Hoy, el Evangelio nos sitúa en Cafarnaúm, donde Jesús es
seguido por muchos por haber visto sus milagros, en especial por la
multiplicación espectacular de los panes. Socialmente, Jesús allí tiene el
riesgo de morir de éxito, como se dice frecuentemente; incluso lo quieren
nombrar rey. Es un momento clave dentro de la catequesis de Jesús. Es el
momento en el que comienza a exponer con toda claridad la dimensión
sobrenatural de su mensaje. Y, como que Jesús es tan buen catequista, sacerdote
perfecto, el mejor obispo y papa, les deja marchar, siente pena, pero Él es
fiel a su mensaje, el éxito popular no lo ciega.
Decía un gran sacerdote que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han caído personas que parecían columnas imprescindibles: «Se volvieron atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6,66). Tú y yo podemos caer, “pasar”, marchar, criticar, “ir a la nuestra”. Con humildad y confianza digámosle al buen Jesús que queremos serle fieles hoy, mañana y todos los días; que nos haga ver el poco sentido evangélico que tiene discutir las enseñanzas de Dios o de la Iglesia por el hecho de que “no los entiendo”: «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6,68). Pidamos más sentido sobrenatural. Sólo en Jesús y dentro de su Iglesia encontramos la Palabra de vida eterna: «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
Como Pedro, nosotros sabemos que Jesús nos habla con lenguaje sobrenatural, lenguaje que hay que sintonizar correctamente para entrar en su pleno sentido; en caso contrario sólo oímos ruidos incoherentes y desagradables; hay que afinar la sintonía. Como Pedro, también en nuestra vida de cristianos tenemos momentos en los que hay que renovar y manifestar que estamos en Jesús y que queremos seguir con Él. Pedro amaba a Jesucristo, por eso se quedó; los otros lo querían por el pan, por los “caramelos”, por razones políticas y lo dejan. El secreto de la fidelidad es amar, confiar. Pidamos a la Virgo fidelis que nos ayude hoy y ahora a ser fieles a la Iglesia que tenemos.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,60-69):
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de
hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Palabra del Señor
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
El Evangelio de hoy nos muestra cómo el “pan” del escándalo
terminó en abandono de muchos: algunos seguidores más o menos firmes, y
también muchos discípulos de Jesús lo dejaron al escandalizarse porque les
daría a comer el “pan” que es su propio cuerpo.
"Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida” (Jn. 6, 55.60-69). Nos cuenta el Evangelio que
al oír esto muchos discípulos de Jesús pensaron y comentaron que ya eso era
“intolerable, inaceptable”. Y Jesús, lejos de ceder un poco para
tratar de impedir la huída de muchos de los suyos, más bien reafirma su mensaje
y exige una elección.
Los presentes no lograban entender, mucho menos aceptar, cómo
los alimentaría con su propia carne. Y Jesús da una explicación un tanto
difícil de captar: “¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde
estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada
aprovecha”.
¿Qué puede significar esa explicación del Señor? Eso de
comer la carne, que parece cosa muy terrenal, se justifica en el caso del Pan
de Vida, porque esa carne es la de Cristo resucitado. Es decir: El
Señor nos está hablando de una realidad material transformada en una realidad
espiritual por el Espíritu. Y como es el Espíritu el que actúa, por eso
da vida, Vida Eterna.
Pero para aprovechar este alimento hay que tener fe. Y, si no
tenemos fe en este Pan, nos puede suceder como a Judas. El era uno de los
presentes. Sabemos cómo terminó Judas. Pero ¿cómo comenzó?
Si nos fijamos bien, este pasaje del Evangelio da a entender
que Judas pudo haber comenzado a apartarse de Jesús al escandalizarse también
con este Pan. Dice el Evangelio: “En efecto, Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían en El y quién lo habría de traicionar”.
Nuestra fe tiene que ser firme y perseverante. No
podemos hacer lo de Judas, que comenzó siguiendo a Jesús y terminó vendiéndolo
por unas cuantas monedas de plata.
Puede suceder que inicialmente elegimos a Dios, pero no basta
elegir a Dios una sola vez en la vida y olvidarnos de El. Esa elección
hay que renovarla constantemente, en especial ante ciertas disyuntivas.
Este “Pan” es un pan especialísimo, pues lo comemos, pero
quien actúa es Cristo resucitado, no el pan ingerido. Y Cristo actúa
asimilándonos a El. Al recibirlo es El quien nos transforma y nos une a
El. “Nos unimos a El y nos hacemos con El un solo cuerpo y una sola
carne” (San Juan Crisóstomo).
Y al recibir ese “Pan” e ir dejándonos santificar por ese “Pan
de Vida” Cristo nos llevará a donde El se fue cuando ascendió al Cielo, a donde
los Apóstoles que permanecieron fieles, lo vieron subir: a donde estaba
antes. Justamente, Cristo bajó del Cielo, para rescatarnos a nosotros y
llevarnos con El. Y eso será posible si no nos escandalizamos, si creemos en su
Palabra, si seguimos su Camino, si -como El- cumplimos la Voluntad del
Padre.
Y seguirlo a El significa optar por El en cada circunstancia
de nuestra vida. No basta elegirlo una sola vez y después irnos desviando poco
a poco: nuestra elección tiene que ser renovada, constante y permanente.
Si no, también puede sucedernos como al pueblo de Israel a lo
largo de su historia, que se desviaba y optaba por ídolos. (Jos.
24,1-2.15-17.18). Pero tiene que optar:o escoge la idolatría o se
decide por Yahvé; o Dios o los ídolos. Y aunque la decisión inicial estaba
tomada a favor de Yahvé, muchos a lo largo del camino se van quedando con los
ídolos. Siempre -es cierto- quedaban algunos fieles, pero muchos se iban
quedando fuera.
Es lo mismo que sucede con el nuevo pueblo de Dios, todos
nosotros que formamos su Iglesia de hoy. Inicialmente elegimos a Dios, pero no
basta elegir a Dios una sola vez en la vida. Esa elección hay que
renovarla continuamente, en especial ante las disyuntivas difíciles, o ante
otros escándalos.
Por ejemplo: ¿vamos a dejar de seguir a Cristo y de recibir
ese Pan de Vida, por el escándalo que hemos conocido de algunos Sacerdotes y
hasta de Obispos y Cardenales con relación a su pecaminosa vida sexual?
Hay que recordar que una cosa es Cristo y su Iglesia como institución divina, y
otra cosa somos todos los que formamos parte de la Iglesia, sean cardenales, obispos,
sacerdotes o laicos. La verdad y santidad de la Iglesia no depende de sus
miembros, sino de Cristo mismo.
Es imposible servir a Dios y también servir a los ídolos
modernos: el dinero, el poder, el placer, las teorías contra la fe, los
desacuerdos contra la moral y, en general, todo lo que el mundo nos vende como
valioso y hasta necesario.
Esa elección que tenía que hacer el pueblo de Israel y que
tuvieron que hacer los seguidores de Jesús en el momento de su discurso sobre
el Pan Eucarístico, se nos presenta también a nosotros. Y Cristo podría
preguntarnos también: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Y nuestra
respuesta no puede ser otra que la de Pedro: “¿A dónde iremos, Señor si sólo Tú
tienes palabra de Vida Eterna?”.
Creer y vivir el misterio del “Pan de Vida” fue en ese momento
el toque de distinción del verdadero seguidor de Cristo. Y hoy también lo
es.
Y Jesús quiere que creamos sin tener pruebas. En eso
consiste la Fe. Sin embargo, suceden milagros eucarísticos que muestran
hostias consagradas, las cuales resultan ser músculo cardíaco.
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