Hoy, Jesús hace una clara afirmación de la resurrección y de
la vida eterna. Los saduceos ponían en duda, o peor todavía, ridiculizaban la
creencia en la vida eterna después de la muerte, que —en cambio— era defendida
por los fariseos y lo es también por nosotros.
La pregunta que hacen los saduceos a Jesús «¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer» (Lc 20,33) deja entrever una mentalidad jurídica de posesión, una reivindicación del derecho de propiedad sobre una persona. Además, la trampa que ponen a Jesús muestra un equívoco que todavía existe hoy; imaginar la vida eterna como una prolongación, después de la muerte, de la existencia terrenal. El cielo consistiría en la transposición de las cosas bonitas que ahora gozamos.
Una cosa es creer en la vida eterna y otra es imaginarse cómo será. El misterio que no está rodeado de respeto y discreción, peligra ser banalizado por la curiosidad y, finalmente, ridiculizado.
La respuesta de Jesús tiene dos partes. En la primera quiere hacer entender que la institución del matrimonio ya no tiene razón de ser en la otra vida: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Lo que sí perdura y llega a su máxima plenitud es todo lo que hayamos sembrado de amor auténtico, de amistad, de fraternidad, de justicia y verdad...
El segundo momento de la respuesta nos deja dos certezas: «No es un Dios de muertos, sino de vivos» (Lc 20,38). Confiar en este Dios quiere decir darnos cuenta de que estamos hechos para la vida. Y la vida consiste en estar con Él de manera ininterrumpida, para siempre. Además, «para Él todos viven» (Lc 20,38): Dios es la fuente de la vida. El creyente, sumergido en Dios por el bautismo, ha sido arrancado para siempre del dominio de la muerte. «El amor se convierte en una realidad cumplida si se incluye en un amor que proporcione realmente eternidad» (Benedicto XVI).
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (20,27-38):
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob." No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Un día le preguntaron a Jesús si había matrimonios en el
Cielo. La pregunta parece una broma, pero el Evangelio de hoy (cf.
Lc. 20, 27-38) nos trae ese incidente.
Sucedió que unos saduceos (grupo religioso de los tiempos de
Cristo que no creía en la resurrección de los muertos), tratando de dejar en
ridículo al Señor, le pusieron una de esas “trampas”, de las cuales el Maestro
se salía con divina sagacidad.
Le presentaron el caso de una mujer (debe haber sido un caso
hipotético, pues esta dama supuestamente sobrevivió a ¡siete! hermanos con los
cuales se había casado consecutivamente a medida que iba enviudando de cada
uno). La pregunta era que después de morir la viuda, cuando llegara la
resurrección “¿de cuál de ellos sería esposa la mujer, pues los siete
estuvieron casados con ella?”.
Jesús les responde con toda paciencia y con mucha
claridad: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida
futura -los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los
muertos- no se casarán ni podrán ya morir, porque serán semejantes a los
Ángeles. Y serán hijos de Dios, pues El los habrá resucitado”.
De esta amplia respuesta podemos sacar enseñanzas muy
importantes sobre nuestra futura resurrección.
1. Hay una vida futura.
Sí la hay. La verdadera Vida comienza después de la muerte. Esta
vida es sólo una preparación para esa otra Vida. Por eso rezamos en el
Credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo
futuro”.
2. Todos estamos llamados a
esa Vida del mundo futuro, en el que viviremos “resucitados”, en una vida
distinta a la del mundo presente. Pero no todos llegaremos a esa
Vida: sólo “los que sean juzgados dignos de ella y de la
resurrección de los muertos”. La voluntad de Dios es que todos los
hombres y mujeres nos salvemos y lleguemos a esa Vida del mundo futuro.
Pero como nos advierte el mismo Jesús sobre el momento de la resurrección de
los muertos: “Llega la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien
para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la
condenación” (Jn. 5, 28-29). Todos resucitaremos, pero unos
resucitarán para la Vida y otros para la condenación.
3. En el Cielo no habrá
matrimonios: “en la vida futura no se casarán”. Es cierto
que estaremos junto con los demás salvados, incluyendo nuestros seres queridos,
pero lo importante en el Cielo será vivir en la plenitud de Dios.
4. Llegaremos a ser
inmortales: “no podrán ya morir y serán semejantes a los Ángeles”.
La vida en el mundo futuro no significa que volveremos, a esta vida
terrenal. Resucitar no significa que volveremos a esta vida como Lázaro,
el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo, a quienes Cristo volvió a esta
vida, los cuales en algún momento tuvieron que volver a morir. Tampoco
significa que vamos a re-encarnar; es decir, volver a nacer en otro cuerpo que
no es el nuestro. La re-encarnación, además de ser imposible, es un mito
negado en la Biblia y herético para los cristianos. Más bien seremos como
los Ángeles, que son bellos, inmortales, refulgentes, etc. Lo que
sucederá cuando resucitemos será ¡una maravilla! pues tendrá lugar la
reunificación de nuestra alma inmortal con nuestro cuerpo mortal, pero éste
glorificado en ese mismo momento ... como el de Cristo después de resucitar,
como el de la Santísima Virgen, asunta al Cielo en cuerpo y alma.
5. Seremos verdaderamente “hijos
de Dios, pues El nos habrá resucitado”. Y ¿es que no somos ya
hijos de Dios? Todos somos creaturas de Dios. Pero “son hijos
de Dios los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rom. 8, 14). Y“los
que lo recibieron, que son los que creen en su Nombre, les concedió ser hijos
de Dios” (Jn. 1, 11-12). Entonces, sí somos hijos de Dios, si
estamos en gracia, pero a partir del momento de nuestra resurrección lo seremos
plenamente, pues seremos como El, ya que estaremos purificados totalmente del
pecado y de todas sus consecuencias. A esto se refiere San Juan cuando nos
habla de nuestra nueva condición: “Amados: desde ya somos
hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que seremos al fin ... seremos
semejantes a El, porque lo veremos tal como es” (1 Jn. 3, 2).
Adicionalmente, para demostrar a los Saduceos que la resurrección
es verdad, Jesús utiliza palabras de Moisés, a quien los Saduceos sí
aceptaban. Le dice así: “Y que los muertos resucitan, el mismo
Moisés lo indica en el episodio de la zarza cuando llama al Señor, Dios de
Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos,
sino de vivos, pues para El todos viven”.
En la Segunda Lectura (2 Tes. 2, 16-3, 5) queda
implícita nuestra futura resurrección: “Dios nos ha amado y nos ha
dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza ... esperen
pacientemente la venida de Cristo”.
Importante notar que la firme esperanza de nuestra resurrección
es gratuita, no la merecemos, es un regalo de Dios. Para eso nos creó,
para gozar de esa felicidad eterna para siempre con El y en El.
La creencia en la resurrección es muy antigua. En
efecto, en la Primera Lectura del Libro 2 de los Macabeos (2Mac. 7, 1-2 y
9-14)vemos como aquellos hermanos que estaban siendo torturados, descuartizados
y muertos delante de su madre, se sentían consolados y fortalecidos en la
seguridad de su futura resurrección, diciendo: “Vale la pena morir a
manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos
resucitará”.
Este pasaje impresionante, nos muestra una cosa importante
para efectos de comprender la resurrección. ¿Qué sucede con los cuerpos
que han sido mutilados o que han desaparecido volatilizados en gases o que han
sido consumidos por un animal? Lo responde uno de los hermanos: “De
Dios recibí estos miembros y de El espero recobrarlos”.
Así será la resurrección: recuperaremos todos los
miembros perdidos de nuestro cuerpo... pero con la ventaja que ya no será un
cuerpo decadente, mortal, que se enferma y se envejece, como el que ahora
tenemos, sino que será un “cuerpo espiritual”. Como dice el
Evangelio: ya los seres humanos no nos casaremos, ni moriremos, sino
que seremos como los Ángeles, pues Dios nos habrá resucitado.
También queda expuesto desde este libro del Antiguo
Testamento lo que San Juan nos dice posteriormente: unos resucitarán para
la Vida y otros no: “El Rey del universo nos resucitará a una Vida
Eterna ... Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Otro asunto importante es cómo van a ser nuestros cuerpos
resucitados. ¿Por qué importa esto? Parece trivial esta
consideración, pero como tanta gente anda tan encantada con el mito de la
re-encarnación, es bueno afianzar nuestra fe y nuestra esperanza al considerar
la ¡maravilla! que será nuestra resurrección y la mentira que es la
re-encarnación.
Otro asunto a considerar es ¿cuándo será nuestra
resurrección? Hay gente que cree que es enseguida de la
muerte. Y no es así. Al morir nuestra alma se separa de nuestro
cuerpo. El alma va al Cielo, al Infierno o al Purgatorio, según sea su
estado. En el momento de la resurrección se reunifica con el
cuerpo. Y ese momento será, entonces, en el “último día”; “al fin
del mundo”, cuando vuelva Cristo en su Segunda Venida: “Cuando
se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al
son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en
primer lugar” (1 Tes. 4, 16).
Es el momento que aguardamos, el de nuestra resurrección, el
cual cantamos en el Salmo 16: “Al
despertar, Señor, contemplaré tu rostro”. Que así sea.
Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Evangeli.org
Homilias.org.
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