miércoles, 28 de marzo de 2018

Miercoles Santo.“¡Ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!”






Van tres días donde vamos escuchando en el Evangelio, además de la vida de Jesucristo, a otro personaje en común: Estamos escuchando acerca de Judas. ¿Porque la liturgia de la Iglesia antes de comenzar a celebrar los misterios centrales de nuestra fe nos habla tanto de la vida de este personaje de triste memoria?

En primer lugar, es importante señalar que Judas no estaba predestinado a traicionar al Señor, por si acaso este no era su llamado. Su llamado era ser apóstol, Jesús lo escogió para una misión de bien. Es más, el Señor vio en él probablemente muchas cosas buenas. Él estaba en la capacidad de responderle al Señor, de ser santo. Sin embargo, traiciona a Jesús porque quiere. Haciendo una opción clara, libre y explicita por el mal.

Y aunque no nos guste aceptarlo, en algo quizás nos podríamos estar pareciendo a él. El día de hoy tenemos que contrastarnos porque el problema de Judas es que se sintió defraudado por Jesús: el Señor no respondió a sus expectativas. Se había hecho otra idea del Señor. Estaba dispuesto a seguirlo, parece que sí, pero siempre y cuando sea un Dios ajustado a su medida. ¿No nos hemos sentidos nosotros a veces defraudados por el Señor porque las cosas no son como habíamos pensado? ¿Porque el camino se ha hecho más estrecho de lo que quizá habíamos calculado? ¿O porque las pruebas son más largas de lo que pensábamos?

Hoy recordemos que hay que seguir a Jesús de manera incondicional. Recordemos que, al igual que Judas, Jesús nos ha llamado a nosotros. A estas alturas de la vida quizá hayamos visto muchas de las maravillas que Jesús ha obrado en nuestras vidas, pero aun así quizás no le creemos del todo. Todavía dudamos de él.




También nosotros podemos traicionar, quizá no sea de una manera tan escandalosa como la de Judas pero podemos caer en la desgracia de cambiar a Jesús por otros caminos, que podrían parecer más eficaces, menos difíciles y más aceptables a los ojos del mundo. Porque la traición de Judas está en que habiendo conocido la verdad, escogió otros caminos. Algo de esto también nos puede pasar a nosotros de una manera muy sutil. También y con mucha razón podemos preguntarle a Jesús: ¿Seré yo acaso Señor? Mientras estamos haciendo fila también para recibir la eucaristía oír: El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar. Algo de eso también podríamos tener nosotros.

Así pues, acerquémonos a Jesús. Él sólo quiere darnos su misericordia, como decíamos ayer, frente a la traición Jesús lo llama amigo. “¿Amigo, con un beso entregas al hijo del hombre?”. Le dice amigo para que entienda que su amistad es incondicional. Que él está dispuesto a entregarle todo para que no se desesperance. Siempre hay una luz, pero estaba tan metido este pobre hombre en su visión personal de Dios, que no cabía en ella un Dios misericordioso.

Vivamos bien esta semana santa entonces. Y recordemos en estos días que Dios ya lo ha hecho todo para que nos acerquemos a Él. Nos ha amado, nos ha perdonado. Y todo esto porque nos quiere demostrar su amor de amigo fiel.






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