Hoy, el Evangelio nos presenta a Cristo como Maestro, y nos
habla del desprendimiento que hemos de vivir. Un desprendimiento, en primer
lugar, del honor o reconocimiento propios, que a veces vamos buscando:
«Guardaos de (…) ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en
las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (cf. Mc 12,38-39). En
este sentido, Jesús nos previene del mal ejemplo de los escribas.
Desprendimiento, en segundo lugar, de las cosas materiales. Jesucristo alaba a la viuda pobre, a la vez que lamenta la falsedad de otros: «Todos han echado de lo que les sobraba, ésta [la viuda], en cambio, ha echado de lo que necesitaba» (Mc 12,44).
Quien no vive el desprendimiento de los bienes temporales vive lleno del propio yo, y no puede amar. En tal estado del alma no hay “espacio” para los demás: ni compasión, ni misericordia, ni atención para con el prójimo.
Los santos nos dan ejemplo. He aquí un hecho de la vida de san Pío X, cuando todavía era obispo de Mantua. Un comerciante escribió calumnias contra el obispo. Muchos amigos suyos le aconsejaron denunciar judicialmente al calumniador, pero el futuro Papa les respondió: «Ese pobre hombre necesita más la oración que el castigo». No lo acusó, sino que rezó por él.
Pero no todo terminó ahí, sino que —después de un tiempo— al dicho comerciante le fue mal en los negocios, y se declaró en bancarrota. Todos los acreedores se le echaron encima, y se quedó sin nada. Sólo una persona vino en su ayuda: fue el mismo obispo de Mantua quien, anónimamente, hizo enviar un sobre con dinero al comerciante, haciéndole saber que aquel dinero venía de la Señora más Misericordiosa, es decir, de la Virgen del Perpetuo Socorro.
¿Vivo realmente el desprendimiento de las realidades terrenales? ¿Está mi corazón vacío de cosas? ¿Puede mi corazón ver las necesidades de los demás? «El programa del cristiano —el programa de Jesús— es un “corazón que ve”» (Benedicto XVI).
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (12,38-44):
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Varias veces la Sagrada Escritura nos pone como ejemplos a mujeres viudas. Las lecturas de este Domingo nos traen el caso de dos de ellas, a quienes nos presenta el Señor como modelos de generosidad extrema: la viuda de Sarepta en tiempos del Profeta Elías y la viuda pobre a quien Jesús observó dando limosna en el Templo de Jerusalén.
El caso de la primera viuda, la de Sarepta, que nos trae la
Primera Lectura (1 R 17, 10-16) es impresionante. Tal vez no
había pasado tanta necesidad antes esta mujer, pero la sequía y la hambruna del
momento la habían colocado en una posición de pobreza extrema: le quedaba
sólo “un puñado de harina y un poco de aceite”. Pero Dios le envía al
Profeta Elías para pedirle pan y ella le explica su delicada situación
así: con esto que me queda “voy a preparar un pan para mí y para mi
hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”. Ya no tenía más nada para
comer. Era lo último que le quedaba.
Pero ¿qué hace Dios? Le habla por boca del Profeta,
quien le ordena compartir con él lo poquísimo que le queda: cocinar
primero un pan para él y luego uno para ella y su hijo. Y esa orden queda
sellada con unas palabras proféticas (proféticas, en el sentido teológico del
término, pues eran palabras que venían de Dios, y proféticas en el sentido
coloquial del término, pues anunciaban un hecho futuro): “La tinaja de harina
no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”. Y la viuda cumple la
petición de Elías y, a pesar de ser pagana, cree en la palabra que Dios le
envía a través del Profeta.
¡Qué fe y qué confianza tuvo esta mujer! Por eso “tal
como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento, ni la
tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó”.
¡Qué generosidad la de esta mujer! Si nos ponemos a ver,
un pancito no es mucha cosa. Pero cuando es lo último que a uno le queda,
puede ser mucho ... ¡demasiado! En pobreza extrema, esta mujer tuvo generosidad
también extrema.
Lo mismo sucedió con la segunda viuda: dio de lo último
que le quedaba. Nos cuenta el Evangelio de hoy (Mc. 12,
38-44), que Jesús se puso a observar a la gente que echaba limosnas en el
Templo. “Muchos ricos daban en abundancia. En esto se acercó
una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor”. Y
Jesús no sólo observó, sino que les dio una enseñanza a sus discípulos: “Yo les
aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos.
Porque los demás han echado de lo que les sobraba, pero ésta, en su pobreza, ha
echado todo lo que tenía para vivir”.
Lo mismo que el pancito de la de Sarepta, estas dos moneditas
era lo último que le quedaba a la de Jerusalén. Y ésta fue aún más audaz
en su caridad que la de Sarepta, porque nadie le estaba pidiendo que diera lo
poquísimo que le quedaba y, además, tampoco tenía una promesa profética de que
lo poco que le quedaba sería multiplicado y no se agotaría.
En estas lecturas vemos que la generosidad la mide el Señor no
porque lo que se dé sea mucho o poco, sino por cuánto significa lo que se
da. La limosna a los ojos de Dios tiene un valor relativo: de
cuánto nos estamos desprendiendo y con qué confianza lo entregamos. La
limosna implica darse uno mismo. Y para darse uno mismo, habrá renuncia o
privación de algo que necesitamos.
Dar limosna puede ser un acto de mera filantropía, que es muy
distinto a la caridad cristiana. Es lo que hacían los ricos que estaba
también observando Jesús. Y a éstos no los elogió, sino que los criticó
duramente. Y los criticó, no sólo porque daban de su abundancia, sino
porque esa abundancia de que disfrutaban la obtenían nada menos que explotando
a viudas y huérfanos. ¡Tremendos contrastes nos traen estas
lecturas: dos viudas generosísimas y unos ricos explotadores de viudas y
huérfanos!
Enseñanzas exigentes podemos extraer: que nuestra
caridad no sea mera filantropía; que nuestra limosna no provenga de nuestra
abundancia; y ¡por supuesto! que no osemos explotar a nadie.
La Segunda Lectura (Hb. 9, 24-28) nos presenta a
Jesús como el máximo modelo de la entrega y la generosidad: se entregó a
sí mismo para dar su vida por la salvación de la humanidad.
Pero, además de este recuerdo de la oblación máxima de Cristo
por nosotros, este pasaje de la Carta a los hebreos nos trae tres datos importantísimos:
El primero de ellos: “Está determinado que los hombres mueren
una sola vez y que después de la muerte venga el juicio”. Esta
frase parece ¡tan obvia! Pero no lo es tanto. Sí ¡claro! los seres
humanos mueren una sola vez. Eso lo sabemos. Pero ... ¿lo saben
todos los que les gusta hablar y creer en la re-encarnación?
Esta afirmación está en clara contradicción con esa herejía
que se nos ha metido hasta en los medios católicos. Ese absurdo mito de
la re-encarnación nos hace creer falsamente que podemos volver a vivir en la
tierra para luego volver a morir quién sabe cuántas veces. Esta cita de
la Palabra de Dios demuestra que la re-encarnación, aparte de ser una mentira,
está negada en la Biblia.
Se nos habla aquí también del Juicio Particular que tiene cada
persona enseguida de la muerte, a través del cual en el mismo momento de la
muerte cada alma sabe el estado en que le corresponde estar: Cielo
(felicidad eterna), Infierno (condenación eterna) o Purgatorio (etapa de
purificación para luego pasar al Cielo).
Se nos recuerda también la segunda venida de Cristo al fin de
los tiempos:
“Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para salvación de aquéllos que lo aguardan y en El tienen puesta su esperanza”.
“Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para salvación de aquéllos que lo aguardan y en El tienen puesta su esperanza”.
Sí, Cristo volverá. Pero no igual a la primera vez que
vino como Hombre, muriendo y resucitando para rescatarnos de la muerte y del
pecado, sino que volverá en gloria, con todo el poder de su divinidad para
mostrar su salvación a todos los que esperan en El.
Fuentes;
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org
Fuentes;
Sagradas Escrituras
Homilias.org
Evangeli.org
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