domingo, 2 de febrero de 2014

"La Luz que alumbra las naciones" (Evangelio dominical)




“Luz para alumbrar a las naciones”

Hoy, aguantando el frío del invierno, Simeón aguarda la llegada del Mesías. Hace quinientos años, cuando se comenzaba a levantar el Templo, hubo una penuria tan grande que los constructores se desanimaron. Fue entonces cuando Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); y añadió que «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7). Frase que admite diversos significados: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones», afirmará san Jerónimo.

A Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Él no es levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Pero el Espíritu sopla allí donde quiere (cf. Jn 3,8).

Ahora comprueba con extrañeza que no se ha hecho ningún preparativo, no se ven banderas, ni guirnaldas, ni escudos en ningún sitio. José y María cruzan la explanada llevando el Niño en brazos. «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), clama el salmista.

Simeón se avanza a saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).

Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-40):

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor






COMENTARIO.




A  cuarenta días  después del nacimiento del Niño Jesús, la Liturgia nos lleva al Templo de Jerusalén y nos pone una nota de advertencia  y de dolor. Nos anuncia que el Salvador prometido provocará oposición de muchos y, además, que su misión será en dolor -para El y para su Madre- pues el Niño que ha nacido es el Cordero que deberá ser inmolado para la salvación del mundo.

 * ¿En qué consistía esta ceremonia que cumplieron la Santísima Virgen y San José a los cuarenta días de nacido Jesús?

El texto habla del rito de la purificación y de presentar al Niño al Señor.  Son dos exigencias que se cumplen en un mismo momento, justamente a los 40 días después del nacimiento.  Después de pasar ese tiempo, se consideraba que la madre ya podía presentarse en el Templo y tenía que ofrecer un sacrificio de purificación, que solía ser un cordero y un pichón de paloma.  Pero, si era pobre, podía presentar dos pichones.

María y José presentaron dos pichones.  Por este hecho podemos ver que de veras eran pobres.  No pudieron hacer la ofrenda de los pudientes que era un cordero.

Pero nos dice Juan Pablo II (Catequesis 11-12-1996) que ellos llevaron una ofrenda muchísimo más valiosa, porque llevaron al Verdadero Cordero que redimiría la humanidad.



* ¿Qué nos dice de la Sagrada Familia el hecho de que cumplan con tanto cuidado todo lo prescrito?

Nos habla de la humildad y la obediencia.  ¿No tendrían que estar exentos de tantas exigencias los que traían al mismo Dios al Templo?  ¿No era Jesús el autor de la Ley?  ¿No era María la Pureza misma para tener que ofrecer dos pichones para ser purificada?  ¡Qué inmensa humildad!

La Madre de Dios, aun siendo inmaculada y purísima, y aun sabiendo que su Hijo era Dios, no dudaba en someterse a los requerimientos de la Ley Hebrea. Y así, cuando llegó el momento partió la Sagrada Familia hacia Jerusalén (Lc. 2, 22-40).

* ¿Quién aparece en escena en este momento de la Presentación de Jesús en el Templo?

María estaba pasando por el patio exterior  del Templo con su Divino Hijo, pero a nadie llamaba la atención, pues el gentío no sospechaba en lo más mínimo que el Mesías acababa de entrar por primera vez a la Casa de su Padre.

Pero sí hubo un hombre, uno solo, que reconoció al Niño Jesús como el Salvador del mundo:   gloria de Israel y luz de las naciones.

Simeón esperaba a un Redentor diferente al que esperaba el resto del pueblo judío.  Los judíos esperaban un redentor terreno.  Simeón esperaba a Aquél que traería la verdadera redención: la redención del pecado.

El Espíritu Santo le había asegurado que no moriría sin conocer al Mesías prometido que salvaría al mundo de sus pecados.  

Simeón ve al Niño por el que había estado esperando toda su vida y, tomando a Jesús en sus brazos, rompe en un cántico de alabanza que la Iglesia conserva como uno de los himnos de la Liturgia de las Horas, el Nunc Dimitis:

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador, Luz para iluminar las naciones y Gloria de tu pueblo, Israel. (Lc. 2, 29-32)

Es un cántico que se repite cada noche en la Liturgia de las Horas, para recordar el inmenso significado que algunas frases dichas por Simeón tenían para ese momento y siguen teniendo hoy en día.

Podemos comprender la emoción de Simeón cuando, iluminado por Dios, reconociendo a ese bebé como el Mesías, exclama que es Luz para iluminar las naciones y gloria de su Pueblo Israel (Lc 2, 32)

La gloria del Señor era la expresión utilizada para describir la manifestación de la presencia de Dios.  Esa presencia se manifestaba sobre el Arca de la Alianza y en el Templo, en forma de nube (ver Ex. 40, 34-35).

Sin embargo, la Gloria de Dios no estuvo siempre en el Templo.  Lamentablemente, Babilonia conquistó a Jerusalén y destruyó el Templo y se llevó a la mayoría de los israelitas al exilio (586 aC).  Debido a las infidelidades del pueblo de Israel, la ausencia de la gloria de Dios del Templo, ya había sido anunciada por Yavé a través el Profeta Ezequiel (Ez. 10-11).

Y en esa misma época otro Profeta, Jeremías, escondió el Arca de la Alianza en una cueva para evitar su profanación durante la invasión de los Babilonios.Dijo, además, que no sería encontrada hasta el día que Dios reuniera a su pueblo nuevamente (2 Mac, 2, 4-8).  Aún no se ha encontrado el Arca de la Antigua Alianza…

De regreso del exilio en Babilonia, los israelitas reconstruyeron el Templo (515 aC), pero la gloria de Dios ya no residía allí, no estaba el Arca de la Alianza.

Así que cuando Simeón exclama en el reconstruido Templo de Jerusalén, vacío de la presencia divina, que ese bebé era la gloria de Dios, está diciendo algo bien impactante.  Está diciendo que la presencia de Dios, que no ha estado en el Templo por más de quinientos años, ha regresado ¡al fin!

  Pero la gloria de Dios no vino esta vez en forma de nube, como antes por el desierto sobre el Arca de la Alianza,  sino en la presencia de un bebé recién nacido, que Simeón y Ana reconocieron como el Mesías, el Salvador.

Podemos entender, entonces, la emoción de Simeón.  Y podemos entender, también, por qué María es considerada el “Arca de la Nueva Alianza”.



Es la Santísima Virgen María la que trae la Gloria de Dios al Templo, pues ella es el Arca de la Nueva Alianza, que llevó en su seno al Hijo de Dios y ahora trae al Templo a Jesús para ser presentado al Padre.

Veamos lo que contenía el Arca y lo que es Jesús:

El Arca contenía maná:
Jesús es el Pan de Vida (Jn 6, 48-51)
El Arca contenía las Tablas de la Ley: Jesús es el cumplimiento de la Ley (Mt 5, 17)
El Arca contenía el cayado del Sacerdote Aaron:
Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote que se ofrecerá a si mismo en la cruz por nuestros pecados (Hb 7, 1-7)

Ante todo lo dicho por Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, José y María estaban maravillados.  Deben haberse sorprendido de que Simeón pudiera saber quiénes eran y que se apareciera justo en este momento.

También se impresionarían que Jesús no sólo era gloria de Israel, sino también luz de revelación al resto de las naciones.  El que San Lucas nos diga que estaban maravillados, nos lleva a pensar que con las palabras de Simeón los padres de Jesús tendrían una más profunda inspiración acerca del Misterio de la Redención.

Al presentar a su Hijo al Altísimo en el Templo, María debió haber tenido una elevada oración de entrega de Jesús al Padre, pensando los sufrimientos que debía pasar para completar la Redención.  Los presentimientos de su Madre, se ven confirmados por lo que Simeón le revela:    una espada te atravesará el alma.

Y ese dolor lo tuvo la Madre desde ese momento y lo vivió de manera superlativa en la cruz, cuando una espada también atravesó el alma de ella.


Nos dice Juan Pablo II en su Encíclica Madre del Redentor, que las palabras de Simeón fueron una segunda Anunciación para la Virgen.  Es cierto, aquí en la Presentación en el Templo, María tiene un panorama más completo sobre el dolor que ella compartirá con su Hijo para la realización de la Redención.  Ya ella había dado su fiat.   Y lo volvió a dar en esta segunda Anunciación y lo siguió dando durante toda su vida, hasta entregarlo como el Cordero muerto en la Cruz para la salvación del mundo.

*¿Qué significa el que Jesús sería signo de contradicción?

Ya desde su infancia comenzó la contradicción, la oposición, la disputa.  Fue perseguido por Herodes y por eso tuvieron que huir a Egipto.

Cuando comenzó su vida pública, tuvo la oposición acérrima de Fariseos y Saduceos.  Lo acusaron de estar ligado a Satanás.  En su pueblo, Nazaret, trataron de empujarlo por un barranco, por lo que había dicho en la Sinagoga allí.  En la Fiesta de la Dedicación del Templo trataron de apedrearlo por blasfemo.  Lo acusaron ante Pilato de alebrestar al pueblo.  Sus enemigos no cejaron hasta no verlo muerto en la Cruz. 

Inclusive después de su Resurrección, la oposición a su doctrina y a su Iglesia continúa.

Muchos aceptarían la salvación que nos trae este Niño recién nacido, pero muchos la rechazarían.   La salvación fue realizada por Jesús, pero somos libres de aceptarla o de rechazarla.  Es el misterio de la libertad humana.

Jesús lo ha hecho todo y desea que todos aprovechemos la salvación que El nos ha regalado, pero requiere que respondamos a ese gran regalo con algo muy pequeño e insignificante, pero que a veces nos parece muy grande e importante:   nuestra voluntad.  Nuestra voluntad entregada a El, como la entregó su Madre, que se hizo y se reconoció “esclava del Señor” (Lc. 1, 38),  y gracias a Ella y a su entrega, Dios realizó la obra de salvación de la humanidad.
 

* ¿Alguien más se dio cuenta de la llegada del Mesías al Templo por primera vez?

Nos dice el Evangelio de San Lucas que Había también una profetisa muy anciana, llamada Ana…Llegó en aquel momento y también comenzó a alabar a Dios hablando del Niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.   

  Impresiona que Ana haya hablado del Niño a todos los que estaban viendo la escena.  No nos dice San Lucas si creyeron o no, si fueron luego seguidores de Jesús.  ¿Qué habrán pensado esos afortunados que pasaban por allí en ese momento?  No lo sabemos, pero deben haber recibido muchísimas gracias.

*¿Por qué estamos celebrando la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo hoy?

Cada 2 de Febrero se cumplen los 40 días después del Nacimiento el 25 de Diciembre.  Ese día se celebra la Presentación de Jesús y la Purificación de su Santísima Madre.

       Pero ¿por qué es la Fiesta de la Candelaria?

  Porque, como Cristo fue anunciado por Simeón como la Luz del Mundo, ese día se bendicen las velas que a todo el mundo le interesan tanto.

Lamentablemente, no todos vienen para reconocer a Cristo como Luz del Mundo, sino porque buscan las velas benditas como protección y a veces hasta como superstición. 

Nuestra Señora de la Candelaria es la Santísima Virgen representada con una vela o candela en sus manos, la cual se venera ese día.

La Santísima Virgen y San José, Simeón y Ana son modelos de lo que Dios requiere de nosotros para realizar su obra de salvación: docilidad a Dios y entrega a su Voluntad, que nos son dadas especialmente en el recogimiento y oración.  Si los imitamos, el Espíritu Santo nos hará saber que Jesús es nuestro Salvador y así El podrá cumplir en nosotros su obra de salvación.


Así podremos ver que aún siendo “signo de contradicción”, Él es “Luz que alumbra  las naciones”… que alumbra a cada uno de nosotros.


  Las velas benditas de esta Fiesta de la Presentación del Señor nos recuerden que para nosotros Jesús es Luz y no signo de contradicción, pues nos dejamos iluminar y guiar dócilmente por su voluntad.

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