domingo, 1 de marzo de 2020

«Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado» (Evangelio Dominical)





Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, y este tiempo litúrgico “fuerte” es un camino espiritual que nos lleva a participar del gran misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. Nos dice san Juan Pablo II que «cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia, y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ante todo mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios y la práctica más intensa de la mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor generosidad al prójimo necesitado».

La Cuaresma y el Evangelio de hoy nos enseñan que la vida es un camino que nos tiene que llevar al cielo. Pero, para poder ser merecedores de él, tenemos que ser probados por las tentaciones. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Jesús quiso enseñarnos, al permitir ser tentado, cómo hemos de luchar y vencer en nuestras tentaciones: con la confianza en Dios y la oración, con la gracia divina y con la fortaleza.




Las tentaciones se pueden describir como los “enemigos del alma”. En concreto, se resumen y concretan en tres aspectos. En primer lugar, “el mundo”: «Di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3). Supone vivir sólo para tener cosas.

En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)» (Mt 4,9). Se manifiesta en la ambición de poder.

Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo» (Mt 4,6), lo cual significa poner la confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomás de Aquino diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder».



Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,1-11):

                             



EN aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Palabra del Señor





COMENTARIO.


                    



Ya hemos comenzado la Cuaresma, ese tiempo especial de conversión y penitencia que iniciamos con la Imposición de la Ceniza el pasado Miércoles.  Hoy, Primer Domingo de Cuaresma, las Lecturas nos presentan la tentación y el pecado de nuestros primeros progenitores en el Paraíso Terrenal, así como las tentaciones y el triunfo de Jesús sobre ellas en el Desierto.

En la Primera Lectura (Gen. 2, 7-9; 3, 1-7), tomada del Libro del Génesis, en el cual se relata la creación, observamos que el ser humano acaba de salir de las manos de su Creador, puro e inocente, hecho a imagen y semejanza de Dios.  Viven el hombre y la mujer en total amistad con Dios.  Pero el Maligno, envidioso del bien del hombre, lo busca para hacerlo caer y le plantea una tentación contraria a las órdenes que Dios  les había dado.

Dios les había dicho: “No comerán del árbol del conocimiento del bien y del mal, ni lo tocarán, porque de lo contrario habrán de morir”.  El Demonio, como siempre, contradice a Dios con mentiras y le dice a la mujer: “No morirán.  Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol serán como dioses, y conocerán el bien y el mal”.

La primera parte de la tentación es de incredulidad en la palabra de Dios.  La segunda parte es de orgullo y soberbia: “serán como Dios”.  Estas dos primeras fases de la tentación abren camino a la parte final, que fue de desobediencia a Dios.  Y precisamente en esto consiste el pecado: en desobedecer a Dios.

                                             
   
                
El hombre y la mujer no resistieron la vana ilusión de estar por encima o a la par de Dios.  Pero Dios sabe que el ser humano fue engañado.  Por eso, aunque lo castiga, le promete un Salvador que lo liberará del pecado y de las consecuencias de ese pecado.

De allí que en la Segunda Lectura (Rom 5, 12-19)   San Pablo nos diga:  “Si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo Hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de vida y de gracia de Dios ... Porque, ciertamente, la sentencia vino a causa de un solo pecado, pero el don de la gracia vino a causa de muchos pecados  ... Y así como por la desobediencia de uno, todos fuimos hechos pecadores, por la obediencia de uno solo (Cristo), todos somos hechos justos”.

Quiere decir esto que por el pecado de Adán y Eva -y por todos los pecados nuestros- todos estaríamos condenados, pero por la obediencia de Cristo, todos podemos llegar a ser santos. 

                                     


Es bueno enfatizar estas palabras de San Pablo, ya que podría existir la tentación del reclamo a Dios, por las consecuencias del pecado de Adán y Eva sobre cada uno de nosotros.  Pero podemos preguntarnos: ¿Quién de nosotros podría lanzar la primera piedra?  ¿Quién de nosotros no habría caído, igual que Adán y Eva?   De allí que San Pablo resalte que es cierto que la sentencia vino a causa de un solo pecado (el de Adán y Eva), pero el don de la gracia vino a causa de muchos pecados (todos los que hemos cometido cada uno de nosotros).

Además: ¿no nos damos cuenta que la tentación del Paraíso Terrenal continúa, y los hombres y mujeres de hoy seguimos cayendo?  Los hombres y mujeres de hoy queremos seguir decidiendo sobre lo que es bueno y lo que es malo, sin tener en cuenta para nada a Dios.  Y también seguimos queriendo adquirir una supuesta sabiduría y poderes, que no  vienen de Dios, sino del Maligno.

El Demonio, como en el Paraíso, sigue presentando la tentación como algo llamativo, apetitoso y “aparentemente” bueno.  Nos dice la Escritura: “La mujer vio que era bueno, agradable a la vista,  y provocativo para alcanzar sabiduría”.

Ahora bien, ¿nos damos cuenta de todos los engaños que se nos presentan en nuestros días, tan parecidos a los del Paraíso Terrenal?  ¿No seguimos los hombres y mujeres de hoy tratando de “ser como dioses”, al buscar una supuesta sabiduría y poderes ocultos a través del espiritismo, del control mental, de todas las formas de esoterismo oriental, de la adivinación, la astrología, la brujería, de la santería, y hasta del satanismo abierto y declarado?

Y fijémonos en algo...  El pecado nunca se nos presenta como lo que es: rebeldía y desobediencia a Dios, sino más bien como una afirmación de nuestra personalidad, o como el uso de la libertad a la que tenemos derecho, o también para llegar a alcanzar una “supuesta” sabiduría o auto-realización, etc.

                                             



Y ante las tentaciones -que siempre estarán presentes- nos quedan dos opciones: seguir nuestro propio camino... o seguir en fe el camino que Dios nos presenta para nuestra vida.  Y para seguir el camino de Dios hay que seguir lo que Dios quiere, como El lo quiere, cuando El lo quiere y porque El lo quiere.  De lo contrario, estamos actuando como Adán y Eva.  Y... ¿es eso lo que queremos, realmente?

Jesucristo nos muestra en el Evangelio (Mt. 4, 1-11)  cómo actuar ante la tentación.

Es cierto que El es Dios, y en Dios no hay pecado, pero quiso someterse a la tentación, para compartir con nosotros todo, menos el pecado.  Veamos qué nos muestra Jesucristo en esta lucha que tuvo con el Demonio al terminar su retiro de cuarenta días en el desierto.

El Demonio lo tienta, primero, con el poder (Haz que estas piedras se conviertan en pan);  luego,con el triunfo (Lánzate hacia abajo que Dios mandará a sus Ángeles a que te cuiden)  y, finalmente, con la avaricia (Te daré todos los reino de la tierra, si me adoras).

Y tuvo la osadía el Demonio de tentar a Jesucristo con palabras tomadas de la Sagrada Escritura.  Y más osadía aún fue el tratar de desviar a Jesucristo de la misión que el Padre le había encomendado.

De acuerdo a esa misión,  el Mesías no iba a ser un triunfador, ni un poseedor de reinos terrenos, sino que era enviado a salvar a los hombres, pero en humildad, en pobreza, en obediencia y en el sufrimiento.

Vemos, entonces, que -ante la tentación- Jesucristo no se aparta ni un milímetro del camino que Dios Padre le había señalado.  La victoria que el Demonio había obtenido en el Paraíso se revierte ahora en el Desierto con una total derrota.  Y así debe ser nuestra actitud ante las tentaciones: derrotar al Maligno con la gracia que Jesucristo nos obtuvo.

Sabemos por enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. 1 Cor. 10, 13 y 2 Cor. 12, 7-10) que nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas, lo que equivale a decir que ante cualquier tentación tenemos todas las gracias necesarias para vencerla.

Y si caemos, ¡qué gran consuelo el poder arrepentirnos y confesar nuestro pecado al Sacerdote!  ¡Qué más podemos pedir!  Es como un negocio o un juego en el cual nunca podemos perder, porque siempre, no importa cuán grave sea la falta, Dios nuestro Padre está dispuesto a perdonarnos y a acogernos como sus hijos que somos.  ¿Qué más podemos pedir? 

                                     



La Cuaresma nos invita a todos a aprender a vencer las tentaciones, como Jesucristo en el Desierto, con la ayuda de la gracia que Dios siempre nos da.  Nos invita también a reconocernos pecadores, a arrepentirnos de nuestras faltas y a confesarlas cuando sea necesario.

La Cuaresma es tiempo especial de conversión y de Confesión, porque es tiempo de volvernos a Dios y de acercarnos más a El.












Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org

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