domingo, 27 de marzo de 2016

Hoy «es el día que hizo el Señor», !! (Resurrección de Jesucristo)



Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.

Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).


El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.

El “ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.



Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):


El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor



COMENTARIO:




La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación.  Por eso, la celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ... y también nuestra esperanza..

Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado El, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros.  En efecto, la Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra(cfr. Jn 6,40 y 5,29).

Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra salvación; es decir, ser santificados por El para poder llegar al Cielo.  Y además nos anuncia nuestra propia resurrección, pues Cristo nos dice: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6,40).


La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que siempre ha estado en la mente de los seres humanos, y que hoy en día surge con  renovado interés: ¿Hay vida después de esta vida?  ¿Qué sucede después de la muerte?  ¿Queda el hombre reducido al polvo?  ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra y en descomposición, o tal vez esté hecho cenizas, o pudiera quizá estar desaparecido en algún lugar desconocido?

La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas preguntas.  Y la respuesta es la siguiente: seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. J.n 5,29 y 6,40).  Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.  

La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra resurrección.  Su vida fue -y así debe ser la nuestra- de una total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios durante esta vida.  Sólo así podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen María.


Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro modo de pensar, de actuar, de vivir.  Es necesario “morir a nosotros mismos”;  es necesario morir a“nuestro viejo yo”.   Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva. 

Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta, sabemos que toda muerte duele.  Y la muerte del propio “yo” va acompañada de dolor.  No hay otra forma.  Pero no habrá una vida nueva si no nos “despojamos del hombre viejo y de la manera de vivir de ese hombre viejo”  (Rom 6, 3-11 y Col. 3,5-10).

Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no hemos enterrado nuestro “yo”.  Y ¿qué es nuestro “yo”?  El “yo” incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y nuestras faltas de virtud. 

Y el “yo” también incluye el apego a nuestros propios deseos y planes,  a nuestras propias maneras de ver las cosas, a nuestras propias ideas, a nuestros propios razonamientos; es decir, a todo aquello que aún pareciendo lícito, no está en la línea de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros.

Durante toda la Cuaresma la Palabra de Dios nos ha estado hablando de “conversión”, de cambio de vida.  A esto se refiere ese llamado:  a cambiar de vida,  a enterrar nuestro “yo”, para poder resucitar con Cristo.  Consiste todo esto -para decirlo en una sola frase- en poner a Dios en primer lugar en nuestra vida y a amarlo sobre todo lo demás.  Y amarlo significa complacerlo en todo.  Y complacer a Dios en todo significa hacer sólo su Voluntad... no la nuestra.

Así, poniendo a Dios de primero en todo, muriendo a nuestro “yo”, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como El, la Voluntad del Padre (Jn. 6, 37-40).



NO A LA RE-ENCARNACIÓN:



La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta ante el mito de la re-encarnación.  Sepamos los cristianos que nuestra esperanza no está en volver a nacer, nuestra esperanza no está en que nuestra alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer con esa mentira que es el mito de la re-encarnación.

Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación.  La re-encarnación y otras falsas creencias que nos vienen fuentes no cristianas, vienen a contaminar nuestra fe y podrían llevarnos a perder la verdadera fe. 
Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable, o conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la resurrección.  Y nuestra esperanza no está en re-encarnar, sino en resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y como nos ha prometido resucitarnos también a nosotros.

Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la resurrección ... y niega muchas otras cosas.  Parece muy atractiva esta falsa creencia.  Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?


¿QUÉ SIGNIFICA RESUCITAR?



Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero glorificado.  Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora.  Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán.  ¡Serán cuerpos gloriosos!

Ustedes se preguntarán, entonces... ¿Y cuándo será nuestra resurrección?  Eso lo responde el Catecismo de la Iglesia Católica, basándose en la Sagrada Escritura: “Sin duda en el “último día”, “al fin del mundo” ...  ¿Quién conoce este momento?  Nadie.  Ni los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial conoce el momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre las nubes con gran poder y gloria”, para juzgar a vivos y muertos.  En ese momento será nuestra resurrección: resucitaremos para la vida eterna en el Cielo -los que hayamos obrado bien- y resucitaremos para la condenación -los que hayamos obrado mal.

La Resurrección de Cristo nos invita, entonces, a tener nuestra mirada fija en el Cielo.  Así nos dice San Pablo: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba... pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra”  (Col. 3, 1-4).

¿Qué significa este importante consejo de San Pablo?  Significa que la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros.  Significa que en realidad no fuimos creados sólo para esta ante-sala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria, donde estaremos con Cristo, resucitados -como El- en cuerpos gloriosos.
Significa que, buscar la felicidad en esta tierra y concentrar todos nuestros esfuerzos en ello, es perder de vista el Cielo.  Significa que nuestra mirada debe estar en la meta hacia donde vamos.  Significa que las cosas de la tierra deben verse a la luz de las cosas del Cielo.

Significa que debiéramos tener los pies firmes en la tierra, pero la mirada puesta en el Cielo.

Significa que, si la razón de nuestra vida es llegar a ese sitio que Dios nuestro Padre ha preparado para aquéllos que hagamos su Voluntad, es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros esfuerzos.  Nuestro interés primordial durante esta vida temporal debiera ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo.  Lo demás, los logros temporales, debieran quedar en lo que son: cosas que pasan, seres que mueren, satisfacciones incompletas, cuestiones perecederas... Todo lo que aquí tengamos o podamos lograr pierde valor si se mira con ojos de eternidad, si podemos captarlo con los ojos de Dios.


La resurrección de Cristo y la nuestra es un dogma central de nuestra fe cristiana. ¡Vivamos esa esperanza!  No la dejemos enturbiar por errores y falsedades, como la re-encarnación.  No nos quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino tengamos nuestra mirada fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de Cristo y en nuestra futura resurrección.  Que así sea.


















Fuentes:
Santas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org




viernes, 25 de marzo de 2016

Hoy es Viernes Santo !!


La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.


La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.


El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

LA CELEBRACIÓN



Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.

Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.


ORACION DEL VIERNES SANTO



Viernes Santo, Viernes Santo,Viernes Santo
en aquel dia iba la virgen Maria en busca de su hijo amado.
Al volver de una esquina con una mujer se ha encontrado
-Señora, ¿ha visto usted a mi hijo amado?
-Si señora que lo he visto, por aqui ha pasado
con el peso de la cruz y 2 cadenas arrastrando
Yo saque mi pañuelito y su sudor se lo he limpiado
Canimenos, caminemos hacia el monte del calvario,
por mucho que aligeremos lo estaran crucificando
Ya lo clavan por los pies, ya lo clavan por las manos
ya vienen las tres Marias con los tres caliz dorados
recogiendo la sangre que Jesucristo ha derramado.
Amen.








Fuentes:
Iluminación Divina
Semana Santa
Ángel Corbalán

jueves, 24 de marzo de 2016

Tiempo de Jueves Santo !!



Hoy la Iglesia Universal celebra el Jueves Santo en la Semana Santa que es la fiesta más importante del año litúrgico. El Triduo Pascual sigue al tiempo de Cuaresma y se prolonga en la alegría de los cincuenta días del Tiempo Pascual.

En el Jueves Santo se actualiza la Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

Es en este día que los presbíteros participan junto a su Obispo en las Catedrales de cada diócesis en la Misa Crismal, donde se bendice los santos óleos que serán utilizados en la celebración del sacramento del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.

Este día por la noche y el viernes por la mañana, los fieles también realizan la tradicional visita a las siete iglesias.


Significado de la celebración



El Jueves Santo se celebra:


La Última Cena,

El Lavatorio de los pies,

La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio

la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

En la mañana de este día, en todas las catedrales de cada diócesis, el obispo reúne a los sacerdotes en torno al altar y, en una Misa solemne, se consagran los Santos Óleos que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.

En la Misa vespertina, antes del ofertorio, el sacerdote celebrante toma una toalla y una bandeja con agua y lava los pies de doce varones, recordando el mismo gesto de Jesús con sus apóstoles en la Última Cena.

     a)  Lecturas bíblicas:

Libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14; Primera carta del apóstol San Pablo a los corintios 11, 23-26; Evangelio según San Juan 13, 1-15.

b) La Eucaristía

Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación.
Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos.

b)    El lavatorio de los pies




Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en Él. Recordar que esta no es la única vez que Jesús nos habla acerca del servicio. Debemos procurar esta virtud para nuestra vida de todos los días. Vivir como servidores unos de otros.

c)    La noche en el huerto de los Olivos

Lectura del Evangelio según San Marcos14, 32-42.:

Reflexionemos con Jesús en lo que sentía en estos momentos: su miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él. Las virtudes que nos enseña Jesús este día, entre otras, son la obediencia, la generosidad y la humildad.


Los monumentos y la visita de las siete iglesias

Se acostumbra, después de la Misa vespertina, hacer un monumento para resaltar la Eucaristía y exponerla de una manera solemne para la adoración de los fieles.
La Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús, un acompañar a Jesús en la oración del huerto. Es por esta razón que las Iglesias preparan sus monumentos. Este es un día solemne.

En la visita de las siete iglesias o siete templos, se acostumbra llevar a cabo una breve oración en la que se dan gracias al Señor por todo su amor al quedarse con nosotros. Esto se hace en siete templos diferentes y simboliza el ir y venir de Jesús en la noche de la traición. Es a lo que refieren cuando dicen “traerte de Herodes a Pilatos”.

La cena de pascua en tiempos de Jesús



Hace miles de años, los judíos vivían en la tierra de Canaán, pero sobrevino una gran carestía y tuvieron que mudarse a vivir a Egipto, donde el faraón les regaló unas tierras fértiles donde pudieran vivir, gracias a la influencia de un judío llamado José, conocido como El soñador.

Después de muchos años, los israelitas se multiplicaron muchísimo en Egipto y el faraón tuvo miedo de que se rebelaran contra su reino. Ordenó matar a todos los niños varones israelitas, ahogándolos en el río Nilo. Moisés logró sobrevivir a esa matanza, pues su madre lo puso en una canasta en el río y fue recogido por la hija del faraón.
El faraón convirtió en esclavos a los israelitas, encomendándoles los trabajos más pesados.

Dios eligió a Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud. Como el faraón no accedía a liberarlos, Dios mandó caer diez plagas sobre Egipto.

La última de esas plagas fue la muerte de todos los primogénitos del reino.
Para que la plaga no cayera sobre los israelitas, Dios ordenó a Moisés que cada uno de ellos marcara la puerta de su casa con la sangre de un cordero y le dio instrucciones específicas para ello: En la cena, cada familia debía comerse entero a un cordero asado sin romperle los huesos. No debían dejar nada porque al día siguiente ya no estarían ahí. Para acompañar al cordero debían comerlo con pan ázimo y hierbas amargas. La hierbas amargas ayudarían a que tuvieran menos sed, ya que tendrían que caminar mucho en el desierto. El pan al no tener levadura no se haría duro y lo podían llevar para comer en el camino. Les mandó comer de pie y vestidos de viaje, con todas sus cosas listas, ya que tenían que estar preparados para salir cuando les avisaran.

Al día siguiente, el primogénito del faraón y de cada uno de los egipcios amaneció muerto. Esto hizo que el faraón accediera a dejar a los israelitas en libertad y éstos salieron a toda prisa de Egipto. El faraón pronto se arrepintió de haberlos dejado ir y envió a todo su ejército para traerlos de nuevo. Dios ayudó a su pueblo abriendo las aguas del mar Rojo para que pasaran y las cerró en el momento en que el ejército del faraón intentó pasar.

Desde ese día los judíos empezaron a celebrar la pascua en la primera luna llena de primavera, que fue cuando Dios los ayudó a liberarse de la esclavitud en Egipto.
Pascua quiere decir “paso”, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso de Dios por sus vidas.





Los judíos celebran la pascua con una cena muy parecida a la que tuvieron sus antepasados en la última noche que pasaron en Egipto.

Las fiesta de la pascua se llamaba “Pesaj” y se celebraba en recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Esto lo hacían al llegar la primavera, del 15 al 21 del mes hebreo de Nisán, en la luna llena.

Los elementos que se utilizaban en la cena eran los siguientes:

El Cordero: Al salir de Egipto, los judíos sacrificaron un cordero y con su sangre marcaron los dinteles de sus puertas.


Karpas: Es una hierba que se baña en agua salada y que recuerda las miserias de los judíos en Egipto.


Naror: Es una hierba amarga que simboliza los sufrimientos de los hebreos durante la esclavitud en Egipto. Comían naror para recordar que los egipcios amargaron la vida sus antepasados convirtiéndolos en esclavos.


Jarose: Es una mezcla de manzana, nuez, miel, vino y canela que simboliza la mezcla de arcilla que usaron los hebreos en Egipto para las construcciones del faraón.


Matzá: Es un pan sin levadura que simboliza el pan que sacaron los hebreos de Egipto que no alcanzó a fermentar por falta de tiempo.


Agua salada: Simboliza el camino por el Mar Rojo.


Cuatro copas de vino: Simbolizan cuatro expresiones Bíblicas de la liberación de Israel.


Siete velas: Alumbran dan luz. Esta simbolizan la venida del Mesías, luz del mundo.


La cena constaba de ocho partes:

1. Encendido de las luces de la fiesta: El que presidía la celebración encendía las velas, todos permanecían de pie y hacían una oración.

2. La bendición de la fiesta (Kiddush): Se sentaban todos a la mesa. Delante del que presidía la cena, había una gran copa o vasija de vino.
Frente a los demás miembros de la familia había un plato pequeño de agua salada y un plato con matzás, rábano o alguna otra hierba amarga, jaroses y alguna hierba verde.


Se servía la primera copa de vino, la copa de acción de gracias, y les daban a todos los miembros de la familia. Todos bebían la primera copa de vino. Después el sirviente presentaba una vasija, jarra y servilleta al que presidía la celebración, para que se lavara sus manos mientras decía la oración. Se comían la hierba verde, el sirviente llevaba un plato con tres matzás grandes, cada una envuelta en una servilleta. El que presidía la ceremonia desenvolvía la pieza superior y la levantaba en el plato.

3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah) Se servían la segunda copa de vino, la copa de Hagadah. Alguien de la familia leía la salida de Egipto del libro del Éxodo, capítulo 12. El sirviente traía el cordero pascual que debía ser macho y sin mancha y se asaba en un asador en forma de cruz y no se le podía romper ningún hueso. Se colocaba delante del que presidía la celebración les preguntaba por el significado de la fiesta de Pesaj. Ellos respondían que era el cordero pascual que nuestros padres sacrificaron al Señor en memoria de la noche en que Yahvé pasó de largo por las casas de nuestros padres en Egipto. Luego tomaba la pieza superior del pan ázimo y lo sostenía en alto. Luego levantaba la hierba amarga.



4.Oración de acción de gracias por la salida de Egipto: El que presidía la ceremonia levantaba su copa y hacía una oración de gracias. Colocaba la copa de vino en su lugar. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113.

5. La solemne bendición de la comida: Todos se sentaban y se bendecía el pan ázimo y las hierbas amargas. Tomaba primero el pan y lo bendecía. Después rompía la matzá superior en pequeñas porciones y distribuía un trozo a cada uno de los presentes. Ellos lo sostenían en sus manos y decían una oración. Cada persona ponía una porción de hierba amarga y algo de jaroses entre dos trozos de matzá y decían juntos una pequeña oración.

6. La cena pascual: Se llevaba a cabo la cena.



7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición.- Cuando se terminaban la cena, el que presidía tomaba la mitad grande de la matzá en medio del plato, la partía y la distribuía a todos los ahí reunidos. Todos sostenían la porción de matzá en sus manos mientras el que presidía decía una oración y luego se lo comían. Se les servía la tercera copa de vino, “la copa de la bendición”. Todos se ponían de pie y tomaban la copa de la bendición.

8. Bendición final: Se llenaban las copas por cuarta vez. Esta cuarta copa era la “Copa de Melquisedec”. Todos levantaban sus copas y decían una oración de alabanza a Dios. Se las tomaban y el que presidía la ceremonia concluía la celebración con la antigua bendición del Libro de los Números (6, 24-26).

Día de la Caridad:

En México, los obispos, han establecido que el Jueves Santo sea el día de la caridad. El objetivo de esto no es llevar a cabo una colecta para los pobres, sino mas bien el impulso de seguir el ejemplo de Jesús que compartió todo su ser.

















Fuentes:
Aci prensa
Sagradas Escrituras
Ángel Corbalán

domingo, 20 de marzo de 2016

¡Hosannas! y ¡Crucíficalo!, la contradicción de los hombres (Domingo de Ramos)



 Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación.

Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es el trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando. En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.

Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús, pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz. ¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos hoy de los labios de Jesús!:


—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega, cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no nos costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y absuelve sin mezquindad.

San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».



Evangelio


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22,14–23,56):

En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. El le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insitían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes,
que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre si.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».


Palabra del Señor


COMENTARIO




Estamos ya entrando a la Semana Santa.  En efecto, este Domingo de Ramos se da inicio formal a la Semana de la Pasión de Jesús.  Su persecución y condenación a muerte ya se había estado planeando desde antes, pero la revivificación de Lázaro en Betania, a poca distancia de Jerusalén que era el centro del poder civil y religioso, fue la gota que colmó el vaso, hasta tal punto que inclusive consideraron dar muerte también a Lázaro.

La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que precisamente hoy recordamos, fue un impresionante recibimiento, pues la población lo aclamó como el Mesías, el esperado por tanto tiempo por el pueblo de Israel.  Esta aclamación de Jesús por la mayoría del pueblo fue ciertamente provocada por el apoteósico milagro realizado pocos días antes:  el haber vuelto a la vida a un muerto ya sepultado y en franco proceso de deterioro.


Hoy, Domingo de Ramos, además de recibir las palmas benditas, la Liturgia nos introduce en los detalles de la Pasión de Cristo.  En efecto este año leemos la Pasión según la narra San Lucas (Lc. 22, 14 - 23, 56).

Meditar la Pasión del Señor es siempre un ejercicio muy provechoso para nuestra vida espiritual.  Y resulta más provechoso cuando podemos personalizar los efectos de la Pasión, es decir, cuando podemos percatarnos de que cada sufrimiento de Jesús fue por mí y para mí.  Caer en la cuenta de que yo personalmente estuve en el corazón y en la mente de Cristo en esos momentos es muy conveniente para aprovechar las gracias de redención que emanan de la Pasión salvadora de Jesús.


Parece que así lo reconoce San Pablo cuando escribe en primera persona:  “me amó a mí y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 5, 2).  Y se entregó al extremo, de manera que su cuerpo mortal quedó vacío de toda sangre y agua, al punto de que sus huesos podían verse y contarse a través de su piel (Sal. 22, 18).

Valga esto para resumir los sufrimientos físicos extremos que padeció por cada uno de nosotros ... (personalicemos) por mí, para salvarme, para pagar mi rescate.  Y, como leemos en la Primera Lectura, los sufrió sin quejarse en ningún momento.  “No he opuesto resistencia ni me he echado para atrás.  Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba.  No respondí a insultos y salivazos ...” (Is. 50, 4-7).

Pero quedan también los sufrimientos morales ... ¡En qué medida también los sufrió!  Para muestra, como introducción basta con detenernos en la oración en el Huerto de los Olivos, la noche antes de su muerte.  ¡Qué sufrimiento tan atroz, pues esa noche pudo vislumbrar en qué consistiría su Pasión y Muerte!  Podemos decir que sufrió su pasión por anticipado.  Allí Jesús, velada su divinidad, en oración ante su Padre, siente la angustia horrorosa de su próxima muerte en el mayor de los sufrimientos.
La medida de su dolor debe haber sido la misma medida de su amor.   Y su Amor es infinito, sin medida.  Pensemos solamente en que por su divinidad -aunque medio escondida en estos terribles momentos- Jesús podía conocer todas las ofensas que nosotros los seres humanos habíamos hecho y habríamos de hacer a Dios desde el principio del mundo hasta el final.  Como El cargó con todas nuestras culpas, deseaba entonces reparar por nuestros pecados ante el Padre y que así quedaran satisfechas todas nuestras ofensas.   


El ofendido era Dios; los ofensores, humanos.  Sólo Dios-Hombre podía repara tal ofensa.  La falta a un ser Infinito por parte de nosotros los seres humanos, requería una satisfacción infinita que sólo Jesús, Dios y Hombre verdadero, podía dar.
A esta carga se unía el que, dado su infinito Amor por cada uno de nosotros, le invadía una mayor tristeza aún por vernos ofendiendo al Padre.  La agonía no quedaba allí, sino que a esto se agregaban nuestros desagradecimientos y falta de correspondencia a todos estos sufrimientos suyos.  El ver que ¡tantos! desperdiciarían los indescriptibles tormentos que El padecería en su inminente Pasión y Muerte, pudo haber sido la mayor causa de esa lucha.  ¡El desprecio nuestro a su amor y a su entrega tiene que haber sido insoportable.


Tal fue el sufrimiento que tuvo que venir un Ángel para animarlo en su oración. 

¿Qué misterioso consuelo traería el Ángel a su Dios?  Algunos han especulado que, ante la angustia por todos los que desperdiciarían las gracias de redención, el consuelo angélico pudo haber sido el recuerdo de los muchos que sí se salvarían por su sufrimiento.  De allí que, nuevamente, por tercera vez, Jesús repite: “Padre, si es posible que pase de mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Modelo de oración para todo momento: en alegrías y en tristezas, en las dificultades y cuando no las hay, para uno mismo y para los demás.

Modelo de oración para poder cumplir la petición que hizo a sus Apóstoles esa noche: “Velen y oren para no caer en tentación”.