domingo, 29 de mayo de 2016

«Dadles vosotros de comer» (Evangelio dominical)





Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: 


«Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).
                

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.



Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):
                                                        

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.


Palabra del Señor


COMENTARIO.



Jesucristo murió, resucitó y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre. Pero también permanece en la hostia consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.

Pero el milagro del Cuerpo de Cristo va mucho más lejos: estar en Misa es estar también en el Calvario y en el Cielo. En efecto, la Santa Misa es el milagro más grande de tiempo y espacio que podemos vivir.
             


La Santa Misa no es una repetición del sacrificio de Cristo en el Calvario, sino que es exactamente el mismo Sacrificio del Calvario: como si los asistentes a la Misa estuviéramos allá a los pies de la Cruz en aquel primer Viernes Santo.

Esta conexión queda bellamente sugerida en la película La Pasión de Mel Gibson. En este film hay recuerdos llenos de un contenido teológico-bíblico maravilloso y exquisito.

Al llegar Jesús al Gólgota, soltando la cruz, mira al cielo. Para hacer la conexión con la Eucaristía, la imagen cambia a la Ultima Cena cuando le son presentados a Jesús los panes cubiertos con un paño. De inmediato volvemos al Calvario y vemos a Cristo siendo despojado de sus vestiduras. El Cuerpo desnudo del Calvario es el mismo Cuerpo del Pan de la Cena: Corpus Christi.

                                         


Ya crucificado, antes de ser levantada la Cruz, la película nos traslada al preciso momento de la institución de la Eucaristía. Jesús toma el pan en la mano, lo parte y dice:“Tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su Cuerpo, el mismo que nos había ofrecido en la Ultima Cena –el mismo que nos ofrece en cada Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.

Luego, mientras la Cruz es levantada, vemos mucha sangre manar del cuerpo de Cristo, y enseguida aparece el flashback de Jesús con el cáliz de vino entre sus manos. Toma un sorbo y dice: “Tomen y beban. Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía”. Y en ese momento se ve a Juan tomando el vino. Luego se vuelve a la crucifixión, y Jesús sangra aún más.

Tal como lo anunció al presentar el Cáliz en la Ultima Cena: su Sangre es derramada por nosotros para perdonar nuestros pecados; su Cuerpo es entregado por nosotros. Y ese Cuerpo y esa Sangre -los mismos de la Cruz- son el Pan y el Vino consagrados, cuando el Sacerdote pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Ultima Cena.
        


La Consagración es el Calvario. Pero en la Comunión recibimos a Jesús Resucitado,vivo, para El comunicarnos su Vida.

“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, dice el Sacerdote al presentarnos la Hostia Consagrada antes de la Comunión.

Y ¿dónde está el Cordero de Dios también? Nos lo dice el Apocalipsis. Está en el Cielo. Cristo es el “Cordero que está de pie, a pesar de haber sido sacrificado” en pleno centro del Trono Celestial. Y es por El y a El que cantan y alaban todos los Ángeles y Santos del Cielo (Ap. 5, 6-14).

De tal forma que cuando estamos en Misa, estamos allí, pero estamos también en el Calvario y en el Cielo. Estamos en Misa, pero estamos presenciando la muerte de Cristo en la cruz… y también estamos participando de la Liturgia Celestial que nos narra el Apocalipsis.
                                                 


¡Qué gran milagro es la Santa Misa y la Comunión! Es el milagro más grande de tiempo y espacio que podamos vivir. ¿Nos damos cuenta? Y ¿nos damos cuenta de cuánto hace Dios para darse a nosotros?

En la cueva de Belén era un bebé, que necesitaba ser cuidado y amamantado. En la Cruz parecía un criminal. En la Eucaristía es aún más humilde; ni siquiera parece humano: sólo parece pan y vino. ¡Y es Dios!

“¡Qué sublime humildad: Que el Señor de todo el universo, Dios e Hijo de Dios, se humille así bajo la forma de un trocito de pan para nuestra salvación!”, nos dice San Francisco de Asís.



“Reconoced en el Pan de la Eucaristía a Aquél que colgó de la Cruz”, nos dice San Agustín.

Cierto que en este mundo no podemos ver a Dios con nuestros propios ojos… Pero sí podemos verlo hecho pan y vino. Y podemos alimentarnos de El.
¡Cuántos no desearíamos poder ver a Jesús cara a cara! Pero nos dice San Juan Crisóstomo que sí lo vemos, que lo tocamos. ¡Que hasta lo comemos! “El se da a ti, no sólo para verlo, sino también para ser alimento y nutrición para ti”.

¿Nos damos cuenta, entonces, cuánto nos ama Dios? ¿Nos damos cuenta cuánto hace para estar con nosotros? La Madre Teresa de Calcuta expresa muy bien la muestra de Amor de Dios que es la Eucaristía:

                        


“Cuando vemos el Crucifijo, podemos comprender cuánto nos amó Jesús entonces. Cuando vemos la Sagrada Hostia comprendemos cuándo nos ama Jesús ahora.”

El misterio del Corpus Christi es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado: Es su Cuerpo y su Sangre entregados en la Cruz para ser su Presencia Real y Viva en medio de nosotros cuando lo reconocemos y lo adoramos en la Hostia Consagrada, y para ser alimento de nuestra vida espiritual cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión.


domingo, 22 de mayo de 2016

«Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Evangelio Dominical)





Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».




Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.


Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15
            
               
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.


Palabra de Dios.



COMENTARIO.



Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad: el misterio de un solo Dios en Tres Personas. Y las lecturas de hoy nos invitan a meditar sobre la esencia de Dios.

La Primera Lectura (Prov. 8, 22-31),tomada de uno de los llamados “libros sapienciales” de la Sagrada Escritura, el de los Proverbios, nos habla de la Sabiduría. Y al hablar de la Sabiduría se nos va mostrando en bellísima poesía el inmenso poder de Dios con frases como éstas: “jugando con el orbe de la tierra ... afianzaba los cielos ... colgaba las nubes en lo alto”.

Y es curioso apreciar cómo también esta poesía nos presenta la Sabiduría como si fuera un personaje, como si fuera una creatura de Dios: “El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas ... Antes que las montañas y las colinas quedaran asentadas, nací yo”.


Sin embargo, en esta otra frase podemos intuir que la poesía bíblica señala a la Sabiduría como si fuera Dios mismo: “Quedé establecida desde la eternidad, desde el principio”. En efecto, en otro de los libros sapienciales, el de la Sabiduría, se nos dice que por la Sabiduría “los hombres se salvarán” (Sb. 9, 18). También: “la Sabiduría es una emanación pura de la gloria de Dios” (Sb. 8, 25).

Es importante notar que en este caso, como en otros cuantos, el lenguaje de la Biblia no es literal. Estas bellísimas metáforas que nos comunican con claridad, aunque en lenguaje poético, la idea de la magnificencia y del poder de Dios, no son lenguaje literal.

El cristiano reconoce en estas citas que la Sabiduría es una figura de Cristo, que es la imagen de la excelencia de Dios y reflejo de su actividad, porque Cristo es la Palabra -es decir, la expresión misma de Dios. (Jn. 1,1)


Siendo la Fiesta de la Santísima Trinidad, en el Evangelio (Jn. 16, 12-15) Jesús nos habla de sí mismo, y también del Padre y del Espíritu Santo. Habla de éste como el“Espíritu de Verdad”.

Y nos dice: “El los irá guiando hasta la verdad plena ... recibirá de Mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío ... tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”. Perfecta unión entre las Tres Personas, cuya Sabiduría es comunicada a nosotros.

Dicho en palabras de San Atanasio: “El Padre da a todos por el Hijo lo que el Espíritu Santo distribuye a cada uno”. Es decir: todo nos viene del Padre, por la gracia del Hijo, y todo es repartido por el Espíritu Santo.

De allí la frase de San Pablo (cf. 2 Cor. 13, 14) con que se inicia la Santa Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes”.
                        


En la Segunda Lectura (Rm. 5, 1-5)también San Pablo nos explica el funcionamiento de la Santísima Trinidad para con nosotros. “Por mediación de nuestro Señor Jesucristo hemos obtenido la fe, la entrada al mundo de la Gracia ... Dios ha infundido su Amor en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que El mismo nos ha dado”.

Quiere decir esto que el Padre es Amor, el Hijo es la Gracia. El Espíritu Santo es la comunicación del Amor y la Gracia. Es decir, el Amor del Padre y la Gracia del Hijo nos son comunicadas por el Espíritu Santo, el cual las infunde en nuestros corazones. ¡Maravilla operacional del Dios Uno y Trino, del Dios Vivo y Verdadero!

Y si Dios es así, si Dios funciona así para con nosotros sus creaturas, y si Dios es todo Amor y todo Gracia ¿por qué nos empeñamos en desfigurar a Dios?
Veamos: Un dios que no ama es la antítesis de Dios, pues esencialmente “Dios es Amor” (1 Jn. 4, 16).

Sin embargo, algunos en nuestros días se están construyendo un “dios” a su manera, a su medida, a su antojo ... y, sin darse cuenta, se están construyendo un “dios” que no puede amar.

                                   


Piensan en un dios “nueva era”, que es un dios difuso, comparable a una especie de aerosol invisible inmenso, que es sólo “energía”. El problema es que una “energía”, por más grande que pueda ser, no es capaz de amar.

Para los católicos -y también para los demás cristianos- Dios es todopoderoso, infinitamente poderoso, pero no es una simple energía. Para nosotros Dios no es mera fuerza nebulizada: es un Ser, que conoce y que nos conoce a cada uno de nosotros en forma particular.

Es un Ser que se relaciona con nosotros, y nosotros con El. Es un Ser que ama, y nos ama a cada uno de manera especial, tan especial que nos ama a cada uno como si cada uno fuera único, porque cada una de sus creaturas es única para El.

Más aún, sabemos que Dios es un Ser tri-personal. De eso se trata el misterio de la Santísima Trinidad: Dios es uno, pero hay tres Personas en Dios.
Imposible de entender. Difícil de explicar. Aunque hay similitudes en nuestro mundo que nos ayudan a entender el concepto de Dios Uno y Trino: tres velas unidas en una sola llama, por ejemplo, nos dan una idea de la Trinidad. O el agua en estado sólido, líquido y gaseoso, son tres formas de una misma sustancia.

Nosotros creemos en personas, y cuando hablamos con Dios hablamos con Personas: o hablo con el Padre, o hablo con el Hijo, o hablo con el Espíritu Santo, o hablo con los Tres.


Y esas Tres Personas que son cada una el mismo y único Dios, se aman entre sí y nos aman a nosotros con un Amor que es Infinito, como Infinito es Dios.
Pero esas Tres Personas no están incluidas en el monigote de dios que se está creando esta civilización. ¿Cómo es ese monigote de dios?

Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ni siquiera es considerado Dios. Es simplemente un profeta más, equiparado con Buda, Mahoma o Laotsé.

Los del New Age tienen la audacia de considerarlo un hombre que se dio cuenta que podía llegar a ser un dios. Para estos equivocados, Jesucristo no es el Dios-hecho-Hombre del Cristianismo, sino el hombre-hecho-dios que nos propone el post-modernismo, siguiendo la corriente panteísta, según la cual todo es dios y nosotros formamos parte de ese dios “spray”, por lo cual podemos pretender llegar nosotros también a ser dioses. ¡La tentación original: ser como dioses!

El Espíritu Santo ni siquiera aparece en este nuevo y errado concepto de Dios. Dentro de esta corriente, cuando se habla de “espíritu”, en nada se refiere a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que nace del Amor del Padre y del Hijo y que comunica ese Amor a los seres humanos.
        


En fin, con este dios inventado no hay posibilidad de relacionarse, pues más bien se cree que todos formamos parte de esa “divinidad energética” a la que llaman dios.

Parece muy lindo el concepto de “formar parte” de dios. Pero al nosotros aparecer metidos dentro de esa “energía”, en esa pretendida unidad no hay distinción entre nosotros y ese “spray”. Y si no hay distinción entre nosotros y dios ¿cómo puede existir el amor?

Parece, incluso, que esa pretendida unidad de todos formando parte del dios energía, fuera lo mismo que la unión o comunión con el Dios único y verdadero que pregona el cristianismo y que, efectivamente, Dios nos ofrece. Pero es muy distinto.

En la verdad y realidad cristianas, Dios se da a los seres humanos y espera que nosotros nos demos a El. El nos comunica su Amor y desea que le amemos a El (por cierto, sobre todas las demás cosas y personas).


El nos ama para que nosotros le amemos y para que nos amemos entre nosotros con ese Amor con que El nos ama.

Pero en esa unión Dios sigue siendo Persona Divina y nosotros seguimos siendo personas humanas, diferenciadas de Dios y diferenciadas unas de las otras. ¿No es así?

Si amamos a Dios como El desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad.


Pero aún en el más allá, cuando esa unión se dará a plenitud, y los que hayamos obrado bien estaremos resucitados en cuerpo y alma gloriosos en unión plena en Dios, Dios seguirá siendo Dios y nosotros seguiremos siendo nosotros.

Dios seguirá siendo Tres Personas y nosotros seguiremos siendo también personas. ¡Gracias a Dios que no seremos todos “spray”!


domingo, 15 de mayo de 2016

«Recibid el Espíritu Santo» (Evangelio dominical)



Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.


El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.

El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.


El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.

El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.


Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»


Palabra del Señor


COMENTARIO




Estamos celebrando “Pentecostés”, cincuenta días después de la Resurrección. De esa cifra, “50”, viene la palabra “Pentecostés”, día de la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles, reunidos con la Santísima Virgen María.

Jesús había hablado de esto en varias oportunidades y había asegurado a los Apóstoles que después de El irse, vendría el Espíritu Santo. Una de las personas a quien habló Jesús sobre el Espíritu Santo fue a Nicodemo.

Nicodemo era un judío, perteneciente al grupo religioso de los Fariseos, que tenía una preocupación sincera por conocer la Verdad acerca de Dios y acerca de Jesús. Era maestro de la Ley, pero quería aprender del verdadero Maestro. De allí que un día fue de noche, a escondidas, a ver a Jesús, para aprender de El.(cf. Jn. 3,, 1-9). Tanto aprendió y tanto creyó en Jesús que fue uno de los pocos “valientes” que estuvo para el momento de la sepultura de Cristo (cf. Jn. 19, 39).



En esa noche de enseñanza, Nicodemo le pregunta sorprendido a Jesús: “¿Cómo puede volver a nacer un hombre ya viejo?” (Jn. 3, 4).¡Claro! Tenía que sorprenderse: el Maestro le acababa de decir esto: “En verdad te digo, nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de arriba”.

Ante el asombro de Nicodemo, Cristo le explica: “El que no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios ... Por eso no te extrañes que te haya dicho que necesitas nacer de nuevo, de arriba” (Jn. 3, 3-7).

Y ¿qué es nacer de nuevo, de arriba? Para entender esto, no hay más que ver a los Apóstoles antes y después de Pentecostés (cfr. Hech. 2, 1-11 y 5, 17-41). Antes eran torpes para entender las Sagradas Escrituras y aún para entender las enseñanzas que recibieron directamente del Señor. También eran débiles en su fe, deseosos de los primeros puestos y envidiosos entre ellos. Eran, además, temerosos para presentarse como seguidores de Jesús, por miedo a ser perseguidos.


Pero luego de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, cambiaron totalmente: se lanzaron a predicar sin ningún temor, llenos de sabiduría divina, con un poder de comunicación especial dado por el Espíritu Santo. En el idioma que fuera necesario, llamaban a todos -judíos y extranjeros- a la conversión.

A los que creían en el mensaje de Jesucristo Salvador, los iban bautizando. Así comienzan a formar nuevos discípulos y comunidades de cristianos, sin dejar de asistir a los necesitados.

Los torpes de antes comienzan a actuar con la Sabiduría de Dios. Los envidiosos de antes asumen cada uno el lugar que le corresponde en la Iglesia de Cristo. Los temerosos de antes sufren persecuciones y llegan incluso a sufrir el martirio.


Así comenzó la primera evangelización. Ahora en nuestros días, al comienzo de este Tercer Milenio, los Papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) y los Obispos nos están llamando a realizar una “nueva evangelización”. Pero para eso necesitamos ser transformados por el Espíritu Santo, como los Apóstoles en Pentecostés.

Nos dijo el Papa Juan Pablo II que el objetivo prioritario de la “Nueva Evangelización” es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos (TMA 42). Y Benedicto XVI ha creado el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, para impulsar la re-evangelización del mundo, comenzando por Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Y el Papa Francisco continúa con los planes para la nueva evangelización.

Y ¿por qué es necesaria la Nueva Evangelización? Porque la mayoría de los hombres y mujeres de este Tercer Milenio nos hemos alejado demasiado de Dios.

. Unos, porque queremos valernos por nosotros mismos, estando a espaldas de Dios.


. Otros, porque hemos dejado enturbiar y hasta apagar la fe cristiana con elementos provenientes del paganismo.

. Otros, porque nos hemos dejado convencer con los errores de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos, que tienden a asemejarse a la Iglesia de Cristo, pero no lo son.

. Otros, porque creemos que la religión es cosa que se diseña a la medida de cada cual, como quien escoge los elementos en un carrito de supermercado, o como quien usa los ingredientes que desee para preparar una receta de cocina.

. Estamos a riesgo de perder hasta la misma civilización eso con todos los ataques que hay no sólo contra la Iglesia sino contra Dios Dios, no sólo contra la religión sino contra la misma civilización, y no sólo contra la fe, sino contra la misma razón. ¿Nos damos cuenta que hemos llegado al extremo de que hay cosas que están inyectando a la cultura que son verdaderamente irracionales?
Es el momento de “volver a nacer”, de nacer de lo alto, de nacer del Espíritu Santo.


Por ello, esa Fe que recibimos en el Bautismo necesita ser purificada de toda confusión y necesita ser fortalecida, para que cada cristiano pueda dar testimonio de Cristo.

Y … ¿en qué consiste dar testimonio de Cristo? Es ser y vivir, pensar y actuar como Cristo lo haría si estuviera en nuestro lugar. Precisamente en esto consiste evangelizar.Básicamente en eso consiste la “nueva evangelización” a la cual el Papa Juan Pablo II nos llamó, y la re-evangelización que quiso impulsar Benedicto XVI y que continúa Francisco.

Pero, para poder ser y actuar como Cristo, tenemos que “volver a nacer”; es decir, tenemos que nacer del Espíritu Santo.

¿Cómo sabemos que hemos nacido del Espíritu Santo? Veamos algunos síntomas:

. Quien ha nacido del Espíritu Santo se da cuenta de que Dios es lo más importante en su vida.

. Quien ha nacido del Espíritu Santo se da cuenta de que quiere vivir para Dios y para lo que El le indique.


. Quien ha nacido del Espíritu Santo se da cuenta de que, aunque se ocupe de todo lo que tiene que ocuparse, (trabajo, estudios, familia, amigos, etc.) toda su vida está centrada en Dios.

. Quien ha nacido del Espíritu Santo sabe que va caminando hacia Dios su encuentro definitivo con El, que tendrá lugar al fin de los tiempos o nos llega en el momento de nuestra muerte.

. Quien ha nacido del Espíritu Santo, además, siente necesidad de comunicarlo a los demás.

¿Cómo volver a nacer? ¿Cómo nacer del Espíritu Santo? ¿Cómo puede suceder esa trasformación?

Veamos qué hicieron los Apóstoles. En primer lugar creyeron y obedecieron el anuncio del Señor: “No se alejen de Jerusalén, sino que esperen lo que prometió el Padre, de lo que Yo les he hablado: que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hech. 1, 4-5).

En segundo lugar perseveraban en la oración junto con María, la Madre de Jesús.



“Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu ... en compañía de María, la Madre de Jesús ... Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo” (Hech. 1, 12-14 y 2, 46).

El secreto es la oración, la oración con la Santísima Virgen María, la oración diaria y perseverante, como los Apóstoles antes de Pentecostés.

Para “volver a nacer” hay que creer en Dios, obedecerlo y orar. Así “seremos bautizados en el Espíritu Santo”. Que así sea.


domingo, 8 de mayo de 2016

«Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Evangelio Dominical)



Hoy, Ascensión del Señor, recordamos nuevamente la “misión que” nos sigue confiada: «Vosotros seréis testigos de estas cosas» (Lc 24,48). La Palabra de Dios sigue siendo actualidad viva hoy: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo (...) y seréis mis testigos» (Hch 1,8) hasta los confines del mundo. La Palabra de Dios es exigencia de urgente actualidad: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).

En esta Solemnidad resuena con fuerza esa invitación de nuestro Maestro, que —revestido de nuestra humanidad— terminada su misión en este mundo, nos deja para sentarse a la diestra del Padre y enviarnos la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo.

Pero yo no puedo sino preguntarme: —El Señor, ¿actúa a través de mí? ¿Cuáles son los signos que acompañan a mi testimonio? Algo me recuerda los versos del poeta: «No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti y te diga: ‘Yo soy’. Un dios que declara su poder carece de sentido. Tienes que saber que Dios sopla a través de ti desde el comienzo, y si tu pecho arde y nada denota, entonces está Dios obrando en él».


Y éste debe ser nuestro signo: el fuego que arde dentro, el fuego que —como en el profeta Jeremías— no se puede contener: la Palabra viva de Dios. Y uno necesita decir: «¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Sube Dios entre aclamaciones, ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad!» (Sal 47,2.6-7).

Su reinado se esta gestando en el corazón de los pueblos, en tu corazón, como una semilla que está ya a punto para la vida. —Canta, danza, para tu Señor. Y, si no sabes cómo hacerlo, pon la Palabra en tus labios hasta hacerla bajar al corazón: —Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, dame espíritu de sabiduría y revelación para conocerte. Ilumina los ojos de mi corazón para comprender la esperanza a la que me llamas, la riqueza de gloria que me tienes preparada y la grandeza de tu poder que has desplegado con la resurrección de Cristo.


Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.


Palabra del Señor



COMENTARIO;



Estamos celebrando la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo nuestro Señor al Cielo. Y esta Fiesta nos provoca sentimientos de alegría, pues el Señor asciende para reinar desde el Cielo (¡El es el Rey del Universo!). Pero también evoca sentimientos de nostalgia, pues Jesucristo se va ya de la tierra.

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo ...

Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección. Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció varias veces, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado. Pero fíjense: la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo.

De muchas maneras les anunció el Señor lo que hoy celebramos: su Ascensión. Y en esos anuncios se notaban en Jesús sentimientos de nostalgia por dejar a sus Apóstoles. Fijémonos como les habló sobre esto durante la Ultima Cena: “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con ustedes ... porque ya no la volveré a celebrar hasta ...” (Lc. 22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza”. (Jn. 16, 6)

Y en cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolarlos: “Ahora me toca irme al Padre ... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”. (Jn. 14, 12-13)

Inclusive les dio argumentos sobre la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador. Pero si me voy, se los enviaré ... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 y14, 26)

Después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre, para fortalecerles la Fe.

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado ... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo’”(Hch. 1, 3-5).


La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después, en Pentecostés.

Y luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida. Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

Si la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor ante Pedro, Santiago y Juan fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Todos los presentes quedaron impresionados de la despedida del Señor, que fue ciertamente triste para ellos, pero también de alegría, pues el Señor subía glorioso para sentarse a la derecha del Padre ... Y Jesús subía y subía, refulgente, El que es el Sol de Justicia ... hasta que fue ocultado por una nube.

El impacto de este misterio fue tal, que aún después de haber desaparecido Jesús, los Apóstoles y discípulos seguían en éxtasis, mirando fijamente al Cielo.


Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración al Señor, cuyo cuerpo radiantísimo había ascendido al Cielo, y les dijeron los dos Ángeles al unísono:

“¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).

Como enseñanza de la Ascensión es importante recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.

Fijémonos bien: nos dicen los Ángeles que Cristo volverá de igual manera como se fue; es decir, en gloria y desde el Cielo. Jesucristo vendrá en ese momento como Jueza establecer su reinado definitivo.

Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.

El misterio de la Ascensión de Jesucristo es, también, un misterio de fe y esperanza en la vida eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor -subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El.


Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3).

La Ascensión de Jesucristo al Cielo en cuerpo y alma gloriosos nos despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad.

La Ascensión proclama no sólo la inmortalidad del alma, sino también la de cuerpo.

Recordemos que nuestra esperanza está en resucitar en cuerpo y alma gloriosos como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre.

La Ascensión de Jesucristo nos recuerda también la promesa que hizo a los Apóstoles -y nos la hace a nosotros también- sobre la venida del Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo -el Espíritu de Dios- quien nos enseña y quien recuerda todo lo que Cristo nos dijo. Su venida la celebraremos el próximo Domingo.

Por eso, este tiempo previo a Pentecostés debiera ser un tiempo de oración, como lo tuvieron los Apóstoles después de la Ascensión. Ellos se reunían diariamente a orar con la Madre de Jesús, quien los consolaba y los animaba para cumplir la misión que el Señor les había encomendado.

Así estamos nosotros hoy también. Tenemos una misión que nos han encomendado Jesucristo y nos lo han recordados los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

En su Carta Apostólica, Nuovo Millennio Ineunte (Al comienzo del nuevo milenio), el Papa Juan Pablo II nos pidió reforzar e intensificar la Nueva Evangelización y nos dio sus instrucciones: santidad, oración, primacía de la gracia, vida sacramental, escucha de la Palabra de Dios, para luego anunciar la Palabra de Dios.


Y tengamos en cuenta, además, lo que llama el Papa en su Carta “la primacía de la gracia”. Se refiere a nuestra respuesta a la gracia, recordándonos que “sin Cristo, nada podemos hacer”.

Y para poder vivir esa verdad tan olvidada, de que nada somos sin la gracia de Cristo, el Papa nos insiste en la necesidad de la oración.

Nadie puede dar lo que no tiene. Tenemos que llenarnos de Dios para llevarlo a los demás. Tenemos que llenarnos de la Palabra de Dios, para poder anunciarla a los demás. Bien decía Santa Teresa de Jesús: “Orar es llenarse de Dios para darlo a los demás”. Y Santo Domingo de Guzmán lo abreviaba aún más: “Contemplad y dad lo contemplado”.

Y no tengamos la idea equivocada de que la oración nos hace perder tiempo necesario para la acción: muy por el contrario, la oración nos hace mucho más eficientes en la acción.

El Papa Francisco dijo que todos los cristianos, los que han recibido la fe "debemos transmitirla, debemos proclamarla con nuestra vida, con nuestra palabra" para que más personas conozcan la "fe en Jesús Resucitado”. Y transmitir esto nos pide a nosotros ser corajudos: el coraje de transmitir la fe, porque “la misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio a todo el mundo sin tenerle miedo a las cosas grandes, pero manteniendo siempre la humildad”. (Fco, 3/5/13 y 25/4/13)

Que la Ascensión del Señor nos despierte, entonces, el deseo de responder a su llamado a evangelizar que nos hizo Jesús precisamente justo antes de subir al Cielo y que nos siguen pidiendo sus Representantes aquí en la tierra que son los Papas.

Los Apóstoles, discípulos y primeros cristianos realizaron la Primera Evangelización. Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, estamos llamados a realizar la Nueva Evangelización porque este mundo de hoy necesita ser re-evangelizado.

Que el Espíritu Santo nos renueve interiormente en su próxima Fiesta de Pentecostés para cumplir el mandato de Cristo y el llamado de la Iglesia. 

Que así sea.