Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de
descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les
había dado. Habían expulsado demonios, curado enfermos y predicado el
Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a
un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).
Una de las tentaciones a las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas descuidando el trato con el Señor. El Catecismo recuerda que, a la hora de hacer oración, uno de los peligros más grandes es pensar que hay otras cosas más urgentes y, de esa forma, se acaba descuidando el trato con Dios. Por eso, Jesús, a sus Apóstoles, que han trabajado mucho, que están agotados y eufóricos porque todo les ha ido bien, les dice que tienen que descansar. Y, señala el Evangelio «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario» (Mc 6,32). Para poder rezar bien se necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la persona con la que vamos a hablar. Asegurarnos de que estamos con Él.
Por eso todo rato de oración
empieza, generalmente, y es lo más difícil, con un acto de presencia de Dios.
Tomar conciencia de que estamos con Él. Y la segunda es la necesaria soledad.
Si queremos hablar con alguien, tener una conversación íntima y profunda,
escogemos la soledad.
San Pedro Julián Eymard recomendaba descansar en Jesús después de comulgar. Y advertía del peligro de llenar la acción de gracias con muchas palabras dichas de memoria. Decía, que después de recibir el Cuerpo de Cristo, lo mejor era estar un rato en silencio, para reponer fuerzas y dejando que Jesús nos hable en el silencio de nuestro corazón. A veces, mejor que explicarle a Él nuestros proyectos es conveniente que Jesús nos instruya y anime.
San Pedro Julián Eymard recomendaba descansar en Jesús después de comulgar. Y advertía del peligro de llenar la acción de gracias con muchas palabras dichas de memoria. Decía, que después de recibir el Cuerpo de Cristo, lo mejor era estar un rato en silencio, para reponer fuerzas y dejando que Jesús nos hable en el silencio de nuestro corazón. A veces, mejor que explicarle a Él nuestros proyectos es conveniente que Jesús nos instruya y anime.
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 6, 30-34
–Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran
tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra de Dios.
COMENTARIO.
Esta semana se nos habla de los Pastores. Y también de
pastores, porque pastor es todo el que tiene a su cargo un rebaño, por más
pequeño que sea. Pastor es el Obispo de una Diócesis, pero también lo son
el padre y la madre de familia. O el maestro en una escuela. O el
jefe de una oficina. O el gobernante de una nación.
Y a través del Profeta Jeremías (Jer. 23, 1-6) Dios
se muestra muy severo con respecto de los malos pastores, “Ustedes
han rechazado y dispersado a mis ovejas y no las han cuidado. Yo me
encargaré de castigar las malas acciones de ustedes”. Bien fuerte,
¿no?
Pero Dios no se queda en la censura a los pastores que han
descuidado al rebaño, sino que promete El mismo ocuparse de sus
ovejas: “Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas ... para que
crezcan y se multipliquen ... Ya no temerán, ni se espantarán y ninguna se
perderá”. Sabemos que Dios envió a su propio Hijo para ser ese
Dios-Pastor que reuniría a todas las ovejas y las atendería personalmente,
defendiéndolas de los peligros y alimentándolas con su Palabra y con su Cuerpo.
“El Señor es mi Pastor, nada me falta”, cantamos en
el Salmo del Buen Pastor. Y, efectivamente, con Cristo nada nos
falta. Y, aunque pasemos momentos peligrosos y oscuros, nada tememos,
porque El va con nosotros y va guiándonos y apaciguándonos con su cayado.
Jesús es el Buen Pastor. Y ¿cómo cuida de sus
ovejas? El Evangelio está lleno de muchas imágenes del Buen Pastor:
las atiende, las busca si se pierden, las cura si se enferman, las monta en sus
hombros para regresarla al redil, se alegra cuando encuentra a la perdida, etc.
etc. (cfr. Mt. 18, 12-14; Lc. 15, 4-7; Jn. 10, 2-16)
Jesús es el Buen Pastor. Y primero cuida del pequeño rebaño
escogido por El y más cercano a El. Estos son los Apóstoles, a quienes
hace pastores del gran rebaño, de su Iglesia. Por eso, para cuidar a sus
Apóstoles cuando éstos regresaron de la primera misión que les encomendó, los
invita con El “a un lugar solitario, para que descansen un poco” (Mc. 6,
30-34).
Ahora bien, recordemos que todos somos apóstoles, pues Cristo
nos ha encargado de llevar la Palabra de Dios a todos los que deseen recibirla.
Eso es evangelizar. Y también la Iglesia nos está llamando a
evangelizar.
Debemos, entonces, preguntarnos qué nos indica esta atención
del Señor para con sus Apóstoles. ¿Qué significará esa atención para
nosotros los evangelizadores de hoy? Lugares solitarios y de descanso son
todos aquellos momentos en que el Señor nos llama a orar, es decir, a estarnos
con El a solas para descansar en El y para dejarnos instruir por El.
En efecto, no puede haber verdadero apostolado sin esos
momentos de intimidad con Jesús, en los que renovamos no sólo nuestras fuerzas
físicas, sino principalmente las espirituales. No puede haber verdadero
apostolado y efectiva evangelización sin esos momentos de silencio en los que profundizamos
la Palabra de Dios, para irla internalizando y haciéndola vida en nosotros, de
manera de poder comunicarla a los que deseen escuchar.
Jesús es el Buen Pastor. Como tal, además de cuidar y
entrenar a los pastores de sus ovejas, también se ocupa directamente de sus
ovejas. Nos dice el Evangelio que, a pesar de que en este pasaje Jesús
trató de irse en una barca a un lugar solitario con sus Apóstoles, la gente los
siguió por tierra corriendo y llegaron primero que ellos al sitio. Y Jesús
viendo “una numerosa multitud que lo estaba esperando, se compadeció de
ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles
largamente”.
Dejémonos enseñar por el Señor, buscando esos momentos de
soledad en los que El nos explica su Palabra, para poder entonces comunicarla a
los demás.
Jesús es el Buen Pastor. Y El no sólo cuida de las
ovejas cercanas, las que pertenecían al pueblo escogido por Dios desde antiguo,
sino que también buscó a las lejanas, a las que no pertenecían al pueblo de
Israel, e hizo de todas ovejas suyas, y formó un solo rebaño.
Jesús es el Buen Pastor. Y, además de unir a sus ovejas
en un solo rebaño, también da la vida por ellas. Y, según nos dice San
Pablo (Ef. 2, 13-18) precisamente formó un solo rebaño
muriendo por todas sus ovejas. “El hizo de los judíos y de los no
judíos un solo pueblo; El destruyó en su propio cuerpo la barrera que los
separaba ... y los hizo un solo cuerpo con Dios, por medio de la cruz”.
El Salmo de hoy es uno de los Salmos favoritos de los cristianos.
Es el Salmo del Pastor, el Salmo 22, el cual abunda en más detalles sobre
el Buen Pastor y nosotros, sus ovejas.
Hemos dicho que la oveja confía plenamente en su pastor.
Por eso, aunque pasemos “por cañadas oscuras” (aunque pasemos
por dificultades) “nada tememos, porque nuestro Pastor va con nosotros; su
vara y su cayado nos dan seguridad. El nos hace reposar en verdes
praderas y nos conduce hacia fuentes tranquilas para reponernos nuestras
fuerzas”.
Por todo esto, hemos repetido en el Salmo y podemos repetirlo
a lo largo del día como una oración muy útil a nuestra vida espiritual la
primera frase de este Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”
El Señor nos quiere enseñar. El Señor nos quiere hacer
descansar. El Señor nos quiere preparar. ¿Cómo quiere
hacerlo? En la oración. En la oración de recogimiento. En la
oración en soledad. Aprovechemos al Señor en esos momentos, para luego
poder comunicar lo recibido a los demás. Así podremos cuidar el rebaño, cualquier
que sea el que nos hayan asignado.
Más sobre nosotros como las ovejas
del Buen Pastor:
Pero cabe preguntarnos: ¿Por qué se nos compara a los
seres humanos con las ovejas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento?
Ciertamente, la oveja era un animal que abundaba en toda la
zona habitada por el pueblo hebreo. De hecho, muchos de los hebreos eran
pastores. Pero hemos de suponer que también habría otros animales
domésticos con los cuales compararnos, como -por ejemplo- el perro
o el gato, o algunos animales de carga, como el burro o el camello;
también habrían aves de muchas clases ...
Entonces cabe preguntarnos: ¿por qué se insiste tanto en
compararnos con la oveja? Se ve esto mucho en los Salmos, y en el
Evangelio Jesucristo lo hace con comparaciones realmente conmovedoras.
Sin embargo, para muchos el comportamiento de la oveja puede
resultarnos prácticamente desconocido. Puede ser que hayamos podido ver
algo sobre esto en alguna película o en la televisión ...
Resulta interesante, entonces, adentrarse en ciertos detalles
sobre este dulce animal, para ver cuánto nos quiere decir el Señor al
compararnos una y otra vez con las ovejas y al definirse El como el “Buen
Pastor”.
La oveja es un animal frágil. Se ve ¡tan gordita!, pero
al esquilarla, es decir, al quitarle la lana, queda delgadita y se le nota
entonces toda su fragilidad.
Es, además, un animal dependiente, no se vale por sí
sola: depende totalmente de su pastor. Por cierto, no de cualquier
pastor, sino de “su” pastor.
Es tan incapaz, que con sus débiles y poco flexibles patitas,
no puede siquiera treparse al pastor y necesita que éste la suba. No así
un perro ... o un gato.
Si se queda ensartada en una cerca o en una zarza, no puede
salirse por sí sola: necesita que el pastor la rescate.
Otro detalle importante es que la oveja anda en rebaño, no
puede andar sola. De allí la comparación del Señor al sentir
compasión por el pueblo que lo buscaba: “andaban como ovejas sin pastor”.
Si llegara a quedarse sola, la oveja no es capaz de
defenderse: es fácil presa del lobo o de otros animales feroces.
Su dependencia del pastor la hace ser muy obediente y muy
atenta a la voz y a la dirección de “su” pastor. No obedece la voz de
cualquier pastor, sino que atiende sólo a la del suyo.
El pastor lleva a veces a pastar a sus ovejas guiándolas con
una vara alta, llamada cayado, y a veces las reúne en un espacio cercado,
llamado redil o aprisco.
Entonces ... ¿qué nos quiere decir el Señor al compararnos con
las ovejas? ... Y ¿qué nos quiere decir al definirse El como el “Buen
Pastor”? El Señor nos dice que El es el mejor de los pastores,
pues El da la vida -como de hecho la dio- por sus ovejas. Y sus ovejas lo
conocen y escuchan su voz. Nos dice también que El conoce a cada una de
sus ovejas por su nombre, y las ovejas reconocen su voz (cfr. Jn. 10,
1-10).
Nosotros somos -de acuerdo a lo que nos dice la Palabra de
Dios- ovejas del Señor. Quiere decir que somos también frágiles, aunque
la mayoría de las veces nos creemos muy fuertes y muy capaces. Somos, por
lo tanto, dependientes del Señor y, tal como las ovejas, tampoco nos valemos
por nosotros mismos
Sin embargo, engañados, podemos pasarnos gran parte de nuestra
vida y aún, toda nuestra vida, tratando de ser independientes de Dios, tratando
de valernos por nosotros mismos. ¿Cuántas veces no nos sucede esto?
Y nos sucede también que nos enredamos en nuestra vida
espiritual. Y ¿quién puede desenredarnos? ¿Quién puede sacarnos de
la zarza o de la cerca en que estamos atrapados? Bien lo
sabemos: necesitamos de nuestro Pastor. Y El nos busca, nos
rescata, nos cura, y nos coloca sobre su hombro, igual que a la oveja perdida,
para llevarnos al redil.
De sus 100 ovejas deja a las 99 ovejas seguras en el aprisco y
sale a buscar a la perdida. ¿Cuántas veces no ha hecho esto el Señor con
nosotros -con cada uno de nosotros- cada vez que nos escapamos del redil o que
nos desviamos del camino. (Lc. 15, 4).
No podemos, tampoco, andar solos, “como ovejas
descarriadas”, tal como lo dice San Pedro (1 Pe. 2, 25), pues
corremos el riesgo de ser devorados por los lobos que están siempre al acecho.
Tenemos, entonces, que reconocernos dependientes -totalmente dependientes de
Dios- como son las ovejas de su pastor. Así, como ellas, podemos ser
totalmente obedientes a la Voz y a la Voluntad de nuestro Pastor,
Jesucristo, el Buen Pastor.
Por otro lado, no debemos obedecer la voz de los ladrones de
ovejas. De éstos también nos habla el Señor en el Evangelio. Son los que
no entran por la puerta del redil, sino que saltan por un lado de la cerca y
tratan de engañarnos, simulando ser pastores para llevarse a las ovejas.
Esos falsos pastores son todos los falsos maestros que
confunden, pues nos hablan tratando de imitar a nuestro Pastor, con enseñanzas
falsas, que parecen verdaderas, para sacarnos del redil, para sacarnos de la
Iglesia, para hacernos perder la Fe que nos enseña nuestro Pastor. Son
todos los predicadores de errores y herejías modernas, contenidas en ese
amasijo de falsedades que es el New Age o Nueva Era.
Bien nos advierte Jesucristo: “El ladrón sólo viene
a robar, a matar y a destruir ... Mis ovejas reconocen mi voz ... A un extraño
mis ovejas no lo seguirán, porque no conocen la voz de los extraños”.
¡Cuidado con las voces extrañas! ¡Cuidado con
confundirlas con la Voz del Buen Pastor! Se parecen... pero no son.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org
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