Hoy, el Evangelio de san Mateo nos presenta a Juan el
Bautista invitándonos a la conversión: «Convertíos porque ha llegado el Reino
de los Cielos» (Mt 3,2).
A él acudían muchas personas buscando bautizarse y «confesando sus pecados» (Mt 3,6). Pero dentro de tanta gente, Juan pone la mirada en algunos en particular, los fariseos y saduceos, tan necesitados de conversión como obstinados en negar tal necesidad. A ellos se dirigen las palabras del Bautista: «Dad fruto digno de conversión» (Mt 3,8).
Habiendo ya comenzado el tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espera, nos encontramos con la exhortación de Juan, que nos hace comprender que esta espera no se identifica con el “quietismo”, ni se arriesga a pensar que ya estamos salvados por ser cristianos. Esta espera es la búsqueda dinámica de la misericordia de Dios, es conversión de corazón, es búsqueda de la presencia del Señor que vino, viene y vendrá.
A él acudían muchas personas buscando bautizarse y «confesando sus pecados» (Mt 3,6). Pero dentro de tanta gente, Juan pone la mirada en algunos en particular, los fariseos y saduceos, tan necesitados de conversión como obstinados en negar tal necesidad. A ellos se dirigen las palabras del Bautista: «Dad fruto digno de conversión» (Mt 3,8).
Habiendo ya comenzado el tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espera, nos encontramos con la exhortación de Juan, que nos hace comprender que esta espera no se identifica con el “quietismo”, ni se arriesga a pensar que ya estamos salvados por ser cristianos. Esta espera es la búsqueda dinámica de la misericordia de Dios, es conversión de corazón, es búsqueda de la presencia del Señor que vino, viene y vendrá.
El tiempo de Adviento, en definitiva, es «conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano» (San Juan Pablo II).
Aprovechemos, hermanos, este tiempo oportuno que nos regala el Señor para renovar nuestra opción por Jesucristo, quitando de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo que no nos permita recibirlo adecuadamente. La voz del Bautista sigue resonando en el desierto de nuestros días: «Preparad el camino al Señor, enderezad sus sendas» (Mt 3,3).
Así como Juan fue para su tiempo esa “voz que clama en el desierto”, así también los cristianos somos invitados por el Señor a ser voces que clamen a los hombres el anhelo de la vigilante espera: «Preparemos los caminos, ya se acerca el Salvador y salgamos, peregrinos, al encuentro del Señor. Ven, Señor, a libertarnos, ven tu pueblo a redimir; purifica nuestras vidas y no tardes en venir» (Himno de Adviento de la Liturgia de las Horas).
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (3,1-12):
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»
Palabra del Señor
COMENTARIOS.
Las Lecturas de este Segundo Domingo de Adviento nos invitan
a vivir el reinado de paz y de justicia que viene a instaurar Jesucristo, el
Mesías prometido.
Y con el Salmo 71 hemos invocado a ese “Rey
de Justicia y de Paz” que “extenderá su Reino era tras era de un
extremo a otro de la tierra”.
La Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 11, 1-10) nos
describe al Mesías y también describe ese ambiente justicia y de paz que El
vendrá a traernos.
El Profeta Isaías hace un relato simbólico de lo que será el
reinado de Cristo. Nos presenta a animales -que por instinto son enemigos
entre sí- viviendo en convivencia pacífica: el lobo con el cordero, la pantera
con el cabrito, el novillo con el león... y hasta un niño con la serpiente.
Isaías invita a los seres humanos que también tendemos a ser
rivales unos de los otros, a que vivamos en paz y en justicia. Y así -en
paz y en justicia- podríamos convivir, si todos –unos y otros- recibiéramos al
Mesías, si aceptáramos su Palabra, si de veras viviéramos de acuerdo a
ella. ¿Será esto imposible?
Es lo mismo que nos sugiere San Pablo en su Carta a los
Romanos (Rom. 15, 4-9)cuando nos dice: “Que Dios, fuente de toda
paciencia y consuelo, les conceda vivir en perfecta armonía unos con otros,
conforme al Espíritu de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón
y una sola voz alaben a Dios,Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
El cómo llegar a esa armonía en Cristo Jesús, para alabar
con un solo corazón y una sola voz a Dios Padre, nos lo indica San Mateo en el
Evangelio de hoy (Mt. 3, 1-12).
San Mateo nos introduce a San Juan Bautista como aquél que
Isaías anunciaba 700 años antes. Es una frase muy importante. Por
eso esta frase nos viene recalcada en el Aleluya. “Preparen el camino del
Señor, hagan rectos sus senderos” (Is. 40, 3).
Y ¿cómo se hacen rectos, cómo se allanan los caminos del
Señor? El Profeta Isaías -en ese texto que no aparece en las Lecturas de
hoy- nos detalla un poco más esta labor de preparación de los caminos.
Nos pide: “rellenar las quebradas y barrancos, y rebajar los montes y
colinas” (Is. 40, 4-5),
Nos dice el Evangelio que con estas palabras predicaba San
Juan Bautista, para preparar la aparición del Mesías. Juan llamaba a un
cambio de vida, a la conversión, al arrepentimiento.
Rebajar montes y colinas” significa rebajar las alturas
de nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestra altivez, nuestro engreimiento,
nuestra auto-suficiencia, nuestra vanidad.
“Rellenar quebradas y barrancos” significa rellenar las
bajezas de nuestro egoísmo, nuestra envidia, nuestras rivalidades, odios,
venganzas, rentaliaciones.
Son pecados que dificultan el poder vivir en armonía unos
con otros, alabando a Dios con un solo corazón y una sola voz. Son
pecados que impiden la realización de ese Reino de Paz y Justicia que Cristo
viene a traernos.
Por eso San Juan Bautista es claro y exigente en su
predicación: “Cambien de vida, arrepiéntanse... hagan ver los frutos de su
arrepentimiento”.
Es la misma llamada que nos hace el Mesías que viene y que
nos hace la Iglesia siempre, pero muy especialmente en este tiempo de
Adviento conversión, cambio de vida, rebajar las montañas y rellenar las
bajezas de nuestros pecados, defectos, vicios, malas costumbres.
Ese llamado de hace casi dos siglos sigue siendo vigente.
¿Hemos respondido? ¿O seguimos hoy con las mismas actitudes de hace dos
mil años?
¿No podría San Juan Bautista decirnos las mismas cosas que
dijo entonces? “Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y
todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego... El que viene
después de mí (Jesucristo, el Mesías) separará el trigo de la paja.
Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se
extingue”.
Así termina el Evangelio de hoy. Son palabras fuertes,
que suenan a amenaza. Pero son la realidad de cómo funcionan la Bondad y
la Justicia Divinas.
El Mesías ya vino hace dos mil años, y está presente en
nosotros con su Gracia, está presente en la Eucaristía y en los demás
Sacramentos, podemos -además- encontrarlo en la oración sincera, esa oración
que busca al Señor para agradarlo, para entregarse a El, para conocer su
Voluntad.
El Adviento nos invita a la conversión, al cambio de vida, a
entregar nuestro corazón, nuestra vida, nuestra voluntad a Dios. Pero somos
libres. Así nos hizo Dios.
Al final del mundo tenemos dos opciones: Cielo o Infierno.
Con nuestra libertad podemos escoger: ¿Queremos ser “paja” arrojada
al fuego o “trigo” a ser guardado en el granero del Señor?
Fuentes:
Sagradas Escrituras
Homilia.org
Evangeli.org
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