domingo, 19 de enero de 2020

«He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Evangelio Dominical)




Hoy hemos escuchado a Juan que, al ver a Jesús, dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). ¿Qué debieron pensar aquellas gentes? Y, ¿qué entendemos nosotros? En la celebración de la Eucaristía todos rezamos: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros / danos la paz». Y el sacerdote invita a los fieles a la Comunión diciendo: «Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo...».

No dudemos de que, cuando Juan dijo «he ahí el Cordero de Dios», todos entendieron qué quería decir, ya que el “cordero” es una metáfora de carácter mesiánico que habían usado los profetas, principalmente Isaías, y que era bien conocida por todos los buenos israelitas.


                          




Por otro lado, el cordero es el animalito que los israelitas sacrifican para rememorar la pascua, la liberación de la esclavitud de Egipto. La cena pascual consiste en comer un cordero.

Y aun los Apóstoles y los padres de la Iglesia dicen que el cordero es signo de pureza, simplicidad, bondad, mansedumbre, inocencia... y Cristo es la Pureza, la Simplicidad, la Bondad, la Mansedumbre, la Inocencia. San Pedro dirá: «Habéis sido rescatados (...) con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1Pe 1,18.19). Y san Juan, en el Apocalipsis, emplea hasta treinta veces el término “cordero” para designar a Jesucristo.

Cristo es el cordero que quita el pecado del mundo, que ha sido inmolado para darnos la gracia. Luchemos para vivir siempre en gracia, luchemos contra el pecado, aborrezcámoslo. La belleza del alma en gracia es tan grande que ningún tesoro se le puede comparar. Nos hace agradables a Dios y dignos de ser amados. Por eso, en el “Gloria” de la Misa se habla de la paz que es propia de los hombres que ama el Señor, de los que están en gracia.

San Juan Pablo II, urgiéndonos a vivir en la gracia que el Cordero nos ha ganado, nos dice: «Comprometeos a vivir en gracia. Jesús ha nacido en Belén precisamente para eso (...). vivir en gracia es la dignidad suprema, es la alegría inefable, es garantía de paz, es un ideal maravilloso».




Lectura del santo evangelio según san Juan (1,29-34):



                      





EN aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».

Y Juan dio testimonio diciendo:

«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor





COMENTARIO



                         





Las Lecturas de hoy nos presentan a Jesucristo, el Hijo de Dios, que viene a salvar al mundo de sus pecados.

La Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 62, 1-5) nos presenta a Jesucristo como “siervo de Dios”.   Con el Salmo 39 hemos repetido las palabras del Señor: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.  En eso consiste ser “siervo de Dios”: en hacer su Voluntad.

El Evangelio nos relata una escena en el río Jordán cuando Jesús se acerca a San Juan Bautista y éste dice quién es Jesús. (Jn. 2, 1-12).

El domingo pasado veíamos a Dios Padre decir de Jesucristo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.  Este domingo vemos a San Juan Bautista decirnos: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.  Jesús, presentado por el Padre como su Hijo amadísimo, es ahora presentado por San Juan Bautista como el Cordero inocente que será ofrecido en sacrificio para salvarnos de nuestros pecados.

Sigamos con las palabras del Bautista, que son elocuentes y muy importantes.  Al ver venir Jesucristo hacia él,  San Juan Bautista dice: “Este es aquél de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’.  Yo no lo conocía.”

¿Qué significan estas palabras?  Varias cosas: primero es interesante conocer por ellas que San Juan Bautista no conocía a su primo Jesús.  Segundo: que a San Juan Bautista, como Precursor de Jesucristo, Dios le reveló de manera extraordinaria, que Jesucristo era Dios y que, como Dios, era  superior a él y, además, le reveló la eternidad de Dios.  “Ya existía antes que yo”.



                                       





Sabemos que Jesucristo, como Hombre, era unos pocos meses menor que su primo, pues la Santísima Virgen, al encarnarse el Hijo de Dios en su seno, fue a visitar a su prima Isabel para el nacimiento de San Juan Bautista.  De manera que si San Juan, que era unos meses mayor, dice que Jesús “ya existía antes que él”, está diciendo que Jesucristo es Dios y que Dios es eterno... que Dios existía desde siempre.

Esta no es la única revelación que recibió el Precursor del Señor.  Fijémonos que el Bautista nos vuelve a decir:

“Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’.  Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

De tal forma que ya Dios Padre había dado a San Juan Bautista la clave para reconocer a su Hijo: “Aquél sobre quien bajara y se posara el Espíritu Santo”.  Y en efecto, aún sin conocerlo, Juan dice que vio al Espíritu Santo descender del cielo como en forma de paloma y posarse sobre Jesucristo.

Y en este bellísimo pasaje de la vida del Señor y de su Precursor, no sólo vemos la revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios, sino también la revelación de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad.  San Juan Bautista nos da el testimonio de lo que ve y escucha:

Por una parte, puede ver el Espíritu de Dios descender sobre Jesús en forma como de paloma.  Las palabras del Bautista describiendo el Espíritu Santo hacen recordar la mención del Espíritu de Dios en el Génesis, antes de la creación del mundo, cuando “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1, 2).  Tal vez ese “aletear” del Espíritu Santo hace que San Juan compare ese “aletear” con el aletear de la paloma.

Luego sabemos que San Juan Bautista escuchó la voz de Dios Padre que revelaba quién era Jesucristo: “Este es mi Hijo amado”.   Es decir, en el Bautismo del Señor vemos a la Santísima Trinidad en pleno:  el Padre que habla, el Hijo hecho Hombre que sale del agua bautizado y el Espíritu Santo que aleteando cual paloma se posa sobre Jesús.


                                           




Y Juan nos dice también que su bautismo era sólo de agua para aquéllos que se convertían, pero que Jesús, el Hijo de Dios, nos bautizaría a nosotros con Espíritu Santo.  ¿Y qué quiere decir esto?

Esto es importantísimo:  significa que el bautismo que Jesucristo instituyó, es decir, el Bautismo Sacramento, aunque se nos bautiza con agua, además de purificarnos del Pecado Original, nos comunica el Espíritu Santo, que tiene el poder de transformarnos interiormente.

Que además el Sacramento del Bautismo nos comunica la vida de Dios, por la que somos también, como Jesús, hijos de Dios.  ¡Esto se dice muy fácilmente, pero es de una grandeza incalculable!  Significa que por los méritos de Jesucristo -Quien es el Cordero de Dios que San Juan Bautista nos revela- los bautizados somos realmente hijos de Dios... y podemos llamar a Dios, “Padre”.

Por eso en el Aleluya cantábamos: “Aquél que es la Palabra se hizo Hombre y habitó entre nosotros.  Y a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios”

Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar la necesidad que tenemos de bautizar a nuestros hijos cuanto antes, para que puedan ser verdaderos hijos de Dios.  Es un error esperar el Bautismo, porque se piensa que lo más importante es la fiesta  y como no hay dinero para la fiesta, pues no hay Bautismo (!!!).  Otro motivo de tardanza suele ser porque el padrino no vive aquí y vendrá quién sabe cuándo.  Y la más grave: vamos a dejar que el niño decida cuando esté grande si quiere bautizarse o no.  Pero veamos… para alimentarlo o vacunarlo o educarlo en tal o cual escuela, ¿se espera para que el niño decida?  Y resulta que el Bautismo es para el alma muchísimo más importante que cualquiera de esas cosas que podemos darle a nuestros hijos en el plano material.

Todo esto para decir que al descuidar o retrasar el Bautismo innecesaria o indefinidamente estamos privando a los niños de ser hijos de Dios y de muchas otras gracias inmensas y muy, muy necesarias para su salvación. (cf. CIC #1261)

Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar -los que hemos tenido el privilegio de ser bautizados- la necesidad que tenemos de arrepentimiento, de conversión, de cambiar de vida, de cambiar de manera de ser, de pensar y de actuar, para asemejarnos cada vez más a Jesucristo.

Es recordar la necesidad que tenemos de purificar nuestras almas en las aguas del arrepentimiento y de la confesión de nuestros pecados.  Es recordar que en todo momento y bajo cualquier circunstancia necesitamos la humildad y la docilidad que nos llevan a buscar la Voluntad de Dios por encima de cualquier otra cosa.


                                   




Pero nada de esto es posible sólo por esfuerzo propio, sino aprovechando todas las gracias que Dios nos da para ir haciendo la transformación necesaria en nosotros, por medio de la cual El nos va haciendo cada vez más parecidos a El.

Que nuestra vida se convierta en una continua entrega a la Voluntad de Dios, de manera que así como los cielos se abrieron para Jesús al recibir el Bautismo de Juan, se abran también para nosotros en el momento de nuestro paso a la otra vida y podamos escuchar la voz del Padre reconociéndonos también como hijos suyos en quienes se complace, porque como su Hijo Jesucristo, hemos buscado hacer su Voluntad.


















Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

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