domingo, 26 de junio de 2022

«Sígueme» (Evangelio Dominical)

 

 

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestro seguimiento de Cristo. Importa saber seguirlo como Él lo espera. Santiago y Juan aún no habían aprendido el mensaje de amor y de perdón: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Lc 9,54). Los otros convocados aún no se desprendían realmente de sus lazos familiares. Para seguir a Jesucristo y cumplir con nuestra misión, hay que hacerlo libres de toda atadura: «Nadie que (...) mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

Con motivo de una Jornada Misionera Mundial, San Juan Pablo II hizo un llamamiento a los católicos a ser misioneros del Evangelio de Cristo a través del diálogo y el perdón. El lema había sido: «La misión es anuncio de perdón». Dijo el Papa que sólo el amor de Dios es capaz de hermanar a los hombres de toda raza y cultura, y podrá hacer desaparecer las dolorosas divisiones, los contrastes ideológicos, las desigualdades económicas y los violentos atropellos que oprimen todavía a la Humanidad. Mediante la evangelización, los creyentes ayudan a los hombres a reconocerse como hermanos.






Si nos sentimos verdaderos hermanos, podremos comenzar a comprendernos y a dialogar con respeto. El Papa ha subrayado que el empeño por un diálogo atento y respetuoso es una condición para un auténtico testimonio del amor salvífico de Dios, porque quien perdona abre el corazón a los demás y se hace capaz de amar. El Señor nos lo dejó dicho en la Última Cena: «Que os améis los unos a los otros, así como Yo os he amado (...). En esto reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,34-35).

Evangelizar es tarea de todos, aunque de modo diferente. Para algunos será acudir a muchos países donde aún no conocen a Jesús. A otros, en cambio, les corresponde evangelizar a su alrededor. Preguntémonos, por ejemplo, si quienes nos rodean saben y viven las verdades fundamentales de nuestra fe. Todos podemos y debemos apoyar, con nuestra oración, sacrificio y acción, la labor misionera, además del testimonio de nuestro perdón y comprensión para con los demás.



 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-62):




Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
«Te seguiré adondequiera que vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
A otro le dijo:
«Sígueme».
El respondió:
«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».
Le contestó:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».
Jesús le contestó:
«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Palabra del Señor

 

 

 

COMENTARIO

 

 


 

Las Lecturas de hoy nos hablan de escogencia y de seguimiento a Dios, y de la respuesta que Él espera de nosotros.

 

La Primera Lectura (1 Rey 19, 16-21) nos habla de la escogencia y consagración del Profeta Eliseo por parte del Profeta Elías.  Eliseo dejó sus posesiones (doce pares de bueyes).  Sólo pidió despedirse de sus padres e inmediatamente siguió a Elías.  Notemos que los afectos familiares están presentes, pero Dios tiene derecho de pedir a cualquiera de nosotros que dejemos todo para seguir su llamado.  En el caso de Eliseo, lo llamó ¡nada menos! que para ser Profeta en lugar de Elías.  Por eso Elías le dice: “Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo”.

 

En el Salmo pedimos al Señor que nos enseñe nuestro camino: “Enséñame, Señor, el camino de la vida”.  “Yo siempre he dicho que Tú eres mi Señor”.  Es decir, Dios es nuestro Dueño.  ¡Qué fácil decir esto!  Pero ¡qué difícil aceptarlo y practicarlo!  Porque nos creemos nuestros propios dueños.  Y no es así.  Bien rezamos en el Salmo: “mi vida está en sus manos”.  Tan en manos de Dios está nuestra vida que ¡cada latido de nuestro corazón depende de Él!

 

En la Segunda Lectura (Gal 5, 1 y 13-18) San Pablo nos habla de la libertad.  “Cristo nos ha liberado, para que seamos libres”.  Sí.  Cristo nos liberó del secuestro en que nos tenía el Demonio.  Después de la redención de Cristo somos libres del pecado y de la muerte en que nos tenía Satanás.  Por eso San Pablo nos advierte de que no volvamos a caer en lo mismo.  “No se sometan de nuevo”.  Nuestra vocación, nos dice el Apóstol, “es la libertad”. 

 

Y entonces, nos habla del recto uso de la libertad.  Libertad no es libertinaje.  Libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana.  Eso sería “tomar la libertad como un pretexto para satisfacer el egoísmo”.  Más bien nos dice que, en esa libertad, debemos hacernos “servidores unos de los otros por amor... pues si ustedes se muerden y se devoran mutuamente, acabarán por destruirse”.  Es lo que vemos a nuestro derredor.

 

Y todo porque no vivimos “de acuerdo a las exigencias del Espíritu”, sino que nos hemos dejado “arrastrar por el desorden egoísta del hombre.  Este desorden está en contra del Espíritu de Dios”.

 

Y ese desorden que promueve el Maligno “es tan radical, que nos impide hacer lo que querríamos hacer”.  Nos impide ser verdaderamente libres.

 


Creemos que somos libres y que estamos siendo libres.  Pero no lo somos.  Somos realmente libres cuando, usando nuestra libertad, nos sometemos libremente a la Voluntad de Dios.

 

En el Evangelio (Lc 9, 51-62) vemos a Jesús “tomando la firme determinación de emprender viaje a Jerusalén, cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo”.  Sabía que allí sería juzgado injustísimamente, para luego morir crucificado.  Y, con "firme determinación”, siguió el camino hacia su inmolación en la cruz.

 

En la ruta se presenta un inconveniente con los samaritanos, quienes no quisieron recibirlo.  Para ir a Jerusalén tenía que pasar por Samaria, pero samaritanos y judíos se despreciaban mutuamente.  Santiago y Juan quieren hacer un mal uso del poder de Dios.  “¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos”?  Jesús, por supuesto, los reprende.  Y decide hospedarse en otra aldea.

 

Y, mientras iba de camino, tres candidatos -pero no a Presidente o a algún cargo público- sino a discípulos de Cristo, se cruzan con ellos. Y esos tres “candidatos” representan a los muchos candidatos a discípulos que el Señor ha tenido y que seguirá teniendo hasta que llegue el fin del mundo.

 

El primero se acerca al Maestro para ofrecérsele como seguidor suyo: “Te seguiré dondequiera que vayas”, le dijo a Jesús.  Y éste le informa de una de las condiciones que tendrá que afrontar: no hay seguridades terrenas.  Al Jesús advertirle: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”, le hace ver que hasta los animales tienen una casa, un sitio donde vivir, pero El no tiene un sitio para dormir.

 

¿Cómo puede ser esto?  ¿Jesús no tenía casa?  Mientras vivió en Nazaret, antes de comenzar su predicación, efectivamente tenía donde vivir.  Pero al comenzar su vida pública andaba como un peregrino, quedándose donde lo recibieran; pasaba las noches orando en un monte, o acampaba en algún lugar en despoblado, es decir, a la intemperie.

 



El hogar es la base de la seguridad terrena.  Y el Señor advierte que quien quiera seguirlo debe desprenderse de las seguridades y ventajas terrenas.  ¿Significa que debemos quedarnos sin casa o habitación?  No.  Al menos no todos.

 

Los que siguen a Jesús en la vida religiosa tienen que tener este desprendimiento especial de no tener hogar propio.  Pero los que no tenemos voto de pobreza y vivimos en el mundo, por supuesto tenemos nuestros hogares, pero debemos aprender a seguir a Cristo sin intereses mezquinos ni segundas intenciones y, además, sin importarnos que el camino a donde nos lleve ese seguimiento pueda tornarse -como de hecho suele suceder- incómodo, difícil, sin seguridades, en confianza ciega a lo que nos vaya exigiendo Dios, llegando -incluso- a la inmolación total.

 

Al segundo candidato Jesús es quien le pide que le siga y éste le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”.  La respuesta de Jesús es fuerte: “Deja que los muertos entierren a sus muertos.  Tú, ve y anuncia el Reino de Dios”.

 

Es probable que la petición del candidato a discípulo no haya sido simplemente para ocuparse del entierro de su padre muerto, sino que era una expresión para significar que quería ocuparse de su padre mientras viviera.  En todo caso, la respuesta del Señor indica que cuando Él llama, desea que se le responda de inmediato, sin retrasos.

 


Porque... ¿qué significa amar a Dios sobre todas las cosas?  Significa ponerlo a Él primero que todo y también primero que todos.  Si Dios urge nuestro servicio, el responderle a Él va primero que todo.

 

Y con relación a la fuerte respuesta de Jesús (“que los muertos entierren a sus muertos”), pareciera que el Señor se refiere a los muertos en sentido espiritual.  Posiblemente “vivos” serían los que Él llama para anunciar el Reino de Dios, y “muertos” los “muertos” a la gracia, que estaban cerrados al mensaje de salvación que Cristo vino a traer.

 

El tercer candidato es probable que ya haya sido seguidor de Jesús, y que le haya pedido autorización para volver por un tiempo a su familia: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”.  La respuesta de Jesús se refiere a la inconstancia: “El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.

 

¡Cuántas excusas!  ¡Cuánta falta de perseverancia en el servicio a Dios!  ¡Cuántas marchas y contra-marchas!  Para seguir a Cristo hay que tener, como decía Santa Teresa de Jesús, “una determinada determinación”, que es lo mismo que decir: “una decidida decisión”.  Porque vienen los momentos de decaimiento, desaliento, incomprensiones y persecuciones, y de tentaciones también.  Y -ya lo dice el Señor a este tercer candidato- hay que saber que no hay vuelta a atrás.  Hay que seguir adelante. “¡Más hubiera valido no empezar!”, también exclama Santa Teresa.

 

Todo esto se aplica muy especialmente a los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, pero también se nos pueden presentar momentos decisivos a las demás personas que formamos parte de los seguidores de Cristo.

 



Es en esos momentos cuando necesitamos tener perseverancia.  A veces hasta habría que renunciar a cosas lícitas, como pueden ser los bienes materiales, nuestra seguridad, ciertas comodidades, nuestra realización personal.  Y es que el Señor pueda que nos pida dejar de lado todas o algunas de estas cosas para seguirlo a Él. 

 

 















Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Homilia.org

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