domingo, 22 de julio de 2018

«Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Evangelio Dominical)





Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les había dado. Habían expulsado demonios, curado enfermos y predicado el Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).

Una de las tentaciones a las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas descuidando el trato con el Señor. El Catecismo recuerda que, a la hora de hacer oración, uno de los peligros más grandes es pensar que hay otras cosas más urgentes y, de esa forma, se acaba descuidando el trato con Dios. Por eso, Jesús, a sus Apóstoles, que han trabajado mucho, que están agotados y eufóricos porque todo les ha ido bien, les dice que tienen que descansar. Y, señala el Evangelio «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario» (Mc 6,32). Para poder rezar bien se necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la persona con la que vamos a hablar. Asegurarnos de que estamos con Él.




Por eso todo rato de oración empieza, generalmente, y es lo más difícil, con un acto de presencia de Dios. Tomar conciencia de que estamos con Él. Y la segunda es la necesaria soledad. Si queremos hablar con alguien, tener una conversación íntima y profunda, escogemos la soledad.

San Pedro Julián Eymard recomendaba descansar en Jesús después de comulgar. Y advertía del peligro de llenar la acción de gracias con muchas palabras dichas de memoria. Decía, que después de recibir el Cuerpo de Cristo, lo mejor era estar un rato en silencio, para reponer fuerzas y dejando que Jesús nos hable en el silencio de nuestro corazón. A veces, mejor que explicarle a Él nuestros proyectos es conveniente que Jesús nos instruya y anime.




Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 30-34




 En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
–Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Palabra de Dios.



COMENTARIO.





 Indudablemente que una de las imágenes favoritas de Jesús es la del Buen Pastor, de la cual el Evangelio de este domingo nos da un indicio.  Esta imagen está quizá mejor expresada en el Salmo de hoy (Sal. 22), ese Salmo favorito de todos los cristianos, el Salmo del Buen Pastor. 

Esta semana se nos habla de los Pastores.  Y también de pastores, porque pastor es todo el que tiene a su cargo un rebaño, por más pequeño que sea.  Pastor es el Obispo de una Diócesis, pero también lo son el padre y la madre de familia.  O el maestro en una escuela.  O el jefe de una oficina.  O el gobernante de una nación.

Y a través del Profeta Jeremías (Jer. 23, 1-6)  Dios se muestra muy severo con respecto de los malos pastores,  “Ustedes han rechazado y dispersado a mis ovejas y no las han cuidado.  Yo me encargaré de castigar las malas acciones de ustedes”.  Bien fuerte, ¿no?




Pero Dios no se queda en la censura a los pastores que han descuidado al rebaño, sino que promete El mismo ocuparse de sus ovejas:  “Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas ... para que crezcan y se multipliquen ... Ya no temerán, ni se espantarán y ninguna se perderá”.  Sabemos que Dios envió a su propio Hijo para ser ese Dios-Pastor que reuniría a todas las ovejas y las atendería personalmente, defendiéndolas de los peligros y alimentándolas con su Palabra y con su Cuerpo.

“El Señor es mi Pastor, nada me falta”,  cantamos en el Salmo del Buen Pastor.  Y, efectivamente, con Cristo nada nos falta.  Y, aunque pasemos momentos peligrosos y oscuros, nada tememos, porque El va con nosotros y va guiándonos y apaciguándonos con su cayado.

Jesús es el Buen Pastor.  Y ¿cómo cuida de sus ovejas?  El Evangelio está lleno de muchas imágenes del Buen Pastor:  las atiende, las busca si se pierden, las cura si se enferman, las monta en sus hombros para regresarla al redil, se alegra cuando encuentra a la perdida, etc. etc.  (cfr. Mt. 18, 12-14; Lc. 15, 4-7; Jn. 10, 2-16)

Jesús es el Buen Pastor. Y primero cuida del pequeño rebaño escogido por El y más cercano a El.  Estos son los Apóstoles, a quienes hace pastores del gran rebaño, de su Iglesia.  Por eso, para cuidar a sus Apóstoles cuando éstos regresaron de la primera misión que les encomendó, los invita con El “a un lugar solitario, para que descansen un poco” (Mc. 6, 30-34).




Ahora bien, recordemos que todos somos apóstoles, pues Cristo nos ha encargado de llevar la Palabra de Dios a todos los que deseen recibirla.  
Eso es evangelizar.  Y también la Iglesia nos está llamando a evangelizar.

Debemos, entonces, preguntarnos qué nos indica esta atención del Señor para con sus Apóstoles.  ¿Qué significará esa atención para nosotros los evangelizadores de hoy?  Lugares solitarios y de descanso son todos aquellos momentos en que el Señor nos llama a orar, es decir, a estarnos con El a solas para descansar en El y para dejarnos instruir por El.

En efecto, no puede haber verdadero apostolado sin esos momentos de intimidad con Jesús, en los que renovamos no sólo nuestras fuerzas físicas, sino principalmente las espirituales.  No puede haber verdadero apostolado y efectiva evangelización sin esos momentos de silencio en los que profundizamos la Palabra de Dios, para irla internalizando y haciéndola vida en nosotros, de manera de poder comunicarla a los que deseen escuchar.

Jesús es el Buen Pastor.  Como tal, además de cuidar y entrenar a los pastores de sus ovejas, también se ocupa directamente de sus ovejas.  Nos dice el Evangelio que, a pesar de que en este pasaje Jesús trató de irse en una barca a un lugar solitario con sus Apóstoles, la gente los siguió por tierra corriendo y llegaron primero que ellos al sitio.  Y Jesús viendo “una numerosa multitud que lo estaba esperando, se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles largamente”.




Dejémonos enseñar por el Señor, buscando esos momentos de soledad en los que El nos explica su Palabra, para poder entonces comunicarla a los demás.

Jesús es el Buen Pastor.  Y El no sólo cuida de las ovejas cercanas, las que pertenecían al pueblo escogido por Dios desde antiguo, sino que también buscó a las lejanas, a las que no pertenecían al pueblo de Israel, e hizo de todas ovejas suyas, y formó un solo rebaño.

Jesús es el Buen Pastor.  Y, además de unir a sus ovejas en un solo rebaño, también da la vida por ellas.  Y, según nos dice San Pablo (Ef. 2, 13-18)   precisamente formó un solo rebaño muriendo por todas sus ovejas.  “El hizo de los judíos y de los no judíos un solo pueblo;  El destruyó en su propio cuerpo la barrera que los separaba ... y los hizo un solo cuerpo con Dios, por medio de la cruz”. 

El Salmo de hoy es uno de los Salmos favoritos de los cristianos.  Es el Salmo del Pastor, el Salmo 22, el cual abunda en más detalles sobre el Buen Pastor  y nosotros, sus ovejas.

Hemos dicho que la oveja confía plenamente en su pastor.  Por eso, aunque pasemos “por cañadas oscuras”  (aunque pasemos por dificultades) “nada tememos, porque nuestro Pastor va con nosotros; su vara y su cayado nos dan seguridad.  El nos hace reposar en verdes praderas y nos conduce hacia fuentes tranquilas para reponernos nuestras fuerzas”.




Por todo esto, hemos repetido en el Salmo y podemos repetirlo a lo largo del día como una oración muy útil a nuestra vida espiritual la primera frase de este Salmo:  “El Señor es mi Pastor, nada me falta”

El Señor nos quiere enseñar.  El Señor nos quiere hacer descansar.  El Señor nos quiere preparar.  ¿Cómo quiere hacerlo?  En la oración.  En la oración de recogimiento.  En la oración en soledad.  Aprovechemos al Señor en esos momentos, para luego poder comunicar lo recibido a los demás.  Así podremos cuidar el rebaño, cualquier que sea el que nos hayan asignado.

Más sobre  nosotros  como   las  ovejas del Buen Pastor:

Pero cabe preguntarnos:  ¿Por qué se nos compara a los seres humanos con las ovejas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento?

Ciertamente, la oveja era un animal que abundaba en toda la zona habitada por el pueblo hebreo.  De hecho, muchos de los hebreos eran pastores.  Pero hemos de suponer que también habría otros animales domésticos con los cuales compararnos, como -por ejemplo-  el perro o  el gato, o algunos animales de carga, como el burro o el camello; también habrían aves de muchas clases ...





Entonces  cabe preguntarnos: ¿por qué se insiste tanto en compararnos con la oveja?  Se ve esto mucho en los Salmos, y en el Evangelio Jesucristo lo hace con comparaciones realmente conmovedoras.

Sin embargo, para muchos el comportamiento de la oveja puede resultarnos prácticamente desconocido.  Puede ser que hayamos podido ver algo sobre esto en alguna película o en la televisión ...

Resulta interesante, entonces, adentrarse en ciertos detalles sobre este dulce animal, para ver cuánto nos quiere decir el Señor al compararnos una y otra vez con las ovejas y al definirse El como el “Buen Pastor”.

La oveja es un animal frágil.  Se ve ¡tan gordita!, pero al esquilarla, es decir, al quitarle la lana, queda delgadita y se le nota entonces toda su fragilidad.

Es, además, un animal dependiente, no se vale por sí sola:  depende totalmente de su pastor.  Por cierto, no de cualquier pastor, sino de “su” pastor.

Es tan incapaz, que con sus débiles y poco flexibles patitas, no puede siquiera treparse al pastor y necesita que éste la suba.  No así un perro ... o un gato.





Si se queda ensartada en una cerca o en una zarza, no puede salirse por sí sola:  necesita que el pastor la rescate.

Otro detalle importante es que la oveja anda en rebaño, no puede andar sola.    De allí la comparación del Señor al sentir compasión por el pueblo que lo buscaba: “andaban como ovejas sin pastor”.

Si llegara a quedarse sola, la oveja no es capaz de defenderse:  es fácil presa del lobo o de otros animales feroces.

Su dependencia del pastor la hace ser muy obediente y muy atenta a la voz y a la dirección de “su” pastor.  No obedece la voz de cualquier pastor, sino que atiende sólo a la del suyo.

El pastor lleva a veces a pastar a sus ovejas guiándolas con una vara alta, llamada cayado, y a veces las reúne en un espacio cercado, llamado redil o aprisco.

Entonces ... ¿qué nos quiere decir el Señor al compararnos con las ovejas? ... Y ¿qué nos quiere decir al definirse El como el “Buen Pastor”?   El Señor nos dice que El es el mejor de los pastores, pues El da la vida -como de hecho la dio- por sus ovejas.  Y sus ovejas lo conocen y escuchan su voz.  Nos dice también que El conoce a cada una de sus ovejas por su nombre, y las ovejas reconocen su voz (cfr. Jn. 10, 1-10).





Nosotros somos -de acuerdo a lo que nos dice la Palabra de Dios- ovejas del Señor.  Quiere decir que somos también frágiles, aunque la mayoría de las veces nos creemos muy fuertes y muy capaces.  Somos, por lo tanto, dependientes del Señor y, tal como las ovejas, tampoco nos valemos por nosotros mismos

Sin embargo, engañados, podemos pasarnos gran parte de nuestra vida y aún, toda nuestra vida, tratando de ser independientes de Dios, tratando de valernos por nosotros mismos.  ¿Cuántas veces no nos sucede esto?
Y nos sucede también que nos enredamos en nuestra vida espiritual.  Y ¿quién puede desenredarnos?  ¿Quién puede sacarnos de la zarza o de la cerca en que estamos atrapados?  Bien lo sabemos:   necesitamos de nuestro Pastor.  Y El nos busca, nos rescata, nos cura, y nos coloca sobre su hombro, igual que a la oveja perdida, para llevarnos al redil.

De sus 100 ovejas deja a las 99 ovejas seguras en el aprisco y sale a buscar a la perdida.  ¿Cuántas veces no ha hecho esto el Señor con nosotros -con cada uno de nosotros- cada vez que nos escapamos del redil o que nos desviamos del camino. (Lc. 15, 4).

No podemos, tampoco, andar solos, “como ovejas descarriadas”, tal como lo dice San Pedro (1 Pe. 2, 25), pues corremos el riesgo de ser devorados por los lobos que están siempre al acecho. Tenemos, entonces, que reconocernos dependientes -totalmente dependientes de Dios- como son las ovejas de su pastor.  Así, como ellas, podemos ser totalmente obedientes a la Voz y a la Voluntad de nuestro Pastor, Jesucristo, el Buen Pastor.

Por otro lado, no debemos obedecer la voz de los ladrones de ovejas. De éstos también nos habla el Señor en el Evangelio.  Son los que no entran por la puerta del redil, sino que saltan por un lado de la cerca y tratan de engañarnos, simulando ser pastores para llevarse a las ovejas.




Esos falsos pastores son todos los falsos maestros que confunden, pues nos hablan tratando de imitar a nuestro Pastor, con enseñanzas falsas, que parecen verdaderas, para sacarnos del redil, para sacarnos de la Iglesia, para hacernos perder la Fe que nos enseña nuestro Pastor.  Son todos los predicadores de errores y herejías modernas, contenidas en ese amasijo de falsedades que es el New Age o Nueva Era.

Bien nos advierte Jesucristo:  “El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir ... Mis ovejas reconocen mi voz ... A un extraño mis ovejas no lo seguirán, porque no conocen la voz de los extraños”.

¡Cuidado con las voces extrañas!  ¡Cuidado con confundirlas con la Voz del Buen Pastor!  Se parecen... pero no son.















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org



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