Hoy, Jesús, recurriendo a metáforas tomadas de la naturaleza
propias de su entorno en las más fértiles tierras de Galilea donde pasó su
niñez y su adolescencia —los lirios del campo y los pájaros del cielo— nos
recuerda que Dios Padre es providente y que, si vela por las creaturas suyas
más débiles, tanto más lo hará por los seres humanos, sus creaturas predilectas
(cf. Mt 6,26.30).
El texto de Mateo es de un carácter alegre y optimista, donde encontramos un Hijo muy orgulloso de su Padre porque éste es providente y vela constantemente por el bienestar de su creación. Ese optimismo de Jesús no solamente debe ser el nuestro para que nos mantengamos firmes en la esperanza —«No andéis preocupados» (Mt 6,31)— cuando surgen las situaciones duras en nuestras vidas. También debe ser un incentivo para que nosotros seamos providentes en un mundo que necesita vivir lo que es la verdadera caridad, o sea, la puesta del amor en acción.
Por lo general, se nos dice que tenemos que ser los pies, las manos, los ojos, los oídos, la boca de Jesús en medio del mundo, pero, en el sentido de la caridad, la situación es todavía más profunda: tenemos que ser eso mismo, pero del Padre providente de los cielos. Los seres humanos estamos llamados a hacer realidad esa Providencia de Dios, siendo sensibles y acudiendo en auxilio de los más necesitados.
En palabras de Benedicto XVI, «los hombres destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad». Pero también nos recordó el Santo Padre que la caridad tiene que ir acompañada de la Verdad que es Cristo, para que no se convierta en un mero acto de filantropía, desnudo de todo el sentido espiritual cristiano, propio de los que viven según nos enseñó el Maestro.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (6,24-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gante de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las lecturas hoy nos advierten de la
inconveniencia del apego a las riquezas y también no hablan de la Divina
Providencia, ese cuidado que Dios da a sus creaturas. Y podemos ver en
estas lecturas de hoy dos aspectos de este cuidado amoroso de Dios: confianza
en la Divina Providencia en cuanto a nuestras necesidades materiales y
confianza también en cuanto a lo que nos depara el futuro.
Sobre el apego a las riquezas Jesús nos da una imagen sacada
de la esclavitud de aquel entonces. Nos dice que quien pretenda servir a
dos amos se va a ver en dificultades, pues por tratar de obedecer a uno,
descuidaría al otro. Y con esta comparación pasa a darnos la idea: no
se puede servir a Dios y al dinero (Mt. 6, 24).
Jesús usa la palabra servir. No quiere decir
que no haya que tener bienes materiales y que no haya que procurarlos.
Con la palabra servir el Señor se está refiriendo a ser esclavos del
dinero, o sea, a dejar que el dinero nos domine. Cuando el dinero se
convierte en lo más importante en nuestra vida, nos puede llegar a esclavizar.
Entonces, no es lo mismo tener riquezas que servir o ser
esclavo de éstas. ¿Cómo diferenciar estas dos actitudes?
Habla Jesús de dos señores: un señor es
Dios y otro es el dinero. Dios desea que nosotros seamos obedientes a El,
pues El es el Señor. El nos creó, es nuestro Dueño, dependemos
de El. A El debemos obediencia: ser y hacer lo que El desea de nosotros.
Pero Jesús nos está advirtiendo que el dinero también
pretende ser señor, que el dinero pretende ser nuestro señor. Y
¿puede el dinero hacernos depender de él? ¡Claro que sí! Cuando
nuestra vida está centrada sólo y por encima de todo lo demás, en conseguir
dinero y en obtener lo que el dinero nos puede dar, sin darnos cuenta, nos
hemos convertido en esclavos del dinero y se ha convertido el dinero en señor
nuestro.
Como medida del recto uso del dinero y de los bienes
materiales, tendríamos que preguntarnos: ¿me está sirviendo el dinero y lo que
obtengo con él a cumplir mejor la voluntad de Dios, o me aleja de ella?
¿El dinero y las riquezas que tengo me ayudan que Dios sea mi Señor, mi
Dueño, o me alejan de este ideal?
Continuando con el Evangelio, Jesús pasa a hablarnos de su
Providencia Divina (Mt 6, 25-33). También lo hace la Primera Lectura (Is
49, 14-15).
Con una imagen de ternura maternal, Dios a través del
Profeta Isaías nos asegura que El siempre cuida de nosotros: “¿Puede acaso una
madre olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus
entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de
ti", dice el Señor Todopoderoso.
Dios da la imagen de una madre que es la persona más
pendiente del bienestar de su hijo. Y nos dice que El es así. Pero
que si acaso hubiera una madre que se olvidara de su hijo, El que es el Señor
Todopoderoso, no se olvidará jamás. La Divina Providencia es ese cuido
constante, amoroso, tierno de Dios para con nosotros sus creaturas.
En el Evangelio Jesús usa una imagen campestre de aves
del cielo para asegurarnos que él se ocupa directamente de nuestra
alimentación. Que si su Padre del Cielo alimenta a las aves que no
guardan su alimento en graneros, ¿cómo no va a cuidar de nuestro alimento si
nosotros valemos muchísimo más que las aves?
También nos asegura que no tenemos que preocuparnos por el
vestido. Y recurre a otra imagen campestre: los lirios de
campo. “Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni
hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su
gloria, se vestía como uno de ellos”.
Lo más grave es lo que nos dice enseguida: “Y si
Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al
horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” Nos está
diciendo algo que es evidente, pero que no tomamos en cuenta: Dios,
que cuida de la hierba que es perecedera y dura muy poco, ¡cómo no nos va a
cuidar más aún a nosotros que estamos destinados a vivir con El para siempre!
Pero además, nos recrimina algo: nos dice que si estamos
demasiado preocupados por la ropa es porque tenemos poca fe (!!!???).
¿Por qué nos acusa de poca fe? Porque para tener confianza plena en la
Providencia Divina, hay que tener mucha fe: la confianza en Dios es
una consecuencia de nuestra Fe en El.
Pero no se queda allí el Señor. Luego nos ubica bien
ubicados: nuestra preocupación por los alimentos y por el vestido es inútil, ya
que a fuerza de preocuparnos no vamos a ser capaces de extender nuestra vida
siquiera un momento: “¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse,
puede prolongar su vida siquiera un momento?”
Nos dice luego lo que debemos hacer y lo que El
desea: “Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas se les darán por añadidura”. Es decir, nuestra
preocupación debiera estar en buscar ante todo los bienes espirituales, las
cosas de Dios, lo que El desea de nosotros, buscar lo que necesitamos para
llegar a poseer los bienes eternos del Cielo. Si buscamos a Dios primero,
lo demás, lo material, nos viene dado como ñapa, como un bono adicional, sin
tener que buscarlo.
Lo más grave es que si buscamos la añadidura, la
ñapa, el bono adicional, nos podemos quedar sin ambas cosas: sin la
añadidura y sin el Reino de Dios que es el Cielo.
El otro aspecto de la Providencia Divina se refiere al
futuro. Nos dice Jesús que no debemos preocuparnos “por el mañana,
porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día
le bastan sus propios problemas”.
Todos los seres humanos pasamos en algunos momentos de
nuestra vida por problemas, vicisitudes, adversidades, sufrimientos. Unos
más, otros menos; unos antes, otros después, a cada uno nos llega el momento de
tribulación. Por eso el Señor nos advierte que preocuparnos por el mañana
es agregar más penas a las que ya tiene el día de hoy. El Señor nos está
diciendo que hay que vivir el presente, que ya eso es bastante.
Vivamos el presente, confiemos en la Divina Providencia para
nuestras necesidades materiales y para el futuro, y no dejemos que el dinero
nos esclavice. Nuestro único Señor es Dios.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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