miércoles, 29 de junio de 2022

Hoy celebramos a San Pedro y San Pablo...




Cada 29 de junio, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, recordamos a estos grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, hacemos una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Ante todo es una fiesta de la catolicidad.


Pedro, el amigo frágil y apasionado de Jesús, es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Aceptó con humildad su misión hasta el final, hasta su muerte como mártir. Su tumba en la Basílica de San Pedro en el Vaticano es meta de millones de peregrinos que llegan de todo el mundo.

Pablo, el perseguidor de Cristianos que se convirtió en Apóstol de los gentiles, es un modelo de ardoroso eevangelizador para todos los católicos porque después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.


Y hoy 29 de junio se considera además como el Día del Papa.
 

En este día, además, se colabora con la solidaridad del Santo Padre, al recaudarse el Óbolo de San Pedro, cuyo fondo se destina a la misión evangelizadora y de caridad de la Iglesia.



San Pedro, Apóstol (s. I )  


 Recorría las calles de Betsaida con las cestas llenas acompañado de su padre Jonás y su hermano Andrés para vender la pesca. También pasaron horas remendando las redes, recomponiendo maderas y renovando las velas.   

Se casó joven. Era amigo de los Zebedeos, de Santiago y Juan, que eran de su mismo oficio. A veces, se sentaban en la plaza y,  comentaban lo que estaba en el ambiente pleno de ansiedad y con algo de misterio; hablaban del Mesías y de la redención de Israel. En la última doctrina que se explicó en la sinagoga el sábado pasado se hablaba de Él. 

Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, ha calentado el ambiente con sus bautismos de penitencia en el Jordán. Andrés está fuera de sí casi, gritándole: ¡Lo encontré! ¡Llévame a él!, le pidió. Desde entonces no se le quitará de la cabeza lo que le dijo el Rabbí de Nazaret: ¡Te llamarás Cefas!    





Continúa siendo tosco, rudo, quemado por el sol y el aire; pero él es sincero, explosivo, generoso y espontáneo. Cuando escucha atento a Jesús que dijo algo a los ricos, tiempo le faltó para afirmar «nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué será de nosotros?» Oye hablar al Maestro de tronos y piensa de repente, sin pensarlo «Seré el primero».   

Pedro es arrogante para tirarse al agua del lago y al mismo tiempo miedoso por hundirse. Cortó una oreja en Getsemaní y luego salió huyendo. Es el paradigma de la grandeza que da la fe y también  de la flaqueza de los hombres. Se ve en el Evangelio descrita la figura de Pedro con vehemencia para investigar; protestón ante Cristo que quiere lavarle los pies y noble al darle su cuerpo a limpiar.   

Es el primero en las listas, el primero en buscar a Jesús, el primero en tirar de la red que llevaba ciento cincuenta y tres peces grandes; y tres veces responde que sí al Amor con la humildad de la experiencia personal.   





 Roma no está tan lejos. Está hablando a los miserables y a los esclavos prometiendo libertad para ellos, hay esperanza para el enfermo y hasta el pobre se llama bienaventurado; los menestrales, patricios y militares... todos tienen un puesto; ¿milagro? resulta que todos son hermanos. Y saben que es gloria sufrir por Cristo.   

En la cárcel Mamertina está encerrado, sin derechos; no es romano, es sólo un judío y es cristiano. Comparte con el Maestro el trono: la cruz, cabeza abajo.  En el Vaticano sigue su cuerpo unificante y venerado de todo cristiano. 

San Pablo, Apóstol (s. I )




 Dejó escrito: «He combatido bien mi combate; he terminado mi carrera; he guardado la fe. Ahora me está reservada la corona de justicia que Dios, justo juez, me dará en su día; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida». 

Y fue mucha verdad que combatió, que hizo muchas carreras y que guardó la fe. Su competición, desde Damasco a la meta -le gustaba presentar la vida cristiana con imágenes deportivas- no fue en vano, y merecía el podio. Siempre hizo su marcha aprisa, aguijoneado con el espíritu de triunfo, porque se apuntó, como los campeones, a los que ganan.   

En otro tiempo, tuvo que contentarse con guardar los mantos de los que lapidaban a Esteban. Después se levantó como campeón de la libertad cristiana en el concilio que hubo en Jerusalén. Y vio necesario organizar las iglesias en Asia, con Bernabé; ciega con su palabra al mago Elimas y abre caminos en un mundo desconocido. 






Suelen acompañarle dos o tres compañeros, aunque a veces va solo. Entra en el Imperio de los ídolos: países bárbaros, gentes extrañas, ciudades paganas, caminos controlados por cuadrillas de bandidos, colonias de fanáticos hebreos fáciles al rencor y tardos para el perdón. Antioquía, Pisidia, Licaonia, Galacia.   

Y siempre anunciando que Jesús es el hijo de Dios, Señor, Redentor y Juez de vivos y muertos que veinte años antes había ido de un lado para otro por Palestina, como un vagabundo, y que fue rechazado y colgado en la cruz por blasfemo y sedicioso. 

Los judíos se conjuraron para asesinarle. En la sinagoga le rechazan y los paganos le oyen en las plazas. Alguno se hace discípulo y muchos se amotinan, le apedrean y maldicen. Va y viene cuando menos se le espera; no tiene un plan previo porque es el Espíritu quien le lleva; de casi todos lados le echan.   





 
Filipos es casi-casi la puerta de Europa que le hace guiños para entrar; de allí es Lidia la primera que cree; pero también hubo protestas y acusaciones interesadas hasta el punto de levantarse la ciudad y declararlo judío indeseable haciendo que termine en la cárcel, después de recibir los azotes de reglamento. En esta ocasión, hubo en el calabozo luces y cadenas rotas. 

Tesalónica, que es rica y da culto a Afrodita, es buena ciudad para predicar la pobreza y la continencia. Judío errante llega a Atenas -toda ella cultura y sabiduría- donde conocen y dan culto a todos los diosecillos imaginables, pero ignoran allí al Dios verdadero que es capaz de resucitar a los muertos como sucedió con Jesús.   

Corinto le ofrece tiempo más largo. Hace tiendas y pasa los sábados en las sinagogas donde se reúnen sus paisanos. Allí, como maestro, discute y predica.   El tiempo libre ¡qué ilusión! tiene que emplearlo en atender las urgencias, porque llegan los problemas, las herejías, en algunas partes no entendieron bien lo que dijo y hay confusión, se producen escándalos y algunos tienen miedo a la parusía cercana.   Para estas cuestiones es preciso escribir cartas que deben llegar pronto, con doctrina nítida, clara y certera; Pablo las escribe y manda llenas de exhortaciones, dando ánimos y sugiriendo consejos prácticos. 



En Éfeso trabaja y predica. Los magos envidian su poder y los orfebres venden menos desde que está Pablo; el negocio montado con las imágenes de la diosa Artemis se está acabando. Las menores ganancias provocan el tumulto. 

Piensa en Roma y en los confines del Imperio; el mismo Finisterre, tan lejano, será una tierra bárbara a visitar para dejar sus surcos bien sembrados. Solo el límite del mundo pone límite a la Verdad.  

 Quiere despedirse de Jerusalén y en Mileto empieza a decir «adiós». La Pentecostés del cincuenta y nueve le brinda en Jerusalén la calumnia de haber profanado el templo con sacrilegio. Allí mismo quieren matarlo; interviene el tribuno, hay discurso y apelación al César. El camino es lento, con cadenas y soldado, en el mar naufraga, se producen vicisitudes sin cuento y se hace todo muy despacio.  




La circunstancia de cautivo sufrido y enamorado le lleva a escribir cartas donde expresa el misterio de la unión indivisible y fiel de Cristo con su Iglesia.   Al viajero que es místico, maestro, obrero práctico, insobornable, valiente, testarudo, profundo, piadoso, exigente y magnánimo lo pone en libertad, en la primavera del año sesenta y cuatro, el tribunal de Nerón. Pocos meses más tarde, el hebreo ciudadano romano tiende su cuello a la espada cerca del Tíber.

¿Que nos enseña la vida de Pedro?




Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse para ser santos todos los días Pedro concretamente nos dice: " sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado" ( I Pedro, 1, 15)

Cada quién, de acuerdo a su estado de vida debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.

Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

¿Que nos enseña la vida de San Pablo?



Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicándo su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar que viva, y de diferente maneras.

Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.



Oración:


 Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de estos apóstoles, de quienes recibió el primer anuncio de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén 










Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral atólico
Ángel Corbalán

domingo, 26 de junio de 2022

«Sígueme» (Evangelio Dominical)

 

 

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestro seguimiento de Cristo. Importa saber seguirlo como Él lo espera. Santiago y Juan aún no habían aprendido el mensaje de amor y de perdón: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Lc 9,54). Los otros convocados aún no se desprendían realmente de sus lazos familiares. Para seguir a Jesucristo y cumplir con nuestra misión, hay que hacerlo libres de toda atadura: «Nadie que (...) mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

Con motivo de una Jornada Misionera Mundial, San Juan Pablo II hizo un llamamiento a los católicos a ser misioneros del Evangelio de Cristo a través del diálogo y el perdón. El lema había sido: «La misión es anuncio de perdón». Dijo el Papa que sólo el amor de Dios es capaz de hermanar a los hombres de toda raza y cultura, y podrá hacer desaparecer las dolorosas divisiones, los contrastes ideológicos, las desigualdades económicas y los violentos atropellos que oprimen todavía a la Humanidad. Mediante la evangelización, los creyentes ayudan a los hombres a reconocerse como hermanos.






Si nos sentimos verdaderos hermanos, podremos comenzar a comprendernos y a dialogar con respeto. El Papa ha subrayado que el empeño por un diálogo atento y respetuoso es una condición para un auténtico testimonio del amor salvífico de Dios, porque quien perdona abre el corazón a los demás y se hace capaz de amar. El Señor nos lo dejó dicho en la Última Cena: «Que os améis los unos a los otros, así como Yo os he amado (...). En esto reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,34-35).

Evangelizar es tarea de todos, aunque de modo diferente. Para algunos será acudir a muchos países donde aún no conocen a Jesús. A otros, en cambio, les corresponde evangelizar a su alrededor. Preguntémonos, por ejemplo, si quienes nos rodean saben y viven las verdades fundamentales de nuestra fe. Todos podemos y debemos apoyar, con nuestra oración, sacrificio y acción, la labor misionera, además del testimonio de nuestro perdón y comprensión para con los demás.



 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-62):




Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
«Te seguiré adondequiera que vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
A otro le dijo:
«Sígueme».
El respondió:
«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».
Le contestó:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».
Jesús le contestó:
«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO

 

 


 

Las Lecturas de hoy nos hablan de escogencia y de seguimiento a Dios, y de la respuesta que Él espera de nosotros.

 

La Primera Lectura (1 Rey 19, 16-21) nos habla de la escogencia y consagración del Profeta Eliseo por parte del Profeta Elías.  Eliseo dejó sus posesiones (doce pares de bueyes).  Sólo pidió despedirse de sus padres e inmediatamente siguió a Elías.  Notemos que los afectos familiares están presentes, pero Dios tiene derecho de pedir a cualquiera de nosotros que dejemos todo para seguir su llamado.  En el caso de Eliseo, lo llamó ¡nada menos! que para ser Profeta en lugar de Elías.  Por eso Elías le dice: “Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo”.

 

En el Salmo pedimos al Señor que nos enseñe nuestro camino: “Enséñame, Señor, el camino de la vida”.  “Yo siempre he dicho que Tú eres mi Señor”.  Es decir, Dios es nuestro Dueño.  ¡Qué fácil decir esto!  Pero ¡qué difícil aceptarlo y practicarlo!  Porque nos creemos nuestros propios dueños.  Y no es así.  Bien rezamos en el Salmo: “mi vida está en sus manos”.  Tan en manos de Dios está nuestra vida que ¡cada latido de nuestro corazón depende de Él!

 

En la Segunda Lectura (Gal 5, 1 y 13-18) San Pablo nos habla de la libertad.  “Cristo nos ha liberado, para que seamos libres”.  Sí.  Cristo nos liberó del secuestro en que nos tenía el Demonio.  Después de la redención de Cristo somos libres del pecado y de la muerte en que nos tenía Satanás.  Por eso San Pablo nos advierte de que no volvamos a caer en lo mismo.  “No se sometan de nuevo”.  Nuestra vocación, nos dice el Apóstol, “es la libertad”. 

 

Y entonces, nos habla del recto uso de la libertad.  Libertad no es libertinaje.  Libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana.  Eso sería “tomar la libertad como un pretexto para satisfacer el egoísmo”.  Más bien nos dice que, en esa libertad, debemos hacernos “servidores unos de los otros por amor... pues si ustedes se muerden y se devoran mutuamente, acabarán por destruirse”.  Es lo que vemos a nuestro derredor.

 

Y todo porque no vivimos “de acuerdo a las exigencias del Espíritu”, sino que nos hemos dejado “arrastrar por el desorden egoísta del hombre.  Este desorden está en contra del Espíritu de Dios”.

 

Y ese desorden que promueve el Maligno “es tan radical, que nos impide hacer lo que querríamos hacer”.  Nos impide ser verdaderamente libres.

 


Creemos que somos libres y que estamos siendo libres.  Pero no lo somos.  Somos realmente libres cuando, usando nuestra libertad, nos sometemos libremente a la Voluntad de Dios.

 

En el Evangelio (Lc 9, 51-62) vemos a Jesús “tomando la firme determinación de emprender viaje a Jerusalén, cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo”.  Sabía que allí sería juzgado injustísimamente, para luego morir crucificado.  Y, con "firme determinación”, siguió el camino hacia su inmolación en la cruz.

 

En la ruta se presenta un inconveniente con los samaritanos, quienes no quisieron recibirlo.  Para ir a Jerusalén tenía que pasar por Samaria, pero samaritanos y judíos se despreciaban mutuamente.  Santiago y Juan quieren hacer un mal uso del poder de Dios.  “¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos”?  Jesús, por supuesto, los reprende.  Y decide hospedarse en otra aldea.

 

Y, mientras iba de camino, tres candidatos -pero no a Presidente o a algún cargo público- sino a discípulos de Cristo, se cruzan con ellos. Y esos tres “candidatos” representan a los muchos candidatos a discípulos que el Señor ha tenido y que seguirá teniendo hasta que llegue el fin del mundo.

 

El primero se acerca al Maestro para ofrecérsele como seguidor suyo: “Te seguiré dondequiera que vayas”, le dijo a Jesús.  Y éste le informa de una de las condiciones que tendrá que afrontar: no hay seguridades terrenas.  Al Jesús advertirle: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”, le hace ver que hasta los animales tienen una casa, un sitio donde vivir, pero El no tiene un sitio para dormir.

 

¿Cómo puede ser esto?  ¿Jesús no tenía casa?  Mientras vivió en Nazaret, antes de comenzar su predicación, efectivamente tenía donde vivir.  Pero al comenzar su vida pública andaba como un peregrino, quedándose donde lo recibieran; pasaba las noches orando en un monte, o acampaba en algún lugar en despoblado, es decir, a la intemperie.

 



El hogar es la base de la seguridad terrena.  Y el Señor advierte que quien quiera seguirlo debe desprenderse de las seguridades y ventajas terrenas.  ¿Significa que debemos quedarnos sin casa o habitación?  No.  Al menos no todos.

 

Los que siguen a Jesús en la vida religiosa tienen que tener este desprendimiento especial de no tener hogar propio.  Pero los que no tenemos voto de pobreza y vivimos en el mundo, por supuesto tenemos nuestros hogares, pero debemos aprender a seguir a Cristo sin intereses mezquinos ni segundas intenciones y, además, sin importarnos que el camino a donde nos lleve ese seguimiento pueda tornarse -como de hecho suele suceder- incómodo, difícil, sin seguridades, en confianza ciega a lo que nos vaya exigiendo Dios, llegando -incluso- a la inmolación total.

 

Al segundo candidato Jesús es quien le pide que le siga y éste le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”.  La respuesta de Jesús es fuerte: “Deja que los muertos entierren a sus muertos.  Tú, ve y anuncia el Reino de Dios”.

 

Es probable que la petición del candidato a discípulo no haya sido simplemente para ocuparse del entierro de su padre muerto, sino que era una expresión para significar que quería ocuparse de su padre mientras viviera.  En todo caso, la respuesta del Señor indica que cuando Él llama, desea que se le responda de inmediato, sin retrasos.

 


Porque... ¿qué significa amar a Dios sobre todas las cosas?  Significa ponerlo a Él primero que todo y también primero que todos.  Si Dios urge nuestro servicio, el responderle a Él va primero que todo.

 

Y con relación a la fuerte respuesta de Jesús (“que los muertos entierren a sus muertos”), pareciera que el Señor se refiere a los muertos en sentido espiritual.  Posiblemente “vivos” serían los que Él llama para anunciar el Reino de Dios, y “muertos” los “muertos” a la gracia, que estaban cerrados al mensaje de salvación que Cristo vino a traer.

 

El tercer candidato es probable que ya haya sido seguidor de Jesús, y que le haya pedido autorización para volver por un tiempo a su familia: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”.  La respuesta de Jesús se refiere a la inconstancia: “El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.

 

¡Cuántas excusas!  ¡Cuánta falta de perseverancia en el servicio a Dios!  ¡Cuántas marchas y contra-marchas!  Para seguir a Cristo hay que tener, como decía Santa Teresa de Jesús, “una determinada determinación”, que es lo mismo que decir: “una decidida decisión”.  Porque vienen los momentos de decaimiento, desaliento, incomprensiones y persecuciones, y de tentaciones también.  Y -ya lo dice el Señor a este tercer candidato- hay que saber que no hay vuelta a atrás.  Hay que seguir adelante. “¡Más hubiera valido no empezar!”, también exclama Santa Teresa.

 

Todo esto se aplica muy especialmente a los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, pero también se nos pueden presentar momentos decisivos a las demás personas que formamos parte de los seguidores de Cristo.

 



Es en esos momentos cuando necesitamos tener perseverancia.  A veces hasta habría que renunciar a cosas lícitas, como pueden ser los bienes materiales, nuestra seguridad, ciertas comodidades, nuestra realización personal.  Y es que el Señor pueda que nos pida dejar de lado todas o algunas de estas cosas para seguirlo a Él. 

 

 















Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilia.org

domingo, 19 de junio de 2022

«Dadles vosotros de comer» (Evangelio Dominical)

 

 


Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):

 

 




En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra del Señor

 


 

COMENTARIO

 

 


 

Jesucristo murió, resucitó y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre.  Pero también permanece en la hostia consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual.  Este es el gran misterio que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.

 

Pero el milagro del Cuerpo de Cristo va mucho más lejos: estar en Misa es estar también en el Calvario y en el Cielo.  En efecto, la Santa Misa es el milagro más grande de tiempo y espacio que podemos vivir.

 

La Santa Misa no es una repetición del sacrificio de Cristo en el Calvario, sino que es exactamente el mismo Sacrificio del Calvario: como si los asistentes a la Misa estuviéramos allá a los pies de la Cruz en aquel primer Viernes Santo.

 

Esta conexión queda bellamente sugerida en la película La Pasión de Mel Gibson.  En este film hay recuerdos llenos de un contenido teológico-bíblico maravilloso y exquisito.

 

Al llegar Jesús al Gólgota, soltando la cruz, mira al cielo.  Para hacer la conexión con la Eucaristía, la imagen cambia a la Última Cena cuando le son presentados a Jesús los panes cubiertos con un paño.  De inmediato volvemos al Calvario y vemos a Cristo siendo despojado de sus vestiduras.  El Cuerpo desnudo del Calvario es el mismo Cuerpo del Pan de la Cena: Corpus Christi.

 

Ya crucificado, antes de ser levantada la Cruz, la película nos traslada al preciso momento de la institución de la Eucaristía.  Jesús toma el pan en la mano, lo parte y dice: “Tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su Cuerpo, el mismo que nos había ofrecido en la Última Cena –el mismo que nos ofrece en cada Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.

 



Luego, mientras la Cruz es levantada, vemos mucha sangre manar del cuerpo de Cristo, y enseguida aparece el flashback de Jesús con el cáliz de vino entre sus manos.  Toma un sorbo y dice: “Tomen y beban.  Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados.  Hagan esto en memoria mía”.  Y en ese momento se ve a Juan tomando el vino.  Luego se vuelve a la crucifixión, y Jesús sangra aún más.

 

Tal como lo anunció al presentar el Cáliz en la Última Cena: Su Sangre es derramada por nosotros para perdonar nuestros pecados; Su Cuerpo es entregado por nosotros. Y ese Cuerpo y esa Sangre -los mismos de la Cruz- son el Pan y el Vino consagrados, cuando el Sacerdote pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Última Cena.    

 

La Consagración es el Calvario.  Pero en la Comunión recibimos a Jesús Resucitado, vivo, para Él comunicarnos su Vida.

 

“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, dice el Sacerdote al presentarnos la Hostia Consagrada antes de la Comunión. 

 

Y ¿dónde está el Cordero de Dios también?  Nos lo dice el Apocalipsis.  Está en el Cielo.  Cristo es el “Cordero que está de pie, a pesar de haber sido sacrificado” en pleno centro del Trono Celestial.  Y es por Él y a Él que cantan y alaban todos los Ángeles y Santos del Cielo (Ap 5, 6-14).

 

De tal forma que cuando estamos en Misa, estamos allí, pero estamos también en el Calvario y en el Cielo.  Estamos en Misa, pero estamos presenciando la muerte de Cristo en la cruz… y también estamos participando de la Liturgia Celestial que nos narra el Apocalipsis.

 

¡Qué gran milagro es la Santa Misa y la Comunión!  Es el milagro más grande de tiempo y espacio que podamos vivir.  ¿Nos damos cuenta?  Y ¿nos damos cuenta de cuánto hace Dios para darse a nosotros?

 

En la cueva de Belén era un bebé, que necesitaba ser cuidado y amamantado.  En la Cruz parecía un criminal.  En la Eucaristía es aún más humilde; ni siquiera parece humano: sólo parece pan y vino.  ¡Y es Dios!

 



“¡Qué sublime humildad: Que el Señor de todo el universo, Dios e Hijo de Dios, se humille así bajo la forma de un trocito de pan para nuestra salvación!”, nos dice San Francisco de Asís.

 

“Reconoced en el Pan de la Eucaristía a Aquél que colgó de la Cruz”, nos dice San Agustín.

 

Cierto que en este mundo no podemos ver a Dios con nuestros propios ojos… Pero sí podemos verlo hecho pan y vino.  Y podemos alimentarnos de Él.

 

¡Cuántos no desearíamos poder ver a Jesús cara a cara!  Pero nos dice San Juan Crisóstomo que sí lo vemos, que lo tocamos.  ¡Que hasta lo comemos!  “Él se da a ti, no sólo para verlo, sino también para ser alimento y nutrición para ti”.

 

¿Nos damos cuenta, entonces, cuánto nos ama Dios?  ¿Nos damos cuenta cuánto hace para estar con nosotros?  La Madre Teresa de Calcuta expresa muy bien la muestra de Amor de Dios que es la Eucaristía:

 

“Cuando vemos el Crucifijo, podemos comprender cuánto nos amó Jesús entonces.  Cuando vemos la Sagrada Hostia comprendemos cuándo nos ama Jesús ahora.” 

 


El misterio del Corpus Christi es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado: Es Su Cuerpo y su Sangre entregados en la Cruz para ser su Presencia Real y Viva en medio de nosotros cuando Lo reconocemos y Lo adoramos en la Hostia Consagrada.  Pero, sobre todo, para ser alimento de nuestra vida espiritual cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión.

 

 

 

 

Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilia.org