de los lugares de mayor peregrinaje en el mundo, millones de personas acuden cada año y muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas milagrosas. La fiesta de Nuestra Señora de Lourdes se celebra el día de su primera aparición, el 11 de febrero.

El mensaje de la Virgen



El Mensaje que la Santísima Virgen dio en Lourdes, Francia, en 1858, puede resumirse en los siguientes puntos:

1-Es un agradecimiento del cielo por la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que se había declarado cuatro años antes (1854), al mismo tiempo que así se presenta Ella misma como Madre y modelo de pureza para el mundo que está necesitado de esta virtud.

2-Es una exaltación a la virtudes de la pobreza y humildad aceptadas cristianamente, al escoger a Bernardita como instrumento de su mensaje.



3-Un mensaje importantísimo en Lourdes es el de la Cruz. La Santísima Virgen le repite que lo importante es ser feliz en la otra vida, aunque para ello sea preciso aceptar la cruz.

4-Importancia de la oración, del rosario, de la penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello); también, un mensaje de misericordia infinita para los pecadores y del cuidado de los enfermos



ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA  DE LOURDES



Dóciles a la invitación de tu voz maternal, oh Virgen Inmaculada de Lourdes, acudimos a tus pies en la humilde gruta donde aparecisteis para indicar a los extraviados el camino de la oración y penitencia, dispensando a los que sufren las gracias y prodigios de tu soberana bondad.

Recibid, oh reina compasiva, las alabanzas y súplicas que pueblos y naciones, unidos en la angustia y la amargura, elevan confiados a Ti.

¡Oh blanca visión del paraíso, aparta de los espíritus las tinieblas del error con la luz de la fe! ¡Oh mística rosa, socorre las almas abatidas, con el celeste perfume de la esperanza! ¡Oh fuente inagotable de aguas saludables, reanima los corazones endurecidos, con la ola de la divina caridad!


Haz que nosotros tus hijos, confortados por Ti en las penas, protegidos en los peligros, apoyados en las luchas, amemos y sirvamos a tu dulce Jesús, y merezcamos los goces eternos junto a Ti. Amén.

domingo, 9 de febrero de 2020

«Vosotros sois la luz del mundo» (Evangelio Dominical)







Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente, contradictorias: como la sal y como la luz.

La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.

La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Santa Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).

Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.


                                 




A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según en qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.

Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).




Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):



                                     




EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor






COMENTARIO



                                  




 “Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo” (Mt. 5, 13-16), nos dijo el Señor en el Sermón de la Montaña.

Cuando no somos sal ni luz, no somos cristianos útiles.  ¿Y cuál es la sal y la luz que faltan para dar sabor al mundo?

Con sólo mirar a nuestro alrededor podemos darnos cuenta cómo está el mundo.

El mundo está intoxicado de materialismo y está insípido de espiritualidad.  Está intoxicado de valores equivocados y está insípido de valores eternos. Está intoxicado de conocimientos humanos y está insípido de Sabiduría Divina.  Por eso es que Jesús nos dice que debemos ser sal, para dar al mundo que nos rodea ese sabor que Dios quiere que tenga.

El cristiano debe darle sabor a este mundo insípido con lo que realmente es importante, que son las verdades y los valores eternos.

Por cierto, fijémonos que también nos alerta el Señor de no volvernos insípidos nosotros mismos, pues se nos puede “echar fuera”, como la sal que no sirve.

El problema consiste en que necesitamos esa sal.  Y no puedo ser sal, si la sal no me la da el mismo Señor.  Pero … ¿de dónde la sacamos?  La sacamos de la oración, de estar contacto con Dios mismo que así nos la dará.

¿Y qué oración será la mejor salina para sacar la mejor sal?  Toda oración es agradable a Dios, pero si queremos tener la mejor sal debemos ADORAR al Señor.



                                      





ADORAR es orar de una manera muy especial.  ¿Y cómo adoramos?  ADORAR es saber que Dios me ha creado.  Y porque me ha creado, soy de Él, dependo de Él.  Y como dependo de Él, me rindo a Él haciendo su voluntad.

En realidad toda oración debiera llevarnos a adorar, porque no queremos que la sal se vuelva insípida y no sirva de mucho.

Pero si no sabemos adorar a Dios, sucederá que la sal se volverá insípida y no será útil.

En el Aleluya hemos recordado que Jesucristo es “la Luz del mundo” (Jn. 8, 12).

Porque cuando se es “sal”, también se es “luz”.  Jesucristo es “la Luz del mundo”.   Y cuando adoramos Él nos da esa luminosidad espiritual que nos viene de Él.

Al llenarnos de la sal de Jesús ADORANDO, podremos llevar lo que el mundo necesita: Sabiduría Divina, espiritualidad y valores eternos.

Al llenarnos de la sal de Jesús en la ADORACIÓN, podremos llevar la Sabiduría Divina al mundo intoxicado de conocimientos humanos; los valores eternos al mundo intoxicado de falsos valores; la espiritualidad al mundo intoxicado de materialismo.  Eso es ser “sal”.

Al ADORAR también podremos practicar la Caridad, siendo reflejos del Amor de Dios.  Y es que si no adoramos, corremos el riesgo de que nuestra solidaridad para con los demás sea un mero acto de filantropía humana, y no lo que debe ser:  un verdadero reflejo del Amor de Dios.

El Evangelio de hoy (Mt. 5, 13-16) es la continuación del Sermón de la Montaña, que iniciamos el Domingo anterior con las Bienaventuranzas.  Enseguida de éstas, el Señor nos dice:  “Ustedes son la sal de la tierra ... Ustedes son la luz del mundo”.



                                           




Y, para ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” es necesario vivir el espíritu de las Bienaventuranzas.  O sea que, para poder ser “sal” y “luz”, debemos:

- Ser pobres de espíritu (es decir, sabernos nada ante Dios y actuar de acuerdo a esta realidad);

- Ser también mansos y humildes;

- Ser misericordiosos y puros;

- Saber, además, aceptar el sufrimiento dándole valor redentor;

- Tener también deseo de santidad, andar seguros y serenos en medio de las críticas y las persecuciones.

Y, adicionalmente, estar llenos de la Paz de Cristo para poder llevarla a los demás.  Esto es, en resumen, el espíritu de las Bienaventuranzas.

Sólo viviendo esa aparente contradicción que son las Bienaventuranzas podremos cumplir con lo que nos pide el Evangelio de hoy: ser “sal del mundo”.

Por eso la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 58, 7-10) nos habla de las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, etc.  Practicando la caridad así -no como un acto de filantropía humana, sino como reflejo del Amor de Dios- también seremos luz.  Nos dice Isaías que cuando se es misericordioso y caritativo, “surge tu luz como la aurora ... brilla tu luz en las tinieblas y tu oscuridad es como el mediodía”.

El Salmo 111 recuerda cómo el cristiano es luz.  “El justo brilla como una luz en las tinieblas”.  Ser justo se refiere aquí a vivir ajustados a la Voluntad de Dios.  Continúa el Salmista diciendo que el justo no vacila, está firme siempre y no teme las malas noticias, pues vive confiado en el Señor.

Y San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.

¿Qué hizo San Pablo?  El se limitó a ser portador de Cristo, no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y habló de Cristo.

San Pablo (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.


                                 




San Pablo nos recuerda que para ser sal y luz no hay que andar anunciando conocimientos humanos, sino que lo que hay que hacer es ser portador de Cristo.  (1 Cor. 2, 1-5)
Esa sabiduría llena de conocimientos humanos es vacía, porque está llena de mucho orgullo y vanidad.

San Pablo nos dice que él se limitó a ser portador de Cristo, que no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y habló de Cristo.

Sólo así, haciendo lo que Jesús nos pide, lo que San Pablo hizo, podrá el cristiano ser “sal”, dando sabor de Dios al mundo vacío de El, y ser “luz”, iluminando al mundo con Sabiduría Divina.   





























Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org