domingo, 28 de marzo de 2021

Hoy es Domingo de Ramos!!

                                   


Cuando llegaba a Jerusalén para celebrar la pascua, Jesús les pidió a sus discípulos traer un burrito y lo montó. Antes de entrar en Jerusalén, la gente tendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso, tal como acostumbraban saludar a los reyes.

Los que iban delante y detrás de Jesús gritaban:

"¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"

Entró a la ciudad de Jerusalén, que era la ciudad más importante y la capital de su nación, y mucha gente, niños y adultos, lo acompañaron y recibieron como a un rey con palmas y ramos gritándole “hosanna” que significa “Viva”.

La gente de la ciudad preguntaba ¿quién es éste? y les respondían: “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”. Esta fue su entrada triunfal.

La muchedumbre que lo seguía estaba formada por hombres, mujeres y niños, cada uno con su nombre, su ocupación, sus cosas buenas y malas, y con el mismo interés de seguir a Jesús.

Algunas de estas personas habían estado presentes en los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas.

Esto los llevó a alabarlo con palmas en las manos cuando entró en Jerusalén.

Fueron muchos los que siguieron a Cristo en este momento de triunfo, pero fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte.

Mientras esto sucedía, los sacerdotes judíos buscaban pretextos para meterlo en la cárcel,

pues les dio miedo al ver cómo la gente lo amaba cada vez más y como lo habían aclamado al entrar a Jerusalén.

¿Qué significado tiene esto en nuestras vidas?


Es una oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas.Debemos parecernos a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “que viva mi Cristo, que viva mi rey...”

Es un día en el que le podemos decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él.

Que queremos que sea el rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero. Queremos que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida.


Explicación de la Misa del Domingo de Ramos

La Misa se inicia con la procesión de las palmas. Nosotros recibimos las palmas y decimos o cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. El sacerdote bendice las palmas y dirige la procesión. Luego se comienza la Misa. Se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo.

Al terminar la Misa, nos llevamos las palmas benditas a nuestro hogar. Se acostumbra colocarlas detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es nuestro rey y que debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar. Es importante no hacer de esta costumbre una superstición pensando que por tener nuestra palma, no van a entrar ladrones a nuestros hogares y que nos vamos a librar de la mala suerte.


Oración para poner las palmas benditas en el hogar:


Bendice Señor nuestro hogar.
Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
Sé tú, el Rey en nuestro hogar.
Amén.













Fuentes:

Sagradas Escrituras
Iluminación Divina
Catholic net
Ángel Corbalán

viernes, 26 de marzo de 2021

Hoy es… Viernes de Dolores !!



El “Viernes de Dolores” es el viernes anterior al Domingo de Ramos, comprendido dentro de la última semana de la Cuaresma, conocida por la Iglesia como “Semana de Pasión”. En algunos lugares es considerado como el inicio de la Semana Santa, al iniciarse en éste los desfiles procesionales. Este día conmemora el dolor que sufrió la Virgen María por la muerte de su hijo.

Hoy es Viernes de Dolores, dentro de dos días Jesús hará su entrada triunfal en Jerusalén, montado en una burrita, y cumplirá paso por paso, lo encomendado por “SU PADRE”, “NUESTRO PADRE DIOS”. Para los que no lo sepan, el Viernes de Dolores es el viernes, antes del Domingo de Resurrección, incluido dentro de lo que los cristianos llamamos “LA SEMANA DE PASIÓN”, en este día, nos acordamos de Nuestra Madre María, de su sufrimiento, ya que sabiendo el destino de su único Hijo, Nuestro Padre Jesús, no se opuso, y tragando su pena, supo aceptar en ella la voluntad de Dios, este es el segundo gran momento, para mí en la vida de Nuestra Madre, el primero aceptar su embarazo sin conocer varón, vencer esas habladurías de la época, y el segundo, tener que sufrir perder a su Hijo, todo un ejemplo de AMOR, CARIDAD y FORTALEZA, el de nuestra Madre María Santísima.

Estamos ante un momento de júbilo, porque Jesús cumple su destino, para salvarnos a los hombres y mujeres de la Tierra. Pero también estamos en un momento de reflexión, un tiempo de limpieza diría yo, es un gran momento para hacer “limpieza general en nuestra mente y en nuestro corazón”, es un momento de acompañar a Cristo en cada uno de sus pasos, momento de sufrir sus azotes, su juicio, su cruz, su muerte, y de alegrarnos con su Resurrección, y es que “Ese hombre que era hombre y era Dios”, nos dio una Palabra de Amor, y es esa Palabra la que aquí nos une aquí.

Himno.

La palabra que nos une,
que nos une hoy aquí,
nos ayuda a ver mejor,
la enseñanza que nos dio,
aquel hombre que era hombre
y era Dios”.



Y es comienzo de procesiones en Andalucía.


 
• En la Semana Santa en Sevilla procesionan sin realizar la Carrera Oficial un total de seis hermandades: Hermandad de Jesús de Nazaret, Hermandad de Padre Pío, Hermandad de la Misión, Hermandad de La Corona, Hermandad de Pasión y Muerte y Hermandad del Dulce Nombre de Bellavista.

• En Loja (Granada) el Viernes de Dolores Procesiona la Santísima Hermandad de la Virgen de los Dolores, de la orden Servita, esto es el inicio de la Semana Santa en Loja.

• En Purchil - Vegas del Genil (Granada) sale procesionalmente la patrona, Nuestra Señora de los Dolores.

• En el distrito del Puerto de la Torre, Málaga, cada Viernes de Dolores tiene lugar la procesión de la Cofradía Sacramental del Santísimo Cristo de la Hermandad y Caridad, Nuestra Señora de los Dolores y San Juan Evangelista, conocida popularmente como los Dolores del Puerto de la Torre. Se trata de una antigua cofradía que no se encuentra en el seno de la Agrupación de Cofradías de Málaga pero que goza de un gran fervor popular. Además procesionan otras hermandades de la ciudad de Málaga, como la de la Mediadora en el distrito Carretera de Cádiz.

• La Semana Santa en el Valle de Abdalajís, Málaga comienza con el Viernes de Dolores, al procesionar María Santísima de los Dolores, patrona de todos los vallesteros











Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
porlafamiliaporlavida.org
Ángel Corbalán

domingo, 21 de marzo de 2021

«Si alguno me sirve, que me siga» (Evangelio Dominical)

 



Hoy escuchamos un pasaje evangélico cuyas palabras —de la mano del discípulo amado— debieron transmitir un fuerte coraje en el camino de la fe durante las persecuciones que sufrieron los primeros cristianos. En aquellos días de las fiestas judías, algunos griegos acudieron a Jerusalén para rendir culto y quisieron ver a Jesús. Pidieron ayuda a los discípulos.


“Ver a Jesús” no significa simplemente mirarle, cosa que probablemente pretendían aquellos griegos. “Ver a Jesús” es entrar totalmente en su modo de pensar; significa entender por qué Él tenía que sufrir y morir para resucitar. Como el grano de trigo, Jesucristo tiene que dejarlo todo, incluso su propia vida, para poder traer vida para Él y para muchos otros.

Si no captamos esto como el núcleo de la vida de Cristo, entonces no le hemos visto realmente. En palabras de san Atanasio, sólo podemos ver a Jesús a través de la muerte mediante la Cruz con la cual Él trae muchos frutos para todos los siglos. “Ver a Jesús” quiere decir rendirse ante una inmerecida muerte que trae los dones de la fe y de la salvación para la humanidad (cf. Jn 12,25-26). Mahatma Gandhi refleja la misma idea diciendo que «el mejor camino para encontrarse con uno mismo es perderse en el servicio a los demás».




 

Las palabras de Jesús recuerdan a sus discípulos que deben seguir sus pasos, incluso hasta la muerte. El grano, por supuesto, realmente no muere sino que se transforma en algo completamente nuevo: raíces, hojas y frutos (la Pascua). De manera similar, la oruga deja de ser oruga para transformarse en algo distinto —y a la vez— frecuentemente mucho más bonito (una mariposa).

Y, si nosotros queremos “ver a Jesús”, tenemos que andar su camino. «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26). Esto supone recorrer con Jesucristo y con María todo el camino del Calvario, dondequiera que se encuentre cada uno de nosotros. Jesús, que dejó todas las cosas por nosotros, nos llama a estar con Él todo el recorrido, imitando su entrega y procurando que se cumpla la voluntad de su Padre.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):




En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

 

 

COMENTARIO

 

                          



El Evangelio de hoy tiene lugar enseguida de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, donde iba a ser entregado para su Muerte en la cruz. Allí Jesús informó a sus discípulos y a algunos seguidores, lo que estaba a punto de suceder días después: su Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

 

Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a Él, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir. Recordemos que, a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico.

 

Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a Él o también a nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.

 

Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.” (Jn. 12, 20-33).

 

Otra traducción para entender mejor: “El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna”. (Jn. 12, 20-33).

 

Ahora bien... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir? ... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.


                        



En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro.

 

Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.

 

Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.

 

Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su presencia en ese momento.

 

La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha venido por Mí, sino por ustedes”.

 

Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la cruz.

 

Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta. Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”.

 

                                  



Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por Él fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.

 

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y Él, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia Él.

 

Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por Él, por su doctrina y por su ejemplo.

 

Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por Él” significa seguirlo en todo ... como Él reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.

 

Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como Él. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento … aunque a algunos sí les ha tocado.

 

Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).

 

Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de la muerte es un trance muy difícil. En realidad, lo que más cuesta es la idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara: debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente queremos vivir.

 

                     



¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?

 

Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros. Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los nuestros.

 

Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la tierra.

Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos propone como deseable y hasta conveniente.

 

Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es llamado en este pasaje “príncipe (o amo) de este mundo”. Si observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de Dios.

 

Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho, estamos optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.

 

De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos “infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No dará fruto.

 

                                 



Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.

 

¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si optamos por morir con Cristo? Si morimos con Él, viviremos con Él ... y también salvaremos con Él, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a Él, dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y para los demás.

 

Es lo que explica Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el sufrimiento humano: que nuestro sufrimiento, nuestra ofrenda Jesús la convertirá en algo valioso. Es lo que llama este Papa “el valor redentor del sufrimiento”.

 

La Primera Lectura del Profeta Jeremías (Jr. 31, 31-34) nos habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros corazones.

 

Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación: su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.

 

Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.

 

El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su misericordia.





Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

 

Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener.

 






Fuentes;

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilias.org

domingo, 14 de marzo de 2021

«Os digo que éste bajó a su casa justificado» (Evangelio Dominical)

 




Hoy, Cristo se nos presenta con dos hombres que, ante un observador "casual", podrían aparecer casi como idénticos, ya que ellos se encuentran en el mismo lugar realizando la misma actividad: ambos «subieron al templo a orar» (Lc 18,10). Pero más allá de las apariencias, en lo más profundo de sus conciencias personales, los dos hombres difieren radicalmente: uno, el fariseo, tiene la conciencia tranquila, mientras que el otro, el publicano —cobrador de impuestos— se encuentra inquieto por los sentimientos de culpa.

Hoy día tendemos a considerar los sentimientos de culpa —el remordimiento— como algo cercano a una aberración psicológica. Sin embargo, el sentimiento de culpa le permite al publicano salir reconfortado del Templo, puesto que «éste bajó a su casa justificado y aquél no» (Lc 18,14). «El sentimiento de culpa», escribió Benedicto XVI cuando él todavía era Cardenal Ratzinger ("Conciencia y verdad"), «remueve la falsa tranquilidad de conciencia y puede ser llamado "protesta de la conciencia" contra mi existencia auto-satisfecha. Es tan necesario para el hombre como el dolor físico, que significa una alteración corporal del funcionamiento normal».

Jesús no nos induce a pensar que el fariseo no esté diciendo la verdad cuando él afirma que no es rapaz, injusto, ni adúltero y que ayuna y entrega dinero al Templo (cf. Lc 18,11); ni tampoco que el recaudador de impuestos esté delirando al considerarse a sí mismo como un pecador. Ésta no es la cuestión. Más bien ocurre que «el fariseo no sabe que él también tiene culpa. Él tiene una conciencia completamente clara. Pero el "silencio de la conciencia" lo hace impenetrable ante Dios y ante los hombres, mientras que el "grito de conciencia" que inquieta al publicano lo hace capaz de la verdad y del amor. ¡Jesús puede remover a los pecadores!» (Benedicto XVI).

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,14-21):



                               


 





 Lectura del santo evangelio según san Juan (3,14-21):


En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Palabra del Señor

 

 


COMENTARIO


 




La Segunda Lectura y el Evangelio de hoy nos hablan de salvación y condenación, de fe y obras.

 

“El que cree en Él, no será condenado.  Pero el que no cree, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” (Jn. 3, 14-21).

 

Duras y decisivas palabras.  Palabra de Dios escrita por “el discípulo amado”, el Evangelista San Juan.  Palabras que sentencian la importancia de la fe: el que no cree en Jesucristo, Hijo de Dios hecho Hombre...  ya está condenado.  Pero cabe, entonces la pregunta: ¿el que sí cree... ya está salvado?   ¿Basta la fe para que seamos salvados?  ¿Basta creer?

 

Esta pregunta necesariamente nos recuerda las diferencias -hasta hace poco infranqueables- entre Católicos y Protestantes.  Sólo la fe basta, se adujo en la Reforma que llevó a cabo la lamentable división iniciada por Lutero en 1517.

 

Fundamentándose en la Sagrada Escritura, la Iglesia Católica siempre ha sostenido que la fe sin obras no basta para la salvación.  Traducido a la práctica significa que en el Bautismo recibimos como regalo de Dios la virtud de la Fe y la Gracia Santificante.  Y las “obras” consisten en cómo respondemos a ese don de Dios: con buenas obras, con malas obras o sin obras.

 

Para analizar, entonces, si la fe basta para la salvación y si las obras son necesarias, tenemos que referirnos a un documento, titulado “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, firmado en 1999 entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana, en que se trata precisamente este tema tan importante.  De ese histórico documento extraemos las siguientes citas (resaltados nuestros): 

 

“Sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas obras. (#15)



                                                    




“... en cuanto a pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y misericordia renovadora, que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio, cualquiera que éste sea”. (#17)

 

“El ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios...  (el ser humano), por ser pecador es incapaz de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios”. (#19)

 

“Cuando los católicos afirman que el ser humano “coopera” (en su salvación)... consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana”. (#20)

 

En conclusión: no somos capaces, por nosotros mismos, de justificarnos, es decir, de santificarnos o de salvarnos.  Nuestra salvación depende primeramente de Dios.  Pero el ser humano tiene su participación, la cual consiste en dar respuesta a todas las gracias que Dios nos ha dado y que sigue dándonos constantemente para ser salvados.  Eso es lo que la Teología Católica llama “obras”.  Nuestra imposibilidad de acceder por nosotros mismos a la salvación es tal, que, hasta la capacidad para dar esa respuesta a la gracia divina, no viene de nosotros, sino de Dios.

 

De allí que también San Pablo nos diga: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y El nos dio la vida con Cristo y en Cristo.  Por pura generosidad suya hemos sido salvados...  En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios” (Ef. 2, 4-10).

 

La Primera Lectura nos trae el final del Segundo Libro de las Crónicas (2 Cro. 36, 14-23), y en ella se nos relata cómo se pervirtió el pueblo de Israel, pues todos, incluyendo los Sumos Sacerdotes “multiplicaron sus infidelidades”.  Como si fuera poco, despreciaron la palabra que los Profetas, mensajeros de Dios, les llevaban.  Llegó un momento, nos dice el relato, que “la ira de Dios llegó a tal grado, ya no hubo remedio”.   La ciudad de Jerusalén con su Templo queda destruida por la invasión de los Caldeos, y “a los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos”.  El reino pasó al dominio de los Persas, cumpliéndose lo anunciado por uno de esos Profetas despreciados, Jeremías.  Luego se nos relata el regreso del pueblo de Israel de Babilonia a Jerusalén en los tiempos de Ciro, Rey de Persia.

 

Y esto necesariamente nos trae un tema candente: ¿Castiga Dios?

 

Cabe, entonces, preguntar: ¿qué es el castigo?  ¿Para qué son los castigos?  Cuando un padre o una madre castigan a su hijo ¿por qué lo hacen?  ¿Por venganza, acaso?  O el castigo es la forma de corregir al hijo, para que se encamine por el bien.  Es muy importante reflexionar sobre esto, para comprender que “la ira de Dios” y “los castigos de Dios” de que nos hablan la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, son más bien manifestaciones de la misericordia divina.  Dios -efectivamente- castiga, pero castiga para que los seres humanos aprendamos a enrumbarnos por el camino adecuado, por el camino que nos lleva a Dios.



                                     


                 


Es lo que le sucedió al pueblo de Israel con ese exilio de 70 años a Babilonia.  Al regresar venían reformados, purificados.  Cuando Dios permite un “aparente” mal –en este caso, la expulsión, el exilio y hasta la destrucción del Templo de Jerusalén- es para obtener un mayor bien.

 

Las infidelidades de los seres humanos para con Dios, nuestro Creador y nuestro Dueño, pueden llegar a niveles en que, como nos dice esta Primera Lectura, ya no haya otro remedio.  Por eso Dios a veces castiga.  Y castiga para que enderecemos el rumbo, para que volvamos nuestra mirada a Él.

 

“Si mi pueblo -sobre el cual es invocado mi Nombre-se humilla, orando
y buscando mi rostro,
y se vuelven de sus malos caminos,
Yo -entonces- los oiré desde los cielos,
perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.”
(2 Crónicas 7, 14)

 

Es orando y convirtiéndonos como Dios nos oirá, perdonará nuestros pecados y sanará nuestra tierra.

 

El Salmo 136 nos trae los sentimientos y comentarios de los exilados de Jerusalén: Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar de nostalgia…

 

Ahora bien, antes de que nos llegue el final a cada uno con la muerte o antes de que llegue el final de los tiempos, Dios nos advierte por medio de su Palabra, por medio de las enseñanzas de la Iglesia, por medio de su Madre que se aparece en la tierra para advertirnos, para guiarnos, para llamarnos a la conversión.  Inclusive nos llama y nos advierte por medio de sus mensajeros, los profetas.  Y... ¿hacemos caso a todos estos llamados?

 

Llegará un momento, el momento del fin, que nos llegará con toda seguridad, bien con nuestra propia muerte o bien porque se termine el tiempo y pasemos a la eternidad.  En ese momento ya no hay sino salvación o condenación.

 

El Evangelio nos dice cuál es la causa de la condenación: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”. 

 

Cristo es la Luz que vino a este mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo.

 

¿En qué consiste preferir la Luz a las tinieblas?  ¿En qué consiste aprovechar la salvación que Jesucristo nos trajo?

 

Consiste en creer en Él, seguirlo a Él, tratar de ser como Él y de actuar como Él.

 

De esa forma estamos prefiriendo la Luz a las tinieblas.  De esa forma, estamos aprovechando las gracias de salvación, que “sin ningún mérito nuestro”, nos han sido “regaladas” por Dios, a través de su Hijo, Jesucristo.


                                 



Y Dios nos regala así, porque a pesar de nuestras infidelidades, a pesar de las veces que nos oponemos a Él, de las veces que lo retamos, de las veces que lo cuestionamos, de las veces que le damos la espalda, Él nos quiere salvados para que vivamos con Él para siempre en la gloria del Cielo.

 

Entonces, a la gracia de la salvación realizada por Jesucristo respondemos con nuestras “obras”: oración, santidad, buenas acciones, obras de misericordia…  Pero recordando que nuestra respuesta en obras es también don de Dios, porque el deseo y la posibilidad de realizarlas también vienen de Dios, para que nadie se equivoque (y de paso peque) creyendo que uno es muy capaz de salvarse y de ser santo sólo con su esfuerzo.

 

 



Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.net

Homilias,net

domingo, 7 de marzo de 2021

«No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado»(Evangelio Dominical)

 



Hoy, cercana ya la Pascua, ha sucedido un hecho insólito en el templo. Jesús ha echado del templo el ganado de los mercaderes, ha volcado las mesas de los cambistas y ha dicho a los vendedores de palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (Jn 2,16). Y mientras los becerros y los carneros corrían por la explanada, los discípulos han descubierto una nueva faceta del alma de Jesús: el celo por la casa de su Padre, el celo por el templo de Dios.


¡El templo de Dios convertido en un mercado!, ¡qué barbaridad! Debió comenzar por poca cosa. Algún rabadán que subía a vender un cordero, una ancianita que quería ganar algunos durillos vendiendo pichones..., y la bola fue creciendo. Tanto que el autor del Cantar de los cantares clamaba: «Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas» (Cant 2,15). Pero, ¿quién hacía caso de ello? La explanada del templo era como un mercado en día de feria.

-También yo soy templo de Dios. Si no vigilo las pequeñas raposas, el orgullo, la pereza, la gula, la envidia, la tacañería, tantos disfraces del egoísmo, se escurren por dentro y lo estropean todo. Por esto, el Señor nos pone en alerta: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,37).



                          





¡Velemos!, para que la desidia no invada la conciencia: «La incapacidad de reconocer la culpa es la forma más peligrosa imaginable de embotamiento espiritual, porque hace a las personas incapaces de mejorar» (Benedicto XVI).

¿Velar? -Intento hacerlo cada noche- ¿He ofendido a alguien?, ¿son rectas mis intenciones?, ¿estoy dispuesto a cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios?, ¿he admitido algún tipo de hábito que desagrade al Señor? Pero, a estas horas, estoy cansado y me vence el sueño.

-Jesús, tú que me conoces a fondo, tú que sabes muy bien qué hay en el interior de cada hombre, hazme conocer las faltas, dame fortaleza y un poco de este celo tuyo para que eche fuera del templo todo aquello que me aparte de ti.

 


Lectura del santo evangelio según san Juan (2,13-25):







Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO

 







Hoy la Primera Lectura (Ex. 20, 1-7) y el Salmo (#18) nos hablan de la Ley de Dios.  Y la Segunda Lectura (1 Cor. 1, 22-25) y el Evangelio (Jn. 2, 13-25) nos hablan de señales y de comercio.

 

El trozo del Libro del Éxodo nos trae los preceptos que promulgó el Señor para su pueblo: los Mandamientos de la Ley de Dios, que entregó a Moisés en el Monte Sinaí, esculpidos en piedra.  Y cuando se piensa hoy en día en “ley”, en “mandamientos”, inmediatamente se nos ocurre pensar en restricciones a la libertad que ¡tanto! apreciamos y defendemos.  Y no es así.

 

Como nos dice el Salmo de hoy (Sal 18): “la Ley de Señor es perfecta y reconforta el alma ... es alegría para el corazón ... luz para alumbrar el camino”.  Muy contrario esto a lo que los hombres y mujeres de hoy pensamos de los preceptos de Dios.

 

Y recordamos, con motivo de esta lectura, la visita que el Papa Juan Pablo II hizo a comienzos del Tercer Milenio a ese sitio santo:  el Monte Sinaí, donde Dios se reveló a Moisés y le entregó su Ley, los Mandamientos de la Alianza que Dios hizo con su Pueblo.

 

El Papa proclamó en esa visita allí justamente lo contrario a lo que los hombres y mujeres de hoy pensamos de la Ley de Dios.  Preguntó el Papa:  “Qué es esta Ley?  ¡Es la Ley de la vida y de la libertad!  Si el pueblo observa la Ley de Dios, conocerá la libertad para siempre”.

 

Juan Pablo II destacó la actualidad y el valor de los Diez Mandamientos, diciendo: “En el encuentro entre Dios y Moisés en este monte se encierra el corazón de nuestra religión, el misterio de la obediencia que nos hace libres.  Los Diez Mandamientos no son la imposición arbitraria de un Señor tiránico.  Fueron escritos en piedra, pero, ante todo, fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en cualquier tiempo y lugar”.

 

Si revisamos bien los Diez Mandamientos, éstos son, como dice el Salmo, una guía invalorable para andar en el camino.  Son una síntesis del amor a Dios y del amor al prójimo, y contienen exigencias mínimas para que la sociedad funcione debidamente.

 

En efecto, nos dice el Papa que los Mandamientos: “salvan al ser humano de la fuerza destructiva del egoísmo, del odio y del engaño”.

 


                      





“Nos libran de la codicia de poder y de placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad y la de nuestro prójimo”.

 

Nos libran del amor a nosotros mismos, que es lo mismo que decir “egoísmo”, el cual no sólo hace daño a los demás, sino que, con frecuencia, nos lleva a sacar a Dios de nuestras vidas y a hacernos daño a nosotros mismos.

 

Los Diez Mandamientos nos libran también de las falsas divinidades, que sí nos quitan la libertad y nos llevan a la esclavitud.

 

Los Diez Mandamientos, nos recuerda Juan Pablo II, “son la ley de la libertad:  no la libertad para seguir nuestras pasiones ciegas, sino la libertad de amar, de elegir el bien en cada situación”.

 

Para eso Dios nos hizo libres:  para escoger el bien en cada situación, no para elegir el mal.  Y los Mandamientos de Dios son esa guía hacia el bien.  Y siguen vigentes hoy y siempre, porque la Ley de Dios, como nos dice el Salmo, “es santa y para siempre estable”.

 

Los Mandamientos no son restricciones, ni trabas.  Son ayudas que nos ha dado Dios para el bien personal y también para el bien colectivo, pues son normas mínimas de relaciones humanas, para que podamos vivir en convivencia.

 

Mientras mejor se cumplen los mandamientos, mejor estamos en lo personal, en lo social, en lo nacional, en lo internacional.

 


                           




Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25), los cuales fueron expulsados por Jesús a punta de látigo, las mesas de los cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente.  Y sobre todo cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.  Puede estarse refiriendo a ese mercadeo y comercio, repugnante y dañino, que con mucha frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma de pedirle a Dios.

 

Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración a un negocio que estamos conviniendo con Dios?  “¿Yo te pido esto, esto o esto, y a cambio te ofrezco tal cosa?”  ¿Cuántas veces no hemos orado así?  A veces también nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de necesidades -reales o ficticias.  A ambas actitudes puede estarse refiriendo el Señor cuando se opone al negocio en nuestra relación con El.

 

Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para preguntarle ‘¿qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?’”.  Y, a juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales.

 

¿Y nosotros?  ¿No pedimos también señales?  “Dios mío, quiero un milagro”, nos atrevemos a pedirle al Señor.  “Señor, dame una señal”.   Más aún: ¡cómo nos gusta ir tras las señales extraordinarias!  Estatuas que manan aceite o que lloran lágrimas de sangre, que cambian de posición, etc., etc.

 

Estos fenómenos extraordinarios pueden venir de Dios … o pueden no venir de Dios.  Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas manifestaciones extraordinarias, sean aceite, sangre, lágrimas, escarchas, etc., como si fueran Dios mismo.

 



                




Escarchas, lágrimas, fenómenos extraordinarios -cuando son realmente de origen divino- son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de nosotros.  Son signos de gracias especialísimas que sirven para llamarnos a la conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera. Y allí llegaremos si cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra.

 

Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios.  Pero ¿en qué consiste ese acercamiento?  ¿En seguir buscando fenómenos extraordinarios?  ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el centro de la vida en Dios?  No.  El acercarnos a Dios consiste en que sigamos su Voluntad.

 

¿Cómo?  ¿Cómo saber cuál es la Voluntad de Dios? Primero que nada, hay que cumplir sus mandamientos.  Luego hay que aceptar –no rechazar- lo que sea que Dios permita para nuestra vida… lo que sea.  Y, por último, hay que hacer –no lo que queremos hacer- sino lo que creemos que Él quiere que nosotros hagamos.  No hay que decirle: “quiero esto, Señor”, sino “¿qué quieres, Señor?”.  Diferente, ¿no?

 

Pero ¿qué sucede con demasiada frecuencia? ...  Sucede que, a pesar de estas señales, seguimos apegados a nuestra voluntad -y no a la de Dios-, a nuestros criterios -y no los de Dios-, a nuestros modos de ver las cosas -y no a los de Dios.

 

No podemos quedamos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con los sentidos del cuerpo.  No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es otro:  es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla a cabalidad ... y así no correr el riesgo de ser expulsados de la Casa del Padre para siempre.

 

Y en la Segunda Lectura San Pablo también nos habla de señales: “los judíos exigen señales milagrosas y los paganos (se refería sobre todo a los griegos) piden sabiduría (conocimientos humanos) ... Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados por Dios -sean judíos o paganos- Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”.   Así haya muerto en la cruz.  “Porque la locura de Dios (la locura de la cruz) es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios (la debilidad de la muerte en la cruz) es más fuerte que la fuerza de los hombres”.

 


                  





Así son los criterios de Dios:  contrarios a los criterios de los seres humanos.  Pero ... seguimos ¡tan apegados! a nuestros propios criterios, creyendo que ésos son los que sirven, olvidándonos de esta importantísima y fuerte afirmación de San Pablo y olvidándonos de lo que mucho antes ya había anunciado el Profeta Isaías: “Así como dista el cielo de la tierra, así distan mis planes de vuestros planes, mis criterios de vuestros criterios” (Is. 55, 9).

 

Jesús expulsó a los mercaderes y cambistas de la casa de su Padre ... No corramos nosotros el riesgo de ser expulsados para siempre de aquella Casa del Padre que nos espera en la otra Vida.

 








Fuentes:

Sagradas Escrituras

Homilias.net

Evangeli.net