Hoy la liturgia nos ayuda a descubrir los sentimientos del
Corazón de Jesús: «Y se extrañó de su falta de fe» (Mc 6,6). Sin lugar a dudas,
a los discípulos les debió impresionar la falta de fe de los conciudadanos del
Maestro y la reacción del mismo. Parecía lo más normal que las cosas hubieran
sucedido de otra manera: llegaban a la tierra donde había vivido tantos años,
habían oído contar las obras que realizaba, y la consecuencia lógica era que le
acogieran con cariño y confianza, más dispuestos que los demás a escuchar sus
enseñanzas. Sin embargo, no fue así, sino todo lo contrario: «Y se
escandalizaban a causa de Él» (Mc 6,3).
Podría pensarse en lo que hubiera cambiado la vida de los habitantes de Nazaret si se hubieran acercado a Jesús con fe. Así, tenemos que pedirle día a día como sus discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe» (Lc 17,5), para que nos abramos más y más a su acción amorosa en nosotros.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor..
COMENTARIO.
“Nadie es profeta en su tierra”. Esta sentencia que ya
pertenece al léxico popular nos viene nada menos que de Jesucristo. A El le
sucedió exactamente eso: no fue aceptado en su tierra. Después de haber
predicado unas cuantas cosas en varios sitios y después de haber realizado unos
cuantos milagros por aquí y por allá en Galilea, Jesús decide volver a Nazaret.
Nazaret era el pueblo de su Madre, donde El era bien
conocido, el sitio donde había crecido, donde había vivido y trabajado, en el
cual tenía su casa, sus parientes, etc. Y, como era su costumbre, nos dice el
Evangelio de hoy (Mc. 6, 1-6), un Sábado entró en la Sinagoga de
Nazaret y se puso a enseñar.
El pasaje de San Marcos no nos informa qué fue lo que enseñó
ni qué lectura fue la que hizo. Pero San Lucas, sí (Lc. 4, 16-30). Nada
menos y nada más, Jesús leyó del libro de Isaías el anuncio del Mesías y su
misión (Is. 61, 1-2): “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha
ungido...”. Y, al terminar la lectura, enrolló el libro, lo devolvió al
ayudante, se sentó y cuando todo el mundo“tenía los ojos fijos en El”, remató
diciendo:“Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar”, lo cual
equivalía a decir: “Miren: el Profeta Isaías se está refiriendo a mí”.
¡Imaginemos la impresión de los presentes! Nos dicen los
Evangelios que la gente estaba de acuerdo con lo que decía y se impresionaba
por la sabiduría de sus enseñanzas. Pero además de eso, porque ¡claro! venía
respaldado de los milagros que había hecho en otros sitios.
Entonces se preguntaban los que lo estaban oyendo: “¿Dónde
aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder
para hacer milagros?”Y como era muy conocido “estaban desconcertados”.
Comentaban: “¿Pero
no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas
y Simón? ¿No viven aquí entre nosotros sus hermanas?”Definitivamente no les
cabía en la cabeza que uno de allí mismo pudiera saber tanto... ¡mucho menos
ser el Mesías esperado.
Aquí es obligante el paréntesis sobre la palabra “hermanos”
y “hermanas”, término que significaba no solamente hermanos como los entendemos
nosotros en nuestro lenguaje actual, sino que incluía también a primos y
parientes. Los Católicos sabemos que, a pesar de todo lo que puedan decir los
no-Católicos, Jesús fue el único Hijo de María. (*)
Al ver los ataques contra Dios, contra Cristo, contra la
Verdad, contra la Iglesia, y al ver los problemas causados por algunos miembros
de la Iglesia, podemos darnos cuenta de por qué el Señor prometió que estaría
con su Iglesia hasta el fin de los tiempos, como podemos ver en el Evangelio de
la Fiesta de San Pedro y San Pablo el 29 de junio.
La Iglesia no está libre de dificultades. Recordemos las
palabras de Cristo a Pedro:“Tú eres Pedro y sobre esta piedra (roca) edificaré
mi Iglesia y el poder del Infierno no la derrotará”. Estas palabras del
Señor nos indican que la Iglesia iba a estar sometida a muchas pruebas y
ataques durante su peregrinar aquí en la tierra. Así ha sido y seguirá siendo.
Y la Fe está siendo atacada desde las sectas y desde los
errores y herejías del New Age o Nueva Era, con los que se pretende destruirla,
al presentar errores como aparentes verdades, engañando a muchos católicos.
Pero tenemos la seguridad del Señor de que el poder del Mal no podrá vencer a
su Iglesia.
La Iglesia no es perfecta aún, pues se mezcla su realidad
humana (pecadora) con su realidad divina, como dolorosamente estamos pudiendo
notar especialmente en nuestros días.
La Iglesia sólo será perfecta -nos dice el Nuevo Catecismo-
en la gloria del Cielo, cuando Cristo vuelva glorioso a establecer su Reinado
definitivo, a establecer los Cielos nuevos y la tierra nueva: la Jerusalén
Celestial; es decir, la morada de Dios en medio de los hombres.
Pero volvamos a la Sinagoga de Nazaret. Jesús responde a los
que estaban allí: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus
parientes y los de su casa”. Así es... y así fue también para el Ungido de
Dios, el Mesías prometido, el Hijo de Dios hecho Hombre. Y aunque hubiera
querido, nos dice el Evangelio,“no pudo hacer allí ningún milagro”.
Venía del norte, de Cafarnaún donde, entre otros milagros,
había vuelto a la vida a la hija del Jefe de la Sinagoga. Pero aquí en su
Nazaret, “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos, y estaba
extrañado de la incredulidad de aquella gente”.
Es justamente la incredulidad de los paisanos de Nazaret lo
que le impide obrar grandes milagros como los que hizo en otras partes, porque
Dios usa su Omnipotencia en favor de los que creen. “Tu fe te ha salvado”
(Mt. 9, 20-22) solía decir a los que curaba. O“basta que creas” (Lc.
8, 40-50). En Nazaret, entonces, se limitó a ayudar a los pocos que tenían fe.
Por eso es que unos se salvan y otros no. Jesús quiere
salvar a todos, pero unos lo reconocen como Salvador y otros no. Unos se dejan
salvar y otros no.
Y esto es así porque, para aprovechar las gracias divinas
tenemos que estar dispuestos a recibirlas. De otra manera –por decirlo de una
forma gráfica- es como si esos auxilios divinos que son las gracias
“resbalaran” sobre nosotros y no “entraran” a nuestro ser.
El no tener fe, el no creer en Dios, el no aceptar su
Omnipotencia, el no tener confianza en sus decisiones, el no aceptar su
Voluntad, es como si nos hiciéramos impermeables a la Gracia (que es Dios
mismo) y a sus gracias, que son los auxilios divinos que están a nuestra
disposición en todo momento.
Bien lo dice Mons. Juan Bautista Castro, el Arzobispo de
Caracas, quien hizo la primera Consagración de Venezuela al Santísimo
Sacramento del Altar, a fines del siglo 19, por lo cual este país es la “República
del Santísimo Sacramento”:
“En la Santa Hostia está el Dios que derrama sus
beneficios sobre la humanidad, el Dios que salva a las almas que
aprovechan los beneficios y las gracias de su Redención”.
La Primera Lectura (Ez. 2, 2-5) nos recuerda también
la incredulidad del pueblo de Israel frente al profeta Ezequiel. A Ezequiel le
tocó anunciar cosas muy duras y dichas duramente al pueblo de Israel, entre
otras, la destrucción de Jerusalén en castigo de sus pecados. Dios conoce la
rebeldía de ese pueblo, y así le dice a Ezequiel: “Te envío a los
israelitas, un pueblo rebelde que se ha sublevado contra Mí y que me ha
traicionado”.
Y ... ¿no estaremos nosotros, la Iglesia de Cristo, el
pueblo de Dios de hoy, igual que al de ayer?
¿Dónde ha quedado la fe firme en Dios, en Cristo, en su
Iglesia?
¿Dónde ha quedado la fidelidad a toda prueba de sus
ministros?
¿Dónde ha quedado el amor a Dios sobre todas las cosas?
¿Dónde ha quedado el amor que nos debemos unos a otros?
¿No estaremos siendo rebeldes y traicionando a Dios,
también?
¿No podría hoy decirnos Dios lo mismo que dijo ayer por boca
de Ezequiel:
“Por todo el territorio las ciudades serán arruinadas y
arruinados los altares y los ídolos, aniquiladas las obras de ustedes. Los
muertos yacerán en medio de ustedes y sabrán que Yo soy Yavé.... Así habla
Yavé: Desgracia grande. Ya viene el fin. Ya se acerca el fin ... Te juzgaré
según tus obras y te pediré cuenta de todas tus maldades ... porque tus
pecados estarán a la vista ... Ya llega tu día ... Florece la injusticia, el
orgullo da sus frutos y la violencia reina para imponer el mal ... Sin embargo
quedará un resto de ustedes ... se acordarán entonces de Mí ... Yo ablandaré su
corazón traidor que se apartó de Mí” (Ez. 6).
“Yo los liberaré de todos los pecados que cometieron y los
purificaré. Serán mi pueblo y Yo seré su Dios ... Observarán mis leyes y
guardarán mis mandamientos, y los pondrán por obra ... Junto a ellos tendré mi
morada; Yo seré su Dios, y ellos serán mi Pueblo ... Conocerán que Yo soy Yavé,
el que santifica a Israel, cuando mi santuario esté en medio de ellos para
siempre” (Ez. 37, 21 ss).
Y, a pesar de las rebeldías y las traiciones, Dios sigue
enviando gracias y favores, Dios sigue enviando sus profetas para iluminar a su
Pueblo, para alertarlos contra el pecado. Lo hizo ayer con el pueblo de Israel,
pero continuaban en su obcecación.
Por eso le dice Dios a Ezequiel al final de la Primera
Lectura de hoy: “A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y
ellos, te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
En la Segunda Lectura de hoy (2 Cor. 12, 7-10) San
Pablo nos habla de aquella espina que tenía clavada en su carne, aquella
tentación con la que “un enviado de Satanás”,lo humillaba, espina que es
causa también de muchas gracias, gracias especiales, gracias siempre presentes,
con las que podemos sobreponernos a las tentaciones, sobre todo cuando sabemos
que somos débiles y que en esa debilidad Cristo es nuestra fortaleza.
Ante la petición de San Pablo a Dios para que le quitara esa
“espina”, el Señor le responde: “Mi gracia te basta, porque mi poder se
manifiesta en la debilidad”.
Es así como el Apóstol nos enseña a gustar de las
debilidades, de los insultos, de las persecuciones y dificultades –incluso de
las tentaciones, que son persecuciones del demonio- inconvenientes todos que,
sufridos en Cristo, pueden tornarse en fortaleza. Porque, al reconocernos
débiles, Cristo pasa a ser de inmediato nuestra fortaleza. De allí que San
Pablo puede proclamar: “Cuando soy más débil, soy más fuerte”.
(*) Sin
embargo, los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica no cesan de atacar
nuestras creencias, nuestros dogmas de fe, el Magisterio de la Iglesia, en fin,
no cesan de atacar la Verdad, en todas las formas posibles: reales e imaginarias,
verdaderas o falsificadas.
Tal es el caso de un osario de un supuesto “hermano de
Jesús” con el nombre de Santiago, que fue divulgado en las noticias a finales
del año 2002. La inscripción que portaba el pequeño sarcófago de huesos
resultaba prácticamente determinante para demostrar que Jesús no fue el único
Hijo de San José y la Virgen María.
¿Cuál fue el resultado de las investigaciones? Que el osario
era verdadero, pero que la inscripción era forjada.
Entonces debemos saber que, a pesar de todo lo que pretendan
demostrar aun con falsificaciones arqueológicas, como ha resultado ser este
caso, Jesús es el Hijo de Dios, y el único hijo de María, y su Encarnación en
el seno virginal de su Madre, fue obra del Espíritu Santo. San José fue el
padre terrenal, custodio del Salvador del Mundo, que Dios puso como jefe de la
Sagrada Familia.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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