Hoy el Evangelio nos presenta la figura del administrador
infiel: un hombre que se aprovechaba del oficio para robar a su amo. Era un
simple administrador, y actuaba como el amo. Conviene que tengamos presente:
1) Los bienes materiales son realidades buenas, porque han salido de las manos de Dios. Por tanto, los hemos de amar.
2) Pero no los podemos “adorar” como si fuesen Dios y el fin de nuestra existencia; hemos de estar desprendidos de ellos. Las riquezas son para servir a Dios y a nuestros hermanos los hombres; no han de servir para destronar a Dios de nuestro corazón y de nuestras obras: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).
3) No somos los amos de los bienes materiales, sino simples administradores; por tanto, no solamente los hemos de conservar, sino también hacerlos producir al máximo, dentro de nuestras posibilidades. La parábola de los talentos lo enseña claramente (cf. Mt 25,14-30).
4) No podemos caer en la avaricia; hemos de practicar la liberalidad, que es una virtud cristiana que hemos de vivir todos, los ricos y los pobres, cada uno según sus circunstancias. ¡Hemos de dar a los otros!
¿Y si ya tengo suficientes bienes para cubrir mis gastos? Sí; también te has de esforzar por multiplicarlos y poder dar más (parroquia, diócesis, Cáritas, apostolado). Recuerda las palabras de san Ambrosio: «No es una parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das ya le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, y no solamente para los ricos».
¿Eres un egoísta que sólo piensa en acumular bienes materiales para ti, como el administrador del Evangelio, mintiendo, robando, practicando la cicatería y la dureza de corazón, que te impiden conmoverte ante las necesidades de los otros? ¿No piensas frecuentemente en las palabras de san Pablo: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7)? ¡Sé generoso!
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (16,1-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de
que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que
me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido."
El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que
mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da
vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la
administración, encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a
uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi
amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo:
"Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego
dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas
de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el
amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos
de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando
os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo
también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco
en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero,
¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno,
¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o
bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará
caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.»
Palabra del Señor
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las Lecturas del día de hoy nos llevan a reflexionar sobre
el recto uso del dinero y de los bienes materiales. El Evangelio tiene
frases muy importantes y bastante conocidas: “No se puede servir a Dios y
al dinero” ... “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la
luz”, que en otra traducción es así: “Los que pertenecen al
mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.
La Primera Lectura del Profeta Amós (Am. 6, 4-7) puede
servir para describir la situación de corrupción en que se encuentra el
mundo. El Profeta acusa y reprocha fuertemente a los que cometen fraude,
a los vendedores sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres y
que suben los precios aprovechando la necesidad ajena. Y amenaza el
Profeta a los que así se comportan con el castigo de Dios, diciendo que el
Señor no olvidará jamás ninguna de estas acciones. Es decir: las
malas acciones, los actos que van contra la Ley de Dios -y que además hacen
daño al prójimo- tienen el castigo de Dios ... o pueden tener el perdón de
Dios, si el pecador se arrepiente y no peca más.
El Evangelio relata la parábola del administrador
infiel. En este caso pudo haber estafa o fraude, no en daño a los pobres,
sino a un rico propietario, que tiene que despedir a su administrador porque le
había malgastado los bienes que debía administrar.
De hecho, resulta que el administrador, al verse sin
ingresos, utiliza otra maniobra fraudulenta más, con el fin de asegurarse unos
amigos que lo ayuden después. La maniobra consistía en reducir
arbitrariamente las deudas de los clientes de su amo. O tal vez el
administrador infiel redujo a la deuda la porción que le tocaba como
administrador.
La parábola y las palabras de Jesús pueden sonar un poco
confusas si no las revisamos bien. Fíjense que el Señor no aprueba
expresamente la conducta del administrador, a quien califica de “infiel”.
Simplemente destaca su “sagacidad”. Y la frase esa muy conocida de Jesús -”Los
hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”- suena más
bien a una queja del Señor.
Y la queja consiste en esto: Jesús observa que los que
viven de acuerdo al mundo, los que viven en oscuridad; es decir, los que viven
lejos de Dios son, en los negocios terrenos -que es lo único que les importa-
más sagaces, más astutos y diligentes, que lo que son los hijos de la luz, para
el negocio que más interesa a éstos: la Vida Eterna, su salvación.
Es decir: los que seguimos a Dios y queremos estar
cerca de El, no somos tan sagaces para cuidar lo que el Señor llama en este
Evangelio “los verdaderos bienes”.
Y ¿cuáles son los “verdaderos bienes”. Son los bienes
espirituales, aquéllos que son los únicos necesarios para llegar a nuestra
meta, que es el Cielo.
Realmente los que queremos seguir a Dios y cumplir con sus
mandatos, a veces somos flojos, poco inteligentes, y nada astutos, para
asegurarnos los bienes que nunca se acaban, los bienes espirituales, el
porvenir eterno.
En realidad este reproche del Señor nos llama a la
vigilancia y al esfuerzo en lo espiritual ... Porque llegará el momento a todos
y cada uno de nosotros ... -es el momento al que ninguno puede escapar, a unos
nos llega más tarde, y a otros más temprano. Es el momento en que el
Señor -igual que al administrador de la parábola- nos pedirá cuentas a cada uno
del único negocio realmente importante.
Seamos sagaces, seamos astutos, en el único negocio que
realmente vale la pena: el negocio de nuestra salvación, el negocio de
asegurarnos la ganancia eterna del Cielo.
Y ¿qué significa ser astuto en la vida espiritual?
Significa que debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para
asegurarnos el porvenir eterno. Tenemos a disposición los Sacramentos,
especialmente la Confesión y la Sagrada Eucaristía.
Y la mejor muestra de sagacidad espiritual consiste en
buscar y en hacer sólo la Voluntad de Dios en nuestra vida. Y esto se
hace, no solamente huyendo del pecado y confesándolo cuando sea necesario, sino
buscando siempre la Voluntad de Dios para nuestra vida ... no nuestra propia
Voluntad: los Planes de Dios para nuestra vida ... no nuestros propios
planes.
El Evangelio trae al final la frase de Jesús: “No se
puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro... o se apegará a
uno y despreciará al otro”. Se está refiriendo el Señor
específicamente al dinero, pues termina así la frase: “En resumen, no
puedes servir a Dios y al dinero”.
El dinero ha de ser utilizado de tal forma que no sea
obstáculo para llegar a la Vida Eterna. Porque el dinero puede ser un
obstáculo para la salvación. Pero el dinero bien usado -usado sagazmente- puede
servirnos para la salvación, puede ser una inversión en el único negocio
importante. Esa inversión la hacemos cuando no estamos apegados al dinero
y con generosidad lo compartimos, dedicando parte del mismo a las necesidades
de los demás, a la limosna, a contribuciones a obras de caridad
organizadas, a las necesidades de la Iglesia, etc.
No significa esto que el Cielo puede comprarse, o que actuando
así tenemos asegurada la Vida Eterna. Tampoco significa que el actuar así
nos exime de otras obligaciones morales y espirituales. Simplemente
significa que actuando así impedimos que el dinero nos desvíe del camino al
Cielo.
Muchas veces en el Evangelio el Señor advierte sobre los
peligros de las riquezas, porque los hombres tendemos a apegarnos al dinero y a
lo que el dinero nos puede conseguir, tendemos a hacernos “esclavos” del
dinero ... Y el Señor nos advierte: o te apegas de Dios o te apegas
del dinero, pero no puedes estar apegado a los dos. O tenemos confianza en
Dios, o tenemos confianza en el dinero.
Y no estamos hablando aquí ya de ganancias ilícitas y
pecaminosas como las que describe el Profeta Amós ... que también las hay ... y
¡muchas! Estamos suponiendo honestidad en el manejo de los bienes que
poseemos. Estamos hablando -entonces- del recto uso de las riquezas
obtenidas lícitamente.
Realmente, si no somos desprendidos con el dinero y con los
bienes materiales que con el dinero conseguimos, éstos se nos convertirán en
una tentación que puede llegar a ser inmanejable. Podríamos dejar de ser
dueños y administradores del dinero para convertirnos en esclavos de
éste. Y el dinero se puede convertir en un tirano que nos quita la
libertad para dedicarnos al negocio verdaderamente importante: nuestra
salvación, nuestro servicio a la Voluntad de Dios.
En la Segunda Lectura (1 Tim. 2, 1-8) San Pablo
nos habla de la voluntad salvífica de Dios para todos: “Dios quiere que
todos se salven”. Dios nos ha creado a todos para el
Cielo. No quiere que ninguno se condene. Quiere tenernos a todos
con El.
Para ello ha dispuesto todos los medios necesarios, los
cuales debemos aprovechar para hacer bien el único negocio verdaderamente
importante: nuestra salvación eterna. Depende de nosotros,
entonces, el aprovechar o desaprovechar todas las gracias que Dios dispone para
nuestra la salvación eterna.
Y Dios, aunque tiene su morada en el Cielo, se baja para
vernos, para ayudarnos. Es lo que hemos orado en el Salmo (Sal.
112). A pesar de su grandeza y su gloria Dios está con nosotros.
Y, cuando llegó el momento, Jesús se dignó a bajarse de su
condición de Dios para hacerse Hombre, para regalarnos la salvación, pagando
nuestro rescate.
Nos dice San Pablo en su Carta a Timoteo: “No hay
sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
Hombre El también, que se entregó como rescate por todos”.
Recordemos, entonces, los importantes consejos que nos traen
las Lecturas de hoy: Recto uso de los bienes materiales ... Sagacidad en
la vida espiritual para ser fieles a Dios ... El verdadero negocio es la Vida
Eterna: nuestra salvación.
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