Hoy, aguantando el frío del invierno, Simeón
aguarda la llegada del Mesías. Hace quinientos años, cuando se comenzaba a
levantar el Templo, hubo una penuria tan grande que los constructores se
desanimaron. Fue entonces cuando Ageo profetizó: «La gloria de este templo será
más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo
daré la paz» (Ag 2,9); y añadió que «los tesoros más preciados de todas las
naciones vendrán aquí» (Ag 2,7). Frase que admite diversos significados: «el
más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones», afirmará san
Jerónimo.
A Simeón «le había sido revelado por el
Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor»
(Lc 2,26), y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Él no es
levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre «justo y
piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Pero el Espíritu sopla
allí donde quiere (cf. Jn 3,8).
Ahora comprueba con extrañeza que no se ha
hecho ningún preparativo, no se ven banderas, ni guirnaldas, ni escudos en
ningún sitio. José y María cruzan la explanada llevando el Niño en brazos.
«¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que
entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), clama el salmista.
Simeón se avanza a saludar a la Madre con los
brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor,
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto
mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).
Después dice a María: «¡y a ti misma una espada
te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento
de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy
hijo tuyo y niño.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación,
según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo
primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como
dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en
Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el
consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo
del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres
para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo
a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse
en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo
Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo
que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será
como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y
a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había
vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se
apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos
los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que
prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El
niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de
Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
A
cuarenta días después del
nacimiento del Niño Jesús, la Liturgia nos lleva al Templo de Jerusalén y nos
pone una nota de advertencia y de dolor.
Nos anuncia que el Salvador prometido provocará oposición de muchos y, además,
que su misión será en dolor -para El y para su Madre- pues el Niño que ha
nacido es el Cordero que deberá ser inmolado para la salvación del mundo.
* ¿En qué consistía esta ceremonia que
cumplieron la Santísima Virgen y San José a los cuarenta días de nacido Jesús?
El texto habla del rito de la purificación y de
presentar al Niño al Señor. Son dos
exigencias que se cumplen en un mismo momento, justamente a los 40 días después
del nacimiento. Después de pasar ese
tiempo, se consideraba que la madre ya podía presentarse en el Templo y tenía
que ofrecer un sacrificio de purificación, que solía ser un cordero y un pichón
de paloma. Pero, si era pobre, podía
presentar dos pichones.
María y José presentaron dos pichones. Por este hecho podemos ver que de veras eran
pobres. No pudieron hacer la ofrenda de
los pudientes que era un cordero.
Pero nos dice Juan Pablo II (Catequesis
11-12-1996) que ellos llevaron una ofrenda muchísimo más valiosa, porque
llevaron al Verdadero Cordero que redimiría la humanidad.
*
¿Qué nos dice de la Sagrada Familia el hecho de que cumplan con tanto cuidado
todo lo prescrito?
Nos habla de la humildad y la obediencia. ¿No tendrían que estar exentos de tantas
exigencias los que traían al mismo Dios al Templo? ¿No era Jesús el autor de la Ley? ¿No era María la Pureza misma para tener que
ofrecer dos pichones para ser purificada?
¡Qué inmensa humildad!
La Madre de Dios, aun siendo inmaculada y
purísima, y aun sabiendo que su Hijo era Dios, no dudaba en someterse a los
requerimientos de la Ley Hebrea. Y así, cuando llegó el momento partió la
Sagrada Familia hacia Jerusalén (Lc. 2, 22-40).
*
¿Quién aparece en escena en este momento de la Presentación de Jesús en el
Templo?
María estaba pasando por el patio exterior del Templo con su Divino Hijo, pero a nadie
llamaba la atención, pues el gentío no sospechaba en lo más mínimo que el
Mesías acababa de entrar por primera vez a la Casa de su Padre.
Pero sí hubo un hombre, uno solo, que reconoció
al Niño Jesús como el Salvador del mundo:
gloria de Israel y luz de las naciones.
Simeón esperaba a un Redentor diferente al que
esperaba el resto del pueblo judío. Los
judíos esperaban un redentor terreno.
Simeón esperaba a Aquél que traería la verdadera redención: la redención
del pecado.
El Espíritu Santo le había asegurado que no
moriría sin conocer al Mesías prometido que salvaría al mundo de sus
pecados.
Simeón ve al Niño por el que había estado
esperando toda su vida y, tomando a Jesús en sus brazos, rompe en un cántico de
alabanza que la Iglesia conserva como uno de los himnos de la Liturgia de las
Horas, el Nunc Dimitis:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador, Luz para iluminar
las naciones y Gloria de tu pueblo, Israel. (Lc. 2, 29-32)
Es un cántico que se repite cada noche en la
Liturgia de las Horas, para recordar el inmenso significado que algunas frases
dichas por Simeón tenían para ese momento y siguen teniendo hoy en día.
Podemos comprender la emoción de Simeón cuando,
iluminado por Dios, reconociendo a ese bebé como el Mesías, exclama que es Luz
para iluminar las naciones y gloria de su Pueblo Israel (Lc 2, 32)
La gloria del Señor era la expresión utilizada
para describir la manifestación de la presencia de Dios. Esa presencia se manifestaba sobre el Arca de
la Alianza y en el Templo, en forma de nube (ver Ex. 40, 34-35).
Sin embargo, la Gloria de Dios no estuvo
siempre en el Templo. Lamentablemente,
Babilonia conquistó a Jerusalén y destruyó el Templo y se llevó a la mayoría de
los israelitas al exilio (586 aC).
Debido a las infidelidades del pueblo de Israel, la ausencia de la
gloria de Dios del Templo, ya había sido anunciada por Yavé a través el Profeta
Ezequiel (Ez. 10-11).
Y en esa misma época otro Profeta, Jeremías,
escondió el Arca de la Alianza en una cueva para evitar su profanación durante
la invasión de los Babilonios.Dijo, además, que no sería encontrada hasta el
día que Dios reuniera a su pueblo nuevamente (2 Mac, 2, 4-8). Aún no se ha encontrado el Arca de la Antigua
Alianza…
De regreso del exilio en Babilonia, los
israelitas reconstruyeron el Templo (515 aC), pero la gloria de Dios ya no
residía allí, no estaba el Arca de la Alianza.
Así que cuando Simeón exclama en el
reconstruido Templo de Jerusalén, vacío de la presencia divina, que ese bebé
era la gloria de Dios, está diciendo algo bien impactante. Está diciendo que la presencia de Dios, que
no ha estado en el Templo por más de quinientos años, ha regresado ¡al fin!
Pero la
gloria de Dios no vino esta vez en forma de nube, como antes por el desierto
sobre el Arca de la Alianza, sino en la
presencia de un bebé recién nacido, que Simeón y Ana reconocieron como el
Mesías, el Salvador.
Podemos entender, entonces, la emoción de
Simeón. Y podemos entender, también, por
qué María es considerada el “Arca de la Nueva Alianza”.
Es la
Santísima Virgen María la que trae la Gloria de Dios al Templo, pues ella es el
Arca de la Nueva Alianza, que llevó en su seno al Hijo de Dios y ahora trae al
Templo a Jesús para ser presentado al Padre.
Veamos
lo que contenía el Arca y lo que es Jesús:
El Arca contenía maná:
Jesús es el Pan de Vida (Jn 6, 48-51)
El Arca contenía las Tablas de la Ley: Jesús es
el cumplimiento de la Ley (Mt 5, 17)
El Arca contenía el cayado del Sacerdote Aaron:
Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote que se
ofrecerá a si mismo en la cruz por nuestros pecados (Hb 7, 1-7)
Ante todo lo dicho por Simeón, iluminado por el
Espíritu Santo, José y María estaban maravillados. Deben haberse sorprendido de que Simeón
pudiera saber quiénes eran y que se apareciera justo en este momento.
También se impresionarían que Jesús no sólo era
gloria de Israel, sino también luz de revelación al resto de las naciones. El que San Lucas nos diga que estaban
maravillados, nos lleva a pensar que con las palabras de Simeón los padres de
Jesús tendrían una más profunda inspiración acerca del Misterio de la Redención.
Al presentar a su Hijo al Altísimo en el
Templo, María debió haber tenido una elevada oración de entrega de Jesús al
Padre, pensando los sufrimientos que debía pasar para completar la
Redención. Los presentimientos de su
Madre, se ven confirmados por lo que Simeón le revela: una espada te atravesará el alma.
Y ese dolor lo tuvo la Madre desde ese momento
y lo vivió de manera superlativa en la cruz, cuando una espada también atravesó
el alma de ella.
Nos dice Juan Pablo II en su Encíclica Madre
del Redentor, que las palabras de Simeón fueron una segunda Anunciación para la
Virgen. Es cierto, aquí en la
Presentación en el Templo, María tiene un panorama más completo sobre el dolor
que ella compartirá con su Hijo para la realización de la Redención. Ya ella había dado su fiat. Y lo volvió a dar en esta segunda
Anunciación y lo siguió dando durante toda su vida, hasta entregarlo como el
Cordero muerto en la Cruz para la salvación del mundo.
*¿Qué
significa el que Jesús sería signo de contradicción?
Ya desde su infancia comenzó la contradicción,
la oposición, la disputa. Fue perseguido
por Herodes y por eso tuvieron que huir a Egipto.
Cuando comenzó su vida pública, tuvo la
oposición acérrima de Fariseos y Saduceos.
Lo acusaron de estar ligado a Satanás.
En su pueblo, Nazaret, trataron de empujarlo por un barranco, por lo que
había dicho en la Sinagoga allí. En la
Fiesta de la Dedicación del Templo trataron de apedrearlo por blasfemo. Lo acusaron ante Pilato de alebrestar al
pueblo. Sus enemigos no cejaron hasta no
verlo muerto en la Cruz.
Inclusive después de su Resurrección, la
oposición a su doctrina y a su Iglesia continúa.
Muchos aceptarían la salvación que nos trae
este Niño recién nacido, pero muchos la rechazarían. La salvación fue realizada por Jesús, pero
somos libres de aceptarla o de rechazarla.
Es el misterio de la libertad humana.
Jesús lo ha hecho todo y desea que todos
aprovechemos la salvación que El nos ha regalado, pero requiere que respondamos
a ese gran regalo con algo muy pequeño e insignificante, pero que a veces nos
parece muy grande e importante: nuestra
voluntad. Nuestra voluntad entregada a
El, como la entregó su Madre, que se hizo y se reconoció “esclava del Señor”
(Lc. 1, 38), y gracias a Ella y a su
entrega, Dios realizó la obra de salvación de la humanidad.
*
¿Alguien más se dio cuenta de la llegada del Mesías al Templo por primera vez?
Nos dice el Evangelio de San Lucas que Había
también una profetisa muy anciana, llamada Ana…Llegó en aquel momento y también
comenzó a alabar a Dios hablando del Niño a todos los que esperaban la
liberación de Jerusalén.
Impresiona que Ana haya hablado del Niño a todos los que estaban viendo
la escena. No nos dice San Lucas si
creyeron o no, si fueron luego seguidores de Jesús. ¿Qué habrán pensado esos afortunados que
pasaban por allí en ese momento? No lo
sabemos, pero deben haber recibido muchísimas gracias.
*¿Por
qué estamos celebrando la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo hoy?
Cada 2 de Febrero se cumplen los 40 días
después del Nacimiento el 25 de Diciembre.
Ese día se celebra la Presentación de Jesús y la Purificación de su
Santísima Madre.
Pero ¿por qué es la Fiesta de la
Candelaria?
Porque,
como Cristo fue anunciado por Simeón como la Luz del Mundo, ese día se bendicen
las velas que a todo el mundo le interesan tanto.
Lamentablemente, no todos vienen para reconocer
a Cristo como Luz del Mundo, sino porque buscan las velas benditas como
protección y a veces hasta como superstición.
Nuestra Señora de la Candelaria es la Santísima
Virgen representada con una vela o candela en sus manos, la cual se venera ese
día.
La Santísima Virgen y San José, Simeón y Ana
son modelos de lo que Dios requiere de nosotros para realizar su obra de
salvación: docilidad a Dios y entrega a su Voluntad, que nos son dadas
especialmente en el recogimiento y oración.
Si los imitamos, el Espíritu Santo nos hará saber que Jesús es nuestro
Salvador y así El podrá cumplir en nosotros su obra de salvación.
Así podremos ver que aún siendo “signo de
contradicción”, Él es “Luz que
alumbra las naciones”… que alumbra a
cada uno de nosotros.
Las
velas benditas de esta Fiesta de la Presentación del Señor nos recuerden que
para nosotros Jesús es Luz y no signo de contradicción, pues nos dejamos
iluminar y guiar dócilmente por su voluntad.
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