Hoy, «como en los días de Noé», la gente come, bebe, toma
marido o mujer con el agravante de que el hombre toma hombre, y la mujer, mujer
(cf. Mt 24,37-38). Pero hay también, como entonces el patriarca Noé, santos en
la misma oficina y en el mismo escritorio que los otros. Uno de ellos será
tomado y el otro dejado porque vendrá el Justo Juez.
Se impone vigilar porque «sólo quien está despierto no será tomado por sorpresa» (Benedicto XVI). Debemos estar preparados con el amor encendido en el corazón, como la antorcha de las vírgenes prudentes. Se trata precisamente de eso: llegará el momento en que se oirá: «¡Ya está aquí el esposo!» (Mt 25,6), ¡Jesucristo!
Su llegada es siempre motivo de gozo para quien lleva la antorcha prendida en el corazón. Su venida es algo así como la del padre de familia que vive en un país lejano y escribe a los suyos: —Cuando menos lo esperen, les caigo. Desde aquel día todo es alegría en el hogar: ¡Papá viene! Nuestro modelo, los Santos, vivieron así, “en la espera del Señor”.
El Adviento es para aprender a esperar con paz y con amor, al Señor que viene. Nada de la desesperación o impaciencia que caracteriza al hombre de este tiempo. San Agustín da una buena receta para esperar: «Como sea tu vida, así será tu muerte». Si esperamos con amor, Dios colmará nuestro corazón y nuestra esperanza.
Vigilen porque no saben qué día vendrá el Señor (cf. Mt 24,42). Casa limpia, corazón puro, pensamientos y afectos al estilo de Jesús. Benedicto XVI explica: «Vigilar significa seguir al Señor, elegir lo que Cristo eligió, amar lo que Él amó, conformar la propia vida a la suya». Entonces vendrá el Hijo del hombre… y el Padre nos acogerá entre sus brazos por parecernos a su Hijo.
Lectura
del santo Evangelio según San Mateo
24,37-44.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Con este Domingo Primero de Adviento comenzamos un nuevo
Ciclo Litúrgico. El Adviento nos recuerda que estamos a la espera del
Salvador. Y las Lecturas de hoy nos invitan a ver la venida del Señor de
varias maneras:
Una es la venida del Señor a nuestro corazón. Otra es
la celebración de la primera venida del Señor, cuando nació hace unos dos
mil años. Y otra es la que se refiere a la Parusía; es decir, a la venida
gloriosa de Cristo al final de los tiempos.
Respecto de la venida del Señor a nuestro corazón, la
Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 2, 1-5) nos recuerda que
debemos prepararnos “para que El nos instruya en sus caminos y podamos
marchar por sus sendas”.
Respecto a la primera venida del Señor, es lo que solemos
celebrar en Navidad. Y para esa venida también hay que preparase.
¿Cómo? Preparando el corazón para que Jesús pueda acunarse en nuestro
interior.
Respecto de la Segunda Venida de Cristo en gloria, la Carta
de San Pablo a los Romanos (Rom. 13, 11-14) nos hace ver una
realidad: a medida que avanza la historia, cada vez nos encontramos más cerca
de la Parusía: “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando
empezamos a creer”. Por eso nos invita San Pablo a “despertar
del sueño”.
Y ¿en qué consiste ese sueño? Consiste en que
vivimos fuera de la realidad, tal como nos lo indica el mismo Jesucristo en el
Evangelio de hoy (Mt. 24, 37-44). Consiste en que vivimos a espaldas
de esa marcha inexorable de la humanidad hacia la Venida de Cristo en
gloria. Consiste en que vivimos como en los tiempos de Noé, cuando
-como nos dice el Señor- “la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día
en que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban sobrevino el diluvio y
se llevó a todos”.
Y, nos advierte Jesucristo: “Lo mismo sucederá cuando
venga el Hijo del hombre”.
Así vivimos nosotros los hombres y mujeres del siglo XXI:
sin darnos cuenta de que -como dice este Evangelio- “a la hora que menos
pensemos, vendrá el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44).
Y, “a la hora que menos pensemos” -como ha sucedido a
tantos- podríamos morir, y recibir en ese mismo momento nuestro respectivo
“juicio particular”, por el que sabemos si nuestra alma va al Cielo, al
Purgatorio o al Infierno.
O podría ocurrirnos que -efectivamente- tenga lugar la
Segunda Venida de Cristo al final de los tiempos. Para cualquiera de las
dos circunstancias hay que estar preparados, bien preparados.
Estar preparados nos lo pide el Señor siempre y muy
especialmente en este Evangelio: “Velen, pues, y estén preparados, porque
no saben qué día va a venir su Señor”.
¿En qué consiste esa preparación? Las Lecturas de este
Primer Domingo del Año Litúrgico nos lo indican:
“Caminemos en la luz del Señor”, nos dice el Profeta
Isaías.
“Desechemos las obras de las tinieblas y revistámonos con
las armas de la luz... Nada de borracheras, lujurias, desenfrenos; nada de
pleitos y envidias.
Revístanse más bien de nuestro Señor Jesucristo”, nos
dice San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm. 13, 11-14)
¿Por qué estas indicaciones de conversión en este
momento? Porque el Adviento es un tiempo de preparación de nuestro
corazón para recibir al Señor. Estas indicaciones nos sugieren
dejar el pecado y revestirnos de virtudes. Sabemos que tenemos todas las
gracias de parte de Dios para esta preparación de nuestro corazón a la venida
de Cristo, “para que El nos instruya en sus caminos y podamos marchar por
sus sendas”.
Nuestra colaboración es sencilla: simplemente
responder a la gracia para ser revestidos con las armas de la
luz, como son: la fe, la esperanza, la caridad, la
humildad, la templanza, el gozo, la paz, la paciencia, la comprensión de los
demás, la bondad y la fidelidad; la mansedumbre, la sencillez, la pobreza
espiritual, la niñez espiritual, etc.
Recordemos que el Hijo de Dios se hizo hombre y nació en
Belén hace más de dos mil años. El está continuamente presente en cada
ser humano con su Gracia para “revestirnos de El”. El también está
continuamente presente en la historia de la humanidad para guiarla hacia la
Parusía, en que volverá de nuevo en gloria “para juzgar a vivos y muertos”,
como rezaremos en el Credo.
El Adviento es tiempo de preparación para ese momento.
Que nuestra vida sea un continuo Adviento en espera del Señor. Así
podremos ir “con alegría al encuentro del Señor”, como nos dice
el Salmo 121.
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org
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