Hoy vemos cómo Jesús —que nos ama— quiere que todos entremos
en el Reino de los cielos. De ahí esta advertencia tan severa a los “ricos”.
También ellos están llamados a entrar en él. Pero sí que tienen una situación
más difícil para abrirse a Dios. Las riquezas les pueden hacer creer que lo
tienen todo; tienen la tentación de poner la propia seguridad y confianza en
sus posibilidades y riquezas, sin darse cuenta de que la confianza y la
seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero no solamente de palabra: qué fácil es
decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», pero qué difícil se hace
decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando digamos de corazón esta
jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas un bien para los demás,
nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios nos ha dado.
Pero tanto los ricos como los pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc 10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús. Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en nuestras vidas.
(Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer)
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (10,17-30):
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al
camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»
Palabra del Señor
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Las Lecturas de hoy nos presentan a la Sabiduría Divina en
oposición a las riquezas.
Comenzando con la Primera Lectura del Libro de la
Sabiduría (Sb. 7, 7-11), se nos hace ver que la Sabiduría es por
mucho preferible a los bienes materiales y a cualquier clase de riquezas, sea
cual fuere, no importe su valor.
Por cierto, no se refiere el texto a la sabiduría de saberes
humanos, sino la Sabiduría que viene de Dios. ¿Qué es la Sabiduría?
Es aquel don mediante el cual podemos ver las cosas, las personas, las
circunstancias de nuestra vida como Dios las ve; nos permite apartarnos de
nuestros criterios humanos -limitados y equivocados- para ver desde la
perspectiva de Dios.
Esa Sabiduría la elogia así la Primera Lectura: “La prefería a
los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza
... todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo”.
Ningún poder, ninguna joya, ninguna riqueza puede compararse
con la Sabiduría. Por eso San Pablo considera “pérdidas” todas las
“ganancias humanas” y considera “basura” cualquier cosa, comparada con Cristo,
el Hijo de Dios, la encarnación de la Sabiduría misma. (cfr. Flp. 3,
7-8)
Quien quiera dejarse llevar por la Sabiduría Divina debe,
primero que todo, leer, escuchar, meditar y comenzar a vivir la Palabra de
Dios, porque -como nos dice el mismo San Pablo en la Segunda Lectura (Hb.4,
12-13): “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de
dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma ... y descubre los
pensamientos e intenciones del corazón”.
Nadie puede permanecer indiferente si se deja escudriñar por
la Sabiduría de Dios contenida en su Palabra. Si nos dejamos guiar por la
Sabiduría Divina, tarde o temprano quedamos desnudos, todo queda al
descubierto. Y ... o cambiamos para dejarnos guiar por la Sabiduría
o nos oponemos a ella.
Que equivale a decir que nos oponemos a Dios, pues
Dios es la Sabiduría
misma.
Uno de los temas más delicados e incomprendidos de la Sabiduría
Divina nos lo narra el Evangelio de hoy (Mc. 10, 17-30). Se
trata del suceso del joven que se le acercó corriendo a Jesús para pedirle su
consejo: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”.
La primera cosa que resalta es la inmediata respuesta de
Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios”. Con
esto el Señor quiere hacer saber al joven que se ha dado cuenta de su fe.
Prácticamente, le hace notar que se ha dado cuenta de que El es Dios.
Por ello quizá, Jesús avanza un poco más y no sólo le propone
lo básico -los 10 Mandamientos- sino que “mirándolo con amor”, le
propone la máxima expresión de Sabiduría: renuncia de todos los bienes
terrenos, para seguirlo a El, Sabiduría Infinita. Es una invitación a
desestimar la riqueza para estimar sólo a Dios.
Este personaje hubiera sido uno de los Apóstoles, pero
lamentablemente, hoy ni siquiera sabemos su nombre: lo conocemos
simplemente como el joven que no supo seguir a Cristo, “porque tenía
muchos bienes”.
Y ... ¿nosotros? ¡Cuántas veces no hemos hecho lo mismo
que este joven!
¿Cuántas veces no hemos preferido las riquezas, el poder, las
glorias, lo pasajero de este mundo, a Dios?
¿Cuántas veces nos hemos aferrado a lo perecedero, a lo que se
acaba, a lo frívolo y vacío, para decir que no a Dios?
¿Cuántas veces no hemos dicho que no a Dios, para cambiarlo por una posición, un dinero, una joya, un poco de riqueza?
De allí la grave sentencia del Señor: “Más fácil le es a un
camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de
Dios”.
Algunos exégetas comentan que en realidad esta frase del Señor
no era la hipérbole (exageración) que parece ser, sino que se refería a la
dificultad que los camellos tenían para traspasar una de las puertas de entrada
de Jerusalén, llamada justamente “El Ojo de la Aguja”. Con todo y que
esta explicación “deshiperboliza” el comentario de Jesús, la dificultad para
los ricos sigue existiendo.
Y ¿quiénes son los ricos? Jesús lo explica de seguidas
en este mismo texto: “rico = el que confía en las riquezas”. Rico,
entonces es todo aquél que confía más en los bienes materiales que en
Dios. Ricos son todos los que, igual a este joven, prefieren las riquezas
a Dios ... o inclusive aquéllos que convierten a las riquezas en su dios.
No es éste el único pasaje del Evangelio en el que aparece la
riqueza como un obstáculo muy difícil de superar para alcanzar la
salvación. Pero ... ¿es que la riqueza es mala en sí misma? ¿Es que
es malo ser rico?
No parece ser así. Lo que sucede es que los seres
humanos tenemos una tendencia muy marcada y muy peligrosa de apegarnos de tal
forma a las riquezas que llegamos a colocar los bienes materiales por encima de
Dios o, inclusive, en vez de Dios.
Sin embargo, la mayoría de los seres humanos parecemos no
darnos cuenta de esto, sino que nos apegamos ¡tanto! a las riquezas y a los
bienes materiales, como si éstos lo fueran todo. De allí la sentencia del
Señor, que se completa con esta otra frase: “¡Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el Reino de Dios!”.
Por cierto, los discípulos se asombran y preguntan: “Entonces,
¿quién puede salvarse?”. Contesta el Señor: “Es imposible para
los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
No hay salvación fuera de Jesucristo, el Hijo de Dios (ver
Dominus Jesús). Para El todo es posible, aún la salvación de aquéllos que
prefieren las riquezas a Dios.
Ahora bien, es cierto que Dios nos salva, pero no nos salva
sin nuestra colaboración. ¿Y cuál es nuestra colaboración? Pues,
nuestra respuesta positiva a la gracia divina, o sea, el ir aprovechando todas
las gracias que Dios va derramando a lo largo de nuestra vida. Y el
Señor, para quien todo es posible, quiere y puede quitarnos muchos
pecados. Puede hasta desapegarnos de los bienes materiales.
Que el Señor, para quien todo es posible, pueda desapegarnos
de las riquezas y hacer que las tengamos por “basura” al compararlas con la
Sabiduría y con Dios mismo.
Siendo el 15 de octubre la fiesta de esa “sabia” Doctora de la
Iglesia, Santa Teresa de Jesús, recordemos palabras suyas sobre este tema:
“Aunque duraran siempre los deleites del mundo, las riquezas y gozos, todo es
asco y basura comparados con los tesoros divinos” (Moradas VI, 4, 10-11).
Sin embargo, pensemos en los que, teniendo una llamada
especial del Señor –como la que tuvo el joven rico- sí han dejado todo por El.
Los Apóstoles en este pasaje le dicen al Señor: “Señor, ya ves
que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, a lo que Jesús responde:
“Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o
padre o madre, o hijos o tierras, por Mí y por el Evangelio, dejará de recibir en
esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”.
Y como comentario a esta promesa del Señor y a lo efímero de
las riquezas, dejamos al Padre Emiliano Tardiff, quien fuera gran predicador
mundial de la Renovación Carismática, a que, con su característica sabiduría,
llena de un maravilloso humor, nos convenza de lo inconveniente que es apegarse
a las cosas materiales y de cómo funciona el ciento por uno prometido por
Jesucristo. ¡Es un recuento imperdible!
Estaba el Padre Emiliano Tardiff en una gira de predicación
por África, en la que el Señor había realizado grandes prodigios de curaciones
de todo tipo. Y solía el Padre contar en sus predicaciones esto que aparece
también en su libro “Jesús está vivo”:
Un Prefecto africano, por cierto, protestante, quiso agradecer
al Padre Emiliano por las curaciones que el Señor había realizado en dos
miembros de su familia. Cuenta que este Prefecto estaba muy emocionado y
le llevó un ‘regalito’ para que lo guardara como recuerdo ... se trataba de un
auténtico colmillo de elefante.
“Quise guardarlo en mi maleta, pero no cabía. Entonces
lo envolví y continué el viaje. Sin embargo, tuve que pagar exceso de
equipaje por culpa del dichoso colmillo que pesaba mucho. Al bajar del
avión, por poco olvido el colmillo en la banda de equipajes. En una mano
cargaba mi pequeña maleta y en la otra aquel envoltorio. El ‘regalito’
comenzaba a serme estorboso y costoso”.
Sucedió que una persona le hizo saber lo valioso que era un
colmillo de elefante y los riesgos que se corrían con el tráfico del
marfil. Y cuenta el P. Emiliano: “A partir del momento que supe el precio
del colmillo y los riesgos que corría con él, cambió mi vida. Inmediatamente
le compré una maleta especial que cuidaba con más esmero que la mía. En
los aeropuertos crecían los problemas: al salir pagaba exceso de equipaje
y al llegar tenía que orar así:
-Señor, yo soy testigo de que Tú abres los ojos a los
ciegos. Ahora ciérraselos a estos señores para que no vean el colmillo
... Tú sabes que es un ‘regalito’.
“Cuando me hospedaba en una casa, lo primero que guardaba y
escondía era el costoso colmillo. A veces hasta lo ponía debajo de la
cama, y al regresar de predicar por la noche, lo primero que hacía era
arrodillarme para buscar mi colmillo. A veces lo sacaba y lo contemplaba
por algunos segundos. Después de acariciarlo lo volvía a guardar
cuidadosamente.
“Un día estaba en oración cuando de pronto comencé a pensar en
el valioso colmillo y las preocupaciones y ansiedades que me habían venido
desde que viajaba conmigo ... Entonces exclamé en voz alta:
-Señor, qué razón tenías cuando dijiste ‘bienaventurados los
pobres’, porque cuando yo no cargaba colmillo no tenía problemas como ahora
.
“Me levanté de la oración y regalé el colmillo, con lo que
regresó inmediatamente la paz a mi corazón. Desaparecieron las
preocupaciones, los excesos de equipaje y hasta las distracciones en la
oración.
“Con esto he aprendido que los colmillos de elefante:
llámese poder, dinero, gloria, cosas materiales, son siempre fuente de
esclavitud. Lo peor es que ante ellos nos postramos y nos distraen del
verdadero Dios. ¡Qué incómodos son estos colmillos! ¡Cuánto exceso
de equipaje pagamos por ellos! ¡Qué pesados son, sobre todo cuando atrás
del comillo cargamos al elefante completo!”
Continúa el Padre Emiliano:
“Que no necesitamos de los bienes materiales los que confiamos
en el Señor, me lo demostró hermosamente el Dueño de todas las cosas.
El boleto de Camerún y Senegal costó $1.680. Como era demasiado dinero
para esos países tan pobres les pedí que no me dieran nada por mi trabajo, sino
que simplemente pagaran el costo del boleto. Así, entre los dos países,
me dieron $1.700”.
Alguien se enteró del asunto y le hizo ver que sólo le estaban
dando $20. ¡Menos de un dólar por día! El Padre no dudó, sino que
respondió, haciendo mención al Evangelio de hoy:
-No te preocupes, el Señor nos da el ciento por uno.
De regreso a casa después del viaje a África, el Padre comenzó
a abrir la correspondencia retrasada y se tropezó con una que decía así: “Hemos
pensado enviarte un ‘regalito’ para la evangelización. Al leer la palabra
‘regalito’, me acordé del colmillo de elefante y solté la carta asustado.
En eso cayó de la misma un cheque por $2.000. ¡Exactamente cien veces más
que los $20 que me habían dado en África! Yo me reí y le dije a Jesús:
-Se ve que eres un buen judío, pues has hecho perfectamente
las cuentas al darme el ciento por uno...”
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer
Homilias.org
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