domingo, 26 de diciembre de 2021

«Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, (...) estaban estupefactos por su inteligencia» (Evangelio Dominical)

 



Hoy contemplamos, como continuación del Misterio de la Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en la comunidad humana por excelencia, la familia, y la progresiva educación de Jesús por parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

El libro del Siracida, nos recordaba que «el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole» (Si 3,2). Jesús tiene doce años y manifiesta la buena educación recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que muestra evidencia, sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el innegable buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia Jesús.

No es necesario hacer grandes razonamientos para ver que hoy, más que nunca, es necesario que la familia asuma con fuerza la misión educadora que Dios le ha confiado. Educar es introducir en la realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido. Los padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de sentido y de sabiduría.







Difícilmente se puede poner remedio a los déficits de educación del hogar. Todo aquello que no se aprende en casa tampoco se aprende fuera, si no es con gran dificultad. Jesús vivía y aprendía con naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y María ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los hombres, piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por los otros, delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para crecer como cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los padres, esos niños serán afortunados.

Es necesario que todos vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias. Un antiguo escritor, Orígenes, comentando el Evangelio de hoy, decía que es necesario que aquel que busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con dejadez, como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.



 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,41-52)

                         




Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO.

 

 


La Iglesia nos coloca la Fiesta de la Sagrada Familia enseguida de la Navidad, para ponernos de modelo a la Familia en que Dios escogió nacer y crecer como Hombre.

 

Jesús, María y José.  Tres personajes modelo, formando una familia modelo.  Y fue una familia modelo, porque en ellos todo estaba sometido a Dios.  Nada se hacía o se deseaba que no fuera Voluntad del Padre.

 

El Evangelio (Lc 2, 41-52) nos narra el incidente de la pérdida de Jesús durante tres días y de la búsqueda angustiosa de José y María, que culmina con aquella respuesta desconcertante de Jesús: “¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”.  El Padre y las cosas del Padre de primero.  Así, en la casa de Nazaret todo estaba sometido al Padre.  Jesús mismo pertenece al Padre Celestial, antes que a María y José.

 

La familia está en crisis.  Y seguirá estándolo mientras los esposos y los hijos no tengan como modelo a Jesús, María y José.  Todo en ellos giraba alrededor de Dios.  Como en la Sagrada Familia, con los esposos debe haber un “tercero” que debe estar siempre de “Primero”: Dios.  Entre padres e hijos, debe estar ese mismo “tercero”, (Dios) pero siempre de “Primero”.  De otra manera las relaciones entre los miembros de la familia pueden llegar a ser muy difíciles y hasta imposibles.

 

La presencia de Dios en el hogar, entre los miembros de la familia, garantiza la permanencia de la familia.  Y esa presencia de Dios facilita unas relaciones que, aunque no sean perfectas, como sí lo fueron en la Sagrada Familia, sean lo más parecidas posibles al modelo de Nazaret.

 

Por eso Dios elevó el matrimonio a nivel de Sacramento, para que la unión matrimonial fuera fuente de gracia para los esposos y para los hijos.  Pero... ¿qué sucede, entonces?

 

                             



Para responder, cabe hacernos otras preguntas: ¿Dónde está Dios en las familias?  ¿Qué lugar se le da a Dios en las familias?  ¿Es Dios el personaje más importante en las familias?  ¿Se dan cuenta las parejas que se casan ante el altar, que para cumplir el compromiso que están haciendo al mismo Dios, deben poner a ese Dios de primero en todo?  ¿Se recuerdan de esto a lo largo de su vida de casados?  ¿Ponen a Dios de primero entre sus prioridades?  ¿Enseñan esto a sus hijos?

 

¿Rezan los esposos?  ¿Rezan con los hijos?  “Familia que reza unida permanece unida” es el lema de la Campaña del Rosario en Familia.  ¿Rezan unidas las familias?  ¿Van todos a Misa?  ¿Se confiesan y comulgan?   Sin la oración y los Sacramentos, no es posible la unión familiar y las buenas relaciones entre los miembros de una familia.

 

¿Cómo, entonces, poder cumplir con las exigencias del amor cristiano, que consiste en  pensar primero en el otro, antes que en uno mismo, y en complacer al otro antes de complacerse a sí mismo?

 

¿Cómo cumplir con los consejos que San Pablo nos da en la Segunda Lectura: “Sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro.  Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”?  (Col 3, 12-21).

 

¿Cómo ser así los miembros de la familia si no obtienen las gracias necesarias a través de la oración y los Sacramentos?  ¿Cómo poder ser así si Dios no está de primero en la vida de cada uno?

La Primera Lectura del libro del Eclesiástico o de Sirácide (Eclo 3, 3-7.14-17) nos trae consejos muy prudentes y oportunos sobre las relaciones entre los miembros de la familia, haciendo un desarrollo muy apropiado del Cuarto Mandamiento: honrar padre y madre.

 




Cuando los miembros de la familia ponen a Dios en primer lugar y buscan a Dios en la oración y en los Sacramentos, es posible seguir estos antiguos consejos que siempre están vigentes.  Con la oración y los Sacramentos, la vida familiar se hace más fácil, los hijos honran a sus padres, éstos se aman y se comprenden mutuamente, aman a los hijos y los educan para que Dios sea también el “Primero” en sus vidas.

 

Ese es el secreto de la felicidad familiar.

 

 

 

 

 

 

Fuentes:

Sagradas Escrituras.

Evangeli.org

Homilias.org.

 


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