Hoy, la Iglesia celebra la liturgia del Primer Domingo de
Cuaresma. El Evangelio presenta a Jesús preparándose para la vida pública. Va
al desierto donde pasa cuarenta días haciendo oración y penitencia. Allá es
tentado por Satanás.
Nosotros nos hemos de preparar para la Pascua. Satanás es nuestro gran enemigo. Hay personas que no creen en él, dicen que es un producto de nuestra fantasía, o que es el mal en abstracto, diluido en las personas y en el mundo. ¡No!
La Sagrada Escritura habla de él muchas veces como de un ser espiritual y concreto. Es un ángel caído. Jesús lo define diciendo: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8). Y Pablo VI enseña: «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser obscuro y perturbador existe realmente y que continúa actuando».
¿Cómo? Mintiendo, engañando. Donde hay mentira o engaño, allí hay acción diabólica. «La más grande victoria del Demonio es hacer creer que no existe» (Baudelaire). Y, ¿cómo miente? Nos presenta acciones perversas como si fuesen buenas; nos estimula a hacer obras malas; y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar los pecados. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza. ¿No tienes experiencia de eso?
¿Nuestra actitud ante la tentación? Antes: vigilar, rezar y evitar las ocasiones. Durante: resistencia directa o indirecta. Después: si has vencido, dar gracias a Dios. Si no has vencido, pedir perdón y adquirir experiencia. ¿Cuál ha sido tu actitud hasta ahora?
La Virgen María aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Que Ella nos dé fortaleza para superar las tentaciones de cada día.
Nosotros nos hemos de preparar para la Pascua. Satanás es nuestro gran enemigo. Hay personas que no creen en él, dicen que es un producto de nuestra fantasía, o que es el mal en abstracto, diluido en las personas y en el mundo. ¡No!
La Sagrada Escritura habla de él muchas veces como de un ser espiritual y concreto. Es un ángel caído. Jesús lo define diciendo: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8). Y Pablo VI enseña: «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser obscuro y perturbador existe realmente y que continúa actuando».
¿Cómo? Mintiendo, engañando. Donde hay mentira o engaño, allí hay acción diabólica. «La más grande victoria del Demonio es hacer creer que no existe» (Baudelaire). Y, ¿cómo miente? Nos presenta acciones perversas como si fuesen buenas; nos estimula a hacer obras malas; y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar los pecados. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza. ¿No tienes experiencia de eso?
¿Nuestra actitud ante la tentación? Antes: vigilar, rezar y evitar las ocasiones. Durante: resistencia directa o indirecta. Después: si has vencido, dar gracias a Dios. Si no has vencido, pedir perdón y adquirir experiencia. ¿Cuál ha sido tu actitud hasta ahora?
La Virgen María aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Que Ella nos dé fortaleza para superar las tentaciones de cada día.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto,
Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15). Jesucristo
fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a El no lo llevaron
al pecado” (Hb.4,15). Lamentablemente a nosotros las
tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en
nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.
No podemos pretender, entonces, no tener tentaciones.
Ni siquiera podemos pretender nunca pecar, pues aun los santos han pecado y nos
dice la Sagrada Escritura que el santo peca siete veces (cfr. Prov. 24,
16).
Sin embargo, la clave del comportamiento ante las
tentaciones nos la da esa cita de los Proverbios: “el justo, aunque peca siete
veces, se levanta, mientras que los pecadores se hunden en su
maldad”. La diferencia entre el que trata de ser santo y el pecador
empecinado no consiste en que el santo no peque nunca, sino que cuando cae se
levanta, mas el pecador empecinado continúa sin arrepentirse y cometiendo
nuevos pecados.
Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla
San Pablo: “Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del
diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas... Nos
enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6,
11-12).
Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones. Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna: “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stg. 1, 12).
Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo
comportarnos ante la tentación. Debemos saber, ante todo, que el demonio
busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna.
De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente: “Sean sobrios y
estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando
a quién devorar” (1 Pe. 5, 8).
Luego debemos tener plena confianza en Dios. Cuando
Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por
encima de nuestras fuerzas. Tenemos que saber y estar realmente
convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias
para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus
fuerzas. El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para
resistir” (1 Cor. 10 ,12).
¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el
principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de
vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26,
41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”,
enseñaba San Alfonso María de Ligorio.
¿Qué hacer ante la tentación? Despachar la tentación
de inmediato. ¿Cómo? También orando, pidiendo al Señor la fuerza
para no caer. Nos dice el Catecismo: “Este combate y esta victoria sólo
son posibles con la oración” (#2849).
“No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó
Jesús a orar en el Padre Nuestro. La oración impide que el demonio tome
más fuerza y termina por despacharlo. Sabemos que tenemos todas las
gracias para ganar la batalla. Porque... “si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31).
Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido,
atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la
tentación. Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras
tentaciones. Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces
hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a El a
través del Sacramento de la Confesión.
¿Cómo
es el proceso de la tentación?
Pensemos en Jesús ante las tentaciones en el desierto.
El despachó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el
enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento.
Pensemos, en cambio, en Eva. Analicemos las palabras
del Génesis sobre la tentación original:
El demonio se acerca y propone un tema de conversación:
“¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del
jardín?”.
Y la mujer, en vez de descartar a su interlocutor, comienza
un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del
fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman
de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”. Con este
diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro. El alma que sabe lo que
Dios ha prohibido no se entretiene en aquella duda, en aquel pensamiento o en
darle rienda suelta a aquel deseo, actitudes todas que son la introducción al
pecado.
Volvamos a Eva: el Demonio, astutísimo como es y, además,
inventor de la mentira, podía hacerla sucumbir, pues es ángel –ángel caído,
pero ángel al fin, con poderes angélicos superiorísimos a las cualidades
humanas.
De hecho, sabemos lo que sucedió: ya entablado el diálogo,
ya debilitado el entendimiento de la mujer, el Demonio pasa a hacer una proposición
directa al pecado, una mentira, pintándole un panorama maravilloso: ser como
Dios: “Y dijo la serpiente a la mujer: No morirán. Es
que Dios sabe que si comen se les abrirán los ojos y serán como Dios,
conocedores del bien y del mal”.
Puede el Demonio también ofrecer una felicidad oculta detrás
del pecado, insinuando además que nada malo nos sucederá. Que además
podemos arrepentirnos y que Dios es misericordioso. A estas alturas de la
tentación, todavía está el alma en capacidad de detenerse, pues la voluntad aun
no ha consentido. Pero si no corta enseguida, las fuerzas se van
debilitando y la tentación va tomando más fuerza.
Luego viene el momento de la vacilación. “Vio,
pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y
apetitoso para alcanzar la sabiduría”. Sobreponerse aquí es muy difícil,
pero no imposible. Sin embargo, el alma ya está muy debilitada ante el
panorama tan atractivo que le ha sido presentado.
“Y tomó el fruto y lo comió y dio también de él a su marido,
que también con ella comió”. Ya el alma sucumbió, dando su consentimiento
voluntario al pecado. Y lo que es peor: hizo caer a otro.
Cometió un pecado doble: el suyo y el de escándalo, haciendo que otro pecara.
Luego viene el momento de la desilusión: ¿dónde está el
maravilloso panorama sugerido por el enemigo? “Se les abrieron los
ojos a ambos y, viendo que estaban desnudos, tomaron unas hojas de higuera y se
hicieron unos cinturones”. El alma se da cuenta que se ha quedado
desnuda ante Dios y de que ha perdido la gracia (Dios ya no habita en ella).
El remordimiento sigue a la desilusión. Y ante
este llamado de la conciencia, puede uno esconderse, rechazando la voz de Dios
o puede el alma arrepentirse y pedir perdón a Dios en el Sacramento de la
Confesión. “Oyeron a Yavé que se paseaba por el jardín al fresco del día y se
escondieron de Yavé Adán y su mujer. Pero Yavé llamó a Adán, diciendo:
¿dónde estás, Adán?
¿La
tentación es pecado?
Es muy importante la diferenciación entre “tentación” y
“pecado”. La tentación noes pecado. La tentación es anterior
al pecado. El pecado es el consentimiento de la tentación. Así que
no es lo mismo ser tentado que pecar. Todo pecado va antecedido de una
tentación, pero no toda tentación termina en pecado.
Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las
gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una
de las tentaciones que el Demonio o los demonios nos presenten a lo largo de
nuestra vida. Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima
de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación.
Esto es una verdad contenida en las Sagradas Escrituras: “Dios
que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes
bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1
Cor. 10, 13).
Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la
oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación
eterna. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los
deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo (cfr.
2 Tim. 4, 7).
El poder que tiene el Demonio sobre los seres humanos a
través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que
temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo
deseamos.
Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos
la posibilidad de optar libremente por Dios o por el Demonio.
También sirven para no ensoberbecernos creyéndonos autosuficientes y sin
necesidad de Cristo Redentor.
¿Qué
hacer ante las tentaciones?
En primer lugar tener plena confianza en Dios, tener plena
confianza en lo que nos dice San Pablo: nadie es tentado por encima de las
fuerzas que Dios nos da. Junto con cada prueba, Dios tiene dispuesto
gracias especiales suficientes para vencer. No importa cuán fuerte sea la
tentación, no importa la insistencia, no importa la gravedad. En todas
las pruebas está Dios con sus gracias para vencer con nosotros al Maligno.
Además, decía un antiguo Padre de la Iglesia, tras la venida
de Cristo, Satanás es como un perro atado: puede ladrar y abalanzarse cuanto
quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos a él, no puede morder.
Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las
tentaciones es la vigilancia y la oración. Bien nos dijo el Señor: “Vigilen
y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste
en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a
pecar.
Ahora bien esta lucha no es contra fuerzas humanas, sino
contra fuerzas sobre-humanas, como bien nos describe San Pablo (Ef. 6,
11-18). Por eso hay que armarse con armas espirituales: confesión y
comunión frecuentes, que son los medios de gracia que nos brinda el Señor a
través de su Iglesia. Pero no olvidar, por encima de todo, la oración, la
cual nos recomienda el Señor directamente y nos recuerda San Pablo también: “Vivan
orando y suplicando. Oren todo el tiempo” (Ef. 6, 18).
Una de las gracias a pedir en la oración, para estar
preparados para este combate espiritual, es la de poder identificar la
tentación antes de que nuestra alma vacile y caiga.
Poder ubicar de inmediato, por ejemplo, una tentación de
orgullo. “¡Qué bien lo haces! ¡Qué competente eres!”, puede insinuarnos
sutilmente el demonio. ¡Tan sutilmente que parece un pensamiento o una idea
propia! Parece muy lógico y hasta lícito este pensamiento para levantar
la “auto-estima”, según esa nefasta prédica del New Age.
Pero en realidad, el Demonio está buscando engañarnos para
que creamos que somos capaces de hacer las cosas, sin dejarnos dar cuenta que
es Dios quien nos capacita para hacer las cosas bien y a El debemos agradecer y
alabar, pues por nosotros mismos no somos capaces de ¡nada! Si cada
palpitación de nuestro corazón depende el Él ¿de qué nos vamos a ufanar?
La verdadera “auto-estima” consiste en sabernos y creernos realmente que nada
somos ante Dios, que dependemos totalmente de El y de que nuestra fortaleza
está en nuestra debilidad, pues en ésta Dios nos fortalece con su
Fortaleza. “Mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor.
12, 9-b).
Ese pensamiento sutil y tan “aparentemente” lícito o inocuo,
sobre la supuesta competencia y capacidad del ser humano, el alma vigilante lo
rechaza enseguida, sin distraerse a ver lo capaz y competente que ha sido en
hacer bien una determinada una labor. De no actuar así y con prontitud,
ya ha caído en una tentación de orgullo y engreimiento.
A veces la tentación no desaparece enseguida de haberla
rechazado y el Demonio ataca con gran insistencia. No hay que desanimarse
por esto. Esa insistencia diabólica puede ser una demostración de que el
alma no ha sucumbido ante la tentación. Ante los ataques más fuertes, hay
que redoblar la oración y la vigilancia, evitando angustiarse. Esta
lucha, permitida por Dios, es una especie de calistenia espiritual que más bien
fortalece al alma, siempre que se mantenga luchando contra la tentación.
Si rechaza la tentación una y otra vez, el Demonio terminará por alejarse,
aunque no para siempre, pues buscará otro motivo y otro momento más oportuno
para volver a tentar. (“Habiendo agotado todas las formas de
tentación, el Diablo se alejó de El, para volver en el momento oportuno” (Lc.
4, 13).
Una cosa conveniente es desenmascarar al Demonio. Si
se trata de tentaciones muy fuertes y repetidas, puede ser útil hablar de esto
con un buen guía espiritual. El Demonio, puesto en evidencia, usualmente
retrocede. Adicionalmente, ese acto de humildad de la persona suele ser
recompensado por el Señor con nuevas gracias para fortalecernos ante los
ataques del Demonio.
Y recordar siempre que tenemos todas las gracias
necesarias para el combate espiritual. San Pablo refiere lo
siguiente: “Y precisamente para que no me pusiera orgulloso,
después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un
aguijón, verdadero delegado de Satanás, para que me abofeteara. Tres
veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me respondió: ‘Te basta
mi gracia’” (2 Cor. 12, 7-9).
Aparte de esta actitud de continua confianza en Dios y de
vigilancia en oración, hay conductas prácticas convenientes de tener en cuenta
ante las tentaciones:
Durante la tentación: orar con mucha confianza y resistir
con la ayuda que Dios ha dispuesto.
Después de la tentación: si hemos caído, arrepentirnos y
buscar el perdón de Dios en la Confesión. Y si no hemos caído ¡ojo!
Referir el triunfo a Dios, no a nosotros mismos, pues a El debemos el honor, la
gloria y el agradecimiento.
Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Evangeli.org
Homilias.org
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