A todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los
cristianos enviamos hoy un mensaje lleno de alegría y esperanza: “Cristo el
Señor, ha resucitado”. Todos los espacios se llenan con este alegre grito:
“¡Resucitó!”.
Adelante, pues, no es hora de temores y vacilaciones. El
miedo ha sido vencido, ha terminado la noche, ha nacido un nuevo mundo.
La Resurrección de Jesucristo es el misterio más
importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está
el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación. Por eso, la
celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande del Año Litúrgico,
pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ... y también
nuestra esperanza..
Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado
El, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros. En
efecto, la Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida
o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante
nuestra vida en la tierra (cfr. Jn 6,40 y 5,29).
La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que
siempre ha estado en la mente de los seres humanos, y que hoy en día surge
con renovado interés: ¿Hay vida después de esta vida?
¿Qué sucede después de la muerte? ¿Queda el hombre reducido al
polvo? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra y en
descomposición, o tal vez esté hecho cenizas, o pudiera quizá estar
desaparecido en algún lugar desconocido?
La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas
preguntas. Y la respuesta es la siguiente: seremos resucitados,
tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla
la Voluntad del Padre (cfr. J.n 5,29 y 6,40). Su Resurrección es
primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.
La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos
de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra
resurrección. Su vida fue -y así debe ser la nuestra- de una total
identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios durante esta
vida. Sólo así podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios
Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y
alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen
María.
Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de
nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro
modo de pensar, de actuar, de vivir. Es necesario “morir a nosotros
mismos”; es necesario morir a “nuestro viejo yo”.
Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al
“hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva.
Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta, sabemos que
toda muerte duele. Y la muerte del propio “yo” va acompañada de
dolor. No hay otra forma. Pero no habrá una vida nueva si no
nos “despojamos del hombre viejo y de la manera de vivir de ese hombre
viejo” (Rom 6, 3-11 y Col. 3,5-10).
Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado
por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no
hemos enterrado nuestro “yo”. Y ¿qué es nuestro “yo”? El “yo”
incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y nuestras faltas de
virtud.
Y el “yo” también incluye el apego a nuestros propios deseos
y planes, a nuestras propias maneras de ver las cosas, a nuestras propias
ideas, a nuestros propios razonamientos; es decir, a todo aquello que aún
pareciendo lícito, no está en la línea de la voluntad de Dios para cada uno de
nosotros.
Durante toda la Cuaresma la Palabra de Dios nos ha estado
hablando de “conversión”, de cambio de vida. A esto se refiere ese
llamado: a cambiar de vida, a enterrar nuestro “yo”, para poder
resucitar con Cristo. Consiste todo esto -para decirlo en una sola
frase- en poner a Dios en primer lugar en nuestra vida y a amarlo
sobre todo lo demás. Y amarlo significa complacerlo en todo. Y
complacer a Dios en todo significa hacer sólo su Voluntad ... no la nuestra.
Así, poniendo a Dios de primero en todo, muriendo a nuestro
“yo”, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a
aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como El, la
Voluntad del Padre (Jn. 6, 37-40).
NO A LA
RE-ENCARNACIÓN:
La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta
ante el mito de la re-encarnación. Sepamos los cristianos que nuestra
esperanza no está en volver a nacer, nuestra esperanza no está en que nuestra
alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer
con esa mentira que es el mito de la re-encarnación.
Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es
incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación. La
re-encarnación y otras falsas creencias que nos vienen fuentes no cristianas,
vienen a contaminar nuestra fe y podrían llevarnos a perder la verdadera
fe.
Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable,
o conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la
resurrección. Y nuestra esperanza no está en re-encarnar, sino en
resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y como nos ha prometido
resucitarnos también a nosotros.
Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la resurrección ...
y niega muchas otras cosas. Parece muy atractiva esta falsa
creencia. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser
atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y
mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que
además tampoco es el mío?
¿QUÉ SIGNIFICA RESUCITAR?
Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro
propio cuerpo, pero glorificado. Resurrección no significa que volveremos
a una vida como la que tenemos ahora. Resurrección significa que Dios
dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al
reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán,
ni se enfermarán, ni envejecerán. ¡Serán cuerpos gloriosos!
Ustedes se preguntarán, entonces ... ¿Y cuándo será nuestra
resurrección? Eso lo responde el Catecismo de la Iglesia Católica,
basándose en la Sagrada Escritura: “Sin duda en el “último día”, “al
fin del mundo” ... ¿Quién conoce este momento? Nadie. Ni
los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial conoce el
momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre las nubes con gran poder y
gloria”, para juzgar a vivos y muertos. En ese momento será nuestra
resurrección: resucitaremos para la vida eterna en el Cielo -los que
hayamos obrado bien- y resucitaremos para la condenación -los que hayamos
obrado mal.
La Resurrección de Cristo nos invita, entonces, a tener
nuestra mirada fija en el Cielo. Así nos dice San Pablo: “Puesto
que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba ... pongan
todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra” (Col. 3,
1-4).
¿Qué significa este importante consejo de San Pablo?
Significa que la vida en esta tierra es como una antesala, como una
preparación, para unos más breve que para otros. Significa que en
realidad no fuimos creados sólo para esta ante-sala, sino para el Cielo,
nuestra verdadera patria, donde estaremos con Cristo, resucitados -como El- en
cuerpos gloriosos.
Significa que, buscar la felicidad en esta tierra y
concentrar todos nuestros esfuerzos en ello, es perder de vista el Cielo. Significa
que nuestra mirada debe estar en la meta hacia donde vamos. Significa
que las cosas de la tierra deben verse a la luz de las cosas del Cielo.
Significa que debiéramos tener los pies firmes en la tierra, pero la mirada
puesta en el Cielo.
Significa que, si la razón de nuestra vida es llegar a ese
sitio que Dios nuestro Padre ha preparado para aquéllos que hagamos su
Voluntad, es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros
esfuerzos. Nuestro interés primordial durante esta vida temporal debiera
ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo. Lo demás, los logros
temporales, debieran quedar en lo que son: cosas que pasan, seres que
mueren, satisfacciones incompletas, cuestiones perecederas ... Todo lo que aquí
tengamos o podamos lograr pierde valor si se mira con ojos de eternidad, si
podemos captarlo con los ojos de Dios.
La resurrección de Cristo y la nuestra es un dogma central
de nuestra fe cristiana. ¡Vivamos esa esperanza! No la dejemos
enturbiar por errores y falsedades, como la re-encarnación. No nos
quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino tengamos nuestra mirada
fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de Cristo y en
nuestra futura resurrección.
Que así sea.
Sagradas Escrituras
Homilias.org
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