domingo, 31 de marzo de 2013

¡Ha resucitado!



María Magdalena, María (la madre de Santiago), y Salomé traen perfumes al sepulcro de Jesús. Quieren ungirlo según la costumbre judía. Era su maestro, su amigo, y su compañero antes de que fuera injustamente ejecutado. Ya piensan que sólo les queda esta muestra de respeto. También nosotros buscamos a Jesús. Porque él murió para rescatarnos del pecado, creemos que merece nuestra atención.

“…ha resucitado”. Se puede decirlo de un enfermo que se levanta de su cama de dolor o de un joven que se despierta de la decepción. Que se lo diga de nosotros por comprometernos a ser mejores amigos a todos. Pero sobre todo se lo dice de Jesús que brilla hoy como un diamante entre la gente. Por haber soportado la muerte para rescatarnos del pecado, Jesús brilla como un diamante.


Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor


!Ha resucitado !

A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, el ángel les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!». ¿Pero verdaderamente ha resucitado Jesús? ¿Qué garantías tenemos de que se trata de un hecho realmente acontecido, y no de una invención o de una sugestión? San Pablo, escribiendo a la distancia de no más de veinticinco años de los hechos, cita a todas las personas que le vieron después de su resurrección, la mayoría de las cuales aún vivía (1 Co 15,8). ¿De qué hecho de la antigüedad tenemos testimonios tan fuertes como de éste?

Pero para convencernos de la verdad del hecho existe también una observación general. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron; su caso se da por cerrado: «Esperábamos que fuera él...», dicen los discípulos de Emaús. Evidentemente, ya no lo esperan. Y he aquí que, de improviso, vemos a estos mismos hombres proclamar unánimes que Jesús está vivo; afrontar, por este testimonio, procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio y la muerte. ¿Qué ha podido determinar un cambio tan radical, más que la certeza de que Él verdaderamente había resucitado?

No pueden estar engañados, porque han hablado y comido con El después de su resurrección; y además eran hombres prácticos, ajenos a exaltarse fácilmente. Ellos mismos dudan de primeras y oponen no poca resistencia a creer. Ni siquiera pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en ser traicionados y salir perdiendo (¡la propia vida!) eran precisamente ellos. Sin el hecho de la resurrección, el nacimiento del cristianismo y de la Iglesia se convierte en un misterio aún más difícil de explicar que la resurrección misma.

Estos son algunos argumentos históricos, objetivos; pero la prueba más fuerte de que Cristo ha resucitado ¡es que está vivo! Vivo, no porque nosotros le mantengamos con vida hablando de Él, sino porque Él nos tiene en vida a nosotros, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace esperar. «Toca a Cristo quien cree en Cristo», decía san Agustín, y los auténticos creyentes experimentan la verdad de esta afirmación.

Los que no creen en la realidad de la resurrección siempre han planteado la hipótesis de que se haya tratado de fenómenos de autosugestión; los apóstoles creyeron ver. Pero esto, si fuera cierto, constituiría al final un milagro no inferior al que se quiere evitar admitir. Supone, en efecto, que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes, tuvieron todas la misma alucinación. Las visiones imaginarias llegan habitualmente a quien las espera y las desea intensamente; pero los apóstoles, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada.

La resurrección de Cristo es, para el universo espiritual, lo que fue para el universo físico, según una teoría moderna, el Big-bang inicial: tal explosión de energía como para imprimir al cosmos ese movimiento de expansión que prosigue todavía, miles de millones de años después. Quita a la Iglesia la fe en la resurrección y todo se detiene y se apaga, como cuando en una casa se va la luz. San Pablo escribió: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10,9). «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo», decía san Agustín. Todos creen que Jesús ha muerto, también los paganos y los agnósticos. Pero sólo los cristianos creen que también ha resucitado, y no se es cristiano si no se cree esto. Resucitándole de la muerte, es como si Dios confirmara la obra de Cristo, le imprimiera su sello.

«Dios ha dado a todos los hombres una garantía sobre Jesús, al resucitarlo de entre los muertos» (Hechos 17,31).










Fuentes:
Iluminación Divina
Evangelio San Juan
Evangelio dominical
Ángel Corbalán

viernes, 29 de marzo de 2013

Hoy es Viernes Santo !!


La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.


La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.


El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

LA CELEBRACIÓN



Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.

Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.


ORACION DEL VIERNES SANTO



Viernes Santo, Viernes Santo,Viernes Santo
en aquel dia iba la virgen Maria en busca de su hijo amado.
Al volver de una esquina con una mujer se ha encontrado
-Señora, ¿ha visto usted a mi hijo amado?
-Si señora que lo he visto, por aqui ha pasado
con el peso de la cruz y 2 cadenas arrastrando
Yo saque mi pañuelito y su sudor se lo he limpiado
Canimenos, caminemos hacia el monte del calvario,
por mucho que aligeremos lo estaran crucificando
Ya lo clavan por los pies, ya lo clavan por las manos
ya vienen las tres Marias con los tres caliz dorados
recogiendo la sangre que Jesucristo ha derramado.
Amen.








Fuentes:
Iluminación Divina
Semana Santa
Ángel Corbalán

jueves, 28 de marzo de 2013

Silencio, hoy es Jueves Santo !!



En el ecuador de la Semana Santa llega un día clave en la pasión de Cristo. La noche de la muerte, del silencio, la oscuridad y la meditación. La noche de las luces apagadas y de los gritos silenciosos de dolor. La tarde de la soledad de la madre que pierde a su hijo y de los cantos desgarrados.
En el Jueves Santo se celebra:

*  la Última Cena,
*  el Lavatorio de los pies,
*  la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio
*  la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

 

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos. 

En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos, se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida incansable.

San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.

 

La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cuál Jesús, un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus discípulos tomó pan..." (Mt 28, 26).

Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19).

Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Ultima Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la Muerte", es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió Él mismo en su despedida: " un poco y ya no me veréis y otro poco y me volveréis a ver" (Jn 16,16).

 

Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único sacerdote, se ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya". Pero esta Eucaristía debe celebrarse con características propias: como Misa "en la Cena del Señor".

En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos "directamente" ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al Viernes Santo ni a la Noche de Pascua. 

 

Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).

Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero, en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera sido la entrega de uno más que muere por los pobre y no los libera. Pero tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo, porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que "el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y que el Hijo se entregó voluntariamente a nosotros independientemente de que se haya tenido que ser o no, muriendo en una cruz ignominiosa.


Hoy hay alegría y la iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando él "gloria": es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.
Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y para dar alegría.
Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua, pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra Prometida (Jos. 5, 10-ss).
 


Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la victoria pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su arma es el amor.



domingo, 24 de marzo de 2013

Hoy es Domingo de Ramos!! Hosanna en las alturas!!


Cuando llegaba a Jerusalén para celebrar la pascua, Jesús les pidió a sus discípulos traer un burrito y lo montó. Antes de entrar en Jerusalén, la gente tendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso, tal como acostumbraban saludar a los reyes.

Los que iban delante y detrás de Jesús gritaban:

"¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"

Entró a la ciudad de Jerusalén, que era la ciudad más importante y la capital de su nación, y mucha gente, niños y adultos, lo acompañaron y recibieron como a un rey con palmas y ramos gritándole “hosanna” que significa “Viva”.

La gente de la ciudad preguntaba ¿quién es éste? y les respondían: “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”. Esta fue su entrada triunfal.

La muchedumbre que lo seguía estaba formada por hombres, mujeres y niños, cada uno con su nombre, su ocupación, sus cosas buenas y malas, y con el mismo interés de seguir a Jesús.

Algunas de estas personas habían estado presentes en los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas.

Esto los llevó a alabarlo con palmas en las manos cuando entró en Jerusalén.

Fueron muchos los que siguieron a Cristo en este momento de triunfo, pero fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte.

Mientras esto sucedía, los sacerdotes judíos buscaban pretextos para meterlo en la cárcel,

pues les dio miedo al ver cómo la gente lo amaba cada vez más y como lo habían aclamado al entrar a Jerusalén.

¿Qué significado tiene esto en nuestras vidas?


Es una oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas.Debemos parecernos a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “que viva mi Cristo, que viva mi rey...”

Es un día en el que le podemos decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él.

Que queremos que sea el rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero. Queremos que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida.


Explicación de la Misa del Domingo de Ramos

La Misa se inicia con la procesión de las palmas. Nosotros recibimos las palmas y decimos o cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. El sacerdote bendice las palmas y dirige la procesión. Luego se comienza la Misa. Se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo.

Al terminar la Misa, nos llevamos las palmas benditas a nuestro hogar. Se acostumbra colocarlas detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es nuestro rey y que debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar. Es importante no hacer de esta costumbre una superstición pensando que por tener nuestra palma, no van a entrar ladrones a nuestros hogares y que nos vamos a librar de la mala suerte.


Oración para poner las palmas benditas en el hogar:


Bendice Señor nuestro hogar.
Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
Sé tú, el Rey en nuestro hogar.
Amén.













Fuentes:
Iluminación Divina
Catholic net
Ángel Corbalán

viernes, 22 de marzo de 2013

Hoy es… Viernes de Dolores !!



El “Viernes de Dolores” es el viernes anterior al Domingo de Ramos, comprendido dentro de la última semana de la Cuaresma, conocida por la Iglesia como “Semana de Pasión”. En algunos lugares es considerado como el inicio de la Semana Santa, al iniciarse en éste los desfiles procesionales. Este día conmemora el dolor que sufrió la Virgen María por la muerte de su hijo.

Hoy es Viernes de Dolores, dentro de dos días Jesús hará su entrada triunfal en Jerusalén, montado en una burrita, y cumplirá paso por paso, lo encomendado por “SU PADRE”, “NUESTRO PADRE DIOS”. Para los que no lo sepan, el Viernes de Dolores es el viernes, antes del Domingo de Resurrección, incluido dentro de lo que los cristianos llamamos “LA SEMANA DE PASIÓN”, en este día, nos acordamos de Nuestra Madre María, de su sufrimiento, ya que sabiendo el destino de su único Hijo, Nuestro Padre Jesús, no se opuso, y tragando su pena, supo aceptar en ella la voluntad de Dios, este es el segundo gran momento, para mí en la vida de Nuestra Madre, el primero aceptar su embarazo sin conocer varón, vencer esas habladurías de la época, y el segundo, tener que sufrir perder a su Hijo, todo un ejemplo de AMOR, CARIDAD y FORTALEZA, el de nuestra Madre María Santísima.

Estamos ante un momento de júbilo, porque Jesús cumple su destino, para salvarnos a los hombres y mujeres de la Tierra. Pero también estamos en un momento de reflexión, un tiempo de limpieza diría yo, es un gran momento para hacer “limpieza general en nuestra mente y en nuestro corazón”, es un momento de acompañar a Cristo en cada uno de sus pasos, momento de sufrir sus azotes, su juicio, su cruz, su muerte, y de alegrarnos con su Resurrección, y es que “Ese hombre que era hombre y era Dios”, nos dio una Palabra de Amor, y es esa Palabra la que aquí nos une aquí.

Himno.

“La palabra que nos une,
que nos une hoy aquí,
nos ayuda a ver mejor,
la enseñanza que nos dio,
aquel hombre que era hombre
y era Dios”.



Y es comienzo de procesiones en Andalucía.


 
• En la Semana Santa en Sevilla procesionan sin realizar la Carrera Oficial un total de seis hermandades: Hermandad de Jesús de Nazaret, Hermandad de Padre Pío, Hermandad de la Misión, Hermandad de La Corona, Hermandad de Pasión y Muerte y Hermandad del Dulce Nombre de Bellavista.

• En Loja (Granada) el Viernes de Dolores Procesiona la Santísima Hermandad de la Virgen de los Dolores, de la orden Servita, esto es el inicio de la Semana Santa en Loja.

• En Purchil - Vegas del Genil (Granada) sale procesionalmente la patrona, Nuestra Señora de los Dolores.

• En el distrito del Puerto de la Torre, Málaga, cada Viernes de Dolores tiene lugar la procesión de la Cofradía Sacramental del Santísimo Cristo de la Hermandad y Caridad, Nuestra Señora de los Dolores y San Juan Evangelista, conocida popularmente como los Dolores del Puerto de la Torre. Se trata de una antigua cofradía que no se encuentra en el seno de la Agrupación de Cofradías de Málaga pero que goza de un gran fervor popular. Además procesionan otras hermandades de la ciudad de Málaga, como la de la Mediadora en el distrito Carretera de Cádiz.

• La Semana Santa en el Valle de Abdalajís, Málaga comienza con el Viernes de Dolores, al procesionar María Santísima de los Dolores, patrona de todos los vallesteros











Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
porlafamiliaporlavida.org
Ángel Corbalán

martes, 19 de marzo de 2013

Hoy es San José, esposo de la Virgen!

Las fuentes biográficas que se refieren a san José son, exclusivamente, los pocos pasajes de los Evangelios de Mateo y de Lucas. Los evangelios apócrifos no nos sirven, porque no son sino leyendas. “José, hijo de David”, así lo llama el ángel.

El hecho sobresaliente de la vida de este hombre “justo” es el matrimonio con María. La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.

El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto.

Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo. Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor. Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte.

Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.


Oremos.


 
San José, queremos poner bajo tu protección a nuestra familia, para que cada uno de nosotros viva en la fidelidad al Espíritu, en la escucha y cumplimiento de la Palabra de Dios. Sé para nosotros el modelo del amor desinteresado, que busca en primer lugar la felicidad de mi familia. Amén.








Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
Ángel Corbalán

domingo, 17 de marzo de 2013

¿ Quien está libre de pecado? (Evangelio dominical)


En tiempos de Jesús a las mujeres que cometían adulterio se les daba muerte lanzándoles piedras.  Hay algunas religiones que aún en la actualidad siguen con estas costumbres.  ¡Horrible castigo morir apedreado!  

Esto nos hace recordar a San José, hombre bueno, esposo virginal de la Virgen María, quien al notar que ella estaba embarazada, sin saber que el bebé en su vientre era el Hijo de Dios, engendrado por el Espíritu Santo, pensó “dejarla en secreto para no ponerla en evidencia”.
 
Distinto fue el caso de los acusadores de la mujer adúltera, que nos trae el Evangelio de hoy (Jn. 8, 1-11).  Estos hombres llevaron a la mujer pecadora, arrastrada hasta donde se encontraba Jesús, con la intención -nos dice el Evangelio- de “ponerle (a Jesús) una trampa y poder acusarlo”.  ¿En qué consistía la trampa?  Si ordenaba apedrearla, ¿dónde quedaban el perdón y la misericordia?, y si no accedía al castigo mortal, ¿dónde quedaba el cumplimiento de la Ley que lo estipulaba?

 

 Pero Jesús, con su Sabiduría infinita por ser Dios, no hace ni una cosa, ni la otra, sino todo lo contrario.  Nos cuenta el relato de San Juan que sin siquiera levantar la mirada para ver a la mujer culpable, ni tampoco a sus acusadores, comienza a escribir sobre el polvo del suelo.  Como creen que Jesús no les está haciendo caso, vuelven a insistir.  Entonces el Señor se incorpora y les responde:  “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”.  Luego se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.  Poco a poco, uno tras otro comenzaron a retirarse.

Y como viene siendo habitual, hoy traemos las reflexiones de tres religiosos que nos hablan en nuestro idioma, del Evangelio de San Juan, en este V Domingo de Cuaresma.



Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):

 

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»


Palabra del Señor 



COMENTARIO.





"Muerte y vida nueva".



 

“Ya están pisando nuestro pies tus umbrales Jerusalén” (Sal 121).

El 5.º Domingo de Cuaresma nos sitúa en Jerusalén, es decir, en el escenario directo de la Pascua de Jesús. Por eso, todo nos habla del misterio de muerte y vida que estamos a punto de contemplar. Se nos invita a mirar cara a cara a la muerte, pero en la perspectiva de la vida nueva del resucitado. La muerte es el destino inevitable para todo hombre. No es posible escapar a su poder. En la muerte experimentamos la lejanía de Dios (Jesús, lejos de su amigo Lázaro gravemente enfermo, no se da prisa y cuando llega parece que ya no tiene remedio –ciclo A). Y puede entenderse además como consecuencia del mal y del pecado (como en el caso de la mujer adúltera). Pero Jesús nos dice que puede ser algo fructífero, como el grano de trigo (ciclo B), si la muerte es consecuencia de la entrega voluntaria, si somos capaces de dar la vida.

Para una mirada desprovista de fe se puede ver en la muerte sólo su aspecto biológico, pero no es posible no descubrir su absurdo moral, especialmente para el ser humano, que, tal vez por una pesada broma del destino, o de la evolución, o por un fallo de los mecanismos genéticos, ha elevado su mirada por encima de su limitación temporal y ha sido habitado por deseos de inmortalidad… De ahí, que con rara lucidez, sean no pocos los que han concluido que si no hay nada que esperar tras la muerte, el mundo es malo sin remedio.

Si miramos a la muerte desde la fe religiosa, no por ello encontramos una respuesta sencilla y unívoca. En torno a la mujer adúltera, de hecho, nos encontramos al respecto con dos actitudes religiosas bien distintas. Jesús está en Jerusalén, durante el día en el templo y, por la noche, en el huerto de los olivos. El ambiente en torno a él está extraordinariamente enrarecido. Se percibe en la enorme tensión de sus diálogos con los judíos. Sombras de muerte se ciernen sobre Él. Esto no le impide continuar enseñando al Pueblo y velando en oración por las noches. Jesús muestra así su señorío y su libertad. Pero sus enemigos lo acosan y tratan de “pillarlo” para poder acusarlo.

 

Este es el caso del evangelio de hoy. Porque, en realidad, la cuestión que le plantean a propósito de la mujer adúltera no es un problema moral, sobre la licitud o no del adulterio. Es claro que Jesús también lo considera ilícito (de ahí la exhortación final: ¡no peques más!). Tampoco se trata de la oportunidad de tal castigo. El dilema se plantea en términos puramente legales (v. 6): la ley de Moisés manda apedrearla; la ley romana prohíbe que, salvo por la mano de la propia autoridad imperial, se ejecute a nadie. A los fariseos poco les importa la vida de esa pobre mujer, que se convierte en el instrumento para tenderle un lazo a Jesús. Si se opone a la ejecución, se opone a la ley mosaica y se hace reo de impiedad; si la avala, se hace culpable ante las autoridades romanas. Aquí la ley, civil y religiosa, están al servicio de la muerte. Estos hombres religiosos ven en la muerte un justo castigo por el pecado y aplican la ley sin misericordia.

Pero Jesús es libre y no mira a la ley desnuda, sino a quien la ley debe servir. En este caso, desvía la atención del dilema legalista y la pone en la mujer que está a punto de ser ejecutada. Le importa la persona, su bien, su salvación. Jesús mira al corazón, posiblemente débil, pero no definitivamente perdido, de aquella mujer. Es verdad que ha pecado. Pero el pecado de adulterio implica “otra parte”. En la sociedad antigua, como en muchas sociedades de hoy, la mujer está en situación de flagrante marginación. Ante un pecado de dos, sólo ella debe pagar. Y, además, en este caso concreto, esa pobre mujer es sólo el instrumento para perder a Jesús. Él mira también el corazón duro como la piedra de aquellos hombres religiosos.

Jesús “se puso a escribir con el dedo en el suelo” (v. 6). Después la respuesta inesperada y genial: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra” (v. 7-8).

Los judíos posiblemente entendieron bien el enigmático gesto de Jesús, que era una cita conocida por aquellos maestros de la ley: “los que se aparten de mí serán escritos en el polvo” (Jer. 17,13), es decir, se condenan a desaparecer, como los nombres escritos en la arena. La condena que buscan se ha vuelto contra ellos. Se apartan de Jesús (uno tras otro, empezando por los más viejos), porque se han apartado de Dios. Queda sólo la mujer ante Jesús. Él es el único que no tiene pecado, el único con derecho a condenar, a lanzar la primera piedra. Pero él no ha venido a juzgar y condenar, sino a salvar (cf. Jn 3,17; 12,47) de la muerte (“tampoco yo te condeno”), y del pecado (“vete y no peques más”). Jesús es el hombre con la ley escrita en el corazón, que mirando al corazón sana radicalmente por dentro y da la oportunidad de comenzar de nuevo; en él se hace verdad la hermosa profecía de Isaías: “abre caminos por el mar, sendas por las aguas impetuosas… No recordéis las cosas pasadas, no penséis en lo antiguo. Mirad que voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”.

Esta es la perspectiva nueva que Jesús va a abrir para nosotros gracias a su muerte y resurrección: por la fe, el conocimiento de Cristo nos permite experimentar el poder de la resurrección, eso sí, compartiendo sus padecimientos y muriendo su misma muerte (cf. Flp 3,10).

 

La pedagogía de Dios, la pedagogía cuaresmal no puede prepararnos de verdad y hasta el final para la alegría pascual sin hacernos volver nuestros ojos a esta dimensión, la gran antiutopía, que pone en cuestión el sentido de la vida y cualquier proyecto de salvación y liberación que el hombre pueda idear. En este momento decisivo del camino cuaresmal (en el que sentimos la tentación de escapar, de volver atrás, para evitar el trance amargo de la muerte), al escuchar la Palabra, iluminados por ella, podemos entender el mensaje que esta palabra nos comunica “en los umbrales de Jerusalén”: la muerte es inevitable, pero no es lo último, ni lo definitivo. Lo definitivo es el amor. Y, para demostrárnoslo, Dios mismo por medio de Cristo ha querido hacerse presente en ella. De esa manera la muerte se hace fecunda (como el grano de trigo), el hombre es rescatado de su poder (como Lázaro), el pecado que lo condena es perdonado (como en el caso de la mujer adúltera).

La cruz de Cristo nos dice que hay efectivamente en este mundo un límite infranqueable e intrínseco, metafísico y moral, que sólo se puede superar superando y trascendiendo la vida misma: vencer el mal y la muerte sólo es posible amando (haciendo el bien) hasta dar la vida, renunciando a ella.

De este modo, Cristo se convierte en fuente de esperanza de salvación contra el poder del mal y de la muerte para todos. Sólo desde el misterio de la cruz es posible comprender la universalidad salvífica de Cristo para todos, cristianos y creyentes de otras religiones y no creyentes. Realmente, si lo pensamos bien aquello que nos vincula a todos sin diferencia alguna, lo único en lo que somos todos realmente “lo mismo” es en nuestra condición mortal: el noble y el plebeyo, el pobre y el rico, el sabio y el necio, el bueno y el malo, todos debemos morir. Sin tener esto en cuenta toda pretensión (religiosa, moral, revolucionaria o científica) de salvación intra o extramundana es ilusoria. Ante ella somos absolutamente impotentes, por muchas estrategias de dilación o distracción que podamos ensayar.

 

Pues bien, en Cristo, Dios se ha hecho presente incluso en la muerte, y la ha reventado por dentro. En Cristo, también la muerte se ha hecho lugar de encuentro con Dios. De esta manera, el cristianismo no se evade de la dureza del mal radical, lo mira cara a cara, pero hace de él mismo lugar de la respuesta: el amor hasta la muerte es más fuerte que la muerte, y si el Dios Autor y Amigo de la vida (cf. Sb 1,13-15) ha probado las hieles de la muerte, ésta ha perdido su antiguo poder de muro infranqueable y se abre para todo ser humano sin distinción, pues todos han de morir, la posibilidad del encuentro con Cristo y de ser bautizados en su muerte: ya sea en esta vida, por la fe y el sacramento, ya sea en el momento mismo de la muerte, en el que está Cristo presente y que puede ser entendido como el bautismo existencial de cada uno (si bien, cada uno, no sabemos cómo, ha de responder positivamente a esta oferta de salvación).


Llegados a “los umbrales de Jerusalén”, a los que nos ha acompañado la Cuaresma, somos invitados a entrar en la ciudad santa para ser testigos del gran misterio del Amor, de la manifestación al mundo del verdadero rostro de Dios en el rostro desfigurado de su Hijo. Sólo pasando por ese trance será posible la verdadera alegría de la que nos habla el salmo 125, con el que queremos concluir nuestra meditación sobre el camino cuaresmal:

«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. / Hasta los gentiles decían: “El Señor ha estado grande con ellos.” El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. / Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. / Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.»

¿Y quien está libre de culpa? 




¿Cuál sería esa escritura misteriosa que con aparente desdén Jesús hacía sobre el polvo?  Algunos piensan que escribía los pecados de los acusadores.  Por supuesto, no les quedó más remedio que escabullirse.

Vemos, entonces, que Jesús propone algo absolutamente nuevo no contemplado por la Ley:  sólo el que esté libre de pecado puede lanzar piedras.  ¿Y quién es el único libre de pecado?  Solamente El, el Inocente que cargó con todos los pecados:  los que posiblemente escribió en el suelo, los de la mujer adúltera y los de cada uno de nosotros.  Y El no pronuncia sentencia, no condena a la mujer.  

Se quedan solos la pecadora y Jesús. ¡Qué conmovedora escena!  Ella no se excusa, se sabe culpable, está de pie frente a El.  Jesús vuelve a levantarse y le pregunta:  “¿Dónde están los que te acusaban?  ¿Nadie te ha condenado?  ... Tampoco yo te condeno.   El, que sí hubiera podido tirar la primera piedra, no la condena, la perdona. 

Pero agrega algo muy importante:  “Vete y no vuelvas a pecar”.   Jesús no la apoya en su pecado.  Muy por el contrario:  le ordena que no peque más.  

Muchas enseñanzas en este impactante relato bíblico.  Dios conoce todos nuestros pecados, hasta nuestros más escondidos pecados.  Y sólo espera que estemos a sus pies para perdonarnos y pedirnos que no volvamos a pecar.  No debemos temer, por más grave que pueda ser nuestro pecado, por más grande o más fea que pueda ser nuestra falta.  Dios lo único que desea es aceptemos nuestra culpa y que nos arrepintamos.  

La mujer adúltera no le dijo nada a Jesús, pero su silencio fue la aceptación de su falta;  su mejor actitud fue que no buscó excusarse.  ¿Cuántas veces nos buscamos nos buscamos y damos excusas para nuestras faltas, en vez de reconocernos culpables.

Jesús escribió las faltas de los acusadores sobre el polvo.  Así escribe las nuestras.  No las escribe en algo permanente.  Quedan allí, en el polvo, hasta que la gracia del perdón, obtenida por el reconocimiento de nuestros pecados,  humedece el polvo, y nuestras faltas perdonadas pasan al olvido.  

El Señor no quiere acusar, ni llevar la cuenta, sino perdonar y olvidar.  Espera que nos arrepintamos de veras y que nos acerquemos a El en el Sacramento de la Confesión. 

Nadie tiene derecho a condenar a nadie.  Nadie puede tirar la primera piedra.  Todos somos culpables de algo.  Reconocer nuestras culpas nos ayuda a no estar pendientes de las de los demás.  No acusar es ya el camino hacia la compasión y el perdón de los demás.  Dios, Quien sí podría acusarnos, no lo hace, pero espera que nos acerquemos arrepentidos a la Confesión para perdonarnos.

Reconocimiento de nuestros pecados, sin excusas, arrepentimiento, Confesión e intención de no volver a pecar es lo único que Dios nos pide.